Crisis de la Iglesia y el Surgimiento de la Reforma Luterana
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Marco religioso: Crisis de la Iglesia
Los pontífices estaban más interesados en el arte y en sus asuntos familiares, además de en la política y la guerra, antes que en los problemas de los fieles. Los cardenales y obispos llevaban una vida mundana y no residían en sus diócesis, con lo cual no estaban informados de lo que sucedía en ellas. Los párrocos eran en su mayoría incultos, carecían de preparación para ejercer sus tareas pastorales y muchos de ellos tenían costumbres muy poco edificantes en todos los sentidos. En muchos monasterios, la disciplina se había relajado y los monjes llevaban una vida bastante cómoda. La curia romana exigía a las iglesias locales sumas cada vez mayores, que pagaban los fieles. Esta situación desprestigió enormemente al clero secular y al clero regular, creando en la sociedad un deseo de reforma y una corriente fuertemente anticlerical. Las críticas contra el clero y contra Roma fueron muy fuertes, sobre todo en Alemania. Además, existía una gran imprecisión teológica dogmática: el campo de la verdad y del error en esos aspectos no estaba todavía bien definido, y había muchas escuelas teológicas enfrentadas unas con otras, lo que generaba un “monopolio de la verdad”. Sin embargo, esta situación no era nueva, pues venía de antiguo, siendo muchos los autores que afirman que por sí sola esta causa no habría bastado para provocar la reforma protestante, pero desde luego contribuyó a propiciarla.
El Clima Apocalíptico
El clima apocalíptico estaba muy arraigado en las mentalidades colectivas. Casi todos creían que el mundo tocaba a su fin. La tradición apocalíptica ligada al fin del mundo tenía dos elementos centrales: la llegada del anticristo y el juicio final. Los dos acontecimientos se habían anunciado muchas veces, pero en torno al año 1500 parecían inminentes. Casi todo el mundo estaba convencido de que el mundo se acababa. El anticristo se concibió como el enemigo de Dios y del género humano, y dominaría el mundo antes del retorno definitivo de Cristo, y durante su reinado se multiplicarían por el mundo los falsos milagros, los crímenes, los sacrilegios, las mentiras, etc., mecanismos mediante los cuales dominaría con todo poder. También se utilizó al personaje como un instrumento de propaganda, ya que según las circunstancias y según los intereses del momento, el anticristo podía ser cualquiera: para unos era el papa, para los papistas otro, y para otros podían ser los judíos, los turcos o cualquier disidente o heterodoxo.
La Antisala del Juicio Final
El reinado del anticristo sería la antesala del juicio final, evento que se adornaba de caracteres cada vez más terroríficos. Predicadores exaltados congregaban multitudes aún más exaltadas, a las que hablaban de catástrofes espantosas, anunciándoles toda clase de acontecimientos temibles, refiriéndose también a la gravedad de los pecados, a las penas del infierno y a la necesidad del arrepentimiento y la penitencia. El clima apocalíptico en realidad estaba reflejando la incertidumbre, el descontento y la extraordinaria inquietud que presidían la vida religiosa. Para entender este clima hay que tener en cuenta que se trataban de sociedades profundamente sacralizadas, sin lo cual no se entienden ni estos ecos ni lo que sucedió tras ellos. La tierra se concebía como un campo donde Dios y el diablo se disputaban vasallos, ayudados por sus respectivos ejércitos (ángeles y santos y las legiones de demonios). La ansia de salvación fue en parte gran ayuda al triunfo de las reformas protestantes. Aquellas gentes subordinaban la vida terrena, por tanto, a la vida eterna. La primera era efímera, con muchas desgracias, y estaba bajo la gloria que duraba para siempre, siendo la preocupación más acuciante garantizarse esta última.
El Pecado y la Salvación
Pero había un problema, el del pecado y la salvación, ya que asegurársela se había convertido en una tarea muy angustiosa. Los fieles tenían la conciencia del pecado más clara que antes, y también tenían un sentimiento de culpa más profundo (quizá por la obligada confesión, que aumentó la introspección, además del cisma de Occidente y las antiguas calamidades, que no podían haber venido más que del pecado mundano), características que se mezclaban con la imagen de un Dios lejano y terrible, ante el que se sentían muy solos. Esta situación se resume en los versos del canto fúnebre del Dies irae y en la recuperación de las teorías de Joaquín de Fiore. La iglesia no dio ninguna respuesta que calmara estas inquietudes y angustias; la minoría culta (los humanistas, toda la gente que tenía formación religiosa e intelectual) decidió buscar a Dios directamente a través de la Biblia, que había sido depurada por las técnicas filológicas, con una versión mucho más refinada. Con ello, esos cristianos cultos (con Erasmo de Rotterdam a la cabeza) prescindieron de la jerarquía eclesiástica y de la iglesia, y a través del libro santo empezaron a vivir un cristianismo más personal, interior y acorde con el evangelio. El resto de la población (casi todos) usaron al máximo las formas de la piedad tradicional: acumularon indulgencias (que tenían que ver con la acortación de la estancia en el purgatorio, perfectamente “tarifadas”) e intensificaron el culto a la Virgen y a los santos, mediadores entre Dios y las personas. Estos eran capaces de atenuar y mitigar la cólera divina, y además eran los protectores contra todos los males terrenales. Su culto, para estas gentes que iban a la deriva en el plano espiritual, era importantísimo, ya que era la forma de tener la garantía de que entre ellos Dios les escuchaba y ellos tenían a sus mediadores protectores. Pero ni unos ni otros consiguieron tranquilizarse.
La Respuesta Teológica
Necesitaban una respuesta teológica clara y precisa, que calmara sus angustias, y no la intelectual (que es la que podía dar un humanista, o Erasmo con su insistencia en la piedad evangélica). Esa respuesta la dieron primero los reformadores protestantes y después la iglesia católica.
1. La Reforma Luterana
Lutero nació en Eisleben (Sajonia) en 1483, y murió en 1546. A los 22 años ingresó en la orden de los ermitas de San Agustín, una rama de la orden de los agustinos, y durante toda su vida monástica fue un monje ejemplar (a pesar de las leyendas papistas que luego se tejieron). Cursó estudios universitarios, doctorándose en teología, y fue profesor de Sagrada Escritura en la Universidad de Wittenberg. Le preocupaban las dos cuestiones que preocupaban a la gente de su época: el pecado y la salvación, y tenía una conciencia muy exigente y muy escrupulosa, llegando a identificar tentación y pecado y a convencerse de que la persona permanecía pecadora toda su vida, por lo que en consecuencia era incapaz de obtener el perdón de Dios y la salvación. El resultado de este planteamiento era que entre Dios y la persona que permanecía siempre pecadora había una distancia insalvable. Lutero encontró la respuesta a sus preocupaciones en algunos escritos de San Agustín y en algunas epístolas de San Pablo, y según su interpretación, el pecado original corrompió radicalmente la naturaleza humana, y desde él la persona quedó inclinada hacia el mal de un modo irrevocable e irremediable, por lo que era incapaz de elegir bien por su propia voluntad. Esto equivalía a negar la libertad humana de optar y elegir bien.
Principios Doctrinales
Lutero trajo tres principios doctrinales trascendentales. El primero es la justificación por la fe, en el sentido de perdón. Dios perdona los pecados solo por la fe, y no por las indulgencias ni por las buenas obras, ya que las buenas obras y las acciones que se hacen para conseguir el perdón de los pecados no pueden coaccionar ni cambiar el juicio de Dios. Otro principio fue el sacerdocio universal de todos los creyentes; los sacerdotes no eran diferentes de los laicos, por lo que todos los creyentes eran sacerdotes. El tercer principio era la Biblia y su libre interpretación; hasta entonces, esta había estado reservada a la iglesia, pero según Lutero, puesto que todos los fieles eran sacerdotes, todos podían interpretar la Biblia en el sentido dado por Dios con la inspiración del Espíritu Santo. Con estos tres principios, Lutero negaría la eficacia mediadora de la iglesia, de la Virgen y de los santos, la inutilidad de las indulgencias y de las buenas obras, la suprema autoridad del papa y también la validez del sacerdocio sacramental, del celibato sacerdotal y de los monasterios y órdenes religiosas.
Ruptura con Roma
La ruptura con Roma de su pensamiento derivó de diversas e importantes fases. En 1517 se hicieron públicas las 95 tesis de Lutero contra las indulgencias. Su origen se debió a un negocio turbio en el que se mezclaron éstas. Comenzó cuando el arzobispo de Magdeburgo y de Albrstadt fue nombrado arzobispo de Maguncia, un cargo importante ya que llevaba aparejado el cargo de príncipe elector del imperio. Este debía renunciar a las otras dos sedes, pero no quiso, por lo que llegó a un acuerdo con Roma: podría conservar las tres sedes a cambio de 24,000 ducados. Era una cantidad astronómica, y pagarla al contado hubiese sido imposible. Así, se buscó otra solución; así, se autorizó al arzobispo a organizar la campaña de indulgencias, para con los beneficios satisfacer esa cantidad. Los ingresos que podía reportar la campaña se preveían cuantiosos, por lo extenso de los territorios y por el ansia de la gente de indulgencias para sí mismos y para sus difuntos. La campaña se convirtió en un escándalo religioso y financiero, ya que los predicadores de la indulgencia actuaron con una torpeza extraordinaria. Literalmente “vendían” el perdón y la salvación, siendo la banca de los Fugger la que gestionó el asunto a cambio de unos altísimos intereses. Maximiliano I también exigió una parte de lo recaudado para las arcas imperiales, y el papa León X pidió también el 50% de todo lo obtenido para construir la basílica de San Pedro. El resto sería para Alberto de Brandeburgo. En medio de todo este montaje fue cuando se hicieron públicas las 95 tesis de Lutero contra las indulgencias, cuando ya había descubierto el principio de la justificación por la fe, que era incompatible con ellas. Así que las remitió a su superior inmediato, el mismo Alberto de Brandeburgo, que no le contestó, por lo que las envió a Roma.
Controversia de Leipzig
En 1519 fue año de la controversia de Leipzig. Juan Eck, que era vicerrector de la Universidad de Ingolstadt y profesor de teología, desafió a Lutero a un debate público sobre sus teorías y opiniones. Era un hombre con un temperamento muy frío y calculador, y un polemista muy hábil, bien preparado para los debates. Lutero, sin embargo, era muy apasionado y se dejaba llevar enseguida por el entusiasmo, por lo que quedó acorralado y terminó afirmando que el papado era un invento humano, que los concilios podían equivocarse y que la Biblia era la única autoridad en materia de fe. Con ello se autoproclamaba hereje, prácticamente. Otra fase importantísima fue la de 1520, ya que marcó la ruptura de la cristiandad occidental. León X promulgó entonces la bula “Exurgat Dominus”, en la cual se declaraban heréticas varias proposiciones y opiniones contenidas en los escritos de Lutero. Se le daba un plazo de 60 días para retractarse, y si no lo hacía, sería excomulgado. Lutero no se retractó evidentemente y un año después, en 1521, fue exactamente excomulgado.
Obras de Lutero
Fue en 1520 cuando precisamente se publicaron sus obras más conocidas: en “El papado de Roma” vino a afirmar que la iglesia visible era una institución humana y no divina. En la “Carta a la nobleza cristiana de Alemania” expuso su teoría del sacerdocio universal, afirmando que todo cristiano era sacerdote aunque no administrara los sacramentos ni fuese ministro de la palabra (el evangelio). En ella había otro apartado importante, pues fue en el que transfirió a los señores territoriales, nobles, príncipes y oligarquías la autoridad reformadora, animándoles a intervenir en ella. “La cautividad babilónica de la iglesia” trataba sobre los sacramentos, y en tal libro Lutero vino a decir que la iglesia había usado los sacramentos para dominar al pueblo cristiano y obtener dinero. De los sacramentos conservaría al principio tres: el bautismo, la eucaristía y la penitencia, los cuales redujo a los dos primeros, ya que eran los únicos que tenían fundamento evangélico. Frente a la transubstanciación que defendía la iglesia católica, él defendía la consubstanciación (diciendo que el pan y el vino existían en la eucaristía a la vez que el vino y el pan, y no se transformaban unos en otros). En la siguiente obra, “La libertad del cristiano”, vendría a decir que la auténtica libertad del creyente consistía en someterse por completo a Dios y en cumplir totalmente sus mandamientos.
Organización Eclesiástica Luterana
Lutero no pensaba en fundar una iglesia visible, pero al final se dio cuenta de que era necesario que los fieles estuvieran institucionalizados eclesiásticamente. Así, diseñó la organización eclesiástica luterana con su jerarquía, liturgia y disciplina. En la iglesia luterana, y después en las siguientes protestantes, no tenían cabida las indulgencias, el culto a los santos, el purgatorio ni ningún mediador entre Dios y el creyente. Conservó los ornamentos y las vestiduras de la iglesia católica y de su liturgia; los pastores estaban al frente de las comunidades y podían casarse, y se encargaban además de la enseñanza religiosa, de bendecir los matrimonios, de administrar los sacramentos (bautismo y eucaristía) y de oficiar la misa. Ésta se oficiaba en alemán, y concedía un papel fundamental a la predicación, la lectura de la Biblia, el canto de los himnos y los salmos y la comunión de los fieles bajo las dos especies: el pan y el vino. Para la catequesis parroquial, Lutero redactó dos catecismos, el mayor (destinado a los párrocos) y el menor (que tenía que ser estudiado en casa y también en la parroquia). Los obispos nombraban a los pastores y supervisaban sus actuaciones, y las autoridades laicas los nombraban a ellos. Por tanto, la organización eclesiástica estaba controlada por el poder civil, tanto de los príncipes territoriales como de los consejos de las ciudades.
Difusión de la Reforma Luterana
Cuando murió Lutero, Alemania estaba dividida entre el norte luterano y el sur católico. En los territorios protestantes había enclaves católicos y en estos también había reductos protestantes, y fuera de Alemania, la reforma de Lutero se implantó en Dinamarca, Noruega, Islandia, Suecia y Finlandia. En todos estos lugares los gobernantes suprimieron los monasterios, confiscaron los bienes eclesiásticos y asumieron el control de las nuevas iglesias.
La Guerra entre Carlos V y la Liga de Smalkalda (1546-1547)
En 1519 murió el emperador Maximiliano I y fue elegido para sucederle Carlos I de España, su nieto, que lo era también de los reyes católicos. Él quería evitar la reforma y la división religiosa, pero tenía que atender además a muchos frentes bélicos. Los reformadores aprovecharon sus ausencias para formar alianzas de resistencia y de acción; estaba en juego la causa religiosa, el poder y los intereses materiales procedentes de la confiscación de los bienes eclesiásticos. También trató Carlos V de llegar a acuerdos con los protestantes a través de dietas y coloquios, pero como los intentos de diálogo fracasaron, se llegó a la guerra. En 1531 los príncipes alemanes formaron la “Liga de Smalkalda”, que contó con el apoyo de Francisco I de Francia, Enrique VIII de Inglaterra y Cristian III de Dinamarca. La liga hizo algunas conquistas territoriales en Alemania, y finalmente se llegó al enfrentamiento armado entre Carlos V y la liga. Este venció en la batalla de Mühlberg (1547), en la que Tiziano lo representó a caballo, aunque entonces no podía montar realmente (lo transportaron en una litra), pero luego la Liga de Smalkalda se recompondría y terminaría derrotándolo finalmente en la batalla de Innsbruck (1552).
Paz de Augsburgo
En 1555 se firmó la paz de Augsburgo, que reconoció como religiones legítimas del imperio el catolicismo y el luteranismo. Cada estado alemán tendría la religión de su príncipe, y los súbditos que no estuviesen de acuerdo con ella podrían emigrar a otros territorios, pero sin sus bienes ni pertenencias (que podían vender y llevarse dinero). Era un “Según la región, así la religión”. Los radicales, calvinistas y zwinglianos quedaban fuera.