Emotivismo moral y crítica a la razón en Hume
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Emotivismo moral en Hume
Según Hume, todos los seres humanos realizamos juicios morales en los que establecemos lo que nos parece bueno y malo. Pero, ¿en qué se fundamentan esos jui-cios?, ¿se basan en la razón y su capacidad para conocer el bien y el mal de una ac-ción, como defendían Sócrates y Platón?
Hume, aplicando su principio empirista, se pregunta si tenemos impresiones del bien y del mal. Si analizamos una acción moral, sea buena o mala, y describimos los hechos, tendremos impresiones de las personas y de los objetos que intervienen en la acción, pero no impresiones de lo bueno o lo malo como cualidades de ninguna de las personas u objetos que intervienen en la acción. Lo bueno y lo malo de una acción, concluye Hume, no pueden ser conocidos por la razón, pues esas cualidades de bondad o maldad no están realmente en la acción, sino que son añadidas por el sujeto mediante sentimientos de placer o de dolor, de agrado o de desagrado, que surgen de nuestro mundo emocional ante dicha acción. Por lo tanto, las valoraciones o conclusiones morales no dependen de una reflexión de la razón, sino de sentimien-tos de placer o de dolor. Esta teoría de Hume se denomina emotivismo moral (emo-tivo: que produce emoción).
El asesinato no puede ser juzgado desde la razón como algo malo, pues por muchos argumentos racionales que se presenten, el que juzga que un asesinato es algo malo es un sentimiento de desaprobación y rechazo que surge en nosotros. No se puede demostrar racionalmente que algo es injusto, sólo se puede sentir que algo es injusto.
La razón como esclava de las pasiones
Para Hume, lo que mueve nuestra vida moral no es la razón, sino los sentimien-tos o pasiones: inclinaciones, apetitos, deseos… Si Platón insistía en que las pasiones debían estar sujetas a la razón, Hume afirma que la razón no es más que un instru-mento al servicio de las pasiones, instrumento cuya labor consiste en elegir el mejor medio para alcanzar el fin propuesto por una pasión determinada. Para el filósofo escocés, la razón es una esclava de las pasiones.
Piensa Hume, que la razón sólo puede hablar de cómo son las cosas, pero no de cómo deberían ser. Si hablamos de cómo debemos comportarnos los seres humanos incurrimos en la llamada falacia naturalista, razonamiento engañoso en el que se nos quiere convencer de que nuestro comportamiento debe ser de una determinada manera.
Simpatía y naturaleza humana
El emotivismo moral se acerca al relativismo moral de los sofistas, pues a diferentes personas, diferentes sentimientos y diferentes valoraciones y normas morales. Sin embargo, Hume, piensa que la naturaleza ha hecho a todos los seres humanos sentimentalmente semejantes, y que en general los sentimientos morales son compartidos por los seres humanos gracias a la simpatía, es decir, la capacidad de compartir las pasiones de otros, su placer y su dolor. Nuestro mundo sentimental no se acaba con nosotros, sino que existe una preocupación natural por el mundo sentimental de los demás, y ello explicaría el humanitarismo, la benevolencia, la amistad, el espíritu cívico y otras virtudes que benefician y mantienen cohesionada la sociedad. La mayoría de los seres humanos compartiríamos las mismas pasiones básicas y las mismas sensaciones de agrado y desagrado ante las mismas acciones. Además, dice Hume, las pasiones y los sentimientos pueden ser educados.
La crítica a la razón
Crítica a la posible existencia de Dios. Para Hume, la religión pretende tener una base racional en el hecho de que parece existir un orden inteligente en el mundo, orden que podría tener como causa un autor inteligente. Incluso Newton veía el orden del mundo como la manifestación de una inteligencia suprema, y el propio Hume re-conoce que en campos como la astronomía o la anatomía reina un orden asombroso. Sin embargo, el filósofo escocés se pregunta por qué el autor de ese orden asombroso tiene que ser inteligente. Si su inteligencia se debe a otro, y la de este a otro, etc., podríamos seguir sucesivamente hasta el infinito (situación que no aclara el origen de la inteligencia del mundo), o quizás encontrar un autor cuya inteligencia se deba a sí mismo, pero si se afirma que este ser inteligente obtiene su inteligencia de sí mismo, también podría decirse que el mundo material logra su orden inteligente de la misma manera (de sí mismo), sin necesidad de una inteligencia exterior, como defendía Aristóteles.
Crítica a los atributos divinos. Por otro lado, aunque ese Dios existiera, Hume critica que se le atribuyen una serie de características sin base alguna. Se dice de Dios que es infinito, pero los efectos que conocemos de él son finitos. Se dice de Dios que es perfecto, pero la naturaleza tiene deficiencias que hacen imposible afirmar la perfección de su autor.
Crítica a los creyentes. Pero Hume no se limitó a pensar que la religión fuese una teoría de validez dudosa, sino que la criticó como un grave error para el género humano. Y es que estaba convencido de que mientras que los errores en filosofía son solamente ridículos, en materia de religión son peligrosos. El filósofo escocés, como buen ilustrado, considerará un peligro para el ser humano la ignorancia, el dogmatismo, la superstición y el fanatismo que han acompañado a menudo a las creencias religiosas, pues para él representan la incapacidad de los individuos para ser libres. Por ejemplo, piensa Hume que la imagen de Dios se ha deformado hasta atribuirle un personalidad caprichosa e inmoral que el ser humano intenta controlar o calmar con prácticas supersticiosas, prácticas que generan infelicidad, pues la superstición nace del miedo, y las creencias religiosas surgidas del miedo no apaciguan el miedo, sino que lo incrementan.
Crítica a la moral religiosa. Todas las épocas nos ofrecen ejemplos de abusos de la religión, y por ello Hume denuncia que ésta ha fallado en su misión de convertirse en fundamento de la vida moral de los seres humanos. Son innumerables los sucesos históricos en los cuales se han producido cuantiosas muertes y actos injustos en nombre de Dios o de la religión. Además, las promesas y las amenazas de la religión referentes a otra vida tras la muerte, han generado una falsa moral centrada en el temor al castigo perpetuo y en la esperanza de la recompensa eterna, olvidando el sentimiento moral de simpatía hacia los otros seres humanos, sentimiento que Hume considera natural.
Por otro lado, según Hume, debido al temor a Dios, la religión busca cualidades, virtudes, que resulten agradables a Dios y cree haber encontrado esas cualidades en el celibato, el ayuno, la penitencia, la mortificación, la negación de uno mismo, la humildad, el silencio, la soledad…, cualidades, según Hume, que son rechazadas en todas partes por las personas sensatas porque no son útiles ni para la felicidad terrenal de los individuos ni para la convivencia en sociedad. Hume se pregunta por qué las virtudes que supuestamente agradan a Dios parecen ir en contra de la felicidad en esta vida. ¿No le agrada a Dios que los seres humanos seamos felices en este mundo y hagamos felices a nuestros congéneres?
La conclusión para el escocés es que hay que rechazar toda actitud religiosa de la que no se deriven sólo bienes morales que vayan en beneficio de la sociedad humana.