La Doctrina del Bien y el Mal en San Agustín: Una Exploración Teológica

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La Doctrina del Bien y el Mal en San Agustín

Para abordar el problema del bien, San Agustín se basa en sus Confesiones, una obra autobiográfica que explora su búsqueda espiritual y su lucha con el mal durante su juventud. Describe su periodo en el que estuvo involucrado en el maniqueísmo, una religión dualista que planteaba la existencia de dos principios opuestos de igual potencia: un Dios bueno y un Dios malo.

Rechazo del Maniqueísmo y la Naturaleza del Mal

A pesar de haber apoyado el maniqueísmo en su juventud, San Agustín acaba rechazándolo a él y a su dualismo radical. Argumentó a favor de un Dios único, absolutamente bueno y omnipotente, negando la coexistencia de dos fuerzas igualmente poderosas. En su lugar, sostiene que el mal es una privación o ausencia del bien.

El Pecado Original y la Condición Humana

Además, San Agustín defendía la idea del pecado original, argumentando que la humanidad heredó la mancha del pecado de Adán y que, como resultado, los humanos son imperfectos e inclinados al mal. Esto contrastaba con otras visiones más optimistas, como la de Pelagio, que consideraba al hombre moralmente perfecto por sí mismo, sin necesidad de la gracia divina.

Tipos de Mal según San Agustín

San Agustín se interesó también por el problema de la existencia del mal, a partir del cual distinguió tres tipos:

  • Mal Ontológico: Entendido no como una entidad en sí misma, sino como una privación o ausencia de bien.
  • Mal Físico: Considerado como una parte de la condición humana, donde el sufrimiento, la enfermedad y la muerte son manifestaciones de la imperfección inherente al mundo creado.
  • Mal Moral: Arraigado en el pecado, es una elección contraria a la voluntad de Dios que el hombre hace, y es la consecuencia del libre albedrío.

El Libre Albedrío y la Gracia Divina

San Agustín consideraba el libre albedrío como la posibilidad de elegir voluntariamente el bien o el mal, opción que tiende siempre hacia el polo negativo debido a la inclinación al pecado que tiene el ser humano y que ha sido heredada del pecado original. Dios nos ha dado el libre albedrío para poder elegir libremente hacer el bien o el mal, porque sólo así puede existir la justicia para castigar al que lo usa para pecar, ya que ésta únicamente puede aplicarse a acciones libres.

Como consecuencia del pecado original y por estar el hombre sujeto al dominio del cuerpo, es difícil que elija dejar de pecar. Por ello, sólo la libertad, entendida como una gracia divina, puede liberar al hombre de esa inclinación. Para él, esta gracia era esencial para la salvación humana. Era vista como una intervención divina que libera al hombre del pecado original y lo empuja a hacer exclusivamente el bien, guiándolo hacia la redención. Puede también redimirlo de su condición y hacerlo merecedor y capaz de buenas obras, permitiéndole así superar sus limitaciones y alcanzar la unión con Dios.

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