Contexto cultural y filosófico del siglo XVII

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Contexto cultural

Contexto cultural

Desde el punto de vista cultural, el siglo XVII sufre las consecuencias de la reforma protestante. Aunque Lutero vivió en la primera mitad del siglo XVI, la reforma luterana no participa de los ideales del Renacimiento. Lutero no cree en la libertad y la dignidad humana, ni el mundo es algo bello y placentero. Como monje agustino que fue, regresa a una concepción voluntarista de Dios según la cual el hombre por sus propios medios no es capaz de elegir el bien, ni tampoco puede evitar el mal. La voluntad humana está viciada por el pecado original. La teología luterana exalta los elementos negativos del hombre, su debilidad, su flaqueza, su ignorancia. Dios determina lo que es el bien y la verdad. La razón humana nada puede sin la ayuda divina. La salvación humana no depende del hombre ni de sus obras, sino de Dios. El optimismo renacentista se sustituye por el pesimismo. Otro elemento cultural relevante es el Barroco. Frente al equilibrio y armonía renacentistas, el Barroco exalta el exceso y la desmesura. Los edificios se hacen más dinámicos curvando sus líneas, las imágenes adoptan posturas forzadas y la pintura resalta el contraste de colores. Todo sucede como si no hubiera orden ni necesidad. Todo es cambio, mutación; no hay nada estable. La realidad se reduce a apariencia, no hay esencia; o esa esencia está oculta, no se ve. Todo esto influye en Descartes, haciéndole desconfiar del conocimiento sensible, que es simple apariencia. Como los sentidos nos engañan con frecuencia, es necesario construir un conocimiento basado en la razón y en las leyes de la razón, que es la única capaz de penetrar en la estructura profunda de la realidad, o sea, su esencia.


El neoclasicismo la intenta dominar por la imposición de una ley y un orden racional, que era el que buscaba Descartes. Frente a la desmesura del Barroco, el Neoclasicismo establece el orden, la claridad y la sencillez como formas de organizar la variedad de las cosas, aunque sea un orden impuesto y una claridad y sencillez pensadas, no naturales. Un último elemento cultural, importantísimo, es la revolución científica que se inicia con la astronomía. Desde la antigüedad hasta el Renacimiento había estado vigente una concepción del mundo de carácter geocéntrico. Nicolás Copérnico la sustituye por otra heliocéntrica que a medida que se fue perfeccionando sobre todo por la labor de Kepler y sus tres leyes provocó la adhesión de los mejores pensadores entre ellos Descartes. Las matemáticas, que antes se aplicaban al mundo supralunar, el único que era perfecto, ahora también se aplican a la experiencia ordinaria. Y estos son des de los tres ingredientes que forman parte del nuevo método científico, cuyo creador fue Galileo Galilei: observación y matematización (tanto del fenómeno como de la hipótesis explicativa), a los que se añade la comprobación experimental (de esa hipótesis explicativa) La aplicación del Algebra a la geometría dio origen a la geometría analítica, de la que fueron creadores Descartes y Fermat. Algo que podemos captar por los sentidos puede expresarse con total rigor por la razón. Por lo tanto, la estructura de la realidad es racional y solo puede conocerse por medio de la razón.


Contexto filosófico

1.2. Contexto filosófico

El Discurso del Método, en su edición original de 1637, no constituye una obra independiente. Su publicación fue acompañada de tres tratados científicos: La Dióptrica, Los Meteoros y La Geometría. A esos tres tratados Descartes antepuso una extensa introducción en francés, que viene a ser una especie de autobiografía filosófica, con el título de Discurso del Método para dirigir bien la razón y buscar la verdad en las ciencias. El Discurso del Método consta de seis partes. Pese a su título, no es una obra que tenga una unidad temática porque cada una de esas partes toca cuestiones diferentes. La primera parte hace referencia a la época de formación de Descartes, a su estancia en el colegio de la Flèche y a la insatisfacción que le produjo la enseñanza recibida. Es la parte más autobiográfica. La segunda parte viene a ser la central, en la que habla del método, de su importancia para la ciencia y la filosofía, y expone unos breves preceptos metódicos de carácter muy general. La parte cuarta hace un resumen de su metafísica, que resulta bastante escasa e incompleta. El Discurso del Método se sitúa dentro de las obras innovadoras de Descartes. Es frecuente distinguir entre un Descartes conservador y un Descartes innovador. Descartes es el primer filósofo verdaderamente original de la época moderna y como todo innovador, todavía arrastra en va pensamiento algunos elementos de la filosofía escolástica que tanto atacó. Aunque la filosofía de Descartes destaca por su originalidad, su pensamiento registra diversas influencias del ámbito filosófico de la época.


La primera influencia viene de aquellas filosofías de la Antigüedad griega que resurgieron en el Renacimiento, y más concretamente, del escepticismo, que rechaza, y del estoicismo, que admite en sus reglas provisionales de moral. El escepticismo renacentista no es una simple repetición del helenístico. Los temas clásicos de la relatividad y variabilidad de las opiniones y las costumbres, la subjetividad y el engaño de los sentidos o los errores de muchos razonamientos se plantean con un nuevo enfoque que se encuentra determinado por las disputas religiosas, los descubrimientos geográficos-que traen consigo el conocimiento de culturas muy diferentes- y la pervivencia del dogmatismo escolástico medieval. Escépticos importantes fueron Miguel de Montaigne (al que leyó Descartes), Pierre Charron y Francisco Sánchez. La segunda influencia viene del agustinismo, reactualizado por la reforma luterana. Descartes se asemeja a Agustín de Hipona en la importancia dada al sujeto, en la demostración de Dios a partir del sujeto (res cogitans), aunque el análisis que hace de este no sea psicológico sino metafísico. La misma expresión agustiniana si fallor, sum (si me equivoco, existo), se parece bastante al famoso cogito, ergo sum (pienso, luego existo) de Descartes. En fecha mucho más cercana, el médico español Gómez Pereira hizo una formulación parecida en su obra Antoniana Margarita.

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