Dioses y Creencias en la Antigua Roma: Del Hogar al Inframundo
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La religión privada o familiar
Dioses domésticos
- El Lar familiar: Era el dios protector de la casa, representado por el fuego del hogar doméstico y venerado en una especie de hornacina (lararium) en el atrio o espacio central de la domus.
- Los Penates: Eran los dioses de quienes dependían las provisiones de la familia (la despensa). Se les representaba como dos jóvenes que portaban cuernos de la abundancia. Seguían a la familia cuando esta se trasladaba de casa.
- Los Manes: Eran las almas de los difuntos de la familia. Los familiares celebraban sus aniversarios y les encomendaban cuidar a los recién fallecidos. Las lápidas se encabezaban con las letras D.M. (Dis Manibus, "a los dioses Manes").
- El Genius: Era el espíritu protector del pater familias. Se le representaba en el lararium junto al Lar y los Penates, a menudo en forma de serpiente.
- La diosa Juno: Actuaba como la protectora de las mujeres de la familia.
El culto familiar
Cada familia, a imitación de lo que en un principio ocurría solo en las familias patricias, tenía su propio ritual a la hora de venerar a sus dioses. Estos ritos estaban presididos por el pater familias. La mujer, al casarse, abandonaba los cultos de su familia y se incorporaba a los de la familia de su marido. También participaban, sobre todo en el culto al Genius, los esclavos y los clientes de la familia. Los ritos más frecuentes eran ofrendas de alimentos, libaciones, plegarias, adornos florales y el encendido de velas o candelas.
La religión oficial del Estado romano
Dioses del panteón
Tras un proceso iniciado ya en época etrusca y prolongado a lo largo de los primeros siglos de la República, en Roma se fue configurando un grupo de grandes dioses, doce en total. El proceso consistió en ir atribuyendo poco a poco los mitos y funciones del dios griego a su correspondiente paralelo romano, hasta identificarlos totalmente, aunque manteniendo el nombre latino. Este panteón greco-romano constituyó el núcleo alrededor del cual se organizó la religión oficial de la ciudad.
Sin embargo, desde el punto de vista estrictamente religioso, la fe en ellos no llegó a ser profundamente sentida por la gente. Los mitos a ellos atribuidos, tomados en su mayoría de la mitología griega, no eran considerados artículos de fe, sobre todo para los más cultos.
El viaje al inframundo
Cuando una persona moría e iba a ser sepultada, sus familiares le ponían en la boca una moneda (óbolo). A partir de este momento, el dios Hermes (Mercurio para los romanos) lo conducía a las profundidades de la tierra, hasta los umbrales del Infierno. Allí debían detenerse ante las estancadas aguas que lo rodeaban. El difunto entregaba la moneda a un anciano y escuálido barquero llamado Caronte, quien lo llevaba en su barca, ya en solitario, hasta la otra orilla.
Allí se encontraba la puerta misma del Hades, custodiada por Cerbero, un perro de tres cabezas y cola de serpiente que permitía la entrada a todos, pero no la salida a nadie. Las almas que llegaban eran llevadas a presencia de los jueces Minos, Éaco y Radamantis, quienes, teniendo en cuenta la vida pasada, pronunciaban la sentencia correspondiente.
- Los justos y piadosos eran enviados a los Campos Elíseos, un lugar de bienaventuranza, soleado y lleno del canto de los pájaros y alegres danzas. Allí residían los héroes.
- La Llanura de los Asfódelos acogía a los mediocres, que pasaban así la eternidad vagando sin objeto, entristecidos en ese lugar gris y nebuloso.
- Los impíos y criminales eran precipitados al Tártaro para cumplir una condena eterna. Allí sufrían castigo personajes como Tántalo, Sísifo, Ixión o las Danaides.