La Decadencia del Imperio Español: Guerra de los Treinta Años y Crisis del Siglo XVII

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La Guerra de los Treinta Años y la Pérdida de la Hegemonía Española

El comienzo de la Guerra de los Treinta Años (1618) y el final de la Tregua de los Doce Años coincidieron con la muerte de Felipe III, a quien sucedió Felipe IV, y supuso el final de la etapa pacificadora. El conflicto se caracterizó por la rivalidad religiosa en Alemania, las pretensiones de la Casa de Austria por restaurar la autoridad imperial y la política exterior francesa dirigida a acabar con la hegemonía de los Austrias.

La entrada de Francia en la guerra obligó a la monarquía española a un sobreesfuerzo para conservar sus posiciones. La batalla de Dunas y la de Rocroi marcaron el final de la guerra.

En la Paz de Westfalia (1648) la corona española reconoció la independencia de los Países Bajos. El conflicto con Francia siguió hasta el Tratado de los Pirineos (1659). Además, se firmó el acuerdo matrimonial entre Luis XIV de Francia y María Teresa de Austria, que abrió las puertas del trono a los Borbones. En la paz de Rijswijk (1697) el rey Luis XIV devolvió a España todas las posesiones que tenía en los Países Bajos desde la Paz de Nimega, pues su intención era posicionarse para llevar a su nieto Felipe de Anjou hasta el trono español, como así ocurrió. Esto supuso el final de la casa de los Austrias.

Los Austrias del Siglo XVII: El Gobierno de Validos y la Crisis de 1640

La figura del valido adquirió una gran relevancia durante el siglo XVII. Fueron altos aristócratas de la corte que se acercaron a la persona del rey y obtuvieron su entera confianza, llegando a intervenir directamente en el gobierno. En España destacaron el duque de Lerma, valido de Felipe III, y el conde-duque de Olivares, valido de Felipe IV.

Con la figura del valido se pretendía diferenciar entre la gestión del gobierno y la soberanía del Estado. Aunque el gobierno siguió encomendado a los Consejos, con la aparición de los validos se crearon las juntas temporales, en las que se trataban asuntos especiales. Por medio de estas, los validos se aseguraban el control sobre las grandes decisiones del Estado y hasta llegaron a utilizar el poder en beneficio propio.

La conflictividad social tuvo su origen en la extensión de la pobreza y en el incremento de la presión señorial sobre la población para hacer frente a la crisis. Los conflictos más trascendentes fueron la expulsión de los moriscos (1609) y las rebeliones en Cataluña y Portugal (1640).

La Guerra de los Treinta Años dejó en evidencia la falta de recursos económicos y humanos de España, y el conde-duque de Olivares quiso solucionar el problema con el Gran Memorial.

Rebelión en Cataluña

En Cataluña, el conflicto se inició como protesta contra el alojamiento de los tercios imperiales, que representaba un gran coste para los campesinos. Los enfrentamientos aumentaron hasta culminar en los hechos del Corpus de Sangre, cuando los campesinos saquearon las instituciones monárquicas y asesinaron al virrey.

Rebelión en Portugal

En Portugal, la rebelión se inició con el asesinato del secretario del Estado y la proclamación del Duque de Braganza como Juan IV de Portugal. Los enfrentamientos siguieron hasta la Paz de Lisboa, en la que se reconoció la independencia de Portugal.

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