Entrevista a Pedro Álvarez de Miranda sobre la Real Academia Española
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Entrevista a Pedro Álvarez de Miranda sobre la Real Academia Española
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Pedro Álvarez de Miranda, filólogo experto en lexicología
y lexicografía, es catedrático de Lengua Española en la UAM e ingresó en la Real Academia Española en 2011 con la lectura del discurso En doscientas sesenta y tres ocasiones como esta, un apasionante relato de la historia de la RAE a través de los discursos pronunciados previamente. Ha dirigido la vigésimo tercera edición del Diccionario de la lengua española, cuya versión en papel fue publicada en 2014 y está disponible en línea desde octubre de 2015 con una estética y una funcionalidad mejoradas. En sus didácticos artículos publicados en la revista digital Rinconete del Centro Virtual Cervantes ejerce de divulgador de la lengua española con un poso de humor y una claridad expositiva que le definen y que espero que se perciban en la entrevista.
Según reza el Diccionario, inmediatamente después de publicada una edición, siempre se reanuda.
¿Ya se está trabajando en la siguiente edición?
Sí, ya se está trabajando. A lo largo de toda la historia del Diccionario ha sido así, al día siguiente de salir una edición ya se ha empezado a trabajar. Lo que pasa es que las circunstancias son distintas. No se puede ocultar que la situación actual es un poco particular. Aunque nadie ha dicho en la Academia que esta vaya a ser la última edición en papel, sí que es cierto que algunos periodistas lo han dicho e incluso lo han puesto en boca de algún responsable de la Academia. Por decirlo en los términos en los que lo plantea el director: si antes se hacía una edición en papel que se colgaba en la red, ahora se hará un diccionario electrónico del cual se harán versiones en papel. Cambia el punto de vista. Y sí que se está trabajando ya en lo que será la vigésimo cuarta edición, en torno a la cual hay todavía muchas incógnitas y probablemente estará ya diseñada y concebida como libro electrónico.
Otra de las noticias que habían surgido es que será de nueva planta.
Sí, también. Eso es lo más delicado. Es la decisión más difícil: si hay que hacer tabula rasa de toda esa tradición lexicográfica de tres siglos o no. Una tabula rasa absoluta es difícil de hacer, porque la Academia tiene que ser en cierto modo fiel a esa tradición. Ahí hay muchos interrogantes abiertos en estos momentos; pero sí, se habla de una nueva planta.
¿Puede explicar la diferencia entre trabajar como hasta ahora con un diccionario acumulativo, las ventajas y desventajas que plantea, las palabras en desuso que mantiene, etc., y cómo sería el nuevo según se está planteando?
Se está debatiendo mucho. Creo que el diccionario de la Academia no puede ser «contemporaneísta» o que refleje exclusivamente el español de hoy. Siempre se ha dicho que tiene que servir para interpretar a los clásicos. El problema no es tanto que contenga palabras desusadas, que las contiene con su marca —a veces—, sino que hay palabras que no llevan marca de desusadas y sin embargo lo están. O hay entradas que se incorporaron con un fundamento textual muy débil en un determinado momento por haber encontrado una rara palabra en un texto o en otro repertorio lexicográfico y que, como el diccionario es acumulativo, se han quedado ahí y están pendientes de una revisión profunda. Hay bastante lastre que hay que plantearse si tiene que estar o no; no por anticuado, sino por escasamente fundamentado. Es decir, las palabras que estén ampliamente documentadas en textos antiguos, y por tanto palabras con las que puede tropezar el lector de un clásico, por ahora, el consenso es que sí deben estar, con las correspondientes marcas de desusado, etc.
¿Depende de que esté totalmente operativo el diccionario histórico?
Para mí depende absolutamente de ese hecho. Me parece que el proyecto más importante que tiene la Academia entre manos en realidad es el diccionario histórico, porque permitiría manejar una información fiable de todas esas palabras. La operación de reconstrucción y de revisión que exige el diccionario histórico hay que hacerla para el diccionario común; pues hagámosla fundamentalmente para matar dos pájaros de un tiro: para elaborar el histórico y para que el diccionario común sea el resultado depurado de las conclusiones a las que se haya llegado sobre la historia de las palabras. Esto es algo que en otras lenguas se ha hecho. Los diccionarios que publica Oxford son tan buenos porque tienen detrás el respaldo del gran diccionario de Oxford, cuya segunda edición en papel ocupaba veinte tomos. Un diccionario estupendo de francés que es Le Petit Robert es tan bueno porque es la versión compendiada de un gran diccionario, Le Robert, de ocho tomos. En realidad el llamado ahora DLE o diccionario común de la Academia, en mi opinión, debería ser un resumen del gran diccionario histórico que no tenemos.
¿Y en qué punto se encuentra el histórico?
Después de varios intentos a lo largo del siglo xx, de grandes obras en papel, ahora la Academia inició un proyecto del llamado Nuevo diccionario histórico del español que dirige don José Antonio Pascual y del cual se ha colgado en la red una muestra muy interesante de unos mil artículos. Mil es poco, pero ya es algo. El problema está en que —esto se lo podría decir mejor don José Antonio— calculo que un diccionario histórico completo de la lengua española podría tener unas trescientas mil entradas. Para que se haga una idea, el diccionario común tiene unas noventa mil.
Cuando se presenta una edición suele ser noticia la anécdota de alguna palabra llamativa que se ha incluido. Sin embargo, en esta edición la revisión ha sido bastante profunda, como la moción de género, los americanismos… ¿Qué elementos suponen una mayor renovación?
Efectivamente, yo me alegro mucho de que usted se fije en aspectos que no son los triviales y anecdóticos en los que se suele fijar mucha gente y en torno a los cuales se montan a veces esas polémicas bastante absurdas, como el famoso amigovio. Los americanismos son un capítulo importante; el procurar incorporar la moción de género en las profesiones o actividades cuando efectivamente se documenta el femenino —no por cumplir con no se sabe qué imposiciones de no sexismo— bien con flexión, bien con moción a través del artículo. Hace mucho tiempo, la palabra taxista venía en el diccionario como masculino; por supuesto, no tiene flexión de género, pero evidentemente existe «el taxista» y «la taxista», por tanto la marca gramatical que debe llevar, y ya la lleva desde hace tiempo, es de masculino y femenino. Otra pequeña novedad de esta edición: hasta 2001 decía «común», ahora, creo que con buen criterio, dice «masculino y femenino». Poner la marca «común» podía llevar a ese error en el que algunas gramáticas incurrían de hablar de un género común. No hay más que dos géneros: masculino y femenino. También se hablaba de un género ambiguo; las palabras ambiguas llevan la marca «m. o f.», que no es lo mismo que «m. y f.». Estas sutilezas técnicas la mayor parte de la gente no las capta o no se da cuenta del trabajo que suponen y la importancia que tienen. Las marcas se han mejorado bastante, también las palabras gramaticales; queda por hacer una buena revisión en los verbos, que son mejorables. Se ha hecho también un tratamiento más racional de las variantes, se da información sobre la ortografía y sobre aspectos morfológicos de la palabra. Por ejemplo, sobre las variantes: si antes se consultaba sicología ponía psicología en negrita, que era una forma de indicar «véase». Pero el que consultaba la forma psicología directamente se quedaba sin saber que existe la variante sin «p», que a mí personalmente no me gusta, pero la Academia la da por válida. Ahora en una texto aquí!