Desarrollo de Hábitos Intelectuales: Entendimiento, Sabiduría y Ciencia

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Los Hábitos Intelectuales

1. Ver el Fondo

De los tres hábitos con los que la inteligencia especulativa conoce la verdad (entendimiento, sabiduría y ciencia), el primero de ellos nos permite ver el fondo de la realidad. Porque “inteligencia” viene precisamente de intus-legere, leer dentro. Tenemos la capacidad de ver en el interior para descubrir cómo son las cosas.

Esto significa que nuestro conocimiento avanza aplicando una serie de criterios indudables: que algo no puede ser y no ser a la vez y bajo el mismo aspecto (principio de identidad, o no contradicción), que la disyunción entre una proposición y su negación siempre es verdadera (llamado principio de tercio excluso), o que el todo es mayor que la parte.

Las cosas son así, y las conocemos así como son. Pero conocer, además de adecuación, es también reflexión, intus-legere: mirar hacia adentro (conoce la realidad el entendimiento que sobre sí mismo reflexiona).

Pensemos en los países más felices del planeta. Existe un ranking según el cual ocupan los primeros puestos los países del norte de Europa (Noruega, Dinamarca…). Existe otra clasificación cuyos primeros puestos están ocupados por los países de Centroamérica (Costa Rica, República Dominicana…). Este último índice es el elaborado por una ONG y se basa fundamentalmente en los bajos niveles de estrés de sus habitantes. El primer ranking combina variables como la renta per cápita, inversión pública en salud y educación, o la seguridad.

En definitiva, si ser feliz significa tener muchas necesidades bien cubiertas, el resultado es que los más felices son los habitantes del norte de Europa. Pero si ser feliz significa no crearse necesidades, hay que buscar a los más felices en Centroamérica.

Saber preguntarse los porqués, definir los verdaderos retos, es lo propio de lo que Arnold Toynbee llamó minorías creativas. Se trata de verdaderos “ethos”, lugares capaces de dar respuesta a los nuevos desafíos ante los que una civilización se encuentra.

2. Saber Disfrutar la Vida

Hay personas que hacen fácil lo difícil. Además, no se enredan ni se esconden en un lenguaje prolijo: no lo necesitan. La capacidad de síntesis se manifiesta en la facilidad para elaborar y exponer conceptos, pero sobre todo se demuestra en la capacidad para ofrecer explicaciones adaptadas al nivel de diferentes interlocutores.

Las personas sabias saben de lo que vale la pena saber. Ven las cosas como si las estuvieran saboreando. Disfrutan de las cosas sencillas, no se complican innecesariamente, ni buscan las soluciones sofisticadas. Dispuestas a agradecer lo que se tiene, en lugar de anhelar lo que no se tiene.

Los más inteligentes, los más “sabios”, “saben” que la violencia siempre estropeará lo que intente arreglar, que la verdad siempre compensa, que hay más alegría en dar que en recibir.

La sabiduría tiene mucho que ver con la buena voluntad, con la capacidad para hacer el bien. Estas personas parecen tener otra vía, que no es el estudio sino el amor.

A esa alegría que transmiten quienes han encontrado la verdadera síntesis y el sentido solemos denominarla “sentido común”, un estado al que todos podemos llegar.

Existen las leyes. Pero no todo se somete a la ley, no todo es predecible. Si la forma de las cosas fuera su ley, la realidad quedaría reducida al movimiento. Tampoco existiría nuestra libertad. Nuestra alma es algo más que forma de nuestro cuerpo; ese sobrante permite que nuestras facultades puedan jugar libremente.

La materia y la libertad son las grandes fuentes del carácter impredecible de lo que vivimos.

No olvidemos que sabiduría viene de sapere, que significa saborear, disfrutar. Las personas sabias son las que alcanzan familiaridad con el sentido. Porque el sabio, al vivir lo que sabe, se hace digno de lo que aún ignora.

3. Ponderar

Además del entendimiento y la sabiduría, nuestra inteligencia se ve perfeccionada por el hábito de la ciencia. Fuera del conocimiento inmediato de los primeros principios, nuestro camino hacia la verdad es discursivo, y está sometido a la posibilidad de error.

Necesitamos experimentar, y abstraer; y también comparar, distinguir y componer; así es nuestra “racionalidad”.

Por momentos la ciencia tiene que reconocer su incapacidad para explicarlo todo. Las conjeturas, por ejemplo, son enunciados que nadie ha podido probar, ni tampoco desmentir.

De vez en cuando también nos encontramos con casos raros o “cisnes negros”, aquellos sucesos que resultan altamente improbables. Nos cuesta aceptar que existan acontecimientos impredecibles, o comportamientos que se escapan a nuestras categorías.

En definitiva, el modo de actuar de cada una de las causas (material, formal, eficiente y final) es distinto, tiene sus propias “leyes”, pero además, los diferentes órdenes de nuestro ser y de nuestro obrar están ordenados entre sí ya que contribuyen a un fin común: nuestra vida plena, lograda. Cuando los contemplamos con esa perspectiva es cuando podemos valorarlos adecuadamente, cuando podemos sopesarlos, ponderarlos.

El deseo natural de conocer la verdad podría violentarse o inclinarse hacia otro interés diferente al amor a la verdad por sí misma, por lo que necesita de un hábito que lo dirija rectamente. A ese dirigirse rectamente hacia la verdad considerada como un bien en sí (bien honesto) los clásicos no lo denominaron “curiosidad” sino “estudio”.

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