Eduardo Abaroa y la Defensa de Calama: Epopeya Boliviana en la Guerra del Pacífico
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I. Antecedentes
A. La Sombra de la Guerra
La Guerra del Pacífico marca un hito en la historia de Bolivia. América, al independizarse, erigió en el altar de los Andes el santuario de la paz y la armonía. En América no existen, ni existirán, los vastos panoramas de grandes conflictos humanos, generadores de guerras que llevan encapsulado un contenido de justicia y responsabilidad. La lucha de conciencias está proscrita en América; el debate de ideas políticas, filosóficas y morales jamás podrá producir el choque arduo de ideales reales y antagónicos que lleven a estos pueblos a la guerra. Las guerras en América no pueden producirse por conflictos de principios, ya que todas las naciones que la integran están animadas por un alma colectiva que, en último análisis, articula la gran nación espiritual de los pueblos latinos.
El americanismo de Bolívar y San Martín se alza sobre las más nobles conquistas de la democracia, la libertad y la paz, reduciendo a menudos fragmentos los principios de solidaridad en el continente de la paz y la fraternidad en el siglo XIX.
El conflicto armado entre Bolivia, Perú y Chile en 1879 no fue un conflicto de principios, sino una lucha de intereses vulgares. Los gabinetes chilenos obedecieron a la argolla judaizante de los bolsistas de Valparaíso, y los generales se movían impulsados por defender a voraces sindicatos. Los bolivianos, en cambio, murieron como héroes en nombre de ideales generosos.
La historia de la diplomacia chilena, sus tortuosas intrigas de gabinete, su dialéctica sobria y el hecho de que, como observa el brillante historiador Don Alberto Gutiérrez, existe una psicología del pueblo chileno, demuestran que fue el guano del desierto el que despertó y fomentó la rapacidad chilena, el que movió a sus oradores, el que hizo surgir ideas en sus publicistas y, en fin, el que movió el brazo de las huestes guerreras para matar y, desdichadamente, también para vencer, realizando una odisea brutal que sació su avidez de botín y de sangre. Fue un móvil económico el que jugó el principal papel en la gestación de esta guerra que ha escarnecido a la democracia pacifista de América. Los hombres chilenos no fueron a la guerra contra Perú y Bolivia enardecidos en su mente por un pensamiento generoso, ni en su corazón por la llama de alguna noble pasión por imponer una idea superior, ni tampoco como fueron los guerreros de la independencia, llevando el exterminio y la desolación para crear patria. Todas las hazañas de Chile se reducen a adueñarse de territorios que iban a ser saturados por la sangre de los héroes de Perú y Bolivia.
La historia ha catalogado los antecedentes políticos, diplomáticos, jurídicos y sentimentales de esta guerra, y también su desenlace, que fue la natural consecuencia de polémicas sin templanza. Sintetizando los hechos a simples direcciones, no es posible que en estas líneas se haga el papel de meticulosos y jadeantes notarios de la historia.
El fantasma de la guerra tuvo por resultado producir la inmediata inmovilización moral de Bolivia. En cuanto se supo de la ocupación de Antofagasta el 14 de febrero de 1879, el corazón nacional latió en un solo ritmo al grito de guerra. Bolivia había sufrido ya la agresión y su destino estaba amenazado de muerte.
Bolivia vivía en su herencia revolucionaria y anárquica, en plena dictadura apretada por las manos de un soldado sensual e ignorante, quien no sabía que la guerra que fermentaba iba a sellar largos años en las cancillerías de Perú, Bolivia y Chile. Era un problema económico, tanto por la argolla del conquistador como por la organización de la defensa por las futuras víctimas del despojo. En cambio, el panorama de Chile era el reverso de la medalla. La derrota boliviana de 1879 es una derrota económica, preparada por la falta de previsión y por la quijotería de los hombres de gobierno que llevaron a su pueblo al sacrificio, sin plena conciencia de morir. Calama es la imagen comprimida de toda la Guerra del Pacífico. Lo único que tuvo Bolivia en los campos de batalla fue la cooperación de sus fuerzas morales y psicológicas. Las grandes batallas, y también las pequeñas, las gana el alma, pero también las gana, definitivamente, la fuerza que es reservada económica y los ejércitos de civiles que trabajaban en los talleres y en las fábricas. Hubo falta de clarividencia, ausencia del porvenir, sin la vista fija en el mañana. Daza, el Centauro del Cerro Podrido, en su miseria moral, solo levanta la indignación de la República contra su ineficacia, su estupidez y su perfidia. Abaroa es el pueblo que muere heroicamente sin preguntar cómo muere, y Daza es el gobierno sin dirección y sin sentido de la realidad que hace matar, matar y matar...
La Guerra del Pacífico ha sido, por parte de Bolivia y su alianza, la danza de los errores. Todo esfuerzo era ya demasiado tarde. Los gobiernos de Bolivia y Perú eran médicos que se limitaban a firmar certificados de defunción. Hubo errores diplomáticos, como el hecho de que Daza mantuviera sujeto hasta los últimos momentos y diera pasaportes al ministro chileno. Hubo errores en todo, en el manejo de las fuerzas psicológicas y, sobre todo, en lo que se refiere a mantener la unidad y la disciplina en el ejército, los soldados, los jefes y los generales.
Los esfuerzos de Campero, de Camacho y sus héroes, Pérez, Abaroa, Murguía y los colaboradores, nada pudieron contra las fuerzas disciplinadas y bien nutridas. Sobrevino la derrota. La profecía de Santibáñez se cumplía: el guano del desierto había sido saturado con la sangre de nuestros héroes. Siguió a ella la extorsión aduanera que se administró con un medidor de oxígeno que debía absorber Bolivia para su vitalidad. La conciencia de triple fondo de la diplomacia chilena, siempre artera y falaz, pasó por los labios de Bolivia la redada de miel del puerto que diría vacía, hasta que sucedió años más tarde lo irreparable.
La Guerra del Pacífico ha sido un vivero de enseñanzas y de advertencias para el futuro. Ha sido la crisis del carácter, de la rutina, de la moralidad y de la integridad boliviana, de la que han surgido nuevas energías, es cierto, exangües, pero nuevas, y, andando el tiempo, se habrían vigorosas y púgiles. Significó la quiebra del militarismo, el nacionalismo de la democracia civil, la formación de partidos políticos, el anhelo unánime de trabajar y un renacimiento de las actitudes psicológicas de las razas.
Glorificar a Abaroa es levantar rugiente la protesta que el corazón boliviano no olvida: Antofagasta. Y aprovechar las duras lecciones de la guerra injusta es preparar el futuro reivindicador y reparador. Abaroa es el héroe, Antofagasta es la patria, es decir, todas las ansias juntas, todos los anhelos y todas las esperanzas de la nacionalidad. El futuro es la Bolivia de mañana. Bolivia, como toda nación, tiene los ojos abiertos al porvenir y tiene, además, que cumplir una misión histórica en el concierto americano y mundial. Se debe a sus hijos de hoy y a sus hijos de mañana.
B. La Tierra Sagrada
Calama... El paisaje está rodeado por la más profunda soledad. La cordillera, en un heraldo prolífico, y en esas extrañas al abrazo del sol, brota la simiente de la vida salvaje, violenta y recia, abriéndose paso entre las aristas volcánicas, rebeldes, impetuosas y avasalladoras, en la torrencial esencia del río Loa que, audaz y tesonero, labra jadeante la catedral gótica del valle.
Calama es un pueblecillo asentado encima de los basiliscos gigantes de aquel valle, donde los últimos contrafuertes de la cordillera andina, Calama, gravita sobre el valle como una fatalidad, contemplando el rumoroso tropel del río que se encrespa en carriles de espuma. Las casuchas, salpicadas sobre el Cerro Esmeralda, forman el pueblo que incluye su vida entre los ajetreos del comercio rudimentario del arriero y las actividades de una naciente industria minera que incita a la voracidad de Chile. La plaza del pueblo, silenciosa y escueta, está sostenida por la cruz de las calles principales y bendecida todos los días por la blancura seráfica de la torre rectoral. La tierra está tapizada de alfalfares y organizada por chilcas.
C. El Día de Gloria
El prefecto, coronel Severino Zapata, acompañado de una caravana de exiliados, buscó refugio en la montaña para organizar la resistencia y se situó en Calama, dejando en el camino lágrimas, hambre y dolor. Don Ladislao Cabrera, patriota sincero y eminente hombre público que se encontraba en Caracoles, recibió del gobierno del general Daza el nombramiento de delegado del gobierno para organizar la resistencia en el litoral.
Entre los cuales se encontraba Eduardo Abaroa, se organizó la comisión salvadora de Bolivia, que fue presidida por el mismo Cabrera y secundada por Abaroa, Severino Zapata, Fidel Carranza y Lisandro Taborga, pues la fuerza militar solo constaba de una pequeña columna policial de gendarmes. Esta comisión formuló las fuerzas, que en total llegaron a sumar 135 hombres provistos de un pintoresco museo de armas.
Cabrera asumió la jefatura y dirección de la defensa y, con acierto poco común en un civil, como hace notar Vicuña Mackenna, hizo prodigios de estratega y táctico. Era jefe el coronel Lara, llamado risueñamente"El Matasiet". Se improvisa, en realidad, una muralla que no es otra cosa que la patria misma, con todas sus deficiencias del momento, con toda su tristeza y con todas sus audacias, que combatirá y luego morirá por su integridad. Llegaba el rumor del ejército chileno, cuya aproximación tenía la virtud de enardecer con noble emulación los corazones generosos de los defensores de Calama. La tierra boliviana se estremecía de sorpresa y de coraje. La fuerza chilena era un ejército, es decir, una tropa de hombres disciplinados y militarizados. Se componía, según el parte de guerra del coronel Sotomayor, jefe de las fuerzas chilenas, de 1400 hombres con armas perfeccionadas, por su precisión, de 11 piezas de artillería de montaña y dos ametralladoras.
El 16 de marzo se envió un parlamentario, quien expuso (copiamos el acta de intimación) proponer al jefe de la plaza la rendición de ella y la deposición de armas. A cambio, ofrece dar garantías que le fueran pedidas, así como también la libre entrada del señor jefe de la plaza. El doctor Ladislao Cabrera contestó que no estaba dispuesto a aceptar ni someterse a ninguna intimación que se le hiciera y que, cualquiera que fuera la superioridad numérica de la fuerza en cuyo nombre se le intimaba rendición, defendería hasta el último trance la integridad del territorio de Bolivia.
Cabrera, que es la cabeza directora, alienta y electriza con su palabra severa:"Soldados, paisano", termina con estas palabras,"defenderemos hasta el último trance la integridad del territorio de Bolivi". Se había establecido como línea de resistencia el río Loa, cuyos vados, Valkiria, Carvajal, Guaita y Topater, eran las llaves para romper la defensiva. Don Ladislao Cabrera, como medida de precaución, el día antes del combate hizo destruir los puentes.
La luz matinal del 23 de marzo despierta el campamento con un saludo guerrero. Llega el eco del redoble de los tambores que vibra en el campo enemigo. Suenan cornetas y clarinetes, relinchan los caballos y se diría que se escucha el chirrido de las cureñas de los cañones que el ejército chileno pone en movimiento en una mañana otoñal. Los 135 hombres defensores de la plaza, que muy luego tal vez iban a convertirse en mártires de patriotismo y de su abnegación, esperaban las últimas órdenes con febril impaciencia...
Son las 8 de la mañana. Un"¡Viva Bolivia" estentóreo sacude en un acto patriótico a los pechos bolivianos que sienten la más honda de las emociones, y el"¡Viva Bolivia" ardoroso y pleno de los triunfadores es una descarga eléctrica que mueve a esos brazos envueltos en una atmósfera de virilidad, de ardor bélico y de ansias exterminadoras.
Un combate violento se traba en el puente del Topater con los disparos del frente chileno, mandado por el coronel Lara y que luego fue reforzado por 12 rifleros que condujo Don Eduardo Abaroa. Cabrera, dirigente, enardeció a los suyos con el ejemplo de su arrojo. El combate no desmaya ni un instante. Los rasgos de heroísmo que multiplican los bolivianos no han perdido ni un solo palmo del terreno. Retroceden sin acobardarse ante tanta bizarria.
El comandante de las fuerzas chilenas trazó con sus tropas una línea de fuego. Valkiria, El Tomate y La Aguadita son atacados simultáneamente. Quieren avanzar más y avanzar. Quieren pasar el río y coger a los soldados de la rapacidad y tomarlos prisioneros. Hacen retroceder con su temeridad a los cuadros chilenos y lo consiguen sin dificultad. Los defensores de Calama se van agotando en hombres, en municiones y en armas, y el río que defendían, nos cuenta Don José Vicente Ochoa, con el agua teñida de sangre, se lleva sus sueños y las esperanzas de triunfo. Hubo que resignarse a esa ley fatal de la fuerza física... Bañados en sangre y extenuados, ceden al fin las huestes bolivianas. Calama ardía en un fuego inextinguible y sobre sus cenizas solo había desolación, lágrimas y, flotando encima como un anuncio siniestro, Melpómene, musa de la tragedia, del dolor y del martirio. Calama es una apoteosis de valor, donde hay que admirar el brillo de aquella oración milagrosa de corazones diamantinos. Es necesario no olvidar que Calama es, ante todo, Abaroa, pero que también es Cabrera. Luego tenéis que a Zapata, previsor y prudente; Lara,"El Matasiet"; Guerrero, de pulido reflejo; Delgadillo, cuyo nombre se prolonga en una vibración de gloria; Jurado, que con sus actos de fregolismo audaz es un meteoro de epopeya; y, para los que será siempre un nombre, ejemplo para el soldado desconocido.
Calama no es una batalla, es un canto y, militarmente, un sitio avasallador, después, puesto por un ejército poderoso a una falange de bravos que no tenía más armas que su valor. Allí triunfa el patriotismo boliviano encargado de un hombre, y ese hombre es Abaroa.
D. La Inmolación
Solo dable a pintar a Homero esa sagrada hora de batallas. Era necesario conservar la posición del Topater a toda costa; así lo exigía el honor y la dignidad patria. Abaroa, con sus 12 rifleros, es un solo hombre, un solo corazón y, lo que es más, una sola descarga. Los soldados chilenos van estrangulando a los defensores bolivianos. Tendieron una comunicación sobre el río y pasaban a la orilla opuesta. El escritor chileno Vicuña Mackenna dice:"Cuando el intrépido Abaroa pasó el angosto río por una viga y allí se hizo fuerte para defender el puesto de honor que se le había confiad". Don Ladislao Cabrera anotó con estas palabras en su parte oficial la designación de Abaroa para defender El Topater:"Contar que Abaroa disponía de un criado, quién le entregaba su rifl". Pero Abaroa estaba solo en una montaña que afronta la tempestad y el rayo. Abaroa se yergue como un sonámbulo; tiene los ojos encendidos por la llama del odio y de la pasión; una herida en la frente y otra en el cuello, y la sangre le cubre los párpados y la barba. Sigue disparando inalcanzablemente. El chileno avanza hacia Abaroa y con insolencia le intima rendición:"_¡Ríndase!".
Abaroa, con las manos crispadas, sostiene su rifle y sigue disparando. Su columna vertebral se alza en una verticalidad imperiosa. Se cubre su rostro y, en gesto varonil y sublime, más fuerte que los obuses y más perforante que responde:"_¿Rendirme? ¡Que se rinda su abuela, carajo!".
Su grito formidable es el último proyectil que arroja Abaroa al rostro de los invasores. Una bala que le hiere el corazón. En brazos de la gloria, el gran inmolado, Abaroa, había cumplido con su deber. Todo queda muerto con la patria. No, no, no ha muerto todo. Abaroa vive y con él la patria.
Don José Vicente Ochoa nos dice:"No ofrece más que un obstáculo a la pisada extranjera: es el cuerpo de Abaroa, inerme y, sin embargo, parece una muralla infranqueabl". La batalla había ganado. Abaroa, su gloria, era más grande que la codicia de los invasores y su nombre se graba en la inmortalidad. Está para perpetuar su grito. Su nombre se perpetúa, tanto como en las nieves eternas. La inmensidad de su hazaña la cantarán al infinito la formidable mole de su roca que busca el beso del sol.
Es cierto que existe un acuerdo unánime entre quienes se han ocupado de narrar esta gloriosa jornada. La verdad del hecho heroico brilla como un resplandor de 18 quilates. Lo que varía es la forma de reconstruirla al referirse a la muerte del gran inmolado.
El historiador chileno Vicuña Mackenna, con un sarcasmo de Víctor Hugo pigmeo, hace justicia a Abaroa con las siguientes palabras: “De suerte que cuando vio aproximarse al vado de Topater la avanzada del alférez Quesada, hacia las 6 de la mañana, ordenó a un valeroso mozo de Calama, casado en ella y en venturoso hogar, llamado Eduardo Abaroa, descender al paso encubierto por una enramada y allí recibió a bala y a fusil a los chilenos desapercibidos. En obedecimiento a sus instrucciones, Quesada volvió bridas con presteza, cual cumplía con su deber militar, sin perder un solo hombre a causa de la mala puntería de reclutar a los rifles bolivianos. Y fue entonces, a poco más tarde, cuando el intrépido Abaroa pasó el angosto río por una viga y, con 12 hombres, se hizo fuerte. No quiso el taimado calameño desamparar aquel puesto confiado a su honor y allí cayó peleando como un león, acuchillado, hasta que él hizo el Carlos Open le atravesó con su espada”. Memoria digna de ser guardada por los suyos, levantase más tarde el cuerpo de bolivianos del litoral que se llamó “Los Vengadores de Abaroa”. “Nos sorprendimos”, dice el chileno, “al ver que un boliviano desde adentro hiciera fuego a más de 100 hombres de entre caballería y dos de línea que iban a pasar por allí, pues amigos, nos dio bala y fue imposible pillarlo por más que se le buscaba”.
La primera noticia sobre la muerte de Abaroa, Don Ladislao Cabrera, jefe de la fuerza defensora de Calama, la dirigió al ministro de guerra:
“Nada se sabe del teniente coronel Delgadillo ni del segundo jefe de rifleros, Eduardo Abaroa. Sin embargo, respecto al segundo, se dice que fue fusilado después de prisionero. Si esta fatal noticia se confirmara, habría que vengar este nuevo crimen”. Hemos recogido estas otras versiones: “Tenía tres rifles”, dice Eduardo Zubieta, “que le cargaba un criado suyo, mientras él tiraba con su serenidad, destreza y precisión, cual si se tratara de un ejercicio de tiro al blanco”.
En una carta que en la época se publicó en un periódico de Salta, se refiere a Abaroa lo siguiente: “No abandonó su rifle. Al caer, lo sostenía con la mano izquierda. Los chilenos se precipitaron sobre el caído. Herido y moribundo, le intimaron rendición y fue entonces que él profirió: ‘Que se rinda su abuela, carajo...’”.
Sirviéndonos de estos datos, la verdad del hecho, Eduardo Zubieta, la de Ricardo Ugarte y la de Eligio Taborga, testigos presenciales, batalla, actores del drama y autores de sendos folletos sobre el hecho de armas, especialmente en Zubieta, reconstruiremos con estricta verdad histórica cómo fue El Topater y cuál la magnitud de aquel sacrificio homérico.
E. Las Palabras de la Epopeya
Las grandes y pequeñas batallas las gana el alma. En la guerra no solo se bate con obuses mortíferos, sino también con palabras que son las descargas del espíritu y que son más detonantes que los mismos proyectiles. Ellas, con su magnificencia y con el brillo fulgurante de su explosividad, son la síntesis de una vida, de una hazaña, y forman el resumen de una epopeya. Son las confesiones en alta voz de las almas torturadas por el deber y por la patria.
La campaña de Calama tuvo la velocidad del rayo y la repercusión de una tempestad morosa durante su gestación y desenlace. Abaroa tuvo irradiaciones de luz potente y chispas que brotaban de su corazón, golpeado por el martillo del valor. Hay en sus palabras ejemplaridad y nobleza. El espíritu, seguro de sí mismo y confiado en su destino, hecho de fuego, de civilidad y de hombría de bien. Defender la integridad de la patria, Cabrera, Zapata, Abaroa, todos habían puesto su energía y su entusiasmo al servicio de la patria amenazada y representada allí con los defensores de Calama, que eran en aquellos momentos decisivos como un gran corazón donde se concentraba todo el medio vital de Bolivia.
La resistencia y tomar parte en ella, Abaroa, con la frialdad de un estoico y la sobriedad de un parcial, contestó:"_Soy boliviano y lo que voy a defender es también territorio boliviano. Prefiero morir antes que huir cobardemente". Palabras, esas, una expresión artística donde un hombre, con contenido espiritual, quien les decía, tienen el corazón endurecido por la hidroterapia de la serenidad.
Hay en las naciones una multitud inerte de hombres que no han aprendido a ruborizarse con el corazón, forasteros de su patria, que, dándose la mano con los semejantes de otros países, forman la gran república del cálculo del panismo. La patria solo es un bienestar, y el de su familia, ajeno a todo renunciamiento y a todo desprendimiento, son los más firmes sostenes de la tiranía que los encumbra con su indiferencia de tenebrosa ala. Su espíritu, la audacia, son la tarifa de honestos burgueses que forman las huestes digestivas de las naciones. Cierra los ojos ante la realidad de su propia prolongación, que es la esposa que espera en el hogar, los hijos a quienes amenaza la orfandad. Luego se presentan las tentaciones de la dulzura hogareña, la reposada vida sin pena ni gloria, que sonríe con su epigastrio satisfecho de su alegría optimista. Abaroa hay algo que ver con los ojos del alma y que eclipsó de todo eso: la luminosa imagen de la patria nombrada por los desechos de la gloria, ante la cual es necesario sacrificar a la esposa, al hijo y a todo cuanto se quiere y ama. Un buen hijo y un buen esposo tienen el deber más hondo y más trascendental: es el de ser patriotas y, sobre todo, buenos ciudadanos.
Abaroa, si se puede ser las dos cosas a la vez, tanto mejor, y Abaroa lo fue así. Si tienes noticias de que el enemigo se aproxima a las cercanías de Calama, Cabrera pone las últimas pinceladas a su cuadro de sangre, agita los espíritus y en todos los defensores logra despertar un eufórico deseo de luchar, y en ninguno de los rostros asoma la peligrosa palidez.
Abaroa, si se puede ser las dos cosas a la vez, tanto mejor, y Abaroa lo fue así. Si tienes noticias de que el enemigo se aproxima a las cercanías de Calama, Cabrera pone las últimas pinceladas a su cuadro de sangre, agita los espíritus y en todos los defensores logra despertar un eufórico deseo de luchar, y en ninguno de los rostros asoma la peligrosa palidez. Y en forma rotunda, según cuenta el mismo Calavera, le dijo:"_Parece, señor, que usted no tiene confianza en mí. Verá usted el día del combate".
Hay en este gesto una explosión de amor propio, de orgullo contenido y de dignidad del hombre que, siendo dueño de sí mismo, es dueño de sus actos y de la dirección de su conducta interior. Son palabras de señorío, conciencia de pujanza, de voluntad y de gravidez del carácter.
El cumplimiento del deber generosamente. Dos glorias se van de la mano a través del tiempo y del espacio: Abaroa y Cambronne, el héroe francés y el héroe boliviano. ¿Quién ganó Waterloo? Solo fue Cambronne. ¿Quién fue Calama en el Topater? Mejor dicho, ¿quién fue Bolivia? Fue Abaroa. Víctor Hugo dice, al referirse a la hazaña de Cambronne, que entre los gigantes franceses él citó, no fue el jefe de la Guardia Real.
Abaroa supo completar a Leónidas con Rabelais, resumido en aquella victoria en una sola palabra, suprema, imposible de pronunciar:"_¡Qué se rinda su abuela, carajo!" Es el insulto al rayo, es llegar a una grandeza esquiliana. ¡Un fluido del huracán divino se desprende y viene a pasear por la mente de aquel hombre que exhalaba el grito terrible!