Epistemología Comparada: Hume y San Agustín sobre el Origen y Alcance del Conocimiento

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Origen y Fuente del Conocimiento

David Hume

Hume sostiene que la experiencia sensible es la única fuente válida del conocimiento. Para él, todo lo que sabemos proviene de nuestras percepciones, que se dividen en dos categorías fundamentales: las impresiones (percepciones vívidas y fuertes, ya sean sensoriales o internas) y las ideas (copias menos intensas de esas impresiones). Según su principio de copia, ninguna idea puede existir sin que antes haya surgido una impresión correspondiente, lo que lleva a rechazar la existencia de ideas innatas o conocimientos que trasciendan la experiencia directa.

San Agustín

San Agustín, en contraste, no reduce el origen del conocimiento únicamente a la experiencia sensible. Aunque reconoce la importancia de lo exterior, enfatiza que el conocimiento verdadero se halla en el interior del alma. Para él, la razón y la fe trabajan conjuntamente: primero, la razón puede guiar al ser humano a abrirse a la fe, y luego la fe ilumina el intelecto, permitiéndole alcanzar verdades eternas. Así, el conocimiento se origina, en parte, a partir de la experiencia, pero se perfecciona mediante la iluminación divina, que permite conocer las realidades inmutables y trascendentales.

Método y Proceso de Conocimiento

David Hume

Hume desarrolla su teoría epistemológica a través de un proceso eminentemente empírico. Utiliza la asociación de ideas —mediante leyes como la semejanza, la contigüidad y la causalidad— para explicar cómo se forman nuestros conceptos a partir de la acumulación de impresiones. Además, distingue entre dos tipos de juicios: las relaciones de ideas (conocimiento a priori, como en matemáticas o lógica) y las cuestiones de hecho (conocimiento a posteriori, basado en la experiencia y siempre sujeto a la duda y a la probabilidad). Este enfoque conduce a un conocimiento limitado, en el que la realidad se reduce a lo que aparece en nuestras percepciones, sin acceso a una «realidad en sí misma».

San Agustín

Para San Agustín, el proceso del conocimiento es ascendente y se caracteriza por una profunda interiorización. Partiendo de lo sensible, el ser humano debe volverse hacia su interior para descubrir en sí mismo verdades inmutables. Este ascenso se facilita a través de la iluminación divina, según la cual la gracia de Dios actúa en el alma para revelar las ideas eternas que no se originan en la experiencia, sino que se encuentran en la mente divina. De este modo, el conocimiento humano se eleva y se perfecciona, combinando la observación del mundo sensible con la capacidad del espíritu para captar lo trascendental.

Finalidad y Alcance del Conocimiento

David Hume

En la visión de Hume, el conocimiento tiene un alcance práctico y limitado. Dado que nuestras percepciones están sujetas a la inconstancia y a la incertidumbre, la razón por sí sola no puede alcanzar certezas absolutas sobre la realidad. La creencia, sustentada en la costumbre y el hábito, es la que orienta la acción humana. Así, aunque los juicios basados en las relaciones de ideas sean seguros, no nos permiten conocer el mundo empírico de forma absoluta, lo que conduce a un escepticismo moderado: sabemos lo que experimentamos, pero no podemos afirmar con certeza la existencia de realidades como el «yo» inmutable, el mundo en sí o incluso Dios.

San Agustín

En cambio, para San Agustín la finalidad del conocimiento trasciende lo meramente práctico. Su objetivo es alcanzar la verdad última, entendida como la realidad divina y el Bien supremo, que es inseparable del cristianismo. La unión de la fe y la razón permite al ser humano elevarse por encima de la inconstancia de la experiencia sensible, logrando una comprensión de las ideas eternas y, en consecuencia, de la salvación y la felicidad eterna. La certeza se alcanza a través de la iluminación del alma, que le permite conocer verdades universales e inmutables, marcando una diferencia radical con la perspectiva empírica y contingente de Hume.

Conclusión

En resumen, mientras David Hume basa su teoría del conocimiento en el empirismo, considerando que todo saber emana de las percepciones y que la mente solo puede conocer lo que le es accesible a través de la experiencia —resultando en un conocimiento práctico, limitado y siempre sujeto a la duda—, San Agustín propone un modelo en el que la experiencia sensible es solo el punto de partida. Para él, el conocimiento verdadero se alcanza mediante la interiorización y la iluminación divina, que unen la fe y la razón para descubrir verdades eternas y trascendentales.

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