Estrategias Clave para la Gestión del Talento y el Desarrollo Profesional
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Gestión del Desempeño
La gestión del desempeño es una herramienta clave para alinear la actuación individual con los objetivos estratégicos de la empresa, promoviendo tanto la consecución de resultados como la mejora continua. Además, su integración con otras funciones de recursos humanos, como la formación, la retribución y los planes de carrera, la convierte en un pilar central de la gestión integral del talento.
Tipos de Evaluación del Desempeño
La evaluación del desempeño puede adoptar distintas formas según el foco que se le otorgue al resultado o al comportamiento. Hay tres tipos de evaluación: La evaluación de resultados se basa en lo que el trabajador consigue, es decir, en los logros cuantificables y medibles, y guarda relación con el concepto de rendimiento. La evaluación de comportamiento, por su parte, se enfoca en el *cómo* se realizan las tareas, es decir, en las conductas, habilidades y actitudes que muestra el empleado. Finalmente, los sistemas mixtos combinan ambos enfoques para obtener una visión más integral del desempeño.
Dirección por Objetivos (DPO)
La Dirección por Objetivos (DPO), desarrollada por Peter F. Drucker, es un modelo que implica que jefe y colaborador definan conjuntamente los objetivos de rendimiento, ajustados a las necesidades del puesto y de la organización. Se establecen también criterios claros de medición, y se realizan revisiones periódicas del progreso. El superior actúa como guía y apoyo, y el foco se pone en lo conseguido, no en los rasgos personales. Entre sus ventajas destacan la implicación del empleado, la objetividad del proceso y la minimización de resistencias. No obstante, también tiene limitaciones, como la dificultad de medir resultados individuales en ciertos contextos o el riesgo de centrarse solo en metas sin atender al proceso.
Análisis de las Principales Técnicas de Evaluación
La evaluación del desempeño es una práctica compleja que requiere conocimiento y formación específica. Entre las principales técnicas destacan varias:
- Entrevista o Cuestionario de Evaluación: es la técnica más utilizada y clave dentro del proceso. Consiste en un encuentro entre evaluador y evaluado donde se analiza el desempeño. Su eficacia depende en gran medida de una buena preparación metodológica.
- Autoevaluación: aunque no se considera una técnica independiente, es una herramienta complementaria muy útil. Permite que el trabajador reflexione sobre sus fortalezas y áreas de mejora antes de la entrevista formal, fomentando el compromiso con su desarrollo.
- Evaluación 360º: incorpora la visión de múltiples agentes (superiores, compañeros, subordinados), ofreciendo una valoración más completa y equilibrada del desempeño del trabajador desde distintos ángulos.
- Dirección por Objetivos (DPO): técnica ya mencionada que busca implicar al trabajador en la consecución de objetivos concretos en un periodo determinado, alineados con los fines de la organización.
- Técnica de incidentes críticos: se centra en observar comportamientos clave vinculados a competencias específicas. Se elabora un inventario común de competencias, se definen las conductas de éxito y se analiza el grado en que el evaluado las manifiesta en su trabajo.
- Centros de Evaluación o Assessment Center (AC): orientados a prever el potencial de desarrollo y adecuación a futuros puestos, esta técnica somete al candidato a simulaciones prácticas relacionadas con el puesto. A través de la observación de evaluadores entrenados, se determinan sus puntos fuertes, debilidades y posibilidades de rendimiento futuro.
El Proceso de Evaluación del Desempeño
Se organiza en un ciclo que consta de varias fases, comenzando por el planteamiento de objetivos, seguido del seguimiento de la actuación, la evaluación final y la elaboración de un plan de desarrollo. Este proceso busca alinear el desempeño individual con los objetivos organizacionales, proporcionando un marco estructurado para la mejora continua. El proceso de evaluación se divide básicamente en tres fases:
Fase I: Planteamiento de Objetivos
Primera fase del proceso de evaluación en la cual el evaluador define unos parámetros o líneas de actuación que ha de llevar a cabo el evaluado en un periodo de tiempo limitado. Por tanto, se establece el compromiso personal del evaluado para alcanzar un resultado concreto en el tiempo fijado. Para situarnos conceptualmente, en esta fase se debería prestar especial atención a:
- La misión del puesto establece el *porqué* del trabajo.
- Las áreas de resultado clave establecen *qué* trabajo hay que hacer.
- La fijación de objetivos establece con más detalle *qué* hay que hacer y *cuánto*, e incluso empieza a considerar el *cómo*.
Fase II: Seguimiento de la Actuación
Consiste en la supervisión continua del trabajador que tiene lugar durante el periodo evaluativo. Muchos autores defienden que esta etapa es la realmente importante y que, al final, en el momento de la entrevista de evaluación, no debería haber sorpresas. Dentro de las distintas técnicas para el seguimiento de la evaluación del desempeño (ED), destacamos el registro de incidentes críticos y el coaching.
Fase III: Evaluación de las Personas
Proceso por el cual se analizan los resultados obtenidos en comparación con los pactados al inicio y se realiza una valoración global de todo el proceso llevado a cabo por el evaluado. Una preparación adecuada de la entrevista contribuye enormemente al éxito de la misma. Para optimizar la interacción durante la entrevista de desempeño, se plantea una estructura de habilidades de interacción dependiendo de la fase de la entrevista. En este sentido, las fases consideradas son: abrir, clarificar, generar y cerrar. Las habilidades a desarrollar son: verificar la comprensión, realizar sugerencias de procedimiento, reconocer lo dicho y hecho por el evaluado y revelar las inquietudes o pensamientos del evaluador cuando lo considere oportuno.
Sesgos del Evaluador
Durante el proceso de evaluación pueden aparecer distorsiones que afectan a la objetividad. El efecto halo ocurre cuando una cualidad positiva o negativa domina la percepción del evaluador. También influyen los “galones” (jerarquía), los sesgos personales, la tendencia a sobrevalorar para evitar conflictos, o la inclinación a dar puntuaciones intermedias. Una de las causas más relevantes de estos sesgos es la falta de formación y preparación del evaluador. Por ello, es fundamental dotar a los mandos intermedios de herramientas y criterios claros que aseguren la equidad del proceso evaluador.
Resistencias y Oportunidades en la Evaluación del Desempeño
Los distintos actores involucrados pueden presentar resistencias que deben gestionarse. Los empleados evaluados pueden temer críticas, sentirse desmotivados o cuestionar la objetividad del proceso. Sin embargo, también pueden beneficiarse de una mayor claridad en las expectativas y del apoyo a su desarrollo. Los evaluadores, por su parte, pueden percibir el proceso como una carga o fuente de conflicto, aunque también lo valoran como una herramienta para mejorar resultados y fortalecer la comunicación. La dirección puede dudar de su utilidad o verlo como costoso, pero también reconoce su papel estratégico. Incluso los sindicatos, que a veces lo ven como una amenaza a la equidad, pueden encontrar en la evaluación una vía para una gestión más objetiva del talento.
Gestión del Talento
La gestión del talento se ha convertido en un concepto que abarca desde el reclutamiento y la selección hasta el desarrollo profesional, la formación, la gestión del desempeño y, en muchos casos, la planificación de plantillas, la retribución y la cultura organizacional. Este término ha evolucionado como reflejo del nuevo enfoque estratégico en la gestión de personas, superando la visión meramente administrativa del área de “Personal” para asumir un rol más activo en la generación de valor.
La Gestión del Talento Crítico
La Gestión del Talento Crítico responde a las necesidades estratégicas de la organización, centrándose en aquellas personas cuyo rendimiento y potencial impactan directamente en la ejecución de los objetivos de negocio. No basta con identificar alto rendimiento, sino también potencial y aspiración. Un enfoque proactivo implica detectar y cuidar especialmente a este colectivo, que suele estar más expuesto a ofertas externas. Se distingue entre personas de alto rendimiento sin aspiración de crecer (que siguen siendo clave) y personas con alto potencial aún en desarrollo, sobre las que se proyectan programas de carrera acelerada. Las empresas que lideran en este ámbito dedican recursos significativos (formación, rotaciones, mentoring, beneficios competitivos) a este grupo, conscientes de que su retención y desarrollo sostenido son esenciales. También se valora la gestión interna de vacantes como una vía estratégica para el desarrollo del talento, permitiendo a los empleados crecer dentro de la organización y reduciendo los riesgos asociados al reclutamiento externo.
Proceso de Revisión del Talento Crítico
Consta de tres fases fundamentales: identificación, evaluación/calibración y desarrollo. Su objetivo es reconocer, valorar y potenciar a aquellos profesionales que poseen un alto potencial y desempeño, preparándolos para asumir posiciones clave en el futuro de la organización.
Fase 1: Identificación
La primera fase de identificación comienza con la participación de los responsables directos o mandos intermedios, a quienes se les solicita que propongan colaboradores que destaquen por su contribución y/o potencial sobresaliente. Estas propuestas deben estar respaldadas por datos objetivos que justifiquen su inclusión en los denominados *pools de talento*. Sin embargo, este paso puede enfrentarse a dos tipos de errores frecuentes: por un lado, la resistencia de los managers a proponer talento por temor a perderlo en sus equipos; por otro, la sobrevaloración de colaboradores que no cumplen los criterios exigidos. Para evitarlo, se instruye a los responsables sobre tres dimensiones esenciales del talento crítico: capacidad (actual y futura), compromiso y aspiración. Es imprescindible que las personas propuestas destaquen en los tres ámbitos, ya que ignorar uno de ellos puede generar frustración o abandono del proceso.
Fase 2: Evaluación o Calibración
La segunda fase de evaluación o calibración recae en la alta dirección y suele desarrollarse en reuniones del comité ejecutivo, organizadas y facilitadas por Recursos Humanos. En ellas se revisan los perfiles propuestos mediante una ficha de resumen de talento que incluye datos clave del candidato: historial profesional, rendimiento, formación, aspiraciones, fortalezas y riesgos de retención. Esta revisión se apoya en herramientas como la matriz de las nueve cajas, que cruza desempeño y potencial para clasificar a los profesionales según su grado de preparación. Durante este proceso, pueden realizarse ajustes en la valoración de ciertos elementos como las aspiraciones de carrera, en función del conocimiento informal que la dirección tenga del candidato. En general, los profesionales más visibles y comprometidos —aquellos que aportan más allá de su rol y gestionan los “espacios en blanco” del organigrama— son los que mayor reconocimiento obtienen y, por tanto, tienen más probabilidades de ser incluidos en el banco de talento.
Fase 3: Planificación del Desarrollo
La tercera fase es la planificación del desarrollo para las personas incluidas en el *pool*. El objetivo es acelerar su preparación para asumir nuevos retos profesionales, mediante un enfoque basado en el modelo de aprendizaje 70-20-10: un 70% de aprendizaje a través de la experiencia en el puesto (como rotaciones, liderazgo de proyectos o expatriaciones), un 20% mediante el aprendizaje de otros (coaching, mentoring o feedback constante), y un 10% mediante formación estructurada (presencial, e-learning, lectura de casos, vídeos o recursos autoformativos). Las personas con talento suelen tener una alta motivación por aprender y se caracterizan por su “agilidad de aprendizaje”, es decir, su capacidad para adquirir nuevos conocimientos y aplicarlos eficazmente en distintos contextos. Esta mentalidad de crecimiento, combinada con las inversiones adecuadas en su desarrollo, permite a la organización preparar líderes capaces de afrontar los desafíos estratégicos del futuro.
Gestión de Planes de Sucesión
La Gestión de Planes de Sucesión representa una de las prácticas más proactivas dentro de la gestión del talento. Su objetivo principal es asegurar que la organización cuente con personas preparadas para ocupar posiciones críticas cuando estas queden vacantes, evitando así situaciones de urgencia que puedan comprometer su funcionamiento. Esta preparación anticipada, similar al concepto deportivo de tener un buen "banquillo", requiere planificación a largo plazo en un entorno organizativo cambiante y con trayectorias profesionales cada vez más dinámicas. Sustituir a un directivo clave no es una tarea inmediata; puede llevar meses, ya sea por la necesidad de preparar a un sucesor interno o por las complicaciones que puede acarrear un proceso de selección externa, incluso cuando se contratan firmas especializadas. En este contexto, contar con candidatos internos ofrece ventajas: conocen la cultura, los valores y los criterios de éxito de la organización, lo cual permite predecir con mayor precisión su posible éxito en un nuevo rol.
El proceso de sucesión se estructura en cuatro pasos clave:
Paso 1: Identificación de Puestos Críticos
Implica identificar los puestos que, si no son cubiertos adecuadamente, podrían poner en riesgo el logro de los objetivos estratégicos. Aunque comúnmente se piensa en la alta dirección, existen muchas otras posiciones que también son esenciales para el negocio. Estas posiciones clave, o *pivotal jobs*, pueden cambiar con el tiempo y en función del contexto estratégico de la empresa, por lo que se requiere una revisión constante de toda la cadena de valor organizativa. Una herramienta clave es el mapa de sucesión, que representa gráficamente las posiciones críticas, sus actuales ocupantes, los posibles sucesores y la evolución potencial de estos roles. Este mapa permite visualizar tanto la disponibilidad de reemplazos como las trayectorias de carrera futuras, facilitando una planificación integral del talento. A la izquierda se colocan los sucesores (preparados o en formación), en el centro las posiciones clave, y a la derecha las posibles promociones de los ocupantes actuales.
Paso 2: Evaluación de los Ocupantes Actuales
Consiste en evaluar a quienes actualmente ocupan los puestos críticos. No solo es preocupante que una posición esté vacante, sino que también lo es tener a alguien inadecuado en un rol clave, ya que puede estar perjudicando a la organización o sirviendo de mal ejemplo. Es fundamental ser objetivos y valientes en estas decisiones, sobre todo cuando se identifican desempeños bajos o riesgos de retención. Además, debe valorarse si los ocupantes actuales pueden ser candidatos para asumir nuevas posiciones estratégicas en el futuro.
Paso 3: Identificación de Sucesores
Diferenciando entre los que ya están preparados para asumir el rol de forma inmediata y aquellos que requieren un periodo de desarrollo. Idealmente, toda posición crítica debería contar con al menos un sucesor, pero no siempre es conveniente tener demasiados candidatos preparados, ya que esto puede generar frustración si no se abren vacantes suficientes. Es más preocupante aún cuando no hay sucesores identificados, lo cual debe activar medidas urgentes como la búsqueda interna o el reclutamiento externo.
Paso 4: Diseño y Seguimiento del Plan de Acción
El diseño del plan de acción y su seguimiento. A partir del mapa de sucesión, la alta dirección debe tomar decisiones estratégicas como reasignaciones, nominación de sucesores, planes de desarrollo, acciones de retención y ajustes en el sistema interno de vacantes. El seguimiento debe ser constante, revisando anualmente la situación para adaptarse a los cambios organizativos. Recursos Humanos juega aquí un papel fundamental como facilitador, garantizando que las decisiones se lleven a cabo y contribuyendo al desarrollo del liderazgo y a la sostenibilidad del talento clave.
Plan de Formación
En un entorno empresarial cada vez más cambiante y competitivo, la formación se ha convertido en un pilar estratégico clave para el desarrollo organizativo. No basta con disponer de un catálogo de cursos, sino que es esencial diseñar un proceso formativo alineado con la estrategia de la empresa y sus objetivos de recursos humanos. Esto implica que la formación debe integrarse en la cultura de mejora continua, permitiendo el desarrollo de competencias necesarias para el desempeño eficiente del trabajo. El plan formativo debe contar con la implicación de los mandos y convertirse en una herramienta de desarrollo profesional a todos los niveles.
El Proceso de Formación
El proceso formativo comienza con una detección de necesidades que debe realizarse desde tres niveles: la organización, el puesto y las personas. A nivel organizativo, se analiza el entorno, los cambios estructurales y la alineación con la estrategia empresarial. A nivel del puesto, se identifican los “*gaps*” competenciales en función del modelo de gestión de RR.HH. y se distinguen entre necesidades técnicas y de gestión. A nivel personal, se consideran las expectativas individuales a través de herramientas como estudios de clima o evaluaciones del desempeño. Tras agrupar y priorizar las necesidades detectadas, se definen los objetivos y políticas formativas, que deben ser validadas por la dirección para asegurar su integración estratégica.
El Plan de Formación es un conjunto estructurado de acciones formativas diseñadas para un periodo concreto. Se materializa a través del Plan Anual de Formación, que incluye planificación, ejecución, seguimiento y evaluación de las acciones formativas. Este plan requiere recursos económicos específicos, incluidos los costes directos (formadores, materiales, logística) e indirectos (tiempo de los empleados), además de aprovechar los mecanismos de financiación pública a través de fondos europeos y la cuota de formación de la Seguridad Social.
Para su planificación, es útil emplear herramientas como la matriz de competencias, que relaciona programas y niveles competenciales esperados con las acciones formativas. No obstante, el logro de una competencia no se alcanza únicamente con la asistencia a cursos, sino que requiere evaluación y seguimiento por parte de los responsables de los equipos.
En cuanto a la impartición, existen diversas técnicas de formación como conferencias, estudios de caso, *role-playing*, debates o trabajo en pequeños grupos, cada una con sus ventajas y limitaciones. La elección de una u otra dependerá del objetivo formativo, del contenido a impartir y del perfil del grupo. Es frecuente, además, que se utilicen formadores internos (expertos de la empresa), lo que aporta valor, aunque plantea retos de planificación y disponibilidad.
La evaluación y seguimiento de la formación son aspectos críticos, ya que muchas organizaciones no logran medir adecuadamente el impacto de las acciones formativas. No se trata solo de asistir a un curso, sino de mejorar el desempeño en el puesto. Aquí cobra importancia el coaching, entendido como un proceso continuo que fomenta el desarrollo profesional mediante el acompañamiento en el puesto de trabajo. El coaching permite identificar necesidades, definir objetivos, analizar comportamientos y adaptar el aprendizaje a cada empleado, fomentando así la mejora continua.
Factores Clave de Éxito en la Formación
Para que la formación sea efectiva, debe considerarse como una inversión estratégica en el desarrollo del talento. Su éxito depende de varios factores clave: la vinculación con la estrategia organizativa, el compromiso de la dirección, la identificación rigurosa de necesidades, el diseño de acciones formativas coherentes, la selección adecuada de metodologías, el seguimiento del impacto y la implicación activa de los mandos en el proceso de desarrollo de sus equipos. Solo de este modo, la formación se convierte en una verdadera palanca de transformación y crecimiento para las personas y la organización.
Desarrollo Profesional: Visión Conceptual
El desarrollo profesional en una organización se entiende como un proceso mediante el cual se define la progresión de cada individuo teniendo en cuenta las necesidades estratégicas de la empresa, el potencial que se ha identificado en cada persona y sus propias preferencias y motivaciones. Para que este desarrollo tenga sentido, es indispensable conocer, por un lado, hacia dónde se dirige la organización (es decir, cuáles son sus competencias clave, puestos críticos y estructuras futuras) y, por otro, qué capacidades tienen realmente las personas que forman parte de ella. Uno de los principales errores que cometen muchas empresas es desconocer este talento interno, recurriendo con frecuencia a la contratación externa, lo que puede aumentar los costes y generar desmotivación entre los empleados actuales.
¿Por qué Abordar un Plan de Desarrollo?
Un plan de desarrollo bien diseñado permite conectar la estrategia organizacional con la gestión de personas, anticiparse a necesidades futuras, reducir riesgos y fortalecer la eficiencia interna. Proporciona una base sistemática para seleccionar y preparar líderes, desarrollar competencias clave y ubicar a las personas adecuadas en los puestos necesarios en el momento justo. Además, fomenta la retención del talento y reduce la dependencia de procesos de selección externos, optimizando los recursos disponibles. Sin embargo, este tipo de planes puede enfrentarse a obstáculos como la falta de preparación de los mandos, la existencia de políticas poco claras o la generación de expectativas poco realistas. Por eso, es importante que su diseño contemple tanto las ventajas como las amenazas y que cuente con el compromiso de todos los agentes implicados.
Desarrollo de los Planes de Carrera
En esta fase se definen las trayectorias profesionales dentro de la empresa a partir del análisis de los puestos clave y las necesidades futuras de la organización. El objetivo es identificar las rutas más estables de promoción o movilidad lateral entre diferentes funciones. A través de un mapa de carreras, se detallan los posibles movimientos desde un puesto de origen a uno de destino, incluyendo las competencias requeridas en cada etapa. Además, se distinguen dos tipos de desarrollo: la vía gerencial (orientada al liderazgo y la gestión) y la vía técnica (centrada en la especialización profesional). Un buen plan de carrera debe contemplar ambas posibilidades para evitar perder talento técnico valioso. Por último, se debe acompañar este diseño con un plan de comunicación claro y motivador que informe a todos los colectivos implicados sobre los objetivos, beneficios y responsabilidades del sistema.
Identificación del Talento
Una vez definida la estructura de carrera, es fundamental conocer el talento real disponible en la organización. Para ello, se aplican distintas técnicas de identificación del potencial, cada una orientada a descubrir capacidades, motivaciones y áreas de mejora de los empleados.
Principales Técnicas de Identificación del Talento:
- El cuestionario de autoevaluación, que permite a la persona reflexionar sobre sus propias capacidades, aspiraciones y puntos fuertes.
- La entrevista de potencial, realizada por un evaluador, explora la trayectoria del empleado, sus logros, su visión de futuro y sus áreas de desarrollo.
- La observación directa del comportamiento en el entorno laboral, llevada a cabo por superiores o colegas entrenados, proporciona información valiosa sobre competencias conductuales.
- Las simulaciones y pruebas profesionales (Assessment Centers), que recrean situaciones reales de trabajo para evaluar el desempeño en competencias específicas.
- El análisis de adecuación persona/puesto, que compara las competencias actuales del empleado con las requeridas por otros roles, identificando posibles trayectorias de desarrollo.
Con los resultados obtenidos de estas técnicas, se utiliza una herramienta fundamental: la matriz de gestión del talento, también conocida como la matriz de las nueve cajas. Esta matriz clasifica a los empleados según dos ejes: el nivel de desempeño alcanzado en los últimos años (en función de objetivos cuantitativos y cualitativos), y su potencial futuro (capacidad de asumir nuevos roles con éxito). Ambos ejes se dividen en tres niveles (alto, medio, bajo), generando nueve combinaciones posibles.
En esta matriz, por ejemplo, los empleados ubicados en la parte superior derecha (alto desempeño y alto potencial) son considerados “*high potentials*”, es decir, candidatos prioritarios para asumir nuevas responsabilidades y puestos clave. Otros cuadrantes identifican perfiles que necesitan formación, reubicación o incluso reconsiderar su permanencia en la organización. Esta clasificación permite tomar decisiones informadas sobre formación, promociones, retribución, rotación o desvinculación, y se convierte en una herramienta práctica para gestionar el talento a medio y largo plazo.
Desarrollo Profesional Individualizado
Una vez analizado el talento, se diseña un plan de desarrollo personal para cada empleado dentro del marco del plan general. Este plan individual toma en cuenta el potencial detectado, los intereses del trabajador y las oportunidades reales que ofrece la organización. Se detallan competencias a desarrollar, acciones concretas a realizar, personas responsables de acompañar el proceso y fechas de ejecución. Herramientas como la formación técnica especializada, el coaching y el mentoring permiten personalizar el aprendizaje.
El coaching, liderado por el jefe directo, busca acompañar al empleado en su crecimiento diario, ayudándole a superar obstáculos, mejorar su rendimiento y desarrollar competencias clave. El mentoring, por su parte, implica un acompañamiento más estratégico por parte de profesionales con experiencia, con el objetivo de transferir conocimiento y preparar al empleado para asumir roles directivos o altamente técnicos. Esta fase también exige un alto grado de compromiso por parte del empleado, que debe asumir la responsabilidad de su propio crecimiento, mientras que la empresa proporciona los medios necesarios para ello.
Seguimiento del Plan de Desarrollo
La etapa final del proceso consiste en supervisar y evaluar la aplicación real de los planes de desarrollo. Se establecen mecanismos de control para verificar si las acciones se están cumpliendo en los plazos previstos, si los objetivos se alcanzan y si existen desviaciones que deban corregirse. Este seguimiento debe involucrar a todas las partes: Recursos Humanos proporciona los instrumentos de evaluación, los mandos intermedios observan el progreso de sus equipos y los empleados informan sobre los avances y dificultades encontradas.
Para una evaluación global del plan se consideran indicadores como el porcentaje de puestos clave cubiertos internamente, la rotación de personal, la eficacia de las acciones formativas, y el grado de satisfacción de los empleados involucrados. Esta información permite ajustar el plan, establecer nuevas prioridades y asegurar una mejora continua en la gestión del talento.
Autodesarrollo: Un Enfoque Personalizado
El autodesarrollo se presenta como un enfoque central del nuevo paradigma de desarrollo profesional, donde cada persona asume un papel activo y protagonista en su propio crecimiento. Esta actitud implica no solo motivación y voluntad, sino también competencias específicas como la autogestión y el autoconocimiento. Basado en modelos de inteligencia emocional, el autodesarrollo parte del conocimiento de uno mismo, continúa con la gestión personal, y desemboca en habilidades sociales eficaces. Las tres preguntas clave que guían este proceso son: *¿qué puedo hacer?, ¿qué quiero hacer?* y *¿qué demanda la organización o el mercado?* A partir de ellas se articula un ciclo de análisis, planificación y acción que debe revisarse periódicamente. No basta con iniciativas aisladas; es fundamental que exista una cultura organizativa que promueva y facilite este enfoque en todos los niveles.
Herramientas para el Autodesarrollo
La metáfora del profesional como “emprendedor de sí mismo” ayuda a ilustrar el cambio de mentalidad necesario para gestionar la carrera con autonomía. Algunas personas tienen esta actitud de forma innata, pero la mayoría requiere entrenamiento. Los obstáculos comunes incluyen la zona de confort, la falta de conciencia y el llamado “síndrome pinball”, en el que las personas avanzan profesionalmente reaccionando a las circunstancias, sin una dirección clara. Frente a esto, el autoliderazgo —basado en la reflexión y la toma de decisiones alineadas con los propios valores, aspiraciones y capacidades— resulta clave para lograr una vida profesional satisfactoria. Las organizaciones que apoyan esta autodirección no solo fomentan la empleabilidad, sino que generan compromiso, bienestar y retención del talento.
Uno de los recursos más eficaces son los talleres de autodesarrollo, diseñados para ayudar al colaborador a tomar conciencia, analizar su perfil, integrar aprendizajes y planificar su crecimiento. Estos talleres incorporan herramientas de autoconocimiento como los test de personalidad (MBTI, DISC), exploración de valores, intereses, habilidades, estilo de aprendizaje (Kolb) o ejercicios como la rueda de la vida y la línea vital. Se promueve también la recepción activa de *feedback*, idealmente mediante evaluaciones de desempeño o 360 grados. Toda esta información se sintetiza, a menudo mediante un DAFO personal, para ayudar a la persona a visualizar con claridad sus fortalezas, debilidades, oportunidades y amenazas. El resultado es una base sólida para iniciar la planificación del desarrollo profesional con metas claras y viables.
Planificación del Autodesarrollo
Esta fase responde a la pregunta “*¿adónde quiero ir?*” y permite traducir el análisis previo en objetivos y acciones concretas. Se parte de visualizar un futuro deseado, para luego acotar ese ideal en metas realistas a corto y medio plazo. Un componente clave es el análisis de la red de contactos, identificando a quién se puede acudir en busca de consejo, apoyo o recursos. También se recomienda priorizar las áreas de mejora, pues el tiempo y la energía disponibles para aprender son limitados. Se utilizan matrices que cruzan variables como impacto, dificultad o interés personal, seleccionando dos o tres áreas clave sobre las que trabajar. Finalmente, se elabora un plan de desarrollo con metas, acciones, recursos y compromisos, que se presenta y negocia con el jefe directo. Esta conversación se prepara cuidadosamente, incluso mediante simulaciones (*role-play*), para garantizar una propuesta sólida, alineada con los objetivos organizativos y personales.
Creación de una Cultura de Autodesarrollo
Para que el autodesarrollo no sea solo un ideal teórico, la organización debe crear una cultura que lo respalde. Esto incluye formar y sensibilizar tanto a los gestores como a los colaboradores, generar recursos didácticos, establecer procesos estructurados y promover conversaciones de desarrollo fluidas. Es fundamental trabajar desde una doble dirección: desde arriba hacia abajo (gestores habilitados como coaches) y desde abajo hacia arriba (empleados capacitados para gestionar su carrera). El sistema de autodesarrollo se apoya en modelos de competencias, perfiles de éxito y planes de desarrollo como herramientas estructurales. Además, se pueden reforzar con programas específicos de mentoring, coaching y seguimiento a través de métricas. En conjunto, este modelo representa una apuesta estratégica por empoderar a las personas y, al mismo tiempo, asegurar el rendimiento sostenible de la organización.
Nuevas Tendencias en Formación y Aprendizaje
La formación tradicional, basada en la clase magistral en aula, está siendo cada vez más cuestionada. Muchas empresas y profesionales muestran desencanto con este enfoque, ya que no cumple con las expectativas de aprendizaje ni genera un retorno de inversión claro. Además, la transferencia efectiva de lo aprendido al puesto de trabajo es escasa, salvo excepciones concretas. Como respuesta, surgen nuevas propuestas de formación más activas, prácticas y centradas en el aprendizaje real, tanto antes como después del curso. Estas incluyen actividades previas (diagnósticos, lecturas) y posteriores (coaching, seguimiento, reflexión), así como modalidades más flexibles como el e-learning. También se rescata la importancia del aprendizaje en el puesto, mediante la práctica directa, la observación y el *feedback*, con el apoyo de tutores o expertos.
Modelo de Aprendizaje 70-20-10
Este modelo plantea una proporción ideal para el aprendizaje efectivo: 70% a través de la experiencia directa en el puesto, 20% aprendiendo con y de otros (mentores, compañeros) y solo un 10% mediante cursos estructurados. El objetivo es combatir la excesiva dependencia de los cursos formales, promoviendo una actitud activa por parte del aprendiz. Para el 70%, se sugieren prácticas como rotaciones, proyectos, *job shadowing* o análisis *post-mortem*. El 20% incluye programas de coaching, mentoring y *feedback*. El 10% abarca cursos presenciales u online, libros o contenidos autodirigidos. La clave del modelo es asumir que el aprendizaje relevante ocurre, sobre todo, fuera del aula, en el trabajo real y en interacción social.
Nuevas Técnicas de Formación
El rol del formador cambia: ya no es un transmisor de conocimientos, sino un facilitador del aprendizaje. Se apuesta por métodos activos que involucren al participante antes, durante y después del curso. Se revisan técnicas como el estudio de casos, *role-playing*, paneles de expertos, *brainstorming*, juegos de empresa o el método Philips 6.6. También se incorpora la Programación Neurolingüística (PNL), para adaptar la comunicación al estilo sensorial dominante (visual, auditivo, kinestésico) de los aprendices. Se enfatiza la necesidad de gestionar la energía y la atención durante las sesiones, intercalando actividades dinámicas según los ciclos de concentración. Otra técnica destacada es la gamificación, que convierte el aprendizaje en juego, aumentando la implicación y la retención. Finalmente, se subraya la importancia de diseñar mecanismos que aseguren la transferencia al puesto, como planes de acción y seguimiento posterior.
Formación en el Puesto de Trabajo
El aprendizaje práctico directo vuelve a ocupar un lugar central. Se recuerda que observar y practicar bajo la guía de un tutor es uno de los métodos más antiguos y eficaces de aprendizaje. Sin embargo, no todo trabajo produce aprendizaje si no se acompaña de reflexión, atención e intención de mejora. Se propone el método de los seis pasos para la formación en el puesto, que incluye: explicar el objetivo, mostrar cómo se hace, permitir que el aprendiz practique, reforzar avances, verificar la comprensión y planificar el siguiente paso. Esta formación exige habilidades por parte del tutor, como saber dar *feedback*, observar comportamientos y ajustar el ritmo de enseñanza. También se destacan técnicas como revisar conocimientos, pedir permiso para avanzar y utilizar preguntas de descubrimiento para involucrar al aprendiz en la construcción activa del conocimiento.
Feedback y Feedforward
El feedback es una herramienta clave en el aprendizaje y el desarrollo profesional. Consiste en proporcionar a una persona observaciones concretas sobre su desempeño con el fin de ayudarle a mejorar. Existen dos tipos principales: el feedback positivo, que refuerza comportamientos deseables, y el feedback negativo o correctivo, que busca corregir errores. Este último puede ser más difícil de recibir, ya que conlleva una carga emocional, pero tiene un enorme valor cuando se transmite de forma respetuosa, específica y equilibrada. Para ser eficaz, el feedback debe ser inmediato, objetivo, concreto y con ejemplos observables, evitando generalizaciones o juicios sobre la persona.
Por otro lado, el feedforward es una propuesta que complementa o incluso reemplaza al *feedback* en ciertas situaciones. Fue popularizado por Marshall Goldsmith y se centra no en lo que se hizo mal en el pasado, sino en sugerencias para mejorar en el futuro. Es proactivo, motivador y menos generador de resistencia emocional. Por ejemplo, en lugar de criticar cómo se hizo una presentación, el *feedforward* sugiere directamente cómo hacerla mejor la próxima vez. Esto permite preparar al colaborador para el éxito y fomentar una mentalidad abierta al cambio. En resumen, mientras que el *feedback* se basa en el análisis del pasado, el *feedforward* se enfoca en el futuro y en las oportunidades de mejora.
Coaching y Mentoring
El coaching es un proceso más estructurado y orientado al rendimiento. El *coach* (que puede ser el jefe, un formador o un externo) ayuda al empleado a mejorar habilidades específicas, resolver problemas concretos o alcanzar metas profesionales, a través de preguntas poderosas, reflexión y acompañamiento. Suele centrarse en el presente y en cómo mejorar la ejecución o tomar decisiones.
El mentoring, en cambio, es una relación más amplia y basada en la experiencia. El *mentor* es alguien con trayectoria y conocimiento, que acompaña al *mentee* en su crecimiento profesional desde una perspectiva más estratégica, compartiendo consejos, experiencias y orientaciones. El foco está más en el desarrollo a medio-largo plazo, la integración cultural y el avance en la carrera profesional.
Ambos procesos se insertan dentro de lo que se denomina aprendizaje colaborativo, que también incluye actividades como el trabajo en equipo, el *feedback* entre compañeros, la participación en comunidades de práctica y el aprendizaje social. Estas formas de aprendizaje son más informales, pero muy efectivas, ya que se producen de manera natural en el entorno laboral y fomentan el intercambio de conocimiento y la mejora continua.
E-learning y Mobile Learning
El e-learning consiste en cursos o programas de formación accesibles desde un ordenador o dispositivo digital, que permiten al usuario avanzar a su ritmo, desde cualquier lugar. Su principal ventaja es la flexibilidad, tanto en horarios como en localización, además de reducir costes logísticos. No obstante, su éxito depende en gran parte del diseño pedagógico y de la motivación del participante. Entre las modalidades más utilizadas destacan los tutoriales, *webinars*, cursos online y especialmente los MOOC (Massive Online Open Courses), que ofrecen acceso abierto, en muchos casos gratuito, y que son impartidos por universidades reconocidas. De los MOOC han derivado otras versiones adaptadas a contextos más específicos, como los SPOC (Small Private Online Courses), dirigidos a grupos reducidos como estudiantes o empleados de una empresa; y los COOC (Corporate Open Online Courses), desarrollados internamente por las organizaciones para su plantilla, a menudo con el apoyo de proveedores externos.
El mobile learning es una variante del *e-learning* que se adapta a dispositivos móviles como *smartphones* o *tablets*. Facilita el acceso al aprendizaje en microformatos (videos breves, lecturas cortas, tests), permitiendo aprovechar tiempos muertos como viajes o esperas. Es ideal para aprendizajes rápidos, informales y repetibles.
El blended learning (aprendizaje combinado) integra lo mejor de ambos mundos: mezcla formación presencial, e-learning, formación en el puesto, coaching y actividades colaborativas. Esta modalidad está ganando protagonismo, ya que permite una experiencia más completa y adaptada a distintos estilos de aprendizaje. Las organizaciones también utilizan plataformas LMS (Learning Management Systems) y guías de recursos que relacionan competencias con métodos de aprendizaje adecuados, favoreciendo la personalización del desarrollo profesional.
Evaluación de la Formación
Introducción
La evaluación de la formación es un tema de gran interés tanto en el ámbito teórico como en el profesional, aunque su aplicación práctica presenta muchas dificultades. La principal complejidad radica en aislar la variable "formación" para establecer relaciones causa-efecto entre esta y los resultados observables en el rendimiento del trabajador o en los resultados del negocio. En la mayoría de los casos, los métodos de evaluación se limitan a medir la satisfacción del participante y el aprendizaje, ya que son los aspectos más fácilmente cuantificables. Demostrar el verdadero impacto de la formación requiere una sofisticación metodológica que, en muchos contextos, resulta inviable por su coste y complejidad.
El Modelo de Kirkpatrick: Cuatro Niveles de Evaluación
El modelo clásico de evaluación de la formación propuesto por Donald Kirkpatrick consta de cuatro niveles. El primer nivel mide la reacción o satisfacción del participante, es decir, cómo se sintió respecto al curso, midiendo el grado de participación de los alumnos; se realiza con cuestionarios y puede ser superficial, por lo que no debe utilizarse como único indicador. El segundo nivel evalúa el aprendizaje adquirido, determina el cumplimiento de los objetivos, mide los conocimientos adquiridos y su incorporación durante la planificación mediante entrevistas o cuestionarios. El tercero observa los cambios en el comportamiento del participante en su puesto de trabajo después de la formación, mediante entrevistas, cuestionarios y observaciones; requiere mayor tiempo (de 3 a 6 semanas). El cuarto nivel analiza el impacto en los resultados del negocio, mide cómo los estudiantes utilizan las mejoras en productividad, calidad, rentabilidad, entre otros, y se evalúa con exámenes o entrevistas.
Cada nivel requiere técnicas distintas y se aplica en momentos diferentes. Mientras los dos primeros se pueden medir inmediatamente después de la formación, los niveles tercero y cuarto requieren seguimiento en el medio o largo plazo, lo cual implica mayor dificultad y compromiso organizativo.
Evolución del Modelo: ROI y Modelo de Phillips
El modelo de Kirkpatrick fue ampliado por Jack Phillips, quien incorporó el cálculo del Retorno sobre la Inversión (ROI) como un quinto nivel. Este nuevo enfoque busca cuantificar los beneficios económicos obtenidos por la formación en relación con los costes invertidos, utilizando la fórmula:(Beneficio – Coste) / Coste x 100%
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Además, Phillips introduce técnicas de aislamiento para identificar cuánto del impacto es atribuible realmente a la formación, diferenciándolo de otras variables externas.
También hace una aportación clave al considerar los beneficios intangibles, como la mejora en el clima laboral, la satisfacción del cliente o el compromiso del empleado, los cuales no siempre pueden traducirse en términos económicos, pero deben reportarse como efectos positivos.
Métricas de Efectividad en Desarrollo Profesional y Formación (DPF)
Desde el enfoque del Balanced Scorecard (Kaplan y Norton), el área de Desarrollo Profesional y Formación ha adoptado métricas e indicadores clave (KPI) para evaluar la efectividad de sus acciones. Algunas de las métricas más utilizadas por los directores de aprendizaje (CLOs) incluyen: el porcentaje del presupuesto formativo ejecutado, la satisfacción de los participantes, el número de horas de formación por empleado, y la asistencia a los cursos.
Existen también indicadores más avanzados como el compromiso del empleado con la formación, el rendimiento de empleados nuevos tras 12 meses, y el nivel de competencias adquiridas. Estos últimos se alinean con los niveles 2, 3 y 4 del modelo de Kirkpatrick, ya que permiten observar resultados concretos en el puesto de trabajo.
Adicionalmente, se valoran indicadores como el coste por acción formativa, coste por participante y coste por hora de formación, que permiten evaluar la eficiencia económica de los programas. También se compara la formación interna vs. externa, destacando ventajas como la especialización del contenido o la socialización entre empresas.
Evaluación de Cambios de Comportamiento y Desempeño
Evaluar el cambio de comportamiento implica observar si el participante aplica lo aprendido en el trabajo. Se pueden usar cuestionarios, observaciones o análisis de desempeño antes y después de la formación. Para validar estos cambios de forma científica, puede usarse un grupo de control que no reciba la formación, comparando resultados con el grupo experimental.
Además, es común medir el desempeño en el sistema de evaluación corporativo, observando cambios en competencias específicas. También se evalúan actitudes, aunque estas son más difíciles de aislar. Para mejorar la transferencia del aprendizaje, se sugiere involucrar a los supervisores como “*coaches*” y preparar el entorno para recibir el cambio.
Medición del Impacto: Más Allá del Individuo
El impacto de la formación puede observarse como una secuencia que inicia con cambios en comportamientos individuales y culmina en mejoras de negocio. Por ejemplo, mejorar el uso de una herramienta puede reducir los errores o aumentar la producción. En este punto, se diferencia entre medidas ‘hard’ (ventas, productividad) y ‘soft’ (satisfacción, clima laboral), ambas necesarias.
Un enfoque más completo, como el modelo de Balanced Scorecard aplicado a formación, propuesto por Gupta (2017), permite vincular la formación con resultados en cuatro dimensiones: aprendizaje y crecimiento, procesos internos, clientes y resultados financieros. Este modelo se estructura en cinco etapas que incluyen identificación de brechas de habilidades, evaluación pre-post, y revisión del impacto con el área de negocio.
Aplicación Práctica y Decisiones Estratégicas
Evaluar correctamente la formación permite no solo demostrar su impacto, sino también tomar decisiones estratégicas. Por ejemplo, comparar el coste de formar internamente frente a contratar talento externo, o medir si un programa contribuye a reducir la rotación o mejorar la retención del talento. Las métricas como la tasa de evaluaciones pendientes, la calidad de las evaluaciones de desempeño o el grado de cumplimiento de los planes de sucesión ayudan a hacer seguimiento y mejorar los sistemas de gestión del talento.
En conclusión, la evaluación de la formación debe ir más allá de medir la satisfacción. Requiere un enfoque sistemático, herramientas analíticas y compromiso por parte de todos los niveles de la organización. Solo así puede demostrarse que la formación es una inversión estratégica y no un gasto prescindible.
Gestión del Cambio en Desarrollo y Formación
La Gestión del Cambio en Proyectos de Desarrollo y Formación
Actualmente, los departamentos de formación enfrentan tres grandes desafíos: medir el impacto real de la formación, reducir costes y digitalizar los métodos de aprendizaje. La velocidad de cambio en las organizaciones obliga a replantear los métodos tradicionales de formación. Se requieren soluciones ágiles, centradas en el rendimiento, que permitan a los empleados aprender en el momento justo y aplicarlo de inmediato. Ya no es viable detener la actividad laboral para asistir a largos programas; por eso se busca aprovechar recursos ya existentes, integrar herramientas como los MOOC, el aprendizaje móvil y experiencias digitales inmersivas como la realidad virtual.
En lugar de enfoques en cascada, se adoptan metodologías ágiles inspiradas en el desarrollo de software. Estas proponen limitar tiempo y presupuesto y adaptar el contenido, trabajar por ciclos de acción-*feedback*, apoyarse en una visión compartida y fomentar culturas de aprendizaje con participación activa, aprendizaje social y colaboración.
El Apoyo al Rendimiento como Complemento a la Formación
El aprendizaje en el trabajo ha ganado protagonismo frente a la formación tradicional. Estudios muestran que los empleados aprenden más por su cuenta o de colegas que de programas formales. En este contexto, el apoyo al rendimiento cobra relevancia: consiste en ofrecer herramientas que permiten al trabajador resolver tareas específicas en su entorno real, en el momento en que lo necesita.
Este soporte se materializa en carteles, guías, listas de comprobación, y más recientemente, en herramientas digitales como los EPSS (sistemas electrónicos de soporte al rendimiento), *chatbots*, realidad aumentada y virtual. También destaca el contenido generado por usuarios (UGC), que permite compartir conocimientos prácticos de forma informal. Este tipo de recursos no sustituyen la formación formal, pero la complementan y fomentan el aprendizaje continuo y contextualizado.
Del Diseño Instruccional al Diseño de la Experiencia
El enfoque clásico del diseño instruccional está siendo reemplazado por el diseño de experiencias de aprendizaje. Se reconoce que no basta con buenos contenidos o plataformas digitales, sino que es esencial cuidar el recorrido emocional del aprendiz, desde el primer contacto hasta la aplicación del conocimiento. Se busca generar compromiso y motivación mediante recursos accesibles, bien diseñados, que conecten con la vivencia del usuario.
Este enfoque adapta conceptos de la experiencia del cliente (*Customer Experience*) y del usuario (UX), dando lugar a la Learner Experience (LX). El proceso incluye empatizar con el aprendiz, diseñar el "viaje" formativo desde su perspectiva, contar una historia (*storytelling*), simplificar el acceso y contar con facilitadores o “embajadores” que apoyen la experiencia.
La Personalización del Aprendizaje
Los nuevos modelos educativos priorizan la personalización frente a la estandarización. Ya no se trata solo de ofrecer cursos iguales para todos, sino de adaptar los contenidos a cada persona, basándose en sus necesidades, conocimientos previos, estilo de aprendizaje y ritmo.
Esto ha dado paso a los LEMS (Learning Experience Management Systems), que sustituyen a los LMS tradicionales. Estos nuevos sistemas permiten acceso flexible, seguimiento del progreso, uso de gamificación, estímulo emocional, interacción social y auto-configuración del entorno de aprendizaje.
Niveles de Personalización:
- Aprendizaje diferenciado: el empleado elige entre opciones predefinidas.
- Aprendizaje personalizado: se le asigna un itinerario según reglas o tests iniciales.
- Aprendizaje adaptativo: el sistema ajusta dinámicamente el contenido según su comportamiento y progreso, utilizando datos y analítica avanzada (LRS).
El Uso de Vídeos en la Formación
El uso de vídeos se ha disparado, no solo por su accesibilidad y bajo coste, sino por su alineación con los hábitos digitales de las nuevas generaciones. Plataformas como YouTube, los MOOC y los COOC han transformado el modo en que se produce y consume contenido formativo. Sin embargo, el reto actual está en la atención limitada de los usuarios, que obliga a crear vídeos breves, con alto impacto visual y narrativo.
La clave no es hacer vídeos cortos, sino generar historias que enganchen emocionalmente, usando técnicas de *storytelling*. Se recomienda que los vídeos tengan una estructura clara: atracción inicial, desarrollo con desafíos y cierre con recompensas o aprendizajes. El vídeo se debe integrar dentro de una estrategia formativa más amplia, promoviendo la práctica y la interacción con el contenido.
La Transición a la Clase Virtual
La clase virtual se ha convertido en una herramienta clave por su eficiencia en costes, accesibilidad y flexibilidad. Permite interacciones síncronas desde cualquier lugar, manteniendo elementos sociales del aprendizaje. Sin embargo, también presenta retos: menor contacto visual, distracciones, y dificultades para fomentar dinámicas de grupo.
Para hacer las clases virtuales más efectivas se utilizan herramientas como chats, pizarras colaborativas, encuestas, vídeos, y salas de trabajo en grupo (*breakout rooms*). Se enfatiza también el modelo de clase invertida (*flipped classroom*), que traslada la teoría fuera del aula (por medio de vídeos o lecturas previas) para dedicar el tiempo sincrónico a actividades prácticas, debates y resolución de casos. Este modelo se apoya en cuatro pilares: entorno flexible, cultura de aprendizaje activa, contenido intencional y educadores profesionales.
Transformación del Desarrollo Profesional y la Formación
Cambios en el Desarrollo Profesional y la Formación
El desarrollo profesional está experimentando un profundo cambio de paradigma. Anteriormente, las empresas centralizaban la planificación y ejecución de la formación. Ahora, la responsabilidad se transfiere al empleado, quien debe tomar la iniciativa en su aprendizaje. Este nuevo enfoque propone que la formación tradicional en aula pierda peso frente al aprendizaje basado en la experiencia, en el puesto de trabajo y con otros. El modelo 70-20-10 resume esta lógica: el 70% del aprendizaje se produce en la práctica diaria, el 20% a través de la interacción social y solo el 10% mediante formación estructurada. Se valora el aprendizaje que se traduce en resultados concretos en el desempeño, no simplemente en la participación en cursos. Además, se fomenta el aprendizaje en grupos y comunidades profesionales, generando sinergias de mejora continua y colaboración.
Centralidad del Aprendizaje en el Individuo
Se refuerza la idea de que el aprendizaje debe centrarse en el alumno o empleado, no en el formador o en la estructura organizativa. Este principio, compartido con el Espacio Europeo de Educación Superior, implica una inversión de roles: el protagonista del desarrollo profesional es quien aprende, que debe implicarse activamente en el proceso. Se promueve el uso de metodologías de aprendizaje activo, como la resolución de casos, el trabajo por proyectos, el *feedback* constante y la reflexión sobre la práctica. El aprendizaje es así una responsabilidad personal que requiere esfuerzo, interés y compromiso. El entorno también debe facilitar este tipo de aprendizaje, pero no puede sustituir la implicación del propio trabajador.
Roles en el Desarrollo Profesional y la Formación (DPF)
Los roles en el desarrollo profesional y la formación se redistribuyen. El modelo clásico, donde la empresa garantizaba formación y empleo a cambio de lealtad, ha quedado obsoleto. Hoy se espera que el empleado tome las riendas de su aprendizaje, evaluando sus competencias actuales y necesidades futuras, tanto a nivel interno como en el mercado. El supervisor tiene la función de apoyar este proceso, aportando información realista y orientando el desarrollo hacia objetivos organizativos. La organización, por su parte, deja de ofrecer empleo vitalicio para ofrecer empleabilidad: la capacidad de actualizarse y mejorar continuamente para afrontar nuevos retos, dentro o fuera de la empresa. Esta corresponsabilidad entre empleado, jefe y organización genera un modelo más dinámico y eficaz.
Formación Obligatoria vs. Voluntaria
En el nuevo enfoque, se recomienda evitar imponer la formación. Solo debe ser obligatoria en situaciones de transición, como la incorporación a la empresa, la adopción de nuevas herramientas o el acceso a puestos con más responsabilidad. En la mayoría de los casos, el desarrollo debe ser voluntario, fruto de acuerdos entre el empleado y su superior. Cuando el trabajador identifica su necesidad de aprendizaje, el compromiso y la utilidad del proceso aumentan exponencialmente. La frase “*el desarrollo es una puerta que solo se abre desde dentro*” ilustra que la formación forzada rara vez tiene impacto si no es percibida como necesaria por quien la recibe.
Aprendizaje vs. Formación: Distinciones Clave
La distinción entre aprendizaje y formación es clave. La formación se relaciona con cursos estructurados, normalmente organizados desde la dirección, y orientados a cubrir carencias. El aprendizaje, en cambio, es más amplio: incluye cualquier experiencia que contribuya al desarrollo y puede partir del interés del trabajador. En el paradigma actual, se valora más el aprendizaje autogestionado, adaptado al estilo del aprendiz, y que se integra con la actividad profesional. Se destacan ventajas como la flexibilidad, la reducción de costes, el uso de tecnologías digitales y la posibilidad de compatibilizarlo con las exigencias del trabajo. Este enfoque también mejora la transferencia de lo aprendido al puesto, porque el trabajador está genuinamente implicado en el proceso.
Desarrollo, Formación y Gestión del Talento: Conceptos Interconectados
Los conceptos de formación, desarrollo y gestión del talento suelen solaparse, pero tienen matices diferenciadores. La formación es una herramienta; el desarrollo es un proceso continuo; y la gestión del talento es una visión estratégica que integra múltiples procesos: desde la detección del potencial hasta la planificación de carreras. El talento, según el modelo de Pilar Jericó, surge cuando coinciden capacidad, motivación y oportunidad. Esta definición permite clasificar a los trabajadores y aplicar estrategias adaptadas a su perfil: alto potencial, talento desmotivado, o personas con buenas intenciones pero sin formación suficiente. En este sentido, la gestión del talento se convierte en un proceso integral que abarca no solo la capacitación, sino también el clima laboral, el liderazgo, el entorno y las oportunidades de aprendizaje.
Modelos de Competencias para la Formación y el Desarrollo
El modelo de gestión por competencias permite integrar y alinear todos los procesos de Recursos Humanos. Una competencia se define como un conjunto de conocimientos, habilidades y actitudes que permiten un desempeño superior en el puesto de trabajo. Este enfoque exige construir un inventario propio de competencias adaptado a la realidad de la empresa, con definiciones claras y niveles observables de comportamiento. A partir de este inventario se diseñan perfiles competenciales tanto de puestos como de personas, lo cual permite detectar brechas y definir acciones de mejora, ya sea en formación, desarrollo o promoción. El modelo permite también alinear la selección, la evaluación del desempeño, la formación, la planificación de carrera y la retribución bajo un mismo marco conceptual, generando coherencia, objetividad y eficacia en la gestión del capital humano.