Estructura Social y Política en la Hispania Visigoda y Al-Ándalus

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Iglesia y Gobierno en el Reino Visigodo

Tras alcanzar la unidad religiosa en el año 589, bajo el auspicio de la monarquía visigoda, ésta se erigió como protectora de la Iglesia católica nacional. Aunque la Iglesia se sintió más segura dentro del Estado, sus relaciones con Roma se relajaron, como evidencia la tardanza de Recaredo en comunicar al Papa la conversión del pueblo godo al catolicismo.

A partir del III Concilio de Toledo, se insinuó una Iglesia bien jerarquizada, donde los metropolitanos atendían directamente las órdenes regias. La correspondencia con los papas durante la etapa católica fue escasa y, según J. M. Lacarra, no siempre mostró la misma deferencia que en tiempos en que los reyes eran arrianos.

La diócesis fue el elemento básico de la organización eclesiástica. Los obispos tenían autoridad sobre todas las iglesias del territorio, el clero y el pueblo. En las ciudades importantes, además de la catedral, había varias basílicas y monasterios urbanos, mientras que la mayoría de las iglesias de cada diócesis eran rurales, diseminadas por campos y aldeas, dependiendo todas por igual del obispo.

Los recursos de las iglesias rurales provenían de las donaciones de los fieles y las rentas de su patrimonio rural, distribuidas entre el clero de la iglesia y el obispo. Los monasterios gozaban de amplia autonomía tanto en lo disciplinar como en lo patrimonial. El nombramiento de obispos tradicionalmente se realizaba según el procedimiento establecido en el Concilio de Nicea, pero desde la conversión al catolicismo, la intervención de los reyes se convirtió en un factor esencial en los nombramientos episcopales, conocido como designación "por sacra regalía".

Sociedad Visigoda en el Siglo VII

A partir de los reinados de Leovigildo y Recaredo, la sociedad hispano-visigoda se estructuró definitivamente, adoptando un modelo que perduró hasta el fin del Estado godo. Durante este período también ocurrió una gradual fusión étnica, aunque Recaredo mantuvo la importancia de la identidad gótica, la cual se convirtió en un símbolo de nobleza.

La población de la Hispania visigoda del siglo VII estaba estratificada en diferentes estamentos. Desde el inicio de su establecimiento en la Península, entre los hombres libres destacan los descendientes de linajes antiguos, que poseían más poder, prestigio y riqueza. Entre estos hombres libres existían relaciones de fidelidad hacia aquellos considerados superiores por su linaje y fortuna, estableciendo una relación de cliente a señor. La jerarquía social no sólo determinaba el prestigio, sino también las actividades permitidas para cada individuo, con leyes que castigaban a quien saliera de los límites establecidos para su categoría. A pesar de las divisiones estamentales, existía cierta movilidad social, ya que factores como la relación con el rey o con señores poderosos podían elevar o degradar a un individuo.

La sociedad del reino de Toledo se dividía fundamentalmente entre hombres libres y siervos, con una gran brecha entre las clases altas y bajas. La posesión de tierras se convirtió en el principal distintivo entre los poderosos y los humildes, siendo la aristocracia la dueña de la mayoría de las tierras, seguida por una población libre no privilegiada, pequeños propietarios territoriales y una variedad de clientes, encomendados y libertos. La gran masa de la población era servil, aunque los siervos del rey y de la Iglesia tenían mayor consideración que los siervos de los señores particulares.

La Clase Superior: Seniores y Senadores

La clase superior en el reino visigodo de Toledo estaba conformada por la nobleza palatina o de servicio, que ocupaba el estamento más elevado de la sociedad. Estos individuos desempeñaban funciones clave en la corte, la administración militar y civil, así como en el gobierno territorial y local. La nobleza en la Hispania visigoda tenía más un carácter de oligarquía dirigente que de aristocracia de sangre. Los miembros de esta nobleza mantenían la antigua costumbre de la clientela, vinculando al monarca por lazos de fidelidad especial. A su vez, estos nobles tenían sus propias clientelas y séquitos militares, que se volvieron muy codiciados en momentos de luchas partidistas, lo que llevó a un claro proceso de feudalización. Por otro lado, la aristocracia hispano-romana, representada por la clase senatorial y dueña de grandes latifundios, se fusionó en parte con la nobleza gótica de linajes altos y participó en la administración. Sin embargo, otro grupo de familias aristocráticas provinciales, conocidas como senatores, permanecieron al margen de la oligarquía palatina, viviendo en sus grandes propiedades territoriales situadas lejos de Toledo. Los obispos católicos también formaron parte de la clase superior de la sociedad visigoda, disfrutando de privilegios que los situaban en una posición social destacada. Participaban en la elección del rey junto con los magnates, y tenían funciones de gobierno tanto en las provincias como en las ciudades. Además, contaban con un estatuto jurídico propio y ejercían funciones de supervisión sobre la administración civil y la distribución de impuestos. Su preeminencia social contribuyó a la germanización del alto clero.

Las Clases No Privilegiadas

En el Estado visigodo, además de la nobleza palatina, la clase senatorial romana y el alto clero, existían dos grupos fundamentales: los hombres libres simples y los siervos o no libres. Los hombres libres simples y no privilegiados tenían pocas oportunidades para progresar. Su esperanza residía en roturar tierras baldías, entrar en la clientela de un señor afortunado, o dedicarse a actividades como el bandidaje. Este grupo incluía tanto a godos como a hispano-romanos, y a pesar de su falta de privilegios especiales o dependencias, continuaron existiendo hasta el final del Estado visigodo. Por otro lado, los siervos y esclavos formaban una categoría diversa, compuesta por provinciales romanos y germanos, quienes se distinguían por su origen y estaban sujetos a diferentes condiciones. Existían siervos del rey, de la Iglesia y de señores particulares, cada uno con su propio estatus y funciones. La manumisión era común, especialmente promovida por la Iglesia, pero con el tiempo, los libertos mantenían una posición legalmente inferior a la de los nacidos libres y a menudo seguían en servidumbre bajo sus antiguos dueños, ahora convertidos en patronos.

Recursos Económicos

Agricultura y Ganadería

Durante el periodo visigodo, la agricultura fue la principal fuente de riqueza, reflejando una sociedad predominantemente agraria, en la que se continuaron las formas de explotación heredadas del Bajo Imperio Romano. La actividad agrícola se centraba en las villas, donde se dividía la tierra en dos partes: el dominicatum, cultivado directamente por el propietario con siervos, y el resto, distribuido entre colonos. Las pequeñas propiedades eran cultivadas por sus dueños, mientras que la producción en el siglo VII se centró en las grandes propiedades, las villas, donde se realizaban también actividades ganaderas y artesanales. Los latifundios, en manos de magnates, eran trabajados por siervos, semi libres, libertos y encomendados. Los señoríos eclesiásticos también eran cultivados por siervos de la Iglesia o colonos. La ganadería, principalmente lanar, complementaba la agricultura en todas las villas, aunque había regiones con economía ganadera predominante, como el noroeste de Galicia, donde los rebaños trashumantes eran esenciales para las comunidades monásticas. La cría de cerdos también era común, y la cría de caballos tenía importancia en la Bética.

Industria y Comercio

Durante el periodo visigodo, la minería experimentó un declive debido al agotamiento de las minas, aunque persiste la extracción de plata, plomo, cobre, estaño y oro de arenas auríferas. En cuanto a la industria, se destacó la metalurgia, especialmente en la elaboración de joyas con piedras semipreciosas en oro y plata. También hubo actividad textil y de curtido de piel y cuero. La construcción fue una industria importante, especialmente en el siglo VII, aunque pocos monumentos han sobrevivido hasta nuestros días, ya que muchos fueron destruidos o transformados por los conquistadores musulmanes. El comercio interior fue limitado y el exterior se debilitó, aunque no desapareció por completo. Se exportaba aceite, pero el comercio se vio afectado por la falta de productos disponibles y demanda, debido a una economía cerrada y autosuficiente. A pesar de esto, se celebraban ferias donde los mercaderes se reunían para comerciar, denominadas "conventus mercantium", que tenían lugar en las plazas mayores de muchas ciudades. El comercio exterior estaba en manos de extranjeros de ultramar, aunque también había comerciantes locales que participaban en él. Estos mercaderes extranjeros se regían por un derecho especial llamado "Rodio" y tenían jueces especiales, los "talonarios", así como lonjas de contratación propias, conocidas como "cataplus", en puertos marítimos y fluviales activos.

Nueva Estructura Social de Al-Ándalus

En los primeros tiempos del Islam, la sociedad estaba principalmente dividida en dos clases sociales: los creyentes, que formaban la comunidad (umma), y los no creyentes. Con la expansión del Islam, se encontraron comunidades con estructuras de poder más complejas y creencias religiosas arraigadas, como los cristianos y judíos, quienes fueron reconocidos como "protegidos" (dimmíes) mediante pactos establecidos.

Cuando Hispania se integró en el dominio musulmán, las relaciones sociales experimentaron cambios, aunque la estructura social básica se mantuvo. Sin embargo, surgió una nueva sociedad más compleja, caracterizada por la diversidad étnica, religiosa, estatus jurídico y costumbres. Esta sociedad incluía musulmanes, cristianos, judíos y, en los primeros momentos, esclavos negros.

Dentro del grupo dominante, la umma, se destacaban los árabes, con una gran diversidad étnica y rivalidades internas. Se distinguía entre los baladíes, que formaban parte del ejército que acompañó a Musà ben Nusayr a al-Andalus, y los sirios que llegaron con Balỹ después de su derrota ante los bereberes en Náquera. Los árabes estaban divididos en tribus y clanes, y se agrupaban en torno a dos grandes facciones: los yemeníes y los qaysíes. La comunidad de los creyentes, junto con los dimmíes, quienes superaban en número a los musulmanes, conformaban la población de al-Andalus. Esta población estaba dividida en comunidades adicionales, como los mozárabes, de fe cristiana, y los judíos, todos ellos considerados como "gente del Libro" (ahl al-kitab), lo que les permitía conservar su religión dentro de la sociedad islámica, siendo especialmente numerosos en las ciudades.

Pacificación Interior durante el Reinado de Abd al-Rahmán II

Durante el reinado de Abd al-Rahmán II, el reino de al-Andalus experimentó un período relativamente pacífico en comparación con etapas anteriores. Sin embargo, se registraron varios brotes de insumisión o revuelta que, aunque no alcanzaron la magnitud de los conflictos pasados, sí representan desafíos para la autoridad central. A lo largo de los 30 años de su reinado, aproximadamente cuatro o cinco años estuvieron libres de disidencia interna, mientras que el resto del tiempo estuvo marcado por alrededor de 15 fenómenos "desestabilizadores" de diversa índole y duración.

En primer lugar, se encuentran los brotes de desestabilización que acompañaron la entronización de Abd al-Rahmán II. Este tipo de situaciones son comunes durante la transmisión de poder y suelen ser aprovechadas por aquellos que no están completamente a favor de la autoridad central.

En segundo lugar, destacan dos ediciones locales protagonizadas principalmente por beréberes: las rebeliones de Ronda en 826 y Algeciras en 850. Estas acciones no eran nuevas en al-Andalus, ya que los beréberes habían realizado protestas contra el gobierno central desde los primeros tiempos del Islam en la región.

Por último, se encuentran las sublevaciones en las Marcas, que son consideradas como los eventos más importantes y significativos. Las Marcas, territorios alejados del centro de poder, expresaron abiertamente su descontento. Esta centralización del poder estaba alineada con el modelo abbasí introducido por Abd al-Rahmán II, lo que implicaba un aumento en los mecanismos de control sobre la sociedad y la creación de instrumentos para hacer cumplir estas medidas.

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