Empirismo y escepticismo en la filosofía de Hume

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1. Introducción

En su introducción al Tratado de la naturaleza humana, Hume señala que todas las ciencias guardan alguna relación con la naturaleza humana. Así, la lógica se interesa por los principios y operaciones de nuestra facultad de razonar, la moral por nuestros sentimientos y la estética por nuestros gustos, la política considera al hombre en relación con la sociedad, etc. En definitiva, la naturaleza humana es el centro capital de todos nuestros conocimientos y por ello es imprescindible desarrollar una ciencia del hombre.

¿Cómo ha de hacerse esto? Aplicando el método experimental, que tanto éxito ha tenido en las ciencias naturales, al estudio del hombre, es decir, tomando como fundamento para esta ciencia la experiencia y la observación. Así pues, la intención de Hume es extender los métodos de las ciencias naturales (se refiere Hume a la física newtoniana) tanto como sea posible, a la misma naturaleza humana, llevando más lejos el trabajo iniciado por otros empiristas como John Locke.

Esta ciencia, que Hume se propone desarrollar contiene dos investigaciones fundamentales:

  • Por un lado, es un estudio del entendimiento humano, donde se trata toda la problemática del conocimiento analizando los procesos psicológicos que en él intervienen, sus principios, sus causas y el alcance de tal conocimiento. (Es una teoría del conocimiento o epistemología)
  • Por otro, tal ciencia alberga un propósito relacionado con la moralidad, a saber, descubrir los principios y fuerzas que gobiernan nuestros juicios morales y nuestro comportamiento moral. (Filosofía moral)

Aquí expondremos en líneas generales la teoría del conocimiento de Hume y sus consecuencias: la crítica a las ideas de sustancia y causalidad.

2. La teoría del conocimiento de Hume

2.1. Impresiones e ideas

En líneas generales, el análisis del conocimiento de Hume coincide con el de otros empiristas, Locke por ejemplo, en el sentido de que todos consideran que la experiencia es la única fuente de conocimiento, y, por lo tanto, todos los contenidos de nuestra mente proceden de los datos suministrados por los sentidos. Hume, sin embargo, a diferencia de otros empiristas, llevará hasta sus últimas consecuencias este principio general lo que lo abocará, como veremos, a un fenomenismo y a un cierto escepticismo. Veamos su teoría.

Hume denomina percepciones a cualquier contenido de la mente en general, "todo aquello que puede estar presente en la mente humana". Y divide las percepciones en impresiones e ideas.

Las impresiones son, para Hume, aquellas percepciones que se presentan a la mente con mayor fuerza o vivacidad, son los datos inmediatos de la experiencia. En general, son las sensaciones, las pasiones y las emociones.

Las ideas son imágenes atenuadas de las impresiones, copias de las impresiones que tenemos en nuestra mente al acordarnos o pensar sobre ellas. Así, por ejemplo, tengo una impresión o impresiones de mi habitación cuando se encuentra presente a la vista, y tengo una idea de esa misma habitación cuando la recuerdo o pienso en ella sin tenerla delante. Como vemos la diferencia entre impresiones e ideas es de intensidad.

Hume piensa, según esto, que ideas e impresiones siempre aparecen correspondiéndose unas a otras: a cada idea corresponde una impresión. Ahora bien, esto debe matizarse. Hume distingue entre percepciones simples y complejas, distinción que aplica a ambas clases de percepciones, es decir, ideas e impresiones. Hay, pues ideas e impresiones simples y complejas.

Las impresiones pueden dividirse en impresiones de sensación e impresiones de reflexión. Las impresiones de sensación provienen de los sentidos, surgen en la mente por causas externas desconocidas y mediante ellas conocemos las cualidades de los objetos del mundo exterior (un color, un sabor determinado). Mediante las segundas, las de reflexión, conocemos nuestros estados internos y de conciencia (por ejemplo, la tristeza, el miedo, etc.)

2.2. La asociación de ideas: formación de ideas complejas

Según lo dicho, todos nuestros conocimientos derivan directa o indirectamente de las impresiones. Incluso las ideas o nociones más complejas, aquellas que parecen más alejadas de la sensibilidad provienen también ellas de impresiones. En consecuencia, la mente humana no tiene otra posibilidad como no sea la de mezclar o componer, dividir o unir los materiales que las impresiones suministran. Y en esta actividad el espíritu se conduce siguiendo, según Hume, las tres leyes básicas de asociación de las ideas: asociación por semejanza, asociación por contigüidad en el tiempo y en el espacio, y asociación por causa y efecto.

a) Ley de semejanza:

Opera en casos tales como cuando ante un retrato decimos que "la niña de la foto es María", y también cuando a una diversidad de individuos los denominamos con el mismo nombre: "vaca", "joven", etc. Es decir, agrupamos ideas en virtud de su parecido o identidad.

b) Ley de contigüidad en el espacio y en el tiempo:

Tendemos a establecer una relación entre las ideas en función de su proximidad espacial o temporal. Así, agrupamos un color amarillo, una superficie de madera lisa y cuatro patas, que se encuentran todos unidos en determinada posición en un mismo espacio y en un mismo tiempo, formando una idea compleja: una mesa.

c) Ley de causalidad (relación causa-efecto):

Con frecuencia esta ley podría ser reducida a la anterior ya que en toda relación causa-efecto lo que en realidad vemos es que a un hecho sigue otro hecho contiguo. Por ejemplo, vemos que una bola de billar golpea a otra y la segunda sale disparada. De ahí inferimos que la primera es la causa del movimiento de la segunda, pero lo que en realidad vemos, de lo único que tenemos impresión, es de que una bola avanza, que llega junto a otra, y que la otra sale disparada. Aunque no haya un fundamento real para la relación causal, como veremos más adelante, sí que lo hay en nuestra mente. Es una ley de nuestra mente establecer relaciones de causa efecto y creer en su necesidad.

2.3. Tipos de conocimiento

Además de la diferenciación entre impresiones e ideas, Hume introduce una importante distinción relativa a los modos de conocimiento. De acuerdo con esta distinción sólo hay dos modos de conocimiento válidos: el conocimiento de relaciones entre ideas y el conocimiento de hechos.

a) El conocimiento de relaciones entre ideas

Pertenecen a este tipo "las ciencias de la Geometría, Álgebra y Aritmética y, en resumen, toda afirmación que sea intuitiva o demostrativamente cierta". La característica de los objetos de estas ciencias es que pueden ser conocidos independientemente de lo que exista "en cualquier parte del universo". Dependen exclusivamente de la actividad de la razón, ya que una proposición como "el cuadrado de la hipotenusa es igual al cuadrado de los dos lados de un triángulo rectángulo" expresa simplemente una determinada relación que existe entre los lados del triángulo, independientemente de que exista o no exista un triángulo en el mundo. Las proposiciones de este tipo no se refieren a hechos sino a las relaciones existentes entre las ideas que se establecen respetando únicamente el principio de no contradicción.

b) El conocimiento de hechos

Está constituido por todas las proposiciones que se refieren a hechos obtenidos a partir de la experiencia, esto es, de las impresiones. Este tipo de proposiciones no se basan en el principio de no contradicción; así, una proposición como "por la tarde hará calor", es tan válida como "por la tarde hará frío". La verdad de estas proposiciones no se puede establecer, por lo tanto de manera puramente lógica, sino que sólo encuentra justificación en la experiencia, en las impresiones. ¿A qué debemos recurrir, pues, para determinar si una cuestión de hecho es verdadera o falsa?

Todas los razonamientos sobre cuestiones de hechos parece estar fundados, nos dice Hume, en la relación de causa y efecto. Si estamos convencidos de que un hecho ha de producirse de una determinada manera, es porque la experiencia nos lo ha presentado siempre asociado a otro hecho que le precede o que le sigue, como su causa o efecto. Si oímos una voz en la oscuridad, estamos seguros de la presencia de una persona: no porque hayamos alcanzado tal seguridad mediante un razonamiento a priori (independiente de la experiencia), sino que "surge enteramente de la experiencia, cuando encontramos que objetos particulares cualesquiera están constantemente unidos entre sí". Las causas y efectos, por lo tanto, no puede ser descubiertas por la razón, sino sólo por experiencia.

El conocimiento de hechos se funda en la experiencia, pero ¿en qué se funda la experiencia? Por lo general, se tiende a pensar que el empirismo supone la aceptación de la existencia de objetos externos al sujeto, "las cosas", que son la causa de todas mis impresiones y, por lo tanto, de todos mis conocimientos. Esta interpretación del empirismo puede ser aceptada, siguiendo a Hume, siempre que se tenga en cuenta que ello significa una concesión al "sentido común", una "creencia razonable", pero que no se puede demostrar que los supuestos objetos externos sean la causa de mis impresiones. Son esas las dudas escépticas que muestra Hume y que se verán ampliadas y reforzadas por su crítica de la idea de conexión necesaria entre la causa y el efecto que veremos a continuación.

3. Los problemas metafísicos derivados de su teoría del conocimiento

La teoría del conocimiento de Hume tiene unas consecuencias importantes en el plano metafísico:

  • Supone una crítica al modo ordinario y tradicional de entender causalidad como conexión necesaria entre dos hechos.
  • Supone una crítica a la idea de sustancia sea esta divina (Dios), extensa (mundo) o pensante (yo).

3.1. La crítica humeana a la idea de causa.

Como hemos visto en la explicación del conocimiento, el conocimiento de hechos está fundado en la relación causa y efecto. Esa relación se había interpretado tradicionalmente, bajo la noción del principio de causalidad (Todo lo que empieza a existir tiene una causa) como uno de los principios fundamentales del entendimiento, y como tal había sido profusamente utilizado por los filósofos anteriores, tanto medievales como antiguos, del que habían extraído lo fundamental de sus concepciones metafísicas. (Recordemos, por ejemplo, la utilización que hace Aristóteles de la teoría de las cuatro causas).

¿Pero qué contiene exactamente la idea de causalidad? Según Hume, la relación causal se ha concebido tradicionalmente como una "conexión necesaria" entre la causa y el efecto, de tal modo que, conocida la causa, la razón puede deducir el efecto que se seguirá, y viceversa, conocido el efecto, la razón está en condiciones de remontarse a la causa que lo produce.

¿Qué ocurre si aplicamos el criterio de verdad establecido por Hume para determinar si una idea (en este caso la idea de conexión necesaria) es o no verdadera? Una idea será verdadera si hay una impresión que le corresponde. ¿Hay alguna impresión que corresponda a la idea de "conexión necesaria" y, por lo tanto, es legítimo su uso, o es una idea falsa a la que no corresponde ninguna impresión?

Si observamos cualquier cuestión de hecho, por ejemplo el choque de dos bolas de billar, nos dice Hume, observamos el movimiento de la primera bola y su impacto (causa) sobre la segunda, que se pone en movimiento (efecto); en ambos casos, tanto a la causa como al efecto les corresponde una impresión, siendo verdaderas dichas ideas. Estamos convencidos de que si la primera bola impacta con la segunda, ésta se desplazará al suponer una "conexión necesaria" entre la causa y el efecto: ¿Pero hay alguna impresión que le corresponda a esta idea de "conexión necesaria"? No, dice Hume. Lo único que observamos es la sucesión entre el movimiento de la primera bola y el movimiento de la segunda; de lo único que tenemos impresión es de la idea de sucesión, pero por ninguna parte aparece una impresión que corresponda a la idea de "conexión necesaria", por lo que hemos de concluir que la idea de que existe una "conexión necesaria" entre la causa y el efecto es una idea falsa.

¿De dónde procede, pues, nuestra idea de conexión necesaria, es decir, nuestro convencimiento de la necesidad de que la segunda bola se ponga en movimiento al recibir el impacto de la primera?

Del hábito, o la costumbre, responde Hume: el haber observado siempre que los dos fenómenos se producen uno a continuación del otro, produce en nosotros el convencimiento o la creencia (no el saber) de que esa sucesión es necesaria.

¿Cuál es, pues, el valor del principio de causalidad? El principio de causalidad sólo tiene valor aplicado a la experiencia, aplicado a objetos de los que tenemos impresiones y, por lo tanto, sólo tiene valor aplicado al pasado, dado que de los fenómenos que puedan ocurrir en el futuro no tenemos impresión ninguna. Contamos con la producción de hechos futuros porque aplicamos la inferencia causal; pero esa aplicación es ilegítima, por lo que nuestra predicción de los hechos futuros no pasa de ser una mera creencia, por muy razonable que pueda considerarse.

Dado que la idea de "conexión necesaria" ha resultado ser una idea falsa, sólo podemos aplicar el principio de causalidad a aquellos objetos cuya sucesión hayamos observado: ¿Cuál es el valor, pues, de la aplicación tradicional del principio de causalidad al conocimiento de objetos de los que no tenemos en absoluto ninguna experiencia? Ninguno, dirá Hume. En ningún caso la razón podrá ir más allá de la experiencia, dice Hume, lo que le conducirá a la crítica de los conceptos metafísicos (Dios, mundo, yo) cuyo conocimiento estaba basado en esa aplicación ilegítima del principio de causalidad.

3.2. La negación de la metafísica: crítica de la idea de sustancia.

3.2. a. Crítica a la concepción lockeana de sustancia

Según lo que hemos visto, nuestra certeza acerca de hechos no observados no se apoya en el conocimiento, sino en la creencia. En la práctica esto no es grave, ya que tal creencia nos basta y nos sobra para entender el mundo y vivir en él. Pero, ¿hasta dónde es posible extender esta creencia? El mecanismo psicológico de la costumbre o hábito, es la clave que nos permite responder a esta pregunta. La inferencia causal sólo es aceptable entre impresiones: de la impresión actual del fuego podemos inferir que a continuación tendremos una impresión de calor, porque las impresiones de fuego y calor se nos han dado unidas repetidas veces en la experiencia. Por lo tanto, podemos pasar de una impresión a otra, pero nunca de una impresión a algo de lo cual nunca tuviésemos experiencia o impresión.

Tomemos este criterio y apliquémoslo al problema de la existencia de una realidad distinta de las impresiones y exterior a ellas, es decir, a la existencia de una sustancia.

Locke consideraba la idea de sustancia como una idea compleja que surgía de la actividad combinatoria de la mente. Esto es coherente con sus presupuestos empiristas, pero, a continuación, le atribuía a esta idea un correlato en la realidad, lo que va en contra de esos mismos presupuestos. En efecto, para Locke, sólo tienen validez las ideas surgidas de la experiencia; pero no hay experiencia alguna de la idea de sustancia. Todo lo que nos ofrece la experiencia es una serie de cualidades que aparecen agrupadas siempre de la misma manera. Por ejemplo: unas figuras rojas, de textura suave y húmeda, unidas a una figura verde, de textura más seca y dura, que emanan un agradable olor, que aparecen unidos en algo que llamamos rosa. Pero ¿dónde está ese algo que llamamos rosa?, ¿dónde nos lo ofrece la experiencia?, ¿dónde está la impresión de ese algo? No hay sensación (o impresión diría Hume) de tal cosa y, sin embargo, Locke cree que aunque sea incognoscible (es decir, aunque no haya impresión de sustancia) es necesario suponerla como el soporte o sustrato que une las cualidades, de modo que la sustancia es puesta, por Locke, como la causa de nuestras impresiones. Entra así en abierta contradicción con el principal presupuesto empirista según el cual todo conocimiento deriva de la experiencia.

Contrariamente a Locke, Hume es un empirista consecuente: la idea de sustancia es fruto de la dinámica combinatoria de la mente y no de las impresiones, por lo tanto, no responde a nada real (al menos nunca podremos estar ciertos de que tal idea tenga un correlato en la realidad). El argumento de Locke es, según Hume incorrecto, porque no va de impresiones a impresiones, sino de las impresiones a una pretendida realidad que está más allá de ellas y de la cual no tenemos, por lo tanto, impresión ni experiencia alguna. Decir, por ello, que existe una sustancia distinta de nuestras impresiones y que es causa de las mismas, es a juicio de Hume, injustificable.

3.2. b. Crítica de la sustancia extensa

Después de negar la validez de la noción de sustancia de Locke, Hume hace una crítica del empleo que Descartes hace de ella: Como hemos visto al hablar del racionalismo, Descartes distinguía entre cualidades primarias y cualidades secundarias. En lo que respecta a las cualidades secundarias (colores, olores, etc.) el propio Descartes estaba de acuerdo en que no son objetivas, es decir, no existen en los objetos, sino que son percepciones subjetivas, que sólo existen en la mente del sujeto, sin realidad alguna, o substancia alguna a la que correspondan.

Por lo que respecta a las cualidades primarias (figura y movimiento) Hume, igual que Berkeley, y a diferencia de Descartes, pensaba que tales cualidades son dependientes de las secundarias, ya que sólo a través de éstas llegamos a aquéllas; en efecto, no percibimos un movimiento si no percibimos una figura que se mueve. Y no percibimos una figura si ésta no posee un color, una textura, etc. Pero si estas cualidades no responden a nada objetivo, como el mismo Descartes pensaba, ¿por qué suponer que la figura sí?

3.2. c. Crítica de la sustancia infinita (Dios)

De Dios no hay percepción, en eso está de acuerdo todo el mundo. Aquéllos que defienden la existencia de Dios, la demuestran recurriendo al principio de causalidad (Tomás de Aquino, Descartes, Locke…) o a ideas innatas (Descartes y, en general los racionalistas). Pero Hume niega valor a las ideas innatas, no puede haber ideas sin la impresión correspondiente. Y también hemos visto que niega validez objetiva al principio de causalidad, éste no es más que el fruto de la actividad combinatoria de la imaginación. Luego, no hay base alguna para sostener la existencia de Dios. Como vemos la existencia de una realidad objetiva distinta de nuestras impresiones y la existencia de Dios, son realmente injustificables. ¿De dónde proceden nuestras impresiones? El empirismo de Hume no nos permite responder a esta pregunta. Sencillamente, no lo sabemos, ni podemos saberlo: pretender contestar a esta pregunta es querer ir más allá de nuestras impresiones, y estas constituyen el límite de nuestro conocimiento. Tenemos impresiones, no sabemos de dónde proceden. Esto es todo.

3.2. d. Crítica de la sustancia pensante (el yo)

De las tres realidades o substancias cartesianas (Dios, mundo, yo) sólo nos queda ocuparnos del yo como substancia distinta de nuestras impresiones. La existencia del yo, de una substancia cognoscente distinta de sus actos, fuera considerada indubitable no sólo por Descartes, sino también por Locke. Hume no puede aplicar aquí su crítica de la idea de causa, porque la existencia del yo no fue considerada por sus predecesores como resultado de una inferencia causal, sino como objeto de una intuición inmediata ("yo pienso, luego yo existo") Sin embargo, la crítica de Hume alcanza también la realidad del yo como substancia, como sujeto permanente de nuestros actos psíquicos. Contra Descartes y contra Locke, Hume establece que la existencia de un yo no puede justificarse apelando a una pretendida intuición de mi mismo, puesto que sólo tenemos intuición de nuestras ideas e impresiones, y ninguna impresión es permanente, sino que unas se suceden a otras de manera ininterrumpida. No cabe, pues, afirmar la existencia del yo como una substancia distinta de las impresiones y de las ideas, como sujeto permanente de la serie de actos psíquicos.

Esta afirmación tan radical de Hume, no permite explicar fácilmente la conciencia que todos tenemos de nuestra identidad personal: en efecto, cada sujeto humano se reconoce el mismo a través de sus distintas y sucesivas ideas e impresiones. (Quien está leyendo esta página tiene conciencia de ser el mismo que antes miraba por la ventana o escuchaba música). Pero si no hay yo, ¿cómo puede el sujeto tener conciencia de ser el mismo? Para explicar la conciencia de la propia identidad Hume recurre a la memoria. Gracias a ella reconocemos la conexión que existe entre las distintas impresiones que se suceden. El error está en que confundimos sucesión con identidad.

4. A modo de conclusión: Fenomenismo y escepticismo

El empirismo de Hume lo lleva, en último término al fenomenismo y al escepticismo. El fenomenismo es una posición filosófica, según la cual no existe otra realidad que los fenómenos. Por fenómeno se entiende lo que aparece, la apariencia, aquello que se muestra a la conciencia a través de la experiencia. El empirismo defendido por Hume sostiene como tesis central, según hemos visto, que en realidad no vemos las cosas sino impresiones de las cosas, apariencias, fenómenos. La realidad conocida queda reducida a meras percepciones, a meros fenómenos, a meras apariencias, en el sentido etimológico de esta palabra. Este fenomenismo nos cierra la posibilidad de fundamentar nuestro conocimiento en alguna certeza, pues si sólo tiene valor lo obtenido a través de las impresiones, pero no conocemos su procedencia ni su causa, ¿dónde fundamentar el conocimiento que poseemos? Habremos de contentarnos con las apariencias. Esta posición que niega la posibilidad de un fundamento de nuestro conocimiento y por ello la posibilidad de un conocimiento cierto se conoce como escepticismo, y, en este sentido, Hume se aproxima a posiciones de los antiguos sofistas.

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