El Dualismo Antropológico y la Tripartición del Alma en Platón
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El dualismo antropológico y la tripartición del alma
La concepción platónica del ser humano se halla estrechamente relacionada con la teoría de las Ideas y tiene precisamente su enclave en el dualismo ontológico, es decir, en una separación radical entre el ámbito de las Ideas (el verdaderamente real) y el ámbito de las cosas, sometidas al cambio y a la corrupción. Con este dualismo general se corresponde el dualismo antropológico de Platón, que va a tener que introducir para poder justificar la posibilidad del conocimiento. Si el conocimiento, para ser conocimiento, es siempre conocimiento de ideas y en este mundo en el que vivimos solo percibimos las cosas, que imitan a las ideas siempre de un modo imperfecto, ¿cómo es posible que podamos llegar a conocer las ideas?
Para Platón, esto es posible porque el hombre, como el mundo, está compuesto por un elemento sensible (el cuerpo) y por un elemento inteligible (el alma). De este modo, el hombre, en tanto que ser corporal, está en contacto con el mundo de las cosas, pero, en tanto que ser inteligible, entra en contacto con el mundo de las ideas.
Ahora bien, aun siendo el alma de la misma naturaleza que las ideas, ¿cómo es posible conocer las ideas si nuestra alma, en este mundo, está anclada al cuerpo? Esto es posible porque, para Platón, el cuerpo y el alma, al pertenecer a dos mundos diferentes, no pueden estar unidos de un modo necesario, sino que su unión es solamente temporal y accidental. Lo cual quiere decir que, si bien el cuerpo no puede vivir sin el alma que lo anima, el alma sí que puede vivir sin el cuerpo al que da vida.
En el Fedro, en forma de mito, Platón relata que el alma, antes de unirse al cuerpo en el momento de nacer, estaba en el mundo de las Ideas, contemplándolas, pero que, en un momento dado, el alma cae prisionera en el cuerpo (justo cuando fuimos engendrados), un hecho traumático que la dejó aturdida y que hizo que perdiese la memoria de su existencia anterior. De este modo, Platón explica míticamente la posibilidad del conocimiento de las ideas, porque el alma, que ha conocido antes de nacer las ideas, a pesar de no verlas en este mundo sensible, puede recordarlas: así, cuando uno ve un objeto que identifica con un árbol, se da cuenta de que solo lo es en un sentido relativo, ya que al germinar es solo una pequeña planta, luego crece, cambia de forma, se seca y muere... de manera que, hablando con propiedad, solo podemos calificar como “árbol” este objeto porque es como una realización concreta y temporal de aquella Idea de Árbol que no muere y siempre permanece igual a sí misma.
A esta teoría de Platón, según la cual aprender lo que las cosas son no consiste sino en “recordar” las ideas que conocimos antes de nacer, se la conoce como “teoría de la reminiscencia” (o anamnesis), y es una de las temáticas principales del Fedón. Aparece también en un conocido pasaje del Menón, en el que Sócrates consigue que un esclavo sin conocimientos previos resuelva un problema geométrico, y lo consigue limitándose a guiar al esclavo mediante preguntas (el arte de la mayéutica), de modo que sea él mismo el que encuentre la respuesta.
Pero, ¿pueden todos los hombres recordar estas ideas? Platón, que, como decimos, no creía mucho en la igualdad de los hombres por las consecuencias de la democracia decadente, defiende que no, y ello porque los hombres se dividen según la parte del alma que más predomine en él (la virtud es natural y no adquirida). Tres son las partes del alma consideradas por Platón a este respecto:
- El apetito o alma concupiscible (epithymía), en la que residen los deseos irracionales y la búsqueda de los placeres (situada en el vientre).
- El ánimo o alma irascible (thymós), en la que residen los sentimientos y pasiones, y que es la parte del alma responsable del valor o coraje (situada en el pecho).
- La razón o alma racional (nous, lógos), que es la que ejerce las funciones intelectivas (situada en el lugar más elevado: la cabeza).
Esta tripartición del alma la recoge Platón, entre otros, en el conocido “mito del carro alado”, que aparece también en el Fedro, donde compara el alma con un carro alado, tirado por dos caballos (uno blanco y uno negro) y conducido por un auriga: el auriga responsable de la conducción simboliza la razón; el caballo negro e indisciplinado figura el apetito y, en fin, el caballo blanco y de naturaleza noble, el ánimo o coraje. Esta tripartición del alma será fundamental para comprender la dimensión ética y política de la filosofía de Platón.