Conceptos Fundamentales en la Filosofía de San Agustín

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Pensamiento de San Agustín

Razón y Fe

El ser humano anhela alcanzar la felicidad y el goce del bien supremo (Dios). Disfrutar la felicidad requiere conocer la verdad. Hay dos caminos:

  • La razón (filosófica)
  • La fe (religión)

Razón y fe no son incompatibles; han de colaborar:

  • La fe: dirige la inteligencia en la búsqueda de la verdad.
  • La razón: nos permite entender los conocimientos de la fe.
  • Así, la fe recibe el apoyo de nuestra inteligencia.

Teoría del Conocimiento

Nuestra búsqueda de la verdad se encuentra impulsada por el amor.

El "amor" puede ser bueno (caridad) si se ordena al bien del prójimo y al bien en sí mismo (Dios), elevando el alma a la felicidad y alcanzando la libertad.

Pero es amor desordenado y malo (delectación) si se mantiene apegado a las apetencias humanas (terrenal, egoísmo, demoníaco).

El conocimiento procede de lo exterior a lo interior, y de lo interior a lo superior.

Parte del conocimiento sensible, que no garantiza ninguna certeza y desemboca en el escepticismo, a menos que haya una verdad indubitable. San Agustín considera que la verdad indudable es la certeza interior que proporciona la autoconciencia.

Si el sujeto se engaña cuando razona, piensa; y si piensa, existe.

Por ello, la verdad está en el interior del hombre.

Ha de emprenderse un camino de ascensión espiritual, que recorre dos grados:

  • El conocimiento discursivo o ciencia (razón inferior).
  • El conocimiento intuitivo de las verdades eternas (ej. la bondad) (razón superior).

El hombre no alcanza estas verdades solo, sino apoyado por Dios sobre su mente. Esto es la iluminación intelectual: un conocimiento de la verdad, un proceso intelectual en el que convergen el amor y la razón. La iluminación permite, mediante la luz divina, conocer la verdad.

Dios y la Creación

El conocimiento de las verdades eternas permite demostrar la existencia de Dios.

Estas verdades son inmutables; no puede crearlas el hombre, un ser finito. Por lo tanto, el fundamento de la verdad inmutable es Dios.

Demuestra la existencia de Dios por:

  • El orden del universo, que requiere un supremo ordenador.
  • El consenso universal: los seres humanos afirman que existe una divinidad que creó el mundo.

Dios es el ser y la bondad supremos; es inmortal y eterno. Está formado por una Trinidad: Padre (Dios), Hijo (Mente) y Espíritu Santo (Amor).

Creación y Ejemplarismo: Todos los seres son creados conforme a los modelos o prototipos previamente existentes en la mente de Dios. "Dios es trascendente".

Estos modelos actúan como ejemplares a los que se conforman los seres creados. Al tener materia, estos seres son menos perfectos.

No todos los seres existen desde el principio; Dios los crea a partir de materia, implantando razones seminales.

Hombre, Libertad e Historia

La existencia del mal no prueba que Dios no exista o que sea Él el causante.

El mal físico consiste en la privación del bien, ya que las criaturas son imperfectas (existe para que destaque más la luz de la bondad).

El mal moral, hay que entenderlo de forma dualista: el hombre se compone de alma (inmortal) y cuerpo (mortal).

Dios ha dotado al hombre de libre albedrío (la capacidad de escoger entre el bien y el mal, es decir, el pecado) y así merecer premio o castigo.

Origen del alma: El alma pasa de padres a hijos, transmitiendo el pecado cometido por Adán.

El alma no puede salvarse por sí sola, sino que necesita de la gracia.

La "gracia" restablece la naturaleza caída del hombre por el pecado, constituye una condición necesaria para la salvación, impulsa al alma a evitar el amor sensible y la inclina a amar la virtud (garantiza la salvación).

La virtud es "amor ordenado"; el hombre respeta el orden establecido por Dios, que viene garantizado por la justicia y el derecho.

La doctrina de los dos amores o "dos ciudades":

  • La Ciudad de Dios: amor espiritual y ordenado (Jerusalén).
  • La ciudad terrenal: amor material desordenado (Babilonia).

Providencia: Todos los sucesos temporales están previstos por Dios, incluyendo la victoria de la ciudad celestial sobre la terrenal, así como quiénes serán salvados y quiénes condenados el día del juicio final.

Dios prevé nuestros actos, pero no determina la elección del hombre, que depende del libre albedrío.

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