España en Transición: Oposición, Nacionalismos y el Fin de la Hegemonía Imperial

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Oposición Política en la España de la Restauración

El sistema del turnismo, característico de la Restauración, dejaba fuera del sistema a importantes sectores de la sociedad. Dentro de la oposición, el carlismo experimentó una reconversión: una parte significativa, liderada por figuras como Cándido Nocedal y Vázquez de Mella, optó por el parlamentarismo, alejándose de la sublevación militar.

El republicanismo, por su parte, se presentaba con diversas tendencias:

  • Los posibilistas de Emilio Castelar, que finalmente se integrarían en el sistema.
  • Los radicales de Manuel Ruiz Zorrilla, partidarios del pronunciamiento militar.
  • El Partido Republicano Centralista de Nicolás Salmerón.
  • Los federalistas de Francesc Pi i Margall.

En los momentos electorales, estas facciones republicanas llegaron a establecer alianzas, como la Unión Republicana en 1893 y 1901.

El Auge de los Nacionalismos Periféricos

A finales del siglo XIX, se produjo la emergencia de movimientos de carácter nacionalista en Cataluña y el País Vasco. La gestación de estos nacionalismos debe comprenderse como una reacción frente a las pretensiones uniformizadoras del sistema político y administrativo adoptado por el liberalismo, que buscaba imponer una cultura oficial castellanizada, ignorando la existencia de otras lenguas y culturas.

Nacionalismo Catalán

El nacionalismo catalán surgió inicialmente como un movimiento cultural y literario, conocido como la Renaixença. Posteriormente, evolucionó hacia la esfera política con la creación del Centre Català de Valentí Almirall (1882), que reivindicaba la autonomía y denunciaba la opresión de Cataluña a través de documentos como el Memorial de Greuges de 1885. Con el tiempo, prevalecieron formas nacionalistas más conservadoras, representadas por Unió Catalanista y sus Bases de Manresa.

Nacionalismo Vasco

En el País Vasco, las formas nacionalistas se fueron fraguando a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX, a partir de una corriente de recuperación de la cultura vasca. Se fortaleció un movimiento de defensores de la lengua y cultura vascas. Sabino Arana, recogiendo la tradición foralista y el euskera, sentó los principios originarios del nacionalismo vasco e impulsó la fundación del Partido Nacionalista Vasco (PNV) en 1894. La ideología de Arana se articulaba en torno a los principios de la raza vasca, los fueros y la religión.

La Guerra Hispano-Americana y el Desastre del 98

Durante la década de 1890, la postura independentista en Cuba y Filipinas se radicalizó, impulsada por la frustración política ante la falta de reformas autonómicas. Figuras clave como José Martí en Cuba y José Rizal en Filipinas lideraron estos movimientos.

En 1895, la guerra en Cuba se recrudeció. La respuesta española fue el envío del general Valeriano Weyler y la implementación de una política represiva. Simultáneamente, en Filipinas, el general Camilo Polavieja ordenó la ejecución de Rizal.

El conflicto cambió de rumbo con la intervención de los Estados Unidos, bajo la presidencia de William McKinley. Estados Unidos poseía importantes intereses económicos en la región, y el pretexto para su entrada en la guerra fue el hundimiento del acorazado USS Maine en el puerto de La Habana.

La guerra resultó favorable para los norteamericanos, con victorias decisivas en batallas como Cavite, Manila y Santiago de Cuba, donde España perdió gran parte de su flota. Finalmente, por el Tratado de París de 1898, España perdió los últimos vestigios de su imperio colonial de ultramar a favor de Estados Unidos.

Las repercusiones del Desastre del 98 fueron más psicológicas y morales que materiales o políticas inmediatas. En el ámbito económico, se logró reducir la deuda pública y se repatriaron capitales. Sin embargo, a nivel político, no hubo cambios institucionales significativos. España entró en una profunda crisis moral, cuestionando su papel en el exterior y su incapacidad para desarrollar reformas modernizadoras.

El Declive de la Hegemonía Española: Westfalia y Pirineos

Durante los reinados de Carlos I y Felipe II, la hegemonía de España en Europa y el Mediterráneo quedó firmemente asentada. Sin embargo, el reinado de Felipe IV marcó un periodo de declive en Europa. Internamente, España tuvo que hacer frente a importantes rebeliones en Cataluña y Portugal.

En el ámbito exterior, los fracasos en la Guerra de los Treinta Años (1618-1648) supusieron el fin de la hegemonía española. Potencias como Holanda, Dinamarca, Inglaterra, Suecia y, más tarde, Francia, se consolidaron como rivales de España y del Sacro Imperio Romano Germánico.

La Paz de Westfalia (1648)

La Paz de Westfalia (1648) fue un punto de inflexión. Este tratado reconoció el derecho de los príncipes alemanes a escoger la religión de sus estados (Cuius regio, eius religio) y la independencia de Holanda, además de otorgar ventajas territoriales a Suecia.

La Paz de los Pirineos (1659)

La Paz de los Pirineos (1659) puso fin a la guerra con Francia, a la que se cedieron el Rosellón, la Cerdaña y algunas plazas en los Países Bajos. Estos tratados marcaron el fin de la hegemonía española, que pasó a manos de Francia en el continente, mientras que Holanda e Inglaterra se consolidaron como potencias marítimas.

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