El Empirismo Radical de David Hume y sus Consecuencias Filosóficas
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La *tabla rasa*
Según Hume, el entendimiento humano es una *tabla rasa* (una tabla sin inscribir como las que utilizaban los romanos) dispuesta a llenarse de las impresiones que dejan los objetos del exterior en nosotros. Nacemos *en blanco*, sin ninguna idea innata. Todo lo que sabemos viene de la información que recogen nuestros sentidos. En nuestra mente hay dos clases de percepciones:
- a) Las impresiones: son las huellas que deja en nuestros sentidos el mundo exterior. Vivaces y llenas de intensidad.
- b) Las ideas: tienen origen en las impresiones que mis sentidos recibieron, son unas copias cada vez más débiles de las citadas impresiones.
Las impresiones vienen directamente del mundo; en cambio, las ideas son las impresiones que se niegan a desvanecerse, pero tienen una relación indirecta con el mundo que pasa a través de las impresiones de las que proceden. Las ideas pueden ser simples o complejas cuando la facultad de la imaginación asocia varias ideas conforme a tres leyes de asociación: la de semejanza, la de contigüidad espacial o temporal y la de causalidad. Hume establece que el conocimiento humano puede enunciar dos clases de proposiciones:
- a) Las relaciones de ideas: son proposiciones evidentes o se deducen de ellas, y que lo contrario de lo que enuncian es imposible. Son verdaderas al margen de los hechos, aunque no aportan nuevos conocimientos sobre el mundo.
- b) Las cuestiones de hecho: son proposiciones que no son evidentes en sí mismas porque dependen de las impresiones que obtenemos del mundo y, por eso, nos ofrecen información nueva sobre el mundo circundante.
La bola de demolición: Crítica a la idea de causa
Hume llegó más lejos que Locke y el obispo Berkeley y *demolió* las *ruinas* que quedaban de la metafísica escolástica y aristotélica. Después de Hume no quedará en pie ni la idea de sustancia, ni la idea del mundo, ni la idea de Dios; porque son ideas que no se refieren a impresión alguna. Sólo podemos tener un conocimiento seguro de aquello de lo que tenemos impresión. La *bola de demolición* de la que se sirvió fue la idea de causa (como conexión necesaria entre las ideas de causa y efecto). No hay impresión de la conexión necesaria entre causa y efecto. Nuestra imaginación asocia las dos impresiones/ideas que se suceden en el tiempo por la fuerza de la costumbre; en el pasado se han presentado una detrás de la otra, de ahí que creamos que así ocurrirá en el futuro, lo que garantiza la seguridad y la regularidad de nuestras vidas. La confianza en que todo ocurra como hasta ahora no se basa en una inferencia racional sino en la creencia.
Adiós a la metafísica: Crítica a la idea del mundo exterior y la idea de yo
Ninguna de las tres sustancias va a quedar en pie por culpa de la *bola de demolición* de la idea de causa. El filósofo escocés realiza un examen de la idea de sustancia corpórea o externa y la idea de yo. Las impresiones se presentan en nosotros después de que algo del mundo exterior haya excitado nuestros sentidos. Sólo tenemos constancia de que hay una representación todavía intensa, pero que se irá debilitando, de un objeto que está fuera de nosotros. De manera injustificada, inferimos que un objeto del mundo es la causa de la impresión que hay en nuestros sentidos, no hay una impresión de la conexión causal entre el objeto y la representación que nos hacemos de él, simplemente se presentan una detrás de otro. Sólo podemos creer que el mundo existe fuera de nosotros, aunque no tenemos ninguna prueba racional de ello. Este fenomenismo defiende que sólo existen los fenómenos, las representaciones que nos hacemos del mundo, y no es tan seguro que exista el mundo al que se refieren. Creemos que existe. La sustancia pensante de Descartes o la autoconciencia que tenemos de nosotros mismos es una idea que también suspenderá el examen al que le someterá Hume. No tenemos impresión alguna del yo, sólo disponemos de unas impresiones que se suceden a lo largo de la vida; con estas impresiones individuales hacemos un “haz de percepciones” que denominamos “yo”.
Ni siquiera Dios: Crítica a la idea de Dios
La bola de demolición sigue funcionando. Tampoco queda en pie la idea de Dios. Hume rechaza el argumento deductivo de Anselmo de Canterbury, puesto que la existencia de Dios es una *cuestión de hecho* no puede ser una proposición analítica como las de las *relaciones de ideas*. Respecto a las pruebas *a posteriori*, es de sobra conocido que la idea de causa o el principio de causalidad es la condición necesaria para admitir las pruebas *a posteriori* para demostrar la existencia de Dios. A partir de los efectos que comprobamos en la creación, inferimos, después de desestimar una cadena infinita de causas, la existencia de una causa incausada. Como la idea de causa no se corresponde a impresión alguna, la fuerza demostrativa de estas pruebas se esfuma absolutamente. Los ilustrados franceses no se atrevieron a ser ateos, rechazaron las religiones reveladas y adoptaron la religión natural que afirma que el orden del universo requiere de un *relojero* que lo ponga en marcha, aunque después se desentienda de su suerte. Hume no encuentra justificación racional de la existencia de Dios. Según su *Historia natural de la Religión*, hay factores psicológicos que explican la inclinación de los seres humanos a creer y tener esperanza en el más allá por el miedo a lo desconocido y a la muerte como su propia y definitiva extinción.
El escepticismo: ¿*un lugar de descanso o un lugar para residir y habitar*?
Kant prefiere el escepticismo como un lugar en el que reposar para coger fuerzas después de la lucha contra el dogmatismo racionalista, como si se tratase de una reconfortante taberna. El escepticismo radical de Hume parece un lugar para residir y quedarse para siempre. Hume lo atenúa gracias a la fuerza de la costumbre que nos permite seguir viviendo y creyendo en el mundo.
El emotivismo moral de Hume
Los juicios morales sobre la bondad o maldad de una acción no son ni cuestiones de hecho, como las impresiones de nuestros sentidos, ni relaciones de ideas, son juicios de valores que hacemos en función del sentimiento que semejantes acciones provocan en cada uno de nosotros. La ética que Hume adopta es *emotivista*, defiende que no hay ninguna razón para preferir una acción a otra, excepto el sentimiento de aprobación o rechazo que provoca en nosotros. Esta confusión es debida a que, con frecuencia, las teorías éticas han pretendido deducir lo que debíamos hacer a partir del conocimiento del orden natural del universo y de la propia naturaleza humana. Esta es la falacia *naturalista*, según la cual lo que el ser humano debe ser y hacer se deduce de lo que el ser humano es. Algo es malo o bueno en función del sentimiento de reprobación o aceptación, respectivamente, que provoca en nosotros, gracias a la *simpatía*, que es una propensión universal y desinteresada que nos permite ponernos en el lugar de los otros y así rechazar el crimen o aprobar la generosidad.