La Duda Metódica Cartesiana: Un Camino Hacia la Certeza Filosófica
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Si se aplicara el método cartesiano a las decisiones cotidianas, uno tendría que dejar de vivir mientras se fundamenta la metafísica y el resto de los saberes. Sin embargo, su propósito es filosófico y epistemológico.
La Primera Regla del Método y la Naturaleza de la Duda
La primera regla del método cartesiano obliga a examinar los conocimientos para determinar si es posible dudar de su verdad y, en tal caso, considerarlos provisionalmente falsos. La duda cartesiana es, por tanto, teorética, universal y metódica. A diferencia de la duda escéptica, no busca la negación por la negación misma, sino que sirve como una herramienta rigurosa para hallar certezas inquebrantables.
Los Niveles Progresivos de la Duda Cartesiana
La duda cartesiana es progresiva y se distingue por su amplitud y radicalidad. Aunque el Discurso del Método expone tres niveles principales, las Meditaciones Metafísicas introducen un cuarto nivel, llevando la duda a su máxima expresión.
Primer Nivel: La Duda sobre los Sentidos
El primer nivel de duda se dirige hacia la información que nos proporcionan los sentidos. Descartes argumenta que, si en ocasiones nuestros sentidos nos engañan, es prudente suponer que podrían engañarnos siempre. Si los sentidos son falibles, la existencia misma de su objeto, el mundo exterior, tampoco puede afirmarse con certeza absoluta.
«Así pues, considerando que nuestros sentidos en algunas ocasiones nos inducen a error, decidí suponer que no existía cosa alguna que fuese tal como nos lo hacen imaginar.»
Este argumento lleva a la conclusión de que el conocimiento sensible es inherentemente incierto.
Segundo Nivel: La Duda sobre el Conocimiento Matemático
El objeto de las matemáticas no es sensible, por lo que su verdad no se ve afectada por el primer nivel de duda. Por ejemplo, la fórmula de la superficie de un cuadrado sigue siendo cierta, exista o no un cuerpo físico al que aplicarla. Sin embargo, Descartes propone un nuevo nivel de duda para este tipo de conocimiento:
«Y puesto que existían hombres que se equivocan al razonar en cuestiones relacionadas con las más sencillas materias de la geometría y que incurren en paralogismos, juzgando que yo...»
Si hay quienes se equivocan en demostraciones matemáticas sencillas, también yo podría equivocarme en otras, incluso sin darme cuenta. Por lo tanto, el conocimiento matemático, aunque más robusto, también puede ser erróneo.
Tercer Nivel: La Duda del Sueño y la Transición al Genio Maligno
El tercer nivel de duda se basa en la indistinguibilidad entre la vigilia y el sueño. Descartes plantea que los pensamientos que tenemos cuando estamos despiertos pueden asaltarnos cuando dormimos, sin que ninguno en tal estado sea verdadero. Esto lleva a cuestionar la realidad de todas nuestras percepciones y experiencias.
«Y finalmente, considerando que hasta los pensamientos que tenemos cuando estamos despiertos pueden asaltarnos cuando dormidos, sin que ninguno en tal estado sea verdadero...»
Este argumento obliga a concluir que todos los conocimientos sensibles son, en principio, dudosos. En las Meditaciones Metafísicas, Descartes añade una objeción a este tercer nivel: ya sea que uno duerma o esté despierto, siempre será cierto que dos más dos son cuatro. Esto conduce a un cuarto nivel de duda, más radical, basado en dos nuevos motivos:
- La posibilidad de un Dios engañador: Este argumento es rápidamente refutado por Descartes, ya que la bondad suprema de Dios es incompatible con la idea de que nos engañe.
- La posibilidad de un genio maligno: Una entidad todopoderosa y astuta que se dedica a engañarnos en todo, incluso en las verdades más evidentes como las matemáticas. Este es el punto culminante de la duda cartesiana, llevando al escepticismo más extremo.
La Primera Certeza: El "Cogito, Ergo Sum"
Tras llevar la duda a su límite, Descartes encuentra una verdad indudable. Incluso si un genio maligno me engaña en todo, para ser engañado, debo existir. La acción misma de dudar o pensar implica la existencia de un sujeto pensante.
«Pero, inmediatamente después, advertí que, mientras deseaba pensar de este modo que todo era falso, era absolutamente necesario que yo, que lo pensaba, fuese alguna cosa. Y dándome cuenta de que esta verdad: "pienso, luego soy", era tan firme...»
Esta es la primera certeza inquebrantable de la filosofía cartesiana: el "Cogito, ergo sum" (Pienso, luego existo). Es la base sobre la cual Descartes reconstruirá todo el edificio del conocimiento, demostrando la existencia del yo como sustancia pensante (res cogitans) y, posteriormente, la existencia de Dios y del mundo exterior.