El Declive de la Idea de Progreso: Una Perspectiva Crítica
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Crisis y Caída de la Idea de Progreso
Fue necesario dejar que el tiempo mostrara los efectos desastrosos –en lo humano y lo social– de la Revolución Industrial para que surgieran las primeras opiniones y actitudes escépticas sobre la idea de progreso, con motivo del espectacular aumento en crueldad y destrucción de las guerras de alcance, como la de Crimea. Esto afectó pronto a los múltiples avances científicos y tecnológicos: si las novedades en ciencia y tecnología no contribuyen –¡ni son simultáneas!– al progreso humano y social, su validez decae, se contradice y difumina, y acaba perdiendo reconocimiento social. Ni los espectaculares avances en ciencia y tecnología habidos durante el siglo XX ni, mucho menos, la propaganda impidieron los demoledores efectos de la Segunda Guerra Mundial y la tragedia nuclear con la que concluyó, agudizándose la presencia de la pobreza en el último tercio del siglo XX.
No obstante, quizás el golpe definitivo a la idea de progreso ha procedido de la nueva visión ecológica del mundo, al percibirse y poder medir y establecer de forma rotunda los procesos de destrucción de la naturaleza y sus recursos, de la vida orgánica y de los equilibrios planetarios, que se han visto crecientemente alterados precisamente por la acción científico-técnica del hombre desarrollado, hasta poner en peligro la propia supervivencia de la especie humana. Hay que atribuir esto al llamado movimiento ecologista.
El Origen de la Crítica al Progreso: Rousseau y el Romanticismo
Siendo rigurosos, conviene establecer la línea crítica histórica frente a la idea de progreso a partir de su verdadero (o al menos más importante) iniciador, que es Jean-Jacques Rousseau (1712-78). Este pensador expresó reiteradamente su falta de fe frente al progreso. Con el romanticismo, que sitúa sus ideales bien lejos de los progresos acogidos por la Ilustración y reacciona contra la Razón triunfante y el intelectualismo, surge el pesimismo moderno, en una primera fase sentimental e irracional. No tardaría mucho (1818) en surgir la estremecedora obra Frankenstein (1818).
Progreso Científico-Tecnológico vs. Progreso Humano-Social
Desde entonces, la discusión sobre el progreso ha incluido una diferenciación básica y aclaratoria entre lo sustantivo y lo adjetivo, lo esencial y lo accidental… y por lo que se refiere al progreso se ha hecho distinguir entre progreso científico-tecnológico (que mejor habría que calificar de avance) y progreso humano-social, sin duda el auténtico. Mucho menos obvio es el pretendido progreso humano-social, que es el que los pensadores críticos niegan, o al menos relativizan o “corrigen”; pero que es al que aquí aludimos en especial.
Por supuesto que el debate sobre si la historia recoge, de forma lineal o más o menos “progresiva”, una evolución positiva de las personas y las sociedades no se puede resolver fácilmente, pero al menos nos obliga a partir de una base indiscutible: el progreso humano-social es el verdaderamente importante y a su servicio debe estar el progreso (o avance) científico-técnico. Y si debido a la evolución científico-técnica quedan fragilizadas, o en peligro, la evolución y el desarrollo humano-social, el primero no es aceptable, porque no cumple su principal requisito: servir a las personas y la sociedad.