Erupción del Vesubio: Relato de un Testigo

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La Erupción del Vesubio: Relato de un Testigo

Carta de Plinio el Joven a Tácito

Plinio, pides que te escriba sobre la muerte de mi tío materno a fin de que puedas narrarla con más veracidad para la posteridad. Te doy las gracias, pues veo que si es celebrada por ti, su muerte va a tener prometida la gloria inmortal. Realmente, aunque haya muerto en el desastre de las hermosísimas tierras, tal como los pueblos y ciudades en un afán memorable, estaba destinado a vivir casi siempre, y aunque él mismo haya redactado muchas obras que también van a permanecer, sin embargo, la eternidad de tus escritos añadirá mucho a su perpetuidad.

En efecto, considero dichosos a los que les es dado por beneficio de los dioses hacer cosas dignas de escribir o escribir cosas dignas de leer, pero considero los más dichosos a los que les es dado cualquiera de las dos cosas. En el número de estos estará mi tío, tanto por sus libros como por los tuyos. Por eso, de buen grado asumo y también reivindico lo que me impones.

El Avistamiento de la Nube

Estaba en Miseno y dirigía con su poder, en ese momento, la flota. El noveno día antes de las calendas de septiembre, alrededor de la séptima hora, mi madre le indica que aparece una nube tanto con magnitud como con forma extraordinaria. Aquel, tras tomar el sol, después de tomar un baño de agua fría, había degustado y, echado, estudiaba; pide las sandalias, sube al lugar desde donde podía observarse perfectamente aquel prodigio.

Una nube —para los que la miraban de lejos era incierto desde qué monte venía (luego se supo que era el Vesubio)— subía, cuya imagen y forma no se parecía a ningún otro árbol más que a un pino. Pues, extendida como con un tronco larguísimo, se diversificaba en ciertas ramas, creo porque llevada por un soplo reciente; luego, disminuyéndose este, se desvanecía en su magnitud abandonada o incluso vencida por su propio peso, a veces brillante, a veces sucia y con manchas en la medida que levantara tierra o ceniza. Le pareció que ese fenómeno debía conocerse en mayor medida y más cerca como por un hombre muy erudito. Ordena que sea preparada una libúrnica, me ofrece la posibilidad de ir con él, si quería. Respondí que yo prefería estudiar y, por casualidad, él mismo me había dado qué escribir.

La Decisión de Plinio

Salía de casa; recibió la carta de Rectina, la esposa de Tasco, espantada por el inminente peligro (pues su villa estaba debajo y no existía ninguna forma de escapar, excepto por naves) rogaba que la sacara de tan gran peligro.

Él cambia su decisión y lo que había empezado con ánimo estudioso lo acaba con grandeza. Hace bajar los cuatrirremes. Subió con la intención de ofrecer auxilio no solo a Rectina sino a muchos (pues era frecuente la amenidad de la costa).

Se acerca rápidamente allí, de donde otros huyen, y mantiene el rumbo fijo y los timones rectos hacia el peligro, tan libre de miedo que dictaba y anotaba todos los movimientos, todas las formas de aquella desgracia, como las había visto con sus ojos.

La Tragedia se Desata

Ya la ceniza caía dentro de las naves, más caliente y más densa cuanto más se acercaba; ya también las piedras pómez y rocas negras, quemadas y rotas por el fuego; ya un vado súbito y el desprendimiento del monte, obstaculizando las playas.

Titubeando un poco si volvía hacia atrás, después le dijo al timonel, que aconsejaba que se hiciera así: “La fortuna ayuda a los valientes, busca a Pompeyano”. Estaba separado en Estabia, en el medio del golfo (pues el mar poco a poco se adentra en la costa curvada y redondeada).

Allí, aunque aún no se acercaba el peligro, sin embargo visible y al crecer en un lugar próximo, había llevado el bagaje a las naves, dispuesto para la huida si se calmaba el viento contrario. Entonces mi tío, que había sido llevado por este viento favorable, abraza al temeroso, lo consuela y lo anima y, para que ablande su miedo con su seguridad, ordena ser llevado al baño. Habiéndose lavado, se tumba y cena o alegre o (lo que es igualmente grande) con simulada alegría.

Entretanto, desde el monte Vesubio, por muchos lugares, relucían achísimas llamas y elevados incendios, cuyo brillo y claridad se acentuaba por las tinieblas de la noche.

Él andaba diciendo, por la agitación de los campesinos, para remediar su miedo, que los fuegos dejados y las villas desiertas ardían por el abandono. Entonces se puso a reposar y durmió, sin duda, por un muy verdadero sueño, pues el curso de su respiración, que para él era más pesada y sonora por la amplitud de su cuerpo, era oída por aquellos que se reunían en su puerta.

El Final de Plinio el Viejo

Pero el patio, desde el que se accedía hacia el cuarto, ya se había elevado de tal modo, colmado con ceniza mezclada y piedra pómez, que si la demora en la habitación era más larga, la salida sería imposible. Despierto, sale y se vuelve a Pompeyano y a otros que habían pasado toda la noche en vela.

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