Conceptos Clave de Filosofía Moderna: Spinoza, Descartes y Hume
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Política (Spinoza)
Según Spinoza, el Estado nace de un pacto que establecen las personas, según el cual renuncian al propio poder individual. La finalidad de este pacto es evitar los males derivados de conductas viciadas por los apetitos o el deseo de poder.
La razón del pacto reside en la utilidad. La única manera de evitar la ruptura es que la sociedad que surge del pacto esté organizada de tal manera que de la infidelidad al pacto se siga más daño que utilidad. La esperanza de un bien mayor y el temor de un mal mayor son los únicos motivos para que alguien sea fiel a la renuncia del poder individual y a que se ejerza de manera colectiva. Gracias al pacto, el ser humano sale del estado de naturaleza y entra en el estado civil. Este último se ordena a eliminar los inconvenientes del estado natural, en el que rigen los apetitos. Sin embargo, el derecho natural sigue vigente, pero regido ahora por la razón.
En el Tratado teológico-político, Spinoza critica todas las religiones, por considerarlas algo supersticioso y propio de gente inculta, que carece de unas pautas racionales. Por otro lado, Spinoza reduce la religión a una serie de normas de convivencia en sociedad. Frente a quienes defienden que el derecho sobre las cosas sagradas es competencia de la Iglesia, Spinoza sostiene que el derecho sobre los asuntos sagrados reside también en el Estado. El Estado se convierte, así, en intérprete de Dios. Las prácticas religiosas solo pueden recibir la fuerza jurídica del Estado.
En definitiva, la ley suprema a la que deben acomodarse todas las cosas, divinas y humanas, es la utilidad del Estado. Spinoza defiende la libertad de pensamiento y de expresión. El ser humano no depende del poder de nadie, sino solo del suyo propio. Con todo, como la libertad de pensamiento y la libertad de expresión pueden perjudicar la conveniencia pública, deben tener unos límites: no han de atentar contra las potestades supremas y no deben entrañar la ruptura del pacto propio que da origen al Estado.
El conocimiento (Descartes)
Surge un nuevo método: el método cartesiano. El método, según Descartes, es el instrumento para guiar a la razón y debe consistir en un conjunto de reglas seguras y sencillas. En el Discurso del método, lo resumió en cuatro reglas:
- Regla de evidencia: solo se han de aceptar aquellas ideas que nuestra mente posea con claridad y distinción. Una idea se conoce con claridad si está presente y manifiesta ante una mente despierta. La distinción de una idea implica que es tan precisa y diferente de todas las demás que no cabe confundirla con ninguna otra. La evidencia hace referencia a nuestras ideas, que para Descartes son representaciones mentales de cosas que suponemos que existen fuera de nosotros. Consideró las ideas como cuadros o imágenes que copian las cosas que representan. Distinguió tres tipos de ideas:
- Adventicias: proceden de la percepción sensible.
- Facticias: son invenciones de nuestra imaginación.
- Innatas: proceden de la razón y no de la experiencia sensible.
- Regla de análisis: hay que dividir los problemas en tantas partes como sea necesario, con la finalidad de reducir el conocimiento complejo a sus partes más simples y evidentes.
- Regla de síntesis: es un complemento de la regla anterior, a partir de aquellas ideas más simples y seguras, podemos pasar de lo conocido a lo desconocido. En esta regla se aplica la deducción, que consiste en cualquier derivación necesaria de una idea a partir de otra que conocemos con certeza. La deducción no es instantánea, sino que supone movimiento o sucesión.
- Regla del recuento: comprobamos que el análisis ha sido completo y que la síntesis se ha realizado correctamente.
Descartes consideró que, para afrontar con éxito la búsqueda de la certeza absoluta, era necesario dudar de todo. Se trata de una duda metódica y provisional. Descartes juzgó que existían diversos motivos para dudar:
- A veces, los sentidos proporcionan un conocimiento confuso y engañoso.
- No es posible distinguir con absoluta certeza entre la vigilia y el sueño, pues podría ocurrir que estuviésemos soñando cuando nos creemos despiertos y despiertos cuando soñamos.
- Podemos formular la hipótesis de que existe un genio maligno que nos induce a creer que estamos en lo cierto siempre que erramos y viceversa.
En el conocimiento de Descartes nos encontramos con tres certezas: la existencia del yo, Dios y la extensión de los cuerpos materiales.
Moral (Hume)
Para Hume, las distinciones morales no se fundan en la razón. Si se basasen en ella, serían descubiertas en las relaciones entre ideas o en los hechos, pero no se hallan ni en un ámbito ni en el otro. Consideremos un hecho vicioso cualquiera, por ejemplo, un asesinato intencionado. Por mucho que experimentemos ese hecho, no encontramos por ninguna parte lo que llamamos vicio o mal. Para descubrirlo, ha de surgir en nosotros un sentimiento de desaprobación contra semejante acción, pero esto no es objeto de la razón, sino del sentimiento. Tampoco las distinciones morales son descubiertas por la razón en relaciones de ideas. Aunque nuestra razón pudiese descubrir que una acción es correcta, esto no significaría que tuviésemos el deber de actuar como indica la razón: una cosa es que la razón nos diga cómo son las cosas y otra, que debamos actuar conforme a los dictados de la razón.
Hume desarrolla una teoría de las pasiones y establece que estas son el criterio para el juicio moral. Por ello, su postura ética se denominó emotivismo moral. Las pasiones son impresiones que derivan de otras impresiones. Hume las divide en dos tipos:
- Directas: son inmediatamente causadas por el bien o el mal. Son el deseo y la aversión, la alegría y la tristeza, la esperanza y el miedo.
- Indirectas: nacen también del placer y del dolor, pero no directamente, sino por mediación de sus ideas. Son la humildad y el orgullo, el amor y el odio, etc.
La humildad y el orgullo, aunque son pasiones opuestas, tienen el mismo objeto: el propio yo. El amor y el odio consisten también en tener el mismo objeto, pero que no es el yo, sino otra persona. Solo cuando tomamos en consideración a otra persona, podemos hablar de amor u odio. Las pasiones son algo subjetivo y cambiante, lo que implicaría que el criterio moral sería relativo. Sin embargo, Hume consideró que todos los seres humanos poseemos un mismo sentido o instinto moral que nos hace apreciar lo bueno y reprobar lo malo. Finalmente, Hume sostuvo que los sentimientos de aprobación o reprobación tienen su origen último en la utilidad o inutilidad que generan unas conductas concretas. Lo útil es aquello que puede proporcionar mayor felicidad a la mayoría y a uno mismo.
Ser humano (Descartes)
El ser humano requiere una consideración especial, ya que, además del cuerpo, experimentamos en nosotros el pensamiento o alma. Para este filósofo, el cuerpo humano es semejante al de los animales. Sin embargo, el alma, por ser pensamiento, es algo totalmente diferente del cuerpo. El ser humano es el resultado de la composición entre una sustancia pensante y otra sustancia extensa, aunque estas sean completamente distintas e independientes. La persona es, sobre todo, un alma o mente que se encuentra agregada a un cuerpo del que es plenamente autónoma. Descartes sostuvo, como Platón, un dualismo antropológico. Debido a su carácter de sustancia pensante, el alma humana es:
- Espiritual.
- Inmortal.
- Libre.
En su tratado Las pasiones del alma, distinguió muchas pasiones del alma, pero las sintetizó en seis pasiones básicas: admiración, amor-odio, alegría-tristeza y deseo. Una acción del cuerpo es una pasión del alma; una acción del alma se convierte en una pasión para el cuerpo. Descartes entendió que son ideas oscuras y confusas, difíciles de definir. Solo sabemos que son pensamientos que experimentamos en nuestro interior. Sin embargo, reflexionando con más detalle, se concluye que las pasiones se identifican con las acciones, aunque se emplean dos nombres diferentes: pasión se refiere al sujeto al que le ocurre algo nuevo y acción expresa el sujeto que lo determina. Descartes afirmó que la voluntad libre puede influir en nuestro obrar controlando las pasiones, haciendo que sintamos de un modo y actuemos de otro.
Descartes planteó el dilema de la «comunicación de las sustancias». La solución cartesiana consistió en relacionar el alma con un órgano al que denominó glándula pineal y que situó en el cerebro. Esta glándula produciría unas realidades muy sutiles que se transmitirían a través de la corriente sanguínea y que pondrían en contacto los movimientos del alma con los del cuerpo. Esta solución dejó el problema abierto. Autores racionalistas posteriores trataron de resolver la cuestión acudiendo a Dios, al que hicieron intervenir de un modo u otro.
Dios (Descartes)
Tras descubrir la existencia del «yo pienso» como primera verdad indudable, fiel a su método, Descartes partió de esta primera certeza para demostrar la existencia de la realidad exterior a la mente. Según Descartes, solo Dios hace posible que el «yo pienso» abandone su soledad. Junto a la idea de imperfección encuentro necesariamente en mi pensamiento la de perfección, es decir, la idea de Dios. Descartes se preguntó por el origen de esta idea:
- No puede ser una idea adventicia, ya que no es posible que provenga de fuera.
- Tampoco puede ser una idea facticia, porque nosotros fabricamos estas ideas y es imposible que seamos capaces de imaginar una perfección máxima, que es ajena a nosotros y que no hemos experimentado nunca.
- Solo puede ser una idea innata, puesta en mi mente por una realidad más perfecta que yo y dotada de la máxima perfección, es decir, por Dios mismo.
Esta segunda idea innata aparece con claridad y distinción en mi espíritu, porque mi conocimiento de lo finito e imperfecto solo es posible si poseo una idea de lo infinito y máximamente perfecto con la que pueda comparar tal imperfección. Hay que afirmar la existencia de Dios para afirmar que mis ideas son verdaderamente claras y distintas, y que se corresponden con algo real. Solo si Dios existe es posible superar por completo todo motivo de duda, especialmente, la hipótesis del genio maligno. Dios no permitiría que ese genio me engañase ni que yo confundiera mis ideas con imaginaciones o sueños.
Descartes se propuso probar con demostraciones ciertas y evidentes la existencia de Dios fuera de nuestra mente. Utilizó tres tipos de argumentos:
- Del yo, que es finito, no puede surgir la idea de Dios, que es infinito, porque de lo inferior no puede proceder lo superior.
- Por otra parte, Dios es causa no solo de su idea en mí, sino de mi existencia. Es imposible que la causa de mi existencia sea algo material, solo Dios puede ser causa de mi existencia y por lo tanto existe.
- El argumento ontológico. El punto de partida es nuestra idea innata del ser sumamente perfecto. Aplicando el criterio de verdad argumenta que, al analizar una idea innata, todo lo que concibe de manera clara y distinta que le pertenece, le pertenece de hecho. Descartes lo ejemplifica con el análisis de la idea de triángulo: al concebirlo, también concibo clara y distintamente que la suma de sus ángulos es igual a la suma de dos ángulos rectos. De la misma manera, si pienso en la idea innata de Dios como un ser sumamente perfecto, es inconcebible que le falte una de las perfecciones. Esto se sigue de la evidencia de que es más perfecto existir en el pensamiento y en la realidad que existir únicamente en el pensamiento. Luego la idea de Dios no puede existir solo en mi espíritu, sino que también tiene que existir necesariamente fuera de él.
Para Descartes, perfección máxima y existencia se identifican. Los atributos esenciales que definen a Dios son muy claros: la perfección y la infinitud. Sin embargo, lo describió como una sustancia eterna, inmutable, independiente, omnisciente, todopoderosa y creadora de todas las cosas que existen. Esta demostración sirve para eliminar la hipótesis del genio maligno y restablecer el valor de las matemáticas. Si Dios existe, tiene que ser bueno y no engañarnos, dado que el engaño supone una imperfección. Como nuestra naturaleza es finita, nuestro conocimiento también es limitado y deberemos explicar por qué, a veces, nos equivocamos. El origen de tal error se encuentra en la facultad de la voluntad, que puede aceptar o no las ideas y juzgar con completa libertad.