Destino y Responsabilidad en Crónica de una Muerte Anunciada
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Destino y Responsabilidad en *Crónica de una Muerte Anunciada*
Daniel Samper Pizano ha propuesto una interpretación de *Crónica de una muerte anunciada*, según la cual la novela es una pieza más del edificio fatalista que, desde sus comienzos literarios, viene construyendo Gabriel García Márquez. De hecho, puede afirmarse que casi todas sus ficciones son crónicas de sucesos designados de antemano. En su mismo título, la novela contiene todos los elementos de la fatalidad: hay una muerte ineludible; esa muerte ha sido anunciada desde tiempo atrás; y, finalmente, hay un relato testimonial que se limita a contar lo que ha pasado, pero sin capacidad de intervenir en los sucesos. Desde el arranque del relato ("el día en que lo iban a matar"), sabemos que el personaje está condenado, lo cual elimina las sorpresas, aunque no la necesaria suspensión para hacer atractiva su lectura. Santiago Nasar parecía destinado a ser mimado por la fortuna, pues era "bello, formal y con una fortuna propia a los veintiún años". Sin embargo, un lunes trágico de febrero muere en circunstancias terribles a la misma puerta de su casa. Todo el pueblo sabía que el crimen iba a producirse y, sin embargo, nadie lo impide, lo cual sugiere la presencia de un destino fatal ineludible, el *fatum*. Ahora bien, a diferencia del *fatum* de las tragedias clásicas, ciego e implacable, la fatalidad que descubrimos en la novela de García Márquez se configura a partir de elementos menos "fatales". Se trata de un conjunto de contradicciones, ambigüedades, coincidencias y presagios erróneamente interpretados, que analizaremos a continuación.
Elementos que Configuran la Fatalidad
Contradicciones
- La contradicción central de la obra es justamente que todo el pueblo, menos el propio Santiago, sabe que los gemelos Vicario van a matarlo. La contradicción se presenta hábilmente como una realidad de la trama, contribuyendo a crear la atmósfera trágica del libro.
- La segunda gran contradicción es que, en una sociedad tan cerrada y puritana como la de la Colombia rural de los años 50, Ángela Vicario hubiera podido perder su virginidad con un joven del pueblo, y que tal hecho no se supiera.
Ambigüedades
A las contradicciones se suma el resultado de la ambigüedad. Son muchos los hechos que ni los personajes, ni el lector, ni siquiera el narrador, consiguen esclarecer a lo largo del relato. Para empezar, la obra está organizada sobre la ambigüedad esencial acerca de quién cometió el "crimen" de honor. La sensación que el lector tiene tras leer el final es que Santiago Nasar era inocente, aun cuando Ángela, muchos años después de los sucesos, cuando podría haber dicho la verdad, ratifica con convicción su versión ("Ya no le des más vueltas, primo —me dijo—. Fue él"). También hay otros detalles ambiguos que ayudan en la creación del ambiente fatal:
- Hay varias versiones contradictorias sobre el tiempo atmosférico que hacía el día que murió Santiago.
- Tampoco se sabe a ciencia cierta si Victoria Guzmán, la cocinera de la familia Nasar, y su hija sabían que los Vicario iban a matar a Santiago.
- Hay testimonios divergentes acerca de si los gemelos Vicario estaban borrachos o sobrios antes de cometer el crimen.
Casualidades
Las ambigüedades y contradicciones arrebatan a los protagonistas el control sobre los hechos. El propio narrador lo advierte: fueron “numerosas casualidades encadenadas que habían hecho el absurdo”.
- Santiago, que casi nunca salía de casa por la puerta del frente, ese día lo hizo, para encontrarse allí con los Vicario, que le estaban esperando.
- Luisa Santiaga, que era capaz de presentir cualquier tragedia, no pudo hacerlo en esta ocasión.
- Cristo Bedoya, el único que hubiera podido salvar a Santiago avisándole del peligro, no es visto hasta mucho tiempo después del crimen.
- De manera insólita, Santiago Nasar acudió muy temprano a casa de su novia. Nadie le vio entrar allí, por lo cual nadie pudo tampoco avisarle.
- Yamil Shaium, amigo de los Nasar, no logra encontrar los cartuchos con los que tal vez hubiera conseguido impedir el crimen.
Presagios Erróneamente Interpretados
El fatalismo que impregna las páginas de la novela se sirve también de los presagios que podrían haber alertado sobre el futuro; la madre de Santiago, que sabía interpretar los sueños, no vio "ningún augurio aciago" en los de su hijo. Las interpretaciones erróneas posibilitan el cumplimiento de la tragedia:
- Los carniceros no atajaron a los Vicario porque pensaron que sus amenazas eran "cosa de borrachos".
- Meme Loiza no advirtió a Santiago sobre el peligro, porque lo vio tan contento que pensó que todo se había arreglado.
- Plácida Linero cerró la puerta de la casa cuando vio a los Vicario, ya que pensó que querían meterse dentro para matarlo. Este gesto, sin embargo, sentenció a su hijo, que no pudo refugiarse en la casa.
- Cristo Bedoya no consiguió proteger a su amigo porque pensó que estaba desayunando en casa de los García.
Responsabilidad Humana en la Tragedia
Analizando detenidamente muchas de las "fatalidades", podemos llegar a la conclusión de que aquí el destino no actuó de forma ciega e imparable (que eso sería el *fatum* de la tragedia clásica), sino que en el desgraciado final de Nasar participaron, irresponsable o interesadamente, algunas personas. Por ejemplo, Victoria Guzmán, la cocinera, no le advierte de la amenaza, porque "en el fondo de su alma quería que lo mataran"; además, no cree capaces a los gemelos de matar a nadie. El alcalde, Lázaro Aponte, debió impedir la desgracia, pero "había resuelto tantos pleitos de amigos la noche anterior que no se dio ninguna prisa por uno más"; el padre Carmen Amador se muestra más preocupado por la inminente llegada del obispo que por las noticias que recibe del deseo de venganza de los gemelos. La madre de los Vicario y la novia de Pedro les alientan a consumar el asesinato. Parece que Polo Carrillo se mueve a impulsos de la envidia, ya que considera a Nasar un cínico y un prepotente: "creía que su plata lo hacía intocable". En definitiva, como observa el narrador, se trata de "una muerte cuyos culpables podíamos ser todos", lo cual hace pensar que, en realidad, el destino que pesa sobre el final de Santiago Nasar no es tanto resultado de la pura fatalidad como de una serie de torpezas humanas encadenadas.