España en el siglo XIX: Guerra de Independencia, Constitución de 1812, Fernando VII y la emancipación americana
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Guerra de Independencia y Constitución de 1812
La Guerra de Independencia española (1808-1814) comenzó el 2 de mayo de 1808 con un levantamiento popular contra la ocupación francesa, expandiéndose por todo el país. Se organizaron Juntas locales y provinciales, lideradas por la Junta Central en Cádiz, para coordinar la resistencia. La guerrilla, formada por pequeños grupos de voluntarios, fue clave para desgastar al ejército francés. El conflicto tuvo tres etapas:
- Primera etapa (1808): La resistencia popular y la derrota francesa en Bailén frenaron el avance de Napoleón.
- Segunda etapa (1808-1812): El imperio ocupó Madrid y otras regiones, pero la guerrilla continuó activa.
- Tercera etapa (1812-1814): Napoleón retiró tropas para Rusia, lo que permitió a las fuerzas españolas, con la ayuda británica de Wellington, vencer en Arapiles y negociar el fin del conflicto mediante el Tratado de Valençay.
La guerra causó destrucción, pérdida demográfica, colapso económico y una enorme deuda pública. En 1812, las Cortes de Cádiz aprobaron la primera Constitución española, conocida como “La Pepa”. Inspirada en las ideas ilustradas, estableció la soberanía nacional, división de poderes, libertad individual y económica, sufragio universal masculino y abolición del Antiguo Régimen. Sin embargo, su aplicación fue limitada por la guerra, y con el regreso de Fernando VII se restauró el absolutismo.
Historia de Galicia (siglos XV-XVIII)
La historia de Galicia en los siglos XV al XVIII está marcada por la consolidación de la autoridad monárquica y profundas transformaciones políticas, económicas y culturales. La unificación peninsular bajo Isabel y Fernando debilitó el poder de la nobleza gallega, que fue subordinada a la monarquía, con la decapitación de Pardo de Cela y la rendición de Pedro Madruga como eventos emblemáticos. Instituciones como la Capitanía General, la Real Audiencia y la Junta del Reino centralizaron el control real en Galicia, limitando el poder local. La Iglesia también perdió autonomía, con el control de los reyes sobre los nombramientos eclesiásticos y la reestructuración de las órdenes religiosas.
Económicamente, Galicia permaneció agraria y rural, con un sistema de foros predominante que generó conflictos entre hidalgos y eclesiásticos. La introducción del maíz americano en el siglo XVII favoreció el crecimiento demográfico, pero las limitaciones técnicas y el minifundismo dificultaron el progreso. El sector pesquero fue relevante, especialmente por la captura de sardina, modernizado en el siglo XVIII por los fomentadores catalanes. La industria estaba poco desarrollada, destacando actividades tradicionales como los curtidos y el textil, mientras proyectos como Sargadelos señalaron los inicios de una industrialización moderna.
Culturalmente, el gallego perdió presencia frente al castellano, oficial del Estado, y se fundó la Universidad de Santiago. En el siglo XVIII, la Ilustración influyó en Galicia con propuestas de reforma económica, educativa y científica a través de instituciones como la Sociedad Económica de Amigos del País. Estas iniciativas buscaban progreso sin cuestionar la monarquía ni la Iglesia, aunque algunos ilustrados promovían cambios radicales como la desamortización y el fin del sistema foral. Galicia, pese a las reformas, seguía siendo una sociedad tradicional y rural, con una economía atrasada respecto a otros territorios peninsulares.
Reinado de Fernando VII (1814-1833)
El reinado de Fernando VII (1814-1833) estuvo marcado por la tensión entre el absolutismo y el liberalismo, profundas crisis económicas y la pérdida de las colonias americanas. Tras el tratado de Valençay, Fernando VII regresó al poder abolindo las reformas liberales de Cádiz y restaurando el absolutismo en el Sexenio Absolutista (1814-1820), período caracterizado por la persecución de liberales, la reinstauración de instituciones feudales y la represión de las colonias americanas en busca de independencia.
La resistencia liberal surgió mediante conspiraciones y pronunciamientos, destacando el liderazgo de Rafael del Riego, cuya sublevación dio paso al Trienio Liberal (1820-1823). En esta etapa se reformaron aspectos económicos y sociales: se abolieron los señoríos, se fomentó la desamortización, se promulgó la libertad de industria y se crearon nuevos cuerpos como la Milicia Nacional. Sin embargo, la oposición absolutista y las divisiones entre liberales debilitaron el proceso, y la intervención de los Cien Mil Hijos de San Luis restauró el absolutismo.
La Década Ominosa (1823-1833) representó una de las etapas más represivas, con ejecuciones de figuras como Riego y Mariana Pineda y el exilio de muchos liberales. La crisis económica, agravada por la pérdida de las colonias americanas y la deuda pública, obligó a tímidas reformas económicas, como la creación del Banco de San Fernando y el Código de Comercio. En el ámbito dinástico, la promulgación de la Pragmática Sanción en 1830 permitió que Isabel, hija de Fernando VII, heredase el trono, lo que provocó el rechazo de los carlistas, liderados por Carlos María Isidro, defensor del absolutismo. La muerte de Fernando VII en 1833 dejó la regencia en manos de María Cristina, abriendo el camino a la guerra carlista.
Paralelamente, las colonias americanas lograron la independencia tras procesos liderados por figuras como Simón Bolívar y San Martín, motivados por la discriminación de la burguesía criolla, el ejemplo de los Estados Unidos y el apoyo británico. Entre 1810 y 1824, se consolidaron las emancipaciones, pero las nuevas repúblicas enfrentaron problemas internos, como desigualdades sociales, el poder de los caudillos y una nueva dependencia económica de Gran Bretaña y Estados Unidos, sustituyendo el dominio español.