La Doctrina de San Agustín: Historia Lineal y la Lucha de las Dos Ciudades
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Filosofía de la Historia: La Ciudad Terrena y la Ciudad de Dios
Con San Agustín de Hipona da comienzo la filosofía de la historia en la cultura cristiana. En contra de la visión cíclica de los griegos, el pensador defiende el concepto de historia lineal. En esta interpretación, cada hecho tiene su razón en el proceso histórico, y el porqué de cada acontecimiento debe entenderse de acuerdo con el objetivo final de la historia.
Agustín escribe La Ciudad de Dios (De Civitate Dei) para plasmar su filosofía de la historia y trata de explicar las razones del debilitamiento y de la caída de Roma.
Contexto y Propósito de «La Ciudad de Dios»
La caída de Roma fue un acontecimiento que afectó profundamente a las personas más sabias de la sociedad romana, llevando a una profunda reflexión. Los paganos romanos atribuyeron a los cristianos la responsabilidad de lo sucedido, señalando la práctica de la no-violencia como causa principal.
Agustín escribe La Ciudad de Dios para responder a estos ataques paganos y defender a la Iglesia. Argumenta que la caída del Imperio no es el fin del mundo, sino el desenlace de una etapa que se dirige hacia un final preestablecido. La causa del desmoronamiento del Imperio Romano no radica en el cristianismo, sino en los placeres y lujos de la Roma pagana. Para Agustín, la única esperanza que le queda a la humanidad es el cristianismo, y su obra busca entender y encontrar un sentido trascendente a los hechos históricos.
La Lucha entre las Dos Ciudades
La Ciudad de Dios influyó decisivamente en las ideas de la Edad Media, presentándose como una defensa fundamental de los cristianos frente al paganismo.
Definición y Naturaleza de las Ciudades
En la filosofía agustiniana de la historia universal, la crónica de la humanidad se presenta como la lucha constante entre dos ciudades, definidas no por límites geográficos, sino por el amor que las impulsa. Agustín define "ciudad" como un grupo de gente unido por un mismo propósito o amor.
Estas dos ciudades representan la lucha entre:
- La Ciudad de Dios (o Ciudad Celeste): La ciudad del bien, de la luz, de los creyentes.
- La Ciudad Terrena (o Ciudad del Mundo): La ciudad del mal, de las tinieblas, de los no creyentes.
Agustín divide a los seres humanos del mundo según su amor fundamental:
- Quienes, despreciando a Dios, se aman únicamente a sí mismos (Ciudad Terrena). Estos convierten en fin las realidades terrenas.
- Quienes sitúan a Dios sobre todas las cosas y le aman incluso hasta despreciarse a sí mismos (Ciudad de Dios). Estos utilizan los valores mundanos como medio para acceder a Dios.
El Desenlace Histórico y la Distinción Moral
Las dos ciudades, la de Dios y la del mundo, se encuentran entremezcladas a lo largo de la historia, pero al final de los tiempos se separarán definitivamente. La lucha entre ellas perdurará hasta ese momento, cuando se producirá la victoria definitiva de la Ciudad de Dios.
La historia, por tanto, es esencialmente una lucha entre dos amores: el amor a Dios y el amor a uno mismo.
Es crucial entender que no se puede identificar la Ciudad del Mundo con el Estado, ni la Ciudad de Dios con la Iglesia, aunque en determinados momentos históricos esta identificación haya sido común. Las ideas referentes a las ciudades celeste y terrena son, ante todo, reflexiones morales y espirituales.
No obstante, en la visión agustiniana, la Iglesia es superior a los Estados, ya que representa el camino hacia el fin último de la humanidad.