España en el siglo XIX: De Carlos IV a la Restauración de Alfonso XII

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El reinado de Carlos IV y la Guerra de la Independencia

El reinado de Carlos IV marcó el inicio del paso del Antiguo al Nuevo Régimen en España, un proceso acelerado por la Guerra de la Independencia. A finales del siglo XVIII, el despotismo ilustrado intentó reformar el Antiguo Régimen, debilitándolo en lugar de fortalecerlo. La Revolución Francesa impactó a España, llevando a Carlos IV a aliarse con Francia tras los Tratados de San Ildefonso y reforzando la figura de Godoy. Sin embargo, la derrota en Trafalgar y conspiraciones internas desembocaron en el Tratado de Fontainebleau, que permitió la entrada de tropas francesas para invadir Portugal.

La presencia francesa provocó tensiones, como el Motín de Aranjuez, que obligó a Carlos IV a abdicar en Fernando VII. Napoleón llevó a ambos monarcas a Bayona, donde forzó las abdicaciones en favor de José I, cuya llegada al trono provocó el levantamiento del 2 de mayo y la Guerra de la Independencia, que tuvo también características de guerra civil entre afrancesados y patriotas.

La guerra se dividió en tres fases:

  • Victorias españolas iniciales (1808), con triunfos como la Batalla de Bailén, la creación de Juntas de Defensa, y la Junta Suprema Central, que convocó las Cortes de Cádiz.
  • Dominio francés (1808-1812), liderado por Napoleón, con la toma de Madrid y el sitio de Zaragoza, aunque Cádiz resistió y se adoptó la Constitución de 1812.
  • Contraataque anglo-español (1812-1813), aprovechando la retirada de tropas francesas para la campaña en Rusia. Las victorias en Arapiles y San Marcial llevaron al Tratado de Valençay y la restauración de Fernando VII.

España quedó devastada, con una profunda crisis política y social.

Las Cortes de Cádiz y la Constitución de 1812

Durante la Guerra de la Independencia, se convocaron las Cortes de Cádiz como un intento de transición del Antiguo al Nuevo Régimen. Los españoles, al no aceptar al nuevo rey José I, asumieron la soberanía nacional mediante Juntas Locales y Provinciales, que se unificaron en la Junta Suprema Central. Esta organizó la resistencia y definió el destino político de España, enfrentando tres posturas principales: jovellanistas, absolutistas y liberales, predominando estos últimos. Finalmente, la Junta dio paso a un Consejo de Regencia que convocó a las Cortes en 1810.

En las Cortes, los diputados se declararon representantes de la nación con soberanía nacional, reconocieron a Fernando VII como rey y asumieron el poder supremo. Su trabajo incluyó reformas políticas, sociales y económicas, destacando decretos como la libertad de imprenta, la abolición de la Inquisición y la desamortización de bienes de órdenes religiosas.

La obra principal fue la Constitución de 1812, una de las más avanzadas de su tiempo. Establecía la soberanía nacional, la separación de poderes y derechos fundamentales como la igualdad ante la ley, la libertad de imprenta y el derecho a la propiedad. Aunque su vigencia fue breve, siendo abolida en 1814 con la vuelta de Fernando VII, volvió a aplicarse durante el Trienio Liberal (1820-1823) y nuevamente entre 1836 y 1837 durante la regencia de María Cristina, hasta la promulgación de una nueva constitución.

El reinado de Fernando VII: Absolutismo y Liberalismo

Fernando VII regresó a España apoyado por el Manifiesto de los Persas, que pedía restaurar el Antiguo Régimen. Con el apoyo popular, anuló la legislación de Cádiz, incluida la Constitución de 1812, dando inicio al Sexenio Absolutista. Durante este período se restauraron la Inquisición, el régimen señorial y la sociedad estamental, mientras la economía colapsaba por la crisis financiera, la pérdida de colonias en América y el déficit estatal. Los intentos de levantamientos liberales fracasaron hasta el triunfo de la sublevación de Riego, que obligó a Fernando a jurar la Constitución y marcó el inicio del Trienio Liberal.

El Trienio Liberal reimplantó medidas progresistas como la abolición de la Inquisición y la desamortización, pero enfrentó la oposición de absolutistas y divisiones internas entre moderados y exaltados. En 1823, el envío de los Cien Mil Hijos de San Luis, tras el Congreso de Verona, restauró el absolutismo, dando inicio a la Década Ominosa. En esta etapa, Fernando adoptó posturas más moderadas, pero surgieron tensiones sucesorias con la Pragmática Sanción, que derogó la Ley Sálica para asegurar el trono a su hija Isabel, provocando el conflicto entre isabelinos (liberales) y carlistas (absolutistas).

La independencia de Hispanoamérica

En América, el reinado de Fernando VII coincidió con la independencia de gran parte de las colonias. Los criollos, descontentos con las políticas españolas y motivados por ideas liberales, lideraron la emancipación. La falta de reconocimiento de las juntas americanas en 1810 y las derrotas españolas en batallas clave, como Chacabuco, Boyacá y Ayacucho, aseguraron la independencia de la mayoría de los territorios. Solo Cuba y Puerto Rico permanecieron bajo control español. Esto marcó el fin de España como potencia internacional y agravó la crisis económica al perder los ingresos del comercio americano.

A pesar de la independencia, España dejó un importante legado cultural en Hispanoamérica, destacando la lengua castellana, la evangelización y la creación de universidades que promovieron el mestizaje y la integración cultural, cuyos efectos se perciben aún hoy en las ciudades, edificios y toponimia de la región.

Causas y desarrollo de la independencia americana

La independencia de las colonias americanas de España fue un proceso complejo, impulsado por el conflicto entre el liberalismo de los liberadores y el absolutismo de los españoles. Entre las causas destacaron la política absolutista de Fernando VII, la difusión del liberalismo, la ruptura de comunicaciones con la metrópolis, el descontento de los criollos con las reformas de Carlos III y la invasión napoleónica, que dejó un vacío de poder en América. Los criollos, descendientes de españoles nacidos en América, lideraron los movimientos independentistas, buscando controlar el poder político, mientras que la mayoría de la población indígena, negra y mestiza se mantuvo al margen.

El proceso de independencia no fue unitario, sino que ocurrió en diferentes focos, como Caracas, Buenos Aires y México. A partir de 1810, las juntas de América comenzaron a luchar por su emancipación, pero la intervención española, especialmente tras el regreso de Fernando VII, intentó sofocar los movimientos. Sin embargo, el apoyo de Gran Bretaña y EE. UU. a los rebeldes, y las victorias clave como las de San Martín y Bolívar, lograron la independencia de territorios clave. En 1824, con la batalla de Ayacucho, Perú y Bolivia alcanzaron su emancipación, culminando el proceso de independencia en Hispanoamérica, con excepción de Cuba y Puerto Rico.

Consecuencias de la independencia americana

La independencia de América supuso la pérdida de poder internacional para España, que enfrentó una grave crisis económica al perder el comercio con sus antiguas colonias. Por otro lado, el legado español en América fue profundo, destacándose el idioma castellano, que unió a los territorios, y la evangelización, que ayudó a integrar a las poblaciones indígenas. Las universidades españolas fueron cruciales en la propagación del conocimiento, y la presencia española se refleja en ciudades, edificios y topónimos a lo largo de Hispanoamérica.

El reinado de Isabel II: Regencias y consolidación del liberalismo

El reinado de Isabel II marca la transición de la monarquía absoluta a un régimen parlamentario en España. Se divide en dos etapas: las Regencias (1833-1843) y el Reinado Efectivo (1843-1868).

Las Regencias (1833-1843)

Tras la muerte de Fernando VII, su esposa María Cristina asumió la regencia en nombre de su hija Isabel. Durante la Primera Guerra Carlista, María Cristina se alió con los liberales y apoyó reformas moderadas como el Estatuto Real de 1834. Sin embargo, los liberales más radicales rechazaron estas reformas y, después de varios movimientos, lograron la promulgación de la Constitución de 1837.

La guerra carlista, motivada por disputas sucesorias y políticas, fue clave en esta etapa. La Primera Guerra Carlista (1833-1840) comenzó cuando D. Carlos, hermano del rey fallecido, no aceptó a Isabel como reina, lo que originó una serie de batallas. Aunque los carlistas tuvieron victorias iniciales, su líder, Zumalacárregui, murió en 1835, lo que cambió el curso de la guerra. Finalmente, la paz se alcanzó con el Abrazo de Vergara en 1839. La Segunda Guerra Carlista (1846-1849), que surgió tras el matrimonio de Isabel II con Francisco de Asís, continuó de manera esporádica hasta 1860. La Tercera Guerra Carlista (1872-1876) terminó con la derrota carlista en el reinado de Alfonso XII.

En 1840, tras la revuelta por la Ley de Ayuntamientos, María Cristina abandonó España y el general Espartero asumió la regencia. Su gobierno progresista fue marcado por medidas como la desamortización y la política librecambista, pero su autoritarismo y falta de diálogo llevaron a su caída en 1843, tras una coalición de moderados y progresistas. Ese mismo año, Isabel II fue proclamada mayor de edad a los trece años, finalizando la etapa de regencias.

El Reinado Efectivo de Isabel II (1843-1868)

En 1843, tras la caída de Espartero, Isabel II es declarada mayor de edad, iniciando su reinado efectivo, que marca la consolidación del régimen liberal en España. Dentro de los liberales, el moderantismo prevalece sobre el progresismo, lo que lleva a la implementación de principios como la soberanía compartida, el sufragio censitario y la restricción de derechos. En 1844, el general Narváez asume el gobierno, dando inicio a la Década Moderada. Se crea la Guardia Civil y se promulga la Constitución de 1845, que establece un Estado confesional católico y una división de poderes.

Durante este período, se llevan a cabo reformas moderadas, como la reorganización de la Hacienda pública, la educación y el Código Penal, y se firma un Concordato con la Santa Sede. Sin embargo, las corrupciones y favoritismos provocan la Vicalvarada de 1854, lo que lleva al Bienio Progresista con la derogación de la Constitución de 1845. Los progresistas implementan reformas como la Desamortización General de Madoz y la Ley de Ferrocarriles, pero enfrentan la oposición de carlistas, la Iglesia y el campesinado, lo que genera revueltas y motines populares.

Isabel II recurre a O'Donnell, quien restablece el orden y revive la Constitución de 1845. Después de un breve período moderado, la Unión Liberal, liderada por O'Donnell, asume el poder (1858-1863), favoreciendo el desarrollo económico y una política exterior de prestigio. No obstante, el agotamiento de su programa y el regreso al moderantismo culminan en la crisis política de los años siguientes. La oposición progresista y la crisis de subsistencia desembocan en la Revolución de 1868, que pone fin al reinado de Isabel II y da inicio al Sexenio Democrático.

El Sexenio Democrático (1868-1874)

El Sexenio Revolucionario fue un período de intentos de establecer un liberalismo democrático en España, ampliando la participación política a las clases medias y populares. En 1866, los partidos marginados se unieron en el Pacto de Ostende para derrocar la monarquía isabelina, lo que culminó en la Gloriosa Revolución de 1868, liderada por los generales Serrano y Prim. Este gobierno provisional implementó reformas, como la libertad de culto y expresión, y convocó elecciones para unas Cortes constituyentes que aprobaron la Constitución de 1869, proclamando una monarquía democrática.

Al no tener rey, se estableció una regencia bajo Serrano hasta que se eligió a Amadeo de Saboya como monarca en 1870. A pesar de su juramento de la Constitución en 1871, Amadeo enfrentó numerosas dificultades, incluyendo la oposición de carlistas, republicanos y la Iglesia, además de la Guerra Carlista y la Guerra de Cuba. Ante estos problemas, abdicó en 1873, lo que llevó a la proclamación de la Primera República. Esta duró solo 11 meses, durante los cuales se sucedieron varios presidentes y se produjeron divisiones internas entre republicanos federalistas y unitarios.

Finalmente, el general Pavía disolvió las Cortes en 1874, y Serrano volvió al poder, instaurando una especie de República presidencialista. Sin embargo, la oposición alfonsina creció, y Alfonso XII fue proclamado rey el 29 de diciembre de 1874 tras un pronunciamiento militar en Sagunto.

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