Descartes: Duda Metódica, Cogito y la Naturaleza del Yo
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3. A la realidad de cuanto conocemos o percibimos. La realidad experimentada podría no ser sino un sueño. Si lo ocurrido durante los sueños nos parece real, ¿no podría ocurrir entonces que lo que experimentamos cuando estamos despiertos tampoco lo sea?
Además de los motivos de duda anteriormente señalados, en las Meditaciones Metafísicas, Descartes introduce la llamada ”hipótesis del genio maligno”. La hipótesis finge que el ser humano ha sido creado por un ser poderoso pero malvado que ha diseñado nuestra mente de tal modo que nos lleva a equivocarnos aún en aquello que parece más evidente. Por lo tanto, con esta hipótesis, la duda no solo afecta a las deducciones o razonamientos matemáticos, sino a las mismas intuiciones con las que se percibe de modo inmediato una verdad evidente.
Después de todo lo anterior, parece que la única salida es el escepticismo. Sin embargo, Descartes encuentra aquí la solución: cuanto más insiste el yo en dudar de todo, con más certeza advierte que, al menos, está pensando y existe. Aunque todo fuera un sueño, sería un sueño mío, y aunque me engañara en todo el genio maligno, no podría engañarme en cuanto a mi propia existencia. Llegamos así al establecimiento de la primera verdad: Pienso, luego existo (Cogito ergo sum). Esta primera verdad no es la conclusión de ningún razonamiento, puesto que la validez de todos los razonamientos ha sido puesta en duda. El Cogito ergo sum procede de una intuición: al dudar, el yo se da cuenta, de forma clara y distinta, de que existe.
A partir de aquí, Descartes procede a explicar otras verdades que considera que están relacionadas con la primera: la esencia del yo, el criterio de verdad y la existencia de Dios.
El Cogito y las Ideas
La primera verdad, pienso luego existo, expresa el descubrimiento de la propia existencia (el yo descubre su existencia al darse cuenta de que está pensando). Ahora Descartes da un paso más al averiguar la esencia del yo. Porque, en efecto, una vez que sé que existo, me pregunto qué soy. Descartes sigue el esquema escolástico que distingue entre la existencia de algo (el hecho de que sea realmente; es decir, que exista fuera de la mente como realidad) y su esencia (es decir, su naturaleza o definición, aquello que hace que sea lo que es).
La segunda verdad descubierta por el autor se refiere a la esencia o naturaleza del yo o sujeto. Descartes retorna al dualismo antropológico y, como Platón, sostiene: yo soy mi alma, una cosa que piensa (res cogitans), enteramente distinta del cuerpo. La razón para sostener esta distinción radical entre el cuerpo y el alma es la siguiente: la existencia del cuerpo no es indudable, y en cambio la del pensamiento sí lo es. El yo se da cuenta con total seguridad de que existe solo cuando piensa, en cambio le es posible suponer que carece de cuerpo. Por lo tanto: el yo es una sustancia cuya esencia consiste en pensar. Esta separación radical entre el cuerpo y el alma, entre la extensión y el pensamiento, plantea a Descartes el problema de explicar cómo se produce la comunicación entre ambas sustancias. Cada vez que la mente da una orden al cuerpo y éste la ejecuta, se produce una conexión entre la sustancia pensante y la sustancia extensa. Descartes supuso que el lugar de dicha conexión se encuentra en la glándula pineal situada en el cerebro. Sin embargo, filósofos posteriores como Spinoza o Leibniz, encontraron insuficiente el planteamiento cartesiano y, en sus respectivas doctrinas, intentaron resolver el problema de otra manera: bien a través de un monismo (la sustancia única del primero: Dios o naturaleza o sustancia); o por medio de la teoría de las mónadas (que son inextensas), del segundo.
Por otra parte, Descartes clasifica las ideas siguiendo tres criterios distintos. El primer criterio es el de su adecuación a la realidad. Según este criterio, las ideas pueden ser de dos tipos: verdaderas, que son aquellas que representan lo que existe; y falsas, que son aquellas que representan lo que no existe. El segundo criterio se refiere a la verdad. Aquí las ideas se dividen, a su vez, en: claras y distintas, es decir ideas que son indudables; y confusas, que son aquellas ideas que no cumplen con el criterio de claridad y distinción.
El tercer criterio, el del su origen o procedencia, es el que ha tenido mayor repercusión. Conforme a este criterio Descartes clasifica las ideas del siguiente modo: