El Diálogo Cerebral: Mente Emocional vs. Mente Racional
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La Danza entre Nuestra “Mente Emocional” y Nuestra “Mente Racional”
La clave se halla en el sistema límbico, concretamente en el conjunto de núcleos subcorticales con forma de almendra llamada amígdala. El funcionamiento de la amígdala y su interrelación con el neocórtex constituyen el núcleo mismo de la inteligencia emocional. El hipocampo y la amígdala fueron dos piezas clave del primitivo “cerebro olfativo”. La interrupción de las conexiones existentes entre la amígdala y el resto del cerebro provoca “ceguera afectiva” o incapacidad para responder a los estímulos del entorno. En el extremo opuesto, cuando las emociones nos desbordan y actuamos de forma irracional e impulsiva, presos del pánico, de la ira, de la euforia… estamos bajo el dominio de la amígdala.
¿Qué es la Amígdala?
- Una parte del sistema límbico.
- Complejo conjunto de núcleos subcorticales con forma de almendra situados en el polo del lóbulo temporal.
- Unidad o centro neurálgico vertebrador de la conducta agresiva, actúa como unidad central de mando dando directrices para iniciar o parar las respuestas somática, autónoma, hormonal y neurotransmisora.
- Centro de memoria emocional.
- Una de sus funciones es detectar situaciones de amenaza y peligro (y poner en marcha respuestas de lucha y huida).
Para que tenga lugar el secuestro emocional, “cuando las emociones desbordan la razón”, han de ocurrir dos supuestos:
- La activación de la amígdala.
- El fracaso en activar los procesos neocorticales capaces de equilibrar nuestras respuestas emocionales.
La amígdala funciona como un vigía o centinela psicológico que explora las percepciones que llegan al cerebro en busca de algún tipo de amenaza (algo temido, odiado…). En caso de percibir cualquier estímulo alarmante, reacciona de forma inmediata enviando un mensaje urgente a todas las regiones del cerebro.
La amígdala almacena recuerdos y da respuestas sin que sepamos el motivo, es la causante de reacciones y emociones que no sabemos explicar, y que, incluso, pueden parecernos irracionales o totalmente desacertadas.
Esta, junto al hipocampo, compara de forma muy rápida e imprecisa la experiencia presente con sus recuerdos del pasado. Lo hace de forma asociativa: si existen entre ambas situaciones algún o algunos elementos similares, reacciona con la misma respuesta con la que lo hizo en el pasado.
Su función en situaciones de supervivencia es crucial. El problema es que, muy a menudo, los recuerdos emocionales de la amígdala han quedado obsoletos.
Ejemplo:
Una mujer que fue violada en su adolescencia no consigue tener relaciones sexuales relajadas.
Muchos de los recuerdos emocionales más intensos proceden de los primeros años de nuestra vida (especialmente de las situaciones traumáticas).
La amígdala puede ser desconectada por la corteza prefrontal.
La Corteza Prefrontal
La corteza prefrontal es igualmente esencial en la génesis y modulación de las emociones. Es una parte de la corteza cerebral ligada a las capacidades humanas: la reflexión y, a través de ella, la toma de conciencia de las emociones, su regulación y control. Así pues, los frutos de la corteza prefrontal no son instintivos, sino aprendidos a lo largo de la historia personal del individuo.
Luria (década de los 30) propuso que el córtex prefrontal era la clave del autocontrol y de la represión de los estallidos emocionales. Su estudio reveló que el lóbulo prefrontal izquierdo actúa inhibiendo el derecho y regulando las emociones desagradables, mientras que en el derecho se gestan sentimientos negativos como el miedo y la agresividad. Por ejemplo, cuando empezamos a pensar que alguien nos está ocultando algo, preguntándonos e imaginando “oscuros” motivos en una cascada de pensamientos que llevarán a enfadarnos cada vez más, con la consecuente activación de la amígdala.
Así pues, para nuestra vida emocional son imprescindibles tanto la amígdala (y el hipocampo) como el neocórtex y las conexiones que hay entre ellos. Una buena inteligencia emocional e inteligencia racional exigirán un equilibrio y una integración armónica entre nuestras “dos mentes”, emocional y racional.