La cultura y la complejidad en la sociedad posmoderna

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Análisis de la cultura y la globalización en la sociedad contemporánea

En este ensayo se analiza la cultura (Featherstone, 1991; Grimson,2011) como un componente de la dialogicidad (Panikkar, 2006) global y su mediación en la conformación de los universos culturales. Se concibe el imaginario (Ross, 1992; Durand, 2005) como la representación más característica de una o más sociedades que les sirve para afianzar su sistema simbólico-cultural y fortalecer su identidad. De igual manera, la teorética sobre la globalización (Bauman, 2007; Castells, 2007; Stiglitz, 2007) nos dio el soporte epistémico para lograr el acercamiento a nuestra temática. Dentro de los enunciados conclusivos tenemos: la cultura es una realidad social de mediación hombre-sociedad; el signo vital de la cultura es el cambio constante, su imperiosa renovación, sin que esto implique una pérdida de su trascendentalidad y una forma soterrada de transculturación. La globalización permite la creación de nuevas identidades que tienen carácter translocal, pero con una mediación hacia distintos universos culturales.

La incertidumbre en la sociedad contemporánea

El hombre se enfrenta hoy a su realidad bajo los signos de una agobiante incertidumbre. Se vive el agotamiento de los cimientos de las verdades, la fuga de las convicciones, el solapamiento de lo real, la ineficacia de las sentencias dogmáticas. La verdad, dice Gianni Vattimo (citado por Dussel, 2007), como absoluta correspondencia objetiva, comprendida como última instancia y valor de base, es un 'peligro' más que un valor. La peligrosidad no está en lo que devela, sino en aquello que la origina y además en lo que deja tras bastidores. La gente existe y la sociedad le demarca sus pasos, es decir, le hace complejo su devenir.

La complejidad en la sociedad posmoderna

En esta sociedad la complejidad es una realidad heterogénea, propia de estos tiempos posmodernos. La complejidad no aporta la incertidumbre sino que la revela, la muestra. No es que hayamos resuelto complejizar el mundo, sino que este ha dejado de concebirse y mirarse bajo el pensamiento cartesiano (reduccionista) y se asume como un entrabamiento de cosas, como un sistema donde cada componente tiene una tarea específica y esa función, por muy trivial que parezca, es indispensable considerarla siempre. Debe pensársele como una configuración sistemática de espacios que conviven bajo normas de interacción ligeramente estables. Definitivamente, la relación individuo-colectividad es antinómica. El individuo mantiene una lucha tenaz contra las regulaciones de la sociedad. Si este, dice Durkheim (1972), intenta oponerse a las manifestaciones de la colectividad, esta le hará ver que está equivocado. No se trata de redimir al ser humano de los reductos sociales, sino de lograr su adecuación como sociedad civilizada. En tal sentido, somos juguetes de una ilusión que nos lleva a creer que podemos revertir y sobreponernos a los criterios explícitos del colectivo. Las acciones del hombre tienen un fin, regularse en el ámbito de lo social o irrumpir contra la preceptividad colectiva. Claro, hay una tercera opción, la vía del olvido. Solo ver el discurrir del entorno y no hacer nada relevante en él.

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