EL si de las niñas

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LEANDRO FERNÁNDEZ DE MORATÍN.

El sí de las niñas.

Leandro Fernández de Moratín ( 1760-1828) fue el único de los dramaturgos neoclásicos que supo armonizar la actitud crítica, de raíz intelectual, la sátira de los “ vicios y los errores comunes de la sociedad” ( en la exposición y nudo),  con una actitud sentimental, de raíz puramente afectiva, que estructura el desenlace de la pieza, mediante la cual son destacadas “ la verdad y la virtud” que sustentan el auténtico comportamiento humano.

Moratín definió así la comedia: “ Imitación en diálogo, escrito en prosa o en verso, de un suceso ocurrido en un lugar y en pocas horas, entre personas particulares, por medio del cual, y de la oportuna presentación de afectos y caracteres, resultan puestos en ridículo los vicios y errores comunes en la sociedad y recomendadas, por consiguiente, la verdad y la virtud”. Es indudable que para nuestro autor es fundamental la finalidad docente y que esa finalidad preside la elección del tema y la estructura de la obra.

La comedia neoclásica empieza a desarrollarse, sin demasiada aceptación en la época de Carlos III. Los personajes y el público se corresponden con una clase media o burguesía que aún no es muy poderosa.

  • Presentan conflictos domésticos o sociales.
  • No busca la sorpresa sino la lógica y naturalidad.
  • La intriga es sencilla y admite algún toque sentimental.
  • Los desenlaces dan un ejemplo de civismo, buen sentido con la intención de criticar ciertas costumbre sociales.
  • Los personajes guardan “decoro poético”, es decir, hablan de acuerdo a su categoría social.
  • Los caracteres están individualizados.
  • Se cumple el precepto de las tres unidades.
  • Prosa o verso. No hay mezcla en la misma obra.

 Destacamos en esta obra:

  • Inteligencia y sentimiento, visión crítica y visión cordial, razón lógica y razón afectiva. Este equilibrio no se concentra al final sino que actúan desde el principio.
  • El ritmo teatral es perfecto y se enlazan armónicamente unas situaciones con otras.
  • La adecuación de las unidades escénicas no resulta artificial ni forzada: el tiempo y el espacio intensifican la unidad de acción.
  • La adecuación entre palabra y carácter, palabra y situación. El lenguaje no está en función de sí mismo, sino al servicio de la acción representada por los personajes.

La situación dramática de la pieza, que reúne a los personajes en la posada, de cuya reunión resulta la acción, estriba en un concierto matrimonial fundado en la inautenticidad. Siguiendo con el encadenamiento al que aludimos, doña Irene se comporta de manera poco sincera, “ inauténtica”, pues no es el amor a su hija ni su deseo de felicidad, sino su propio egoísmo y apetencia de bienestar. Doña Paquita, aunque es inocente, no sabe rebelarse contra esa falta de autenticidad, por culpa de una educación de la que es responsable la sociedad, que ha convertido en recelo lo que es en sí natural y legítimo: el amor hacia don Carlos. En cuanto a don Diego parece engañarse a sí mismo : en su diálogo con Simón  advierte lo importante que es mantener “ en secreto” tal concierto matrimonial, de ahí su prisa por despachar el asunto con su sobrino. Cuando él descubre todo- las sombras así lo facilitan- toma conciencia de la inautenticidad de la situación y se da cuenta del miedo a su soledad, de la vejez. Este cúmulo de engaños y autoengaños se desmorona felizmente cuando cada uno de los personajes advierte que se puede ser feliz con autenticidad, siendo lo que cada uno es. Quien triunfa no es uno u otro personaje sino la verdad.

PERSONAJES.

En El sí de las niñas Moratín utiliza siete personajes, que se agrupan en tres parejas, dejando solo a uno de ellos: Don Diego/ Doña Irene; los jóvenes Francisca y Carlos; los criados jóvenes Rita y Calamocha; un criado de más edad, Simón.

 La posición social aúna a los cuatro señores, por un lado y a los tres criados, por otro. Se oponen la discreción de don Diego y la  insensatez de doña Irene, el amor de los jóvenes y la obediencia filial, la gracia de los criados y la seriedad de los adultos. Como vemos, es una arquitectura perfectamente equilibrada, neoclásica.

Moratín maneja a sus personajes como si fueran una orquesta: movimiento, gracia, alegría, prudencia, contraste de sentimientos y cualidades morales.

Se combinan autoritarismo y sumisión, seguridad y enfado cariñoso al lado de temor y respeto.

La crítica de la sumisión ciega e irracional anula la personalidad, sobre todo en las mujeres; la defensa de la sensatez y el diálogo como medio de resolución de conflictos, sin caer en los excesos verbales del Barroco, se impone en la obra.

Don Diego es el personaje que habla en primer lugar, con su criado Simón y da a conocer los rasgos físicos de la muchacha, su posición social y  económica. Desde un primer momento ya hay equívocos e incluso se habla del sobrino, sin detalles. Al final de la obra nos queda una impresión de humanidad.

Doña Paquita tendrá que adaptarse a esa imagen bobalicona e insípida, no deberá sentir el menor deseo de rebeldía y, sin embargo, ha de conquistar inmediatamente al público. La falsa inocencia del principio manifiesta los errores de la educación.

Doña Irene cuenta historias con una lentitud y unas repeticiones desesperantes; nunca traspasa un bajo nivel de inteligencia, progresa en comicidad y por eso se lleva la sorpresa final. Aun en este punto, lo que llama la atención es que reacciona de una manera mecánica, hecho que permite mayor hilaridad. Como detalle curioso observamos que, mientras todos pasan la noche en vela, ella duerme, aunque previamente ha hablado de dificultad para conciliar el sueño, no se ha enterado de nada porque dormía; sin embargo, al cambiar al viejo por el joven, sin desprecio hacia el anciano, se alegra puesto que sus objetivos siguen cumpliéndose. Su charlatanería, su volubilidad son la corteza que cubre un cierto sentido de la vida hecho de egoísmo; más que el dinero de don Diego lo que busca es la tranquilidad, la seguridad. Posiblemente, no nos resulta odiosa porque pensamos que tras su bienestar cree sinceramente que también está el de su hija.

Don Carlos es un teniente coronel que lleva en su pecho una cruz laureada. Desde el principio de la obra se trasluce que dejó sus deberes militares. Si seguimos leyendo encontramos que esa perspectiva inicial queda superada por su carácter decidido y resuelto: lo que siente por Paquita no es un simple devaneo. Es sincero y cuenta cómo ha acudido al llamamiento de su amada y ,al ver quién es su competidor, aunque el tío no lo sepa aún, trata con serenidad la situación: la solución es la retirada. La comedia no se funda en la rebeldía romántica de Larra, sino en el mutuo sacrificio y en el dominio de sí mismo. El diaógo de tío y sobrino pone de manifiesto el virtuosismo escénico de Moratín: el recitado es largo pero el autor tiene la habilidad de interrumpirlo varias veces y así el extenso parlamento queda segmentado alrededor del “ ¿ dónde?”, “ ¿ cómo?”, “ cuándo?”, “¿ qué proyectos?”. Hay una frase que hace pensar a don Diego, cuando don Carlos insinúa que físicamente no será suya pero sí sentimentalmente.

El trazado de los criados corresponde al principio del “ decoro”. Son vivaces, pero en nada recuerdan al gracioso. Hay, en ellos una agilidad y una gradación cómica, pendientes del conjunto, confidentes y discretos, no desempeñan el doble papel ni imitan las acciones de sus amos. En la atmósfera de ignorancia, bajo el peso de la mojigatería, son los criados los que dan una nota de aire fresco.

ESPACIO Y TIEMPO.

El espacio es sencillo: una sala de paso con cinco puertas, escalera, ventana. Compárese esta posada de Alcalá de Henares  y la venta cervantina: aquí el espacio es mucho más reducido: en ese espacio sencillo se encauzan las vidas, las luces y las sombras colaboran estrechamente a la resolución del conflicto.

  • La acción dura desde las siete de la tarde hasta las cinco de la mañana,. Ese tiempo dramático fuertemente concentrado permite gran variedad de movimientos. También hay tiempo para los equívocos: inquietud y conformidad, desesperanza y esperanza, fingimiento y sentimiento. A la luz se confía que vaya contorneándolos y marcando el paso del tiempo: una vez se dice que ha sonado el reloj en la madrugada, dando las tres. La razón se va imponiendo a los hombres y el sol sustituye a las tinieblas de la noche; el problema de la educación, el sentimiento religioso y la censura de las costumbres  se muestran con claridad.

ESTRUCTURA y TEMAS TRATADOS.

En el primer acto, escena 7,  la división de la acción, polarizada entre el viejo y la niña es evidente. En los dos actos restantes las dos ramas de la acción se entrecruzan.

Los dos primeros actos están muy unidos, las pausas breves impiden que decaiga el interés. En cambio, entre los actos segundo y tercero hay una separación muy marcada( calor, ronquidos, mala alcoba, precauciones con el tordo...) El desenlace sorprende a doña Irene, pero el espectador conoce ya el sentimiento de doña Francisca, la decisión de don Diego, de manera que no se extraña tanto como el personaje citado.

Con respecto a los temas que aparecen podemos citar la estampa de la mujer en la sociedad en la que se mueve: imagen de candor y de inocencia. Las muchachas se dedican a “ bordar, coser, leer libros devotos, oír misa y correr por la huerta detrás de las mariposas y echar agua en los agujeros de las hormigas”.

Hay una referencia a lo popular- la música del barberillo, los productos de la huerta... - que nos aproxima al Romanticismo.  También hay alusiones concretas a las costumbres de la época: ideal de mujer, la virtud, el recogimiento, el desorden moral de las amas, la importancia de las matemáticas, de la economía... si bien se excluyen aspectos sexuales y religioso-eclesiásticos.

La educación convierte a los jóvenes en unos hipócritas, el absurdo lleva al dolor y a la desgracia, pero si el hombre se deja guiar por la razón puede llegar a la felicidad. Es la razón la que hace que obediencia y respeto sean auténticos, es la razón la que hace que la autoridad no se convierta en odiosa tiranía. La razón, ese “vencerse a sí mismo” de Segismundo, triunfa en la escena.

Observemos que la escena moratiniana, a diferencia del Barroco, puede quedar vacía ( II, 3), hay una mención explícita a lo que puede ocurrir( I,9).

Son significativas las formas de tratamiento. La hija se dirige a la madre llamándola de “usted” como fórmula de respeto generalizada en la época, mientras que doña Irene suele tutearla, pero pasa al “usted” cuando intenta recriminar el comportamiento de Paquita.

La funciones expresiva, apelativa y los hipocorísticos contribuyen a enfatizar esa carga afectiva.

Coloquialismos y muletillas sirven de punto de apoyo para comenzar el diálogo.

Lo cómico y lo dramático-sentimental: Doña Irene es el carácter cómico de El sí. Los criados, con su juego, o bien apoyan la comicidad de la madre o consiguen que no se mantenga la acción en el plano patético-sentimental. Paquita ha de esforzarse para mostrar su gracia en contraste con la vida ñoña del convento e incluso manifestar la fuerza de las pasiones en la juventud.

El valor didáctico de la comedia puede quedar resumido en las siguientes palabras: “ Esto resulta del abuso de la autoridad, de la opresión que la juventud padece; estas son las seguridades que dan los padres y tutores, y esto es lo que se debe fiar en el sí de las niñas...Por una casualidad he sabido a tiempo el error en que estaba. ¡ Ay de aquellos que lo saben tarde! “. De la conducta de don Diego brotan con la felicidad la gratitud y la ternura, de una manera muy dieciochesca se siente salvado de la soledad, comparte su vida con otros y da sentido a la sociabilidad.

La prosa, gracias a su sencillez y naturalidad  es bastante cercana, no es la exuberancia lírica del XVII, como hemos apuntado en varias ocasiones. El tono sentencioso se evita conscientemente; sin embargo cierra la escena II del último acto.

El diálogo entre el viejo y la niña es sentimental, el que ha tenido lugar entre sobrino y tío es de carácter dramático, dos hombres frente a frente que son capaces de dominarse pues la naturaleza humana no es sólo instinto , parte esencial de ella es la razón.

Las descripciones no tienen la abundancia de color y la fantasía del Romanticismo, ni la riqueza de detalles del Realismo, ni la observación analítica del Naturalismo positivista, sino que son sobrias, claras y precisas.

Moratín se sirve de algunos juegos gramaticales, voces especializadas y esdrújulas. “ píldoras de coloquíntida y asafétida”.Utiliza también preguntas retóricas, ironía, metáforas, paralelismos, etc.

En conclusión, el autor presenta un conflicto entre el autoritarismo y la capacidad de decisión de los jóvenes. Lo valioso de este texto y lo que puede hacerlo actual es la defensa de un diálogo sincero y la comprensión como formas ideales de relación humana, capaces de superar disimulo y falsedad. Esta idea típicamente ilustrada está muy cerca de la realidad actual.

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