Ecos de la Tragedia: Diálogos sobre Poder, Destino y Verdad

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Diálogo sobre el Poder y el Destino

El Arte de Reinar y el Miedo

OE: ¿Incluso me exhortas para que espontáneamente deje mis tan importantes reinos?

CR: Yo le aconsejaría esto a aquellos que tienen todavía un puesto libre en uno y otro lado. Ya es forzoso para ti soportar tu suerte.

OE: El camino más seguro para quien desea reinar es alabar la moderación y hablar del ocio y del sueño. La tranquilidad es, a menudo, simulada por el tranquilo.

CR: ¿Acaso tan poco me defiende una larga fidelidad?

OE: Su lealtad le presta al traidor el acceso a su mala acción.

CR: Libre de las cargas regias, disfruto de los bienes del trono y mi casa se fortalece con la afluencia de ciudadanos. No surge ningún día con cambios alternos en el que no abunden los regalos del cetro vecino en mis hogares: suntuosidad, opulentos banquetes, muchas gracias a nuestra salvación dada. ¿Qué pensaré que le falta a tan feliz fortuna?

OE: Lo que le falta: lo propicio no tiene nunca medida.

CR: Así pues, ¿caeré como culpable con causa desconocida?

OE: ¿Acaso la razón de mi vida os es devuelta a vosotros? ¿Acaso se ha escuchado por Tiresias mi alegato? Sin embargo, somos vistos como culpables. Me dais el ejemplo; yo lo sigo.

CR: ¿Qué si soy inocente?

OE: Lo dudoso lo suelen temer los reyes como cierto.

CR: Quien teme vanos temores, merece los verdaderos.

OE: Todo el que estuvo en la acusación, libre, odia todo lo que le es dudoso, que caiga.

CR: Así surgen los odios.

OE: Quien teme en exceso los odios no sabe reinar. El miedo custodia los reinos.

CR: El que, cruel, maneja el cetro con dura tiranía, teme a los que le temen. El miedo se vuelve contra su autor.

OE: Custodiad al culpable encerrado en las rocas de una cueva. Yo mismo volveré mis pasos hacia mis penates reales.

El Peso del Pasado y la Profecía

OE: Mi alma da vueltas a sus preocupaciones y repite el miedo. Los de arriba y los de abajo afirman que es mío el crimen de Layo. Pero, por el contrario, mi alma inocente, que se conoce a sí misma mejor que los dioses, lo niega. Vuelve a mi memoria, tenue entre los restos, que por el golpe de mi bastón cayó uno que me salió al encuentro y fue entregado a Dite, cuando en mi primera juventud un anciano, arrogante, me iba a atropellar con su carro, lejos de Tebas, en la región de la Fócide, donde el camino se divide en tres ramas. Esposa de mi alma, explícame los errores, te lo ruego: ¿qué espacio de su vida llevó Layo al morir? ¿Cayó en el primer tiempo de su verdor o en edad achacosa?

IO: Entre viejo y joven, pero más bien de viejo.

OE: ¿Acaso una nutrida muchedumbre rodeaba los costados del rey?

IO: A la mayoría los equivocó el error del camino bifurcado. A pocos los unió a sus carros su fiel afán.

OE: ¿Acaso alguno cayó como compañero para el destino regio?

IO: A uno lo añadió como partícipe su lealtad y su valor.

OE: Tengo al culpable. Coincide el número, el lugar, pero dime el tiempo.

IO: Ya se siega la décima mies.

SEN: El pueblo de Corinto te reclama al reino de tu padre. Pólibo ha alcanzado el descanso eterno.

OE: ¡Cómo desde todas partes se precipita contra mí la cruel Fortuna! Dime enseguida con qué destino cae mi padre.

SEN: Un dulce sueño puso fin a su ánima de anciano.

OE: Mi padre yace muerto sin ningún asesinato, soy testigo, que me esté permitido ya levantar al cielo piadosamente mis manos puras sin temor de ningún crimen. Pero queda la parte más temible de mis hados.

SEN: Todo tu temor lo disiparán los reinos paternos.

OE: Volveré a los reinos paternos, pero me da horror mi madre.

SEN: ¿Temes a tu madre, que pende ansiosa esperando tu regreso?

OE: Mi misma piedad me pone en fuga.

SEN: ¿La abandonarás viuda?

OE: Tocas en mis propios temores.

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