Estilos Educativos Parentales y Trastornos de Conducta en la Infancia
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ESTUDIO SOBRE LOS ESTILOS EDUCATIVOS PARENTALES Y SU RELACIÓN CON LOS TRASTORNOS DE CONDUCTA EN LA INFANCIA
A. INFLUENCIA DEL ESTILO DE CRIANZA PARENTAL SOBRE LAS CONDUCTAS CARACTERÍSTICAS DEL TRASTORNO DISOCIAL
Tanto los trabajos de Baumrind (1967) como los de Maccoby y Martin (1983), han servido de inspiración para otros muchos trabajos posteriores que han tratado de describir la relación entre los estilos parentales y la emergencia de determinados patrones de conducta desviados en los hijos, como es el caso de la agresividad, la violación de las normas y diversos problemas de tipo externalizante que la mayoría de los autores han agrupado bajo la etiqueta de Trastorno Disocial. En un estudio reciente se llevó a cabo una medición de los problemas de conducta en 1818 adolescentes escolarizados basándose en varias variables como el consumo de alcohol, tabaco y cannabis, la actitud hacia las drogas e intención de consumirlas, las faltas a clase, agresiones, pequeños hurtos, conductas contra las normas y actos vandálicos. Por otro lado, se midió el estilo educativo de sus padres y madres en sus tres dimensiones: autoritario, permisivo y autoritativo. Los resultados mostraron que el estilo democrático estaba negativamente relacionado con todos los problemas descritos, mientras que el estilo permisivo se relacionaba positivamente con los mismos. El estilo autoritario ejercía un papel intermedio entre los dos anteriores. De este estudio se concluye que el estilo autoritativo está relacionado con bajas tasas de problemas de conducta, mientras que el permisivo está relacionado con una mayor prevalencia de los mismos.
La interacción entre los estilos educativos y prácticas de crianza ha dado lugar a que, en el estudio de la relación entre los estilos parentales y los elementos más característicos del Trastorno Disocial, se hayan contemplado una gran cantidad de elementos de la crianza, como los que a continuación se describen:
1. El afecto y la comunicación
El afecto, entendido como capacidad de respuesta de los padres hacia el comportamiento del niño (responsiveness) en el caso de los problemas de conducta, el afecto juega un papel importante en su aparición y mantenimiento. En general, la carencia de afecto está relacionada con otros factores externos a la relación padres hijo como pueden ser el estrés, los recursos o el apoyo social (Wandewater y Lansford, 2005) y se relaciona tanto con la conducta agresiva como con otros tipos de conductas disociales como la delincuencia (Ramírez Castillo, 2002). No obstante, en otras ocasiones se han obtenido resultados que se han mostrado incongruentes con esta hipótesis, de modo que el afecto o responsividad por parte de los padres podría ejercer como factor de riesgo para los problemas de conducta en determinadas ocasiones y en determinadas edades como la etapa preescolar. Estudios explicaban esta relación aludiendo a los distintos matices que presenta el afecto cuando los hijos son pequeños, etapa en la que el afecto, el control psicológico y la dependencia emocional están estrechamente relacionados.
Una manifestación clara de los problemas de conducta propios del Trastorno Disocial, sobre todo en la etapa de la adolescencia, es la que se basa en aspectos como la tendencia a la delincuencia, contemplando conductas como el hurto, los actos vandálicos, el contacto con sustancias ilegales, etc. Algunos trabajos empíricos también han señalado al afecto parental como una posible variable moduladora de estos problemas. Por otro lado, el afecto juega un papel importantísimo en el proceso descrito por la Teoría de la Coerción de Patterson (1982, 2002), ya que la carencia de afecto y la hostilidad por parte de los padres genera y mantiene conductas problemáticas en los niños y adolescentes. Respecto a la comunicación como uno de los aspectos más importantes contemplados dentro del constructo “responsiveness”, son numerosos los datos ofrecidos por distintos investigadores que relacionan la falta de comunicación con los problemas de conducta. En otras ocasiones han sido aspectos inherentes a la comunicación como el respeto mutuo o la franqueza los que han sido relacionados con los problemas de conducta. Un estudio relacionó los problemas de conducta con una variable denominada comunicación familiar, obteniendo coeficientes de correlación negativos entre esta variable y distintos problemas de conducta como el consumo de drogas, las faltas a clase, agresiones, hurtos, actos vandálicos y violación de normas. En definitiva, el afecto y la comunicación juegan un papel muy importante en la modulación de las conductas propias de Trastorno Disocial, sobre todo en la infancia media y la adolescencia, donde una combinación de estas variables con cierto control por parte de los padres genera un mayor ajuste en los hijos.
2. La implicación y la negligencia
La implicación y la negligencia son dos formas opuestas de describir el grado en que los padres se ocupan de las tareas de crianza. Al igual que ocurre con la hiperactividad, altos niveles de implicación en la crianza por parte de los padres implica una combinación de afecto, de vigilancia, de comunicación, de apoyo, etc., que se relaciona con una menor prevalencia de problemas de conducta en los niños o una menor severidad de los mismos y de otras problemáticas asociadas. Cuando los problemas de conducta aparecen como un trastorno comórbido al TDAH, la implicación de los padres también resulta un elemento determinante, de modo que, en niños igualmente diagnosticados de TDAH, la implicación de los padres se ha visto como un factor protector de los problemas de conducta (Pfiffner et al., 2005).
Por otro lado, otra de las variantes del amplio concepto de problemas de conducta es el consumo de sustancias en la adolescencia, también en este caso la falta de afecto e implicación y la negligencia por parte de los padres se ha descrito como un claro factor de riesgo. Los estudios que han contemplado la negligencia la han situado como un factor de riesgo, directamente relacionada con la conducta antisocial (p. e. Knutson et al., 2004; Prinzie et al., 2004). No obstante, otros estudios avalan la teoría de que estas conductas están más motivadas por la comisión de determinadas prácticas basadas en la hostilidad y reactividad paterna que por la omisión de las tareas propias de la crianza (p. e. Miller-Lewis et al., 2006).
3. La supervisión y la autonomía
La falta de supervisión o la supervisión negligente forma parte de diversos constructos globales dentro del estilo parental, que han sido relacionados con las conductas propias de Trastorno Disocial. Entre estos constructos figuran el control parental, compuesto por la inconsistencia, el control psicológico y la supervisión (Buehler, 2006) o el estilo parental deficiente, compuesto por la supervisión, el cuidado negligente y la disciplina punitiva (Knutson et al., 2004).
En otras ocasiones, la supervisión se identifica con la dimensión “control” descrita por Maccoby y Martin (1983), de manera que la supervisión puede tener efectos positivos cuando se combina con una alta aceptación e implicación mientras que en otras ocasiones puede ejercer una influencia negativa cuando se combina con bajos niveles de estas variables (Adalbjarnardotir y Hafsteinsson, 2001).
Otros estudios han tratado la supervisión de manera independiente y han descrito su relación con los problemas de conducta, tanto por separado como a través de su inclusión en un modelo. En este sentido, un estudio llevado a cabo por Vazsonyi (2004), elaboró un modelo predictor del 37% de la varianza para los problemas de conducta, compuesto por variables como la sobreprotección, el apoyo o la supervisión.
En un estudio longitudinal donde se analizó el efecto de distintos tipos de supervisión sobre problemas de agresión y delincuencia, se describió como los niños que estaban altamente supervisados experimentaron un decremento en estos problemas entre los 11 y los 13 años, mientras que los niños que estaban poco supervisados experimentaron un incremento en los mismos (Beyers et al., 2003).
Por lo tanto, se puede decir que existe un elevado grado de acuerdo sobre el papel protector de la supervisión respecto a la conducta disocial. No obstante, un elevado grado de supervisión puede entrar en contradicción con la necesidad de autonomía por parte del niño para favorecer su paulatina adaptación al entorno social.
Anteriormente, se ha planteado que la autonomía es positiva para el desarrollo del niño cuando no se convierte en abandono y negligencia. En el caso de los problemas de conducta, se mantiene esta relación, de modo que cierta autonomía en la toma de decisiones fomenta la responsabilidad y está relacionada con una menor problemática en el comportamiento del niño y del adolescente.
En un estudio llevado a cabo por Bynum y Kotchick (2006), donde se analizó la calidad de la relación madre-adolescente y la autonomía como predictor del ajuste psicológico en adolescentes afroamericanos, se concluyó que una relación positiva junto con una gran autonomía estaba asociada con un elevado autoconcepto, menos síntomas depresivos y menos problemas de delincuencia. La influencia sobre el bajo nivel de delincuencia era aún mayor en chicas y en los adolescentes más jóvenes.
4. Estilo positivo
El estilo parental positivo es definido como el modo en que los padres refuerzan contingentemente las conductas adecuadas de sus hijos, (Shelton et al. (1996), cabría esperar que una mala práctica en este sentido podría extinguir las conductas adecuadas por un lado o reforzar las conductas disruptivas por otro. Esta práctica negligente ha sido relacionada con los problemas de conducta, observándose una mayor problemática en el caso de las relaciones entre madres e hijos y en las familias de bajo estatus socioeconómico (McCoy et al., 1999). Otra práctica de riesgo incluida por Kazdin y Rogers (1985) dentro de lo que denominaron estilo parental inadecuado “inept parenting” es el refuerzo negativo de las conductas desviadas, representado por acciones como devolver un privilegio previamente retirado ante los lloros del niño. La relación directa entre esta práctica y los problemas de conducta ha sido descrita en estudios como el llevado a cabo por Perepletchikova y Kazdin (2004).
5. La sobreprotección
La sobreprotección hace referencia a un estilo parental intrusivo y excesivamente directivo sobre el comportamiento del niño (Furman y Giberson, 1995). Se ha observado que un estilo educativo caracterizado por una sobreprotección excesiva, sobre todo por parte de la madre, está relacionado con un mayor nivel de delincuencia en la adolescencia, ligado a la inmadurez y escaso conocimiento de los límites de la conducta adaptada (Heaven et al., 2004). Además, los efectos perniciosos de la sobreprotección se pueden ver potenciados por la interacción con otras características del estilo parental como pueden ser el bajo apoyo y supervisión.
6. La presión hacia el logro
La presión hacia el logro hace referencia a la presión que los padres ejercen sobre su hijo para que este obtenga buenos resultados académicos o sociales. Esta presión se traduce también en preocupación por las amistades que el adolescente frecuenta y el continuo énfasis en que el hijo oriente sus acciones hacia el éxito, la competitividad y el triunfo (Herrero et al., 1991). Los pocos estudios que han tratado esta variable en relación con la conducta disocial, han arrojado resultados un tanto contradictorios ya que, si bien Pons y Berjano (1997) indicaban cierta relación entre la presión hacia el logro y el consumo de alcohol, Ramírez Castillo (2002) no encontró relación significativa entre esta variable y dos componentes del Trastorno Disocial como la agresión y la conducta delictiva.
7. La disciplina
Al tratar la relación entre la disciplina y los problemas de conducta, nuevamente surge una doble vertiente, dado que la disciplina, cuando se combina con un elevado nivel de afecto, apoyo y compromiso por parte de los padres supone un factor de protección respecto a estos problemas, tanto en chicos pertenecientes a la población general (Tur et al., 2004b), como en chicos con algún tipo de diagnóstico asociado como el TDAH.
El estudio de Pfiffner y sus colaboradores llevó a cabo una medición de ambos tipos de disciplina, dentro de unos constructos más globales. Por un lado, se contempló un constructo denominado “implicación positiva” compuesto por variables como la implicación, el afecto y la disciplina positiva o afectuosa. Por otro lado se elaboró otro constructo denominado “disciplina negativa e inefectiva”, que incluía variables como la inconsistencia, el castigo, la pérdida de privilegios o la imposición. Como se ha indicado anteriormente, los padres y madres de los niños con TDAH que presentaban problemas de conducta asociados presentaban puntuaciones más bajas en implicación positiva y más altas en disciplina negativa e inefectiva que aquellos progenitores cuyos hijos sólo presentaban el diagnóstico de TDAH. Otros muchos estudios realizados con poblaciones de distintas edades han destacado la influencia de la disciplina punitiva e inconsistente sobre la mayor prevalencia de los problemas de conducta. Muchos de estos estudios han relacionado a su vez este tipo de disciplina con un estatus socioeconómico bajo.
En definitiva, este segundo tipo de disciplina a la que hemos llamado punitiva e inconsistente, presenta un componente importante como es el castigo, cuyo efecto sobre los problemas de conducta se describe a continuación.
8. El castigo
El castigo supone una manera de sancionar las conductas inadecuadas de los hijos que se encuadra dentro de un estilo disciplinario coercitivo por parte de los padres. Dada su connotación negativa, la mayoría de los autores coinciden en identificar al castigo, tanto físico como no físico como un factor de riesgo frente a los problemas de conducta en los hijos, no sólo de un modo independiente, sino integrado en otros constructos más amplios relativos a un estilo parental reactivo e inefectivo. Esta relación también ha sido demostrada para otras variantes de la conducta problemática como es el consumo de alcohol (Pons y Berjano, 1997).
No obstante, la relación entre un uso del castigo y la conducta disocial puede presentar algunas variaciones. En este sentido, el estudio desarrollado por Heaven et al. (2004) con chicos de 15 y 16 años, describió una relación directa entre el castigo físico por parte de los padres y las conductas problemáticas en los chicos, aunque esta relación no se daba en las chicas, donde ocurría lo contrario.
9. El control de conducta
El control de conducta por parte de los padres también es una variable frecuentemente relacionada con la conducta disocial en los chicos. No obstante, al igual que ocurre con la autonomía, existe un control de conducta que favorece la estimulación intelectual, consistente en mostrar al niño que nunca se permitirá la desobediencia y que un comportamiento inadecuado tendrá consecuencias claras. Este término es bastante cercano al de disciplina, referido anteriormente, en el sentido en que, desde una perspectiva positiva, dentro de un ambiente afectuoso y estable, el control de conducta actúa como factor protector frente a los problemas de conducta (Aunola y Nurmi, 2005).
Por otro lado, en un ambiente familiar estricto y carente de afecto, el control de la conducta juega un papel muy diferente, llegando a relacionarse con tasas altas de problemas de conducta como la delincuencia o la agresividad (Ramírez Castillo, 2002).
10. La reactividad excesiva
La reactividad excesiva ha sido definida como un comportamiento irritable y mezquino por parte de los padres hacia el hijo. Esta característica parental ha sido relacionada con numerosos problemas asociados a la hiperactividad como los problemas de conducta (Goldstein et al., 2007). En otras ocasiones ha servido como predictor de los problemas de conducta, unida a determinadas características del temperamento del niño como la inflexibilidad o la falta de persistencia (Miller-Lewis et al., 2006). Por otro lado, una de las características de la reactividad excesiva, que incrementa su poder predictivo respecto a los problemas de comportamiento es su relación con otras variables del estilo parental que a su vez están relacionadas con los problemas de conducta, como la negligencia, la coerción o la falta de benevolencia.
11. El control psicológico
Numerosos estudios han tratado de describir la influencia del control psicológico sobre la conducta disocial. En general, se puede extraer la conclusión de que esta variable está relacionada con un alto riesgo de presentar problemas de conducta en los niños, aunque esta relación puede darse de diversas maneras. Por un lado se puede hablar de una relación directa entre el control psicológico y los problemas de conducta, basada en la manipulación y el chantaje emocional ejercido por parte de los padres (Finkenauer et al., 2005).
Por otro lado se puede contemplar el control psicológico como parte de un constructo superior que incluye otros aspectos como la supervisión o la inconsistencia (Buehler, 2006), o como elemento modulador de otros aspectos del estilo parental como el afecto o el control de conducta, que presentan peores pronóstico en cuanto a su papel protector de los problemas de conducta cuando se combinan con un elevado control psicológico.
12. Apoyo
El estudio de la relación entre el apoyo y los problemas de conducta, al igual que ocurre con la hiperactividad, ofrece una doble vertiente ya que, por un lado, la falta de apoyo por parte de los padres hacia los hijos está relacionada con cierta carencia de afecto, autonomía e implicación con la crianza, lo que supone un factor de riesgo para el desarrollo de problemas de conducta (Miller-Lewis et al., 2006; Pons y Berjano, 1997; Tur et al., 2004b). Por otro lado, la percepción de un bajo apoyo social proveniente del entorno cercano como la comunidad, los amigos o la familia fomenta el estrés en la crianza, dando lugar a una mayor conflictividad y falta de afecto, que generan una situación de riesgo para el desarrollo de problemas de conducta.
OTRAS VARIABLES RELACIONADAS CON LAS CONDUCTAS CARACTERÍSTICAS DEL TRASTORNO DISOCIAL
1. El estatus socioeconómico
El estatus socioeconómico es medido en la mayoría de los casos atendiendo a aspectos como el nivel de ingresos, el tipo de ocupación o el nivel de estudios de los padres. No obstante, algunos estudios que han tratado la relación entre el nivel socioeconómico y los problemas de conducta han considerado distintos factores como la pobreza crónica, la etnia, la situación de desempleo o la calidad de las redes sociales. En algunos casos, la relación entre el estatus socioeconómico y los problemas de conducta se ha tratado de describir mediante la relación directa entre las variables propias del estatus socioeconómico y las propias de los problemas de conducta, habiendo encontrando relación en algunos casos, aunque en otros casos no se ha obtenido una relación significativa entre indicadores del estatus socioeconómico como el nivel de ingresos y los problemas de conducta (Bynum y Kotchick, 2006).
La mayoría de los estudios que han tratado de estudiar la influencia del estatus socioeconómico sobre los problemas de conducta han llegado a la conclusión de que esta relación suele estar mediada por distintos aspectos del estilo parental. De hecho, cuando hemos hablado de algunos factores del estilo parental y su relación con los problemas de conducta, se ha comentado en varios casos que la mayor o menor influencia de las mismas depende en muchos casos del bagaje social y cultural de los progenitores. Entre los modelos obtenidos empíricamente que dan al estilo parental un papel mediador entre el estatus socioeconómico y los problemas de conducta está el propuesto por Vandewater y Lansford (2005), según el cual los recursos económicos se relacionan con aspectos como el estrés en la crianza de la madre, y éste a su vez se relaciona con la falta de afecto y la conflictividad que determinan los problemas de conducta. Otros modelos centran su atención en la interacción entre el estatus socioeconómico y la etnia, que se relacionan con otros elementos determinantes de los problemas de conducta en los hijos como la depresión materna (Pachter et al., 2006) o las prácticas parentales poco eficientes.
En resumen, se puede decir que el estatus socioeconómico influye en los problemas de conducta de los hijos tanto de manera directa como a través de su influencia en el estilo de crianza de sus padres.
2. El conflicto familiar
Cuando se habla de conflicto familiar se habla de desavenencias en la pareja, que pueden deberse a factores externos a la relación entre padres e hijos o pueden estar directamente relacionadas con las tareas de crianza de los hijos. En otras ocasiones, los problemas se sitúan en la relación entre los padres y los hijos, dando lugar también en este caso a la emergencia de conflictos en el ámbito familiar. Tanto unos como otros están relacionados con los problemas de conducta en los hijos. En un estudio llevado a cabo por Webster-Stratton y Hammond (1999), se contempló una variable denominada “manejo negativo de los conflictos maritales”, compuesta por elementos como la comunicación negativa, la falta de colaboración en la crianza o el afecto negativo en la pareja. Esta variable estaba altamente relacionada con los problemas de conducta del niño. En este mismo estudio se elaboró un modelo predictor de los problemas de conducta según el cual el manejo negativo de los conflictos maritales junto con la incapacidad para la crianza predecían un estilo parental crítico y poco afectuoso y, todas en conjunto, predecían los problemas de conducta. En cuanto a la relación entre padres e hijos como fuente de conflicto, el estudio desarrollado por Bynum y Kotchick (2006) con adolescentes afroamericanos elaboró un modelo predictor de la conducta delincuente, según el cual los chicos varones de mayor edad que presentaban una relación más problemática con sus padres eran los que presentaban también más problemas de conducta.
En el caso de los problemas de conducta, quizás cobre una especial fuerza como variable moduladora el estatus socioeconómico, en el sentido en que muchos estudios que han analizado la influencia de determinadas características del estilo de crianza de los padres han señalado diferencias en el efecto de estas características en función del estatus socioeconómico.
En definitiva, se puede decir que la gran mayoría de los estudios revisados coinciden en identificar una serie de variables que, en su conjunto, determinan un estilo de crianza determinado tanto en los padres como en las madres, que va a influir en mayor o menor medida sobre la exteriorización de problemas como la agresividad, la hiperactividad o los problemas de conducta por parte de los hijos.
Dentro de las principales manifestaciones del Trastorno Disocial, uno de los aspectos más relevantes y que quizás cobre una identidad propia por sí sólo es la agresividad. De hecho, existen multitud de estudios que han tratado su relación con los estilos parentales de manera independiente, considerándola un elemento crucial en el adecuado desarrollo psicosocial del niño y del adolescente.
B. INFLUENCIA DEL ESTILO DE CRIANZA PARENTAL SOBRE LA HIPERACTIVIDAD
Los estilos educativos y las prácticas de crianza relacionadas con los mismos que son empleadas por los padres están fuertemente relacionadas con determinados problemas en el desarrollo del niño. La hiperactividad, junto con la agresividad y los problemas de conducta son tres de las principales manifestaciones de la exteriorización de problemas. Un ejemplo actual de la vigencia de estas teorías es el estudio llevado a cabo por Lange et al. (2005), donde se comparó un grupo de chicos diagnosticados con TDAH con un grupo de chicos sin este diagnóstico, junto con sus respectivos padres y madres. Como principal resultado, los chicos con TDAH obtuvieron puntuaciones significativamente mayores en estilo parental autoritario. Otros muchos estudios apoyan la existencia de cierta relación entre la hiperactividad y distintas características, creencias, estilos educativos y pautas de crianza de los padres. Por lo tanto, a continuación se describen las principales variables estudiadas como factores de riesgo para el TDAH en general y la hiperactividad en particular.
1. El afecto y comunicación
El afecto es el elemento modulador que puede hacer que determinadas prácticas disciplinarias se conviertan en aversivas cuando se combinan con un bajo nivel de afecto y adecuadas cuando el nivel de afecto es alto (Maccoby y Martin, 1983). Por lo tanto, el pronóstico de los niños hiperactivos, cuyos padres necesitan aplicar un estilo disciplinario consistente, dependerá en buena medida del grado de afecto y la calidad de la comunicación que se dé en las relaciones familiares. Uno de los aspectos que suelen presentar problemas en los chicos con hiperactividad es la calidad de la relación con los iguales, que suele estar deteriorada por las conductas inadecuadas del chico hiperactivo. No obstante, estas relaciones son mejores cuando los padres del chico con hiperactividad muestran un estilo caracterizado por variables como el afecto o el afecto combinado con disciplina (Gerdes, Hoza y Pelham, 2003; Hurt, Hoza y Pelham, 2007).
Por otro lado, teniendo en cuenta que, según Maccoby y Martin (1983), el afecto no sólo es concebido como cariño, sino que hace referencia a la capacidad de respuesta de los padres hacia el comportamiento del niño (responsiveness), son muchos los matices que pueden ser contemplados al estudiarlo. Johnston, Murray, Hinshaw, Pelham y Hoza (2002) plantearon una escala de observación del afecto compuesta por seis categorías que eran: estilo de control autoritario, sensitividad, capacidad de respuesta, tono positivo y afectivo, aceptación e implicación. En un estudio llevado a cabo por Seipp y Johnston (2005), donde se empleó esta escala para observar las diferencias entre un grupo de chicos entre 7 y 9 años con TDAH y Trastorno Oposicionista Desafiante y otro grupo sin estos diagnósticos, las madres del grupo clínico mostraron un nivel de afecto significativamente inferior al de las madres del grupo de control. Por lo tanto, el afecto y comunicación están relacionados tanto con la hiperactividad como con la severidad de los problemas asociados a la misma.
2. La implicación y la negligencia
El término negligencia es la traducción más aceptada del término sajón laxness, mientras que la implicación o el compromiso son las traducciones más utilizadas para referirse al término involvement. La negligencia, como contrapartida de la implicación en la crianza ha sido frecuentemente definida como una serie de conductas tanto por omisión como por comisión, que resultan dañinas y exponen al niño a influencias perniciosas. Por lo tanto, se percibe como una serie de circunstancias en que una inacción e inatención deliberada por parte de los padres tiene como consecuencia un daño para los niños o un déficit en la estimulación necesaria para un correcto desarrollo físico, intelectual o emocional (Knutson, DeGarmo y Reid, 2004). La relación entre la implicación y la negligencia con la hiperactividad ha sido estudiada en numerosas ocasiones, en distintos lugares del mundo, por lo que existe una buena muestra de estudios que dan cuenta de esta relación.
En cuanto a la implicación, varios estudios han descrito un menor nivel de la misma en los padres con hijos diagnosticados con TDAH (p. e. Daley et al., 2003), o han observado un peor pronóstico en chicos con este diagnóstico cuando sus padres se mostraban poco implicados con las tareas de crianza y educación. Los estudios de Pfiffner y colaboradores trataban de encontrar variables familiares que estuvieran relacionadas con determinados problemas comórbidos con el TDAH, como el Trastorno Oposicionista Desafiante, el Trastorno Disocial o el Trastorno de Ansiedad, en una muestra de niños con este diagnóstico. Junto con otras variables como la disciplina negativa e ineficiente, la falta de implicación resultó ser una variable determinante en la predicción de los trastornos de conducta disruptiva mencionados, aunque no resultó determinante en la predicción de la ansiedad. En cuanto a la negligencia, como contrapartida de la implicación de los padres, la mayoría de los estudios que han tratado de describir la relación entre esta variable y la hiperactividad se han basado en la operacionalización de la misma establecida por la Parenting Scale (Arnold et al., 1993), que la define como el modo en que un padre fracasa en hacer cumplir las reglas o proporciona consecuencias positivas a las conductas inadecuadas del hijo.
Estos estudios coinciden en identificar la negligencia como un factor de riesgo muy importante. En este sentido, el estudio llevado a cabo por Keown y Woodward (2002) concluyó que los padres de chicos hiperactivos mostraban una mayor tendencia a manifestar un estilo de crianza negligente y excesivamente reactivo, obteniendo puntuaciones medias significativamente superiores en estas variables que los padres de otro grupo de chicos no hiperactivos. Otro estudio similar llevado a cabo por Goldstein, Harvey y Friedman-Weieneth (2007) ha obtenido unos resultados similares. En este caso se comparaban niños con hiperactividad, niños con hiperactividad y oposicionismo desafiante y niños sin ninguno de estos problemas. Los dos primeros grupos obtuvieron resultados parecidos aunque significativamente peores que el grupo sin problemas, cuyos padres presentaban un estilo de crianza menos negligente. Parece ser que la negligencia por parte de los padres presenta efectos bastante importantes sobre problemas como la hiperactividad. No obstante, Bor, Sanders y Markie-Dadds (2002) observaron que el grado de negligencia disminuye con la intervención familiar conductual, disminuyendo también en consecuencia los problemas de comportamiento relacionados con la hiperactividad. Por otro lado, Banks, Ninowsky, Mash y Semple (2008) han obtenido recientemente datos que muestran un estilo más negligente y excesivamente reactivo en madres hiperactivas que en madres sin este problema, lo que da buena cuenta de cierto proceso de transmisión familiar, tanto de la hiperactividad como de las variables relacionadas con la misma.
3. La supervisión
La falta de supervisión es un aspecto del estilo de crianza de los padres bastante relacionado con la negligencia, aunque esta variable hace más hincapié en la falta de vigilancia y atención sobre la conducta del niño. Numerosos autores han descrito cierta relación entre la falta de supervisión y la hiperactividad.
Los estudios de Pfiffner y sus colaboradores, que ya han sido descritos brevemente cuando se ha hablado de la implicación y su relación con la hiperactividad, también ha demostrado la influencia de la falta de supervisión sobre los niveles de ansiedad y conductas disruptivas en los hijos. En estos estudios, la falta de supervisión era medida, junto con otras variables, por medio del Alabama Parenting Questionnaire (Shelton et al. (1996).
4. La autoeficacia y la competencia
Las observaciones clínicas indican que algunos padres llegan a un estado de desesperanza aprendida como resultado de una larga serie de intentos de controlar el comportamiento de sus hijos (Barkley, 1990). Muchos de estos padres con hijos diagnosticados de TDAH comunican a los terapeutas que se sienten como completos fracasados en sus tareas de paternidad (McCleary y Ridley, 1999).
En el ámbito empírico, la autoeficacia y la competencia de los padres ha sido relacionada con otras variables que a su vez influyen en la hiperactividad o en algunos de los problemas que la acompañan. Así, los padres poco eficaces se muestran al mismo tiempo negligentes, reactivos, estresados y con bajo autoconcepto y muestran en general unas prácticas parentales menos efectivas (McLaughlin y Harrison (2006).
En cuanto a la relación directa entre la autoeficacia y la hiperactividad, ésta ha sido estudiada por Cunningham y Boyle (2002), donde se comparó el sentido de competencia de los padres de niños con TDAH, con Trastorno de Oposicionismo Desafiante, con ambos diagnósticos y un grupo control que no presentaba ningún diagnóstico. El grupo control obtuvo las mayores puntuaciones en sentido de competencia, mientras que el grupo que combinaba ambos diagnósticos obtuvo las peores puntuaciones.
5. Estilo Positivo
El estilo parental positivo hace referencia a la manera en que los padres refuerzan las conductas adecuadas en sus hijos, manifestadas mediante respuestas contingentes como premiar su obediencia, manifestarle que está haciendo algo bien o felicitarle ante algún logro. Esta práctica parental supone un factor protector cuando se da con frecuencia mientras que su carencia se relaciona con una mayor impulsividad e hiperactividad en los hijos.
6. La sobreprotección
La sobreprotección entendida como un estilo parental intrusivo y excesivamente directivo sobre el comportamiento del niño (Furman y Giberson, 1995). Este estilo excesivamente controlador y protector, además de fomentar una mayor inmadurez y reactividad en el niño, está relacionado con diversos problemas inherentes a la hiperactividad como la ansiedad, las malas relaciones con los iguales o las conductas disruptivas.
7. Disciplina
.
Los padres de niños hiperactivos suelen emplear un estilo disciplinario más
autoritario e impositivo que los padres de niños que no presentan esta problemática(Ruskin y Wiener, 2001). Además, los estudios basados en la observación de la interacción entre padres e hijos han mostrado que los estilos disciplinarios tienden a ser más severos y autoritarios cuando los niños hiperactivos muestran además problemas de conducta asociados (Johnston y Mash, 2001).
*La disciplina afectuosa abarca variables como la aprobación hacia el niño, sincronía, control compartido, sensibilidad y un modo de control no coercitivo ni autoritario. Estas dimensiones parentales son particularmente relevantes en los niños hiperactivos, pues la impulsividad, desorganización y pobre autorregulación dificulta la adaptación del comportamiento de los padres, necesario para favorecer la adaptación y desarrollo de habilidades de autorregulación en los hijos.
En cuanto a la disciplina inconsistente, otros estudios han identificado la relación entre esta práctica parental y la hiperactividad, más concretamente, se puede decir que las conductas disruptivas propias de los niños hiperactivos aumentan cuando el estilo disciplinario de sus padres es inefectivo y poco consistente (Pfiffner et al.,2005).
Por lo tanto, la disciplina, entendida como firmeza, estabilidad y control, combinada con afecto y receptividad por parte de los padres, promueve niveles más bajos de hiperactividad y comportamientos menos disruptivos en niños hiperactivos.
8. La afirmación de poder.
La afirmación de poder (power assertion) hace referencia a una imposición de los criterios de los padres y representa uno de los aspectos más deteriorados de la relación entre padres e hijos con hiperactividad (Hurt et al., 2007). Esta relación ha sido descrita por Gerdes et al. (2003), que encontraron diferencias significativas entre la afirmación de poder en padres de niños con TDAH y niños sin este diagnóstico. Además, la afirmación de poder junto con otras variables puede maximizar los efectos de las conductas propias de la hiperactividad. Como ej de esta relación, Hurt et al. (2007) concluyeron que una mayor afirmación de poder por parte de los padres sobre el hijo fomentaba conductas agresivas y estaba relacionada con una menor aceptación por parte de los compañeros en niños con hiperactividad. Sin embargo, esta variable no estaba relacionada con otro aspecto importante relacionado con la hiperactividad como es la ansiedad, de manera que los padres de niños hiperactivos que emplean esta práctica disciplinaria no generan una mayor ansiedad en los mismos.
9. Reactividad excesiva.
La reactividad excesiva (overrectivity) es definida por la Parenting Scale (Arnold et al., 1993) como la manera en que el comportamiento de unos padres se caracteriza por la ira, la mezquindad y la irritabilidad en las medidas disciplinarias. Esta variable, estrechamente relacionada con el estilo parental autoritario, ha sido relacionada en los últimos años con la hiperactividad. Algunos autores han incidido en el efecto modulador de la reactividad excesiva de los padres sobre la hiperactividad de los hijos, mientras que otros, como ya se ha comentado en el caso de la negligencia, se han centrado en los efectos de esta variable sobre otros problemas asociados a la hiperactividad.
10. La satisfacción con la crianza.
La relación entre la hiperactividad y la satisfacción con la crianza se plantea como bidireccional, ya que, si bien una crianza poco efectiva promueve determinados problemas de comportamiento, también son estos problemas los que determinan cierta sensación de insatisfacción en los padres. De hecho, se ha comprobado que la satisfacción en padres de niños hiperactivos es menor que la que estos mismos padres recordaban en sus propios progenitores. Esta diferencia no se ha encontrado cuando se han estudiado padres de niños no hiperactivos (Lange et al, 2005).
Por otro lado, la relación bidireccional entre ambas variables ha sido descrita por Bor et al. (2002) en un estudio donde una variable denominada “sentido de
competencia” compuesta por dos subescalas denominadas “percepción de la eficacia como padre” y “satisfacción con el rol parental” se relacionó con los problemas de comportamiento en una muestra de niños con hiperactividad. Los programas de intervención aplicados sobre la conducta de los padres generaron diferencias tanto en la problemática de los niños como en el sentido de competencia de los padres y madres.
11. El apoyo.
Los padres y madres con hijos problemáticos que perciben poco apoyo en sus tareas de crianza, generan estilos menos eficaces que fomentan los problemas en los hijos. Estas situaciones suelen dar lugar a una mayor problemática familiar, de manera q, por ej, se han descrito mayores tasas de divorcio y separación entre padres de hijos hiperactivos como consecuencia de la falta de apoyo. Otro estudio también se midió la calidad de las relaciones familiares, obteniendo puntuaciones significativamente mejores en el grupo de control que en el que presentaba un diagnóstico combinado de TDAH y Trastorno Oposicionista Desafiante.
OTRAS VARIABLES RELACIONADAS CON LA HIPERACTIVIDAD.
1. El estatus socioeconómico.
La principal forma de medir el nivel socioeconómico es a través del nivel educativo y la profesión de los padres, de manera que un alto nivel de educación junto con una profesión bien valorada socialmente y bien remunerada estaba relacionada con un estilo educativo más democrático (Chen et al., 1997). Son varios los estudios que apoyan la hipótesis de que un estatus socioeconómico bajo se relaciona con un estilo de crianza menos efectivo y éste, a su vez, con una mayor problemática en los hijos. Como ej de esta relación se pueden citar los resultados obtenidos por Pfiffner y sus colaboradores, que describieron un estilo educativo menos consistente, menos implicado, con una menor supervisión y con mayores tasas de castigo físico en padres de estatus socioeconómico bajo, que, a su vez, estaba relacionado con problemas como la ansiedad o los problemas de comportamiento en niños hiperactivos. Otros trabajos, sin embargo, ofrecen datos un tanto contradictorios, como es el caso del estudio llevado a cabo por Cunningham y Boyle (2002) o el realizado por Keown y Woodward (2002) donde, al comparar grupos de niños hiperactivos con grupos de control, no encontraron diferencias en variables propias del estatus socioeconómico como el nivel educativo de la madre, el nivel de ingresos, el número de hijos, el número de viviendas y la proporción de familias en situación de monoparentalidad.
2. El estrés parental.
Los modelos sobre el estrés parental sugieren que los estresores que provienen de diversas fuentes exteriores a la familia pueden generar experiencias de estrés en los padres, afectando a sus prácticas parentales y, en consecuencia, al comportamiento de sus hijos (Abidin, 1992; Webster-Stratton, 1990). Cuando los problemas propios de la hiperactividad emergen en presencia de estresores familiares, los padres se sienten más abrumados y experimentan un mayor estrés en su rol parental, lo que les pone más difícil el plantear un estilo de crianza afectuoso al mismo tiempo que disciplinariamente adecuado. Por lo tanto, el estrés parental se relaciona con un estilo parental más autoritario y con más problemas externalizantes en los hijos como es el caso de la excesiva actividad y la impulsividad En lo relativo a niños con diagnóstico de TDAH, un estudio desarrollado por Anastopoulos, Guevremont, Shelton y DuPaul (1992) encontró que las madres de los niños diagnosticados manifestaron elevados niveles de estrés, además, cuando el TDAH estaba combinado con un diagnóstico de oposicionismo desafiante, el nivel de estrés experimentado por los padres era significativamente superior al de otro grupo que no presentaba ningún tipo de diagnóstico. Por lo tanto, el estrés y la hiperactividad presentan una relación interactiva y bidireccional ya que, por un lado, los estresores externos al núcleo familiar influyen sobre la severidad de los problemas propios de la hiperactividad a través del estilo de crianza de los padres mientras que, por otro lado, estos mismos problemas son una fuente de estrés para los propios padres.
Son muy numerosos los aspectos del estilo parental que han sido relacionados con la hiperactividad en los hijos por la literatura específica desarrollada en los últimos años. No obstante, también se pueden citar algunas variables referentes a aspectos más contextuales, como es el caso del estatus socioeconómico, el estrés parental o la satisfacción con la crianza, que han resultado ser factores muy tenidos en cuenta en el estudio de la interacción entre los padres y los hijos hiperactivos. La emergencia de variables como estas dos últimas dan buena cuenta de la influencia que el niño con hiperactividad ejerce sobre sus padres y sobre el entorno familiar en general, de modo que sus conductas desestabilizan en cierta manera el equilibrio familiar que, a su vez, ofrece una respuesta cada vez menos adaptada, por lo que se entra en una espiral de malas prácticas educativas y conductas problemáticas en los hijos, que se acentúa cuando además confluyen otros aspectos como un estatus socioeconómico bajo o un escaso apoyo percibido.
Algunos estudios sitúan en las características parentales cierta causalidad sobre la hiperactividad del niño, aunque otros muchos se limitan únicamente a describir una relación bidireccional según la cual los niños y adolescentes con hiperactividad suelen tener padres menos afectuosos y comunicativos, menos implicados y vigilantes, menos satisfechos y eficaces y con un estilo disciplinario más reactivo y sobreprotector, más estresados y con un estatus socioeconómico generalmente más bajo. Por último, resulta interesante señalar el problema metodológico que supone tratar la hiperactividad desde distintas acepciones, ya que mientras que algunos estudios se han centrado en la hiperactividad como tal, otros han contemplado definiciones más globales como la de TDAH, circunstancia que puede estar detrás de algunas de las contradicciones encontradas.