Comentario de texto la tía tula
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LA Tía TULA
INTRODUCCIÓN
La Tía Tula es la tía que se convierte en la madre de 5 niños, tras la muerte de su hermana Rosa y de la segunda esposa de su cuñado Ramiro, Manuela. Personaje fuera de lo corriente, mediante el cual se explora la dicotomía virginidad-maternidad ligada a los fundamentos del cristianismo a través de la perspectiva de una mujer paradójica, compleja y de gran fuerza sexual.
RESUMEN
Gertrudis y Rosa son unas hermanas muy unidas. Vivían huérfanas de padre y de madre desde muy niñas, con un tío materno, sacerdote, que no las manténía, pues ellas disfrutaban de un patrimonio que les permitía sostenerse en la holgura de la modestia, pero les deba consejos y era buen tío.
Rosa le preguntó a Gertrudis su opinión respecto a su pretendiente, Ramiro Cuadrado. Gertrudis, también conocida como Tula, era respetada y admirada tanto por su tío Primitivo, como por su hermana Rosa y su opinión era respetada y escuchada. Respecto a Ramiro, objetiva por demás, aprobaba la uníón entre ellos, pues ambos se querrían bien. A Primitivo, sólo le bastaba la opinión de su sobrina Tula para saber que Rosa estaría en buenas manos.
Pasaron un par de semanas y Rosa estaba preocupada porque Ramiro se mostraba distante cada vez que ella mencionaba el matrimonio, así que se lo comentó a Tula y ella tomó la determinación de hablar con él. A la mañana siguiente Ramiro fue a casa de las hermanas esperando encontrarse con Rosa, pero en su lugar Tula le recibíó con mucha dureza y firmeza, cuestiónándole si amaba a su hermana y presionando para fijar el día de la boda. A la mañana siguiente ya se había estipulado el día del compromiso.
Primitivo casó a Ramiro y a Rosa. Gertrudis disfrutó mucho la boda y se divirtió mucho. Tula visitaba a la pareja de vez en cuando, iba a comer o a platicar con su hermana. Un día, Rosa recogíó a un perro de la calle y Tula desaprobó esa chiquillada, pues su mayor anhelo es que su hermana tenga hijos. Un día Rosa fue a visitar a Tula porque ella había disminuido sus visitas, y le dio la noticia de que había regalado al perro porque ya estaba embarazada. Desde entonces, Gertrudis empezó a frecuentar más la casa de su hermana.
En el parto de Rosa, que fue durísimo, nadie estuvo más valerosa y serena que Gertrudis. El doctor estaba desesperanzado y Tula exigía, con su carácter fuerte, que nadie saliera muerto. Ramiro estaba muy angustiado, pero finalmente conocíó a su pequeño hijo.
Tula le sugirió a su hermana que lo llamaran Ramiro y que al próximo niño, el cual sería niña, la llamara Gertrudis. A partir de ese día, Tula iba diario a casa de su hermana para cuidar y criar al pequeño Ramiro. Era como una preocupación en la tía la de ir sustrayendo al niño, ya desde su más tierna edad de inconciencia, de conocer el amor de que había brotado. Le colgó en el cuello una medalla de la Santísima Virgen, de la Virgen Madre, con su niño en brazos. Con frecuencia, Rosa se impacientaba en acallar al niño o al envolverlo en sus pañales, pero Tula tomaba al niño bajo su cuidado y enviaba a Rosa con su marido, para así, repartirse el trabajo. Y así pasaba el tiempo y llegó otra cría, una niña.
Al poco tiempo de nacer la niña, encontraron un día muerto al bueno de don Primitivo. Gertrudis lo bañó, limpió y vistió para su entierro. Ella sufríó mucho su muerte, pues en cierta forma él se había convertido en un padre para ellas, quien las educó de una manera religiosa y correcta.
Rosa le pidió a su hermana que fuera a vivir con ellos, pues ella se encargaba enteramente de la crianza de sus hijos; no obstante, Gertrudis se rehúsó afirmando que no quería estorbarles. Tula siguió yendo a su horas para ir enseñando a los niños y atender todo aquello de lo cual la pareja no podía ocuparse.
Venía ya el tercer hijo del matrimonio y Rosa se quejaba de su fecundidad. El embarazo fue muy molesto y la dejó casi sin fuerzas. Gertrudis la observaba caminar con dificultad y en cierta forma, presentía algún mal. Ramiro estaba preocupado porque veía que Rosa no tenía más entusiasmo por vivir después del parto; su salud se desvanecía y le acongojaba pensar en su soledad. Rosa le pidió a Gertrudis que cuidara de sus hijos y de su marido, proponiéndole que ella ocupara su lugar en la familia, no obstante, Gertrudis le prometíó que cuidaría a sus hijos, mas no se comprometíó en casarse con Ramiro.
Tula trataba de alimentar con el biberón al niño, pero éste gemía y rechazaba el alimento, así que se encerró en un cuarto con su sobrinito y le pidió a la Virgen Santísima un milagro para poder alimentar al niño con su seco pecho. Oyó unos pasos acercarse a la puerta, recogíó su pecho y dejó pasar a Ramiro, quien le daba la noticia de que Rosa había fallecido. Tula le dijo que ahora habría que cuidar y criar a los niños.
Ramiro repasa retrospectivamente su vida de casado con Rosa, aprecia el papel y la actitud de Gertrudis durante el proceso de noviazgo y el matrimonio y se muestra incrédulo ante la muerte de Rosa. El dolor se le espiritualizaba y sólo cobraba el sentido cuando entraba Gertrudis. Al parecer, Ramiro está pensando en Rosa, y luego en Gertrudis como continuadora del papel de compañera y madre de sus hijos.
Gertrudis que se había instalado en casa de su hermana desde que enfermó, le dijo un día a su cuñado que recogería su antigua casa y que vendría por completo a vivir allá para poder cuidar a los niños. Ramiro emocionado, le llamaba Tula, pero ella le pedía que siempre le llamara Gertrudis, especialmente frente a los niños y ella procuraba que estuviera un niño cuando estaba cerca de Ramiro. Un día Ramiro descubríó que Gertrudis había mantenido una relación secreta con su primo Ricardo, pero ésta terminó en cuanto Tula tomó la determinación de dedicarse de lleno a la educación y cuidado de los hijos de su hermana a quienes llamaba sus hijos. Ricardo fue a visitar a Tula para pedirle que recapacitara y se casara con él, pero ella estaba determinada en que no se casaría nunca y su única misión era cuidar a los niños, pese a que la gente piense que vive ahora en casa de Ramiro para casarse con él. Ramiro le insinuó a Tula la posibilidad de unirse, pero Tula, tajantemente, dijo que no deseaba casarse y sólo quería cuidar a los niños de su hermana. Ramiro creía que en dado caso Tula debíó ser monja, pero ella decía que no le gustaba que nadie le diera órdenes.
Después de varios días transcurridos, Ramiro seguía observando a Gertrudis con la misma intención hasta que un día él le dijo a Tula que era imposible que ella estuviera en la casa, llenándola de su calor y siendo alma y cuerpo, sin que él sintiera nada, además, si ella decidía marcharse, los niños sufrirían mucho porque la quieren a ella más que a su padre. Gertrudis le pidió que le diera un año para pensar las cosas y entonces le diría si se casaría con él o no.
Ramiro decidíó meterse en la política y nominarse candidato para ser diputado local, lo cual hizo muy feliz a Tula, pues de esta forma él se mantendría ocupado.
En el alma de Gertrudis se desencadenaba una guerra entre el corazón y la razón. Ella sentía que su hermana no querría que fuera mujer en carne de su marido, y todas las tardes rezaba en su cuarto recatado ante la Virgen Santísima. Hacía esfuerzos para acallar sus pensamientos y calmar el deseo de su cuñado. Ramirín, uno de sus sobrinitos, llamaba a Tula mamita, aunque su padre le pidió que la llamara tía Tula, pues argumentaba que todavía era su tía pero que pronto sería su madre. Ante esto, Tula le pidió a Ramiro que no confundiera a más a los niños.
La familia fue a pasar las vacaciones al campo, pues Ramiro buscaba momentos para estar a solas con su cuñada, y el campo, en lugar de disminuir el deseo, incrementaba conforme a los hermosos paisajes que veían. Una noche, al ver la luna rojiza, Ramiro hizo una comparación entre la luna, inalcanzable, misteriosa y con su parte oscura, y Tula, quien trataba de frenar el tema. Gertrudis sentía que el campo no era puro, en la ciudad estaba su convento, allí adormecería a su cuñado y por ello debían marcharse de regreso cuanto antes.
Tula sufría tal confusión que fue con el Padre Álvarez al confesionario. Éste le dijo que la actitud de Ramiro era natural, que ella debía entenderlo y ayudarle, que no había nada de malo en casarse con él y le cuestiónó su amor por él y qué hubiera pasado si desde un principio él la hubiese pretendido a ella en lugar de Rosa. Tula salíó muy desconcertada y enojada porque creía que el Padre no la entendía del todo, no obstante, continuaron confusos sus sentimientos por Ramiro.
De pronto, observó Gertrudis que su cuñado era otro hombre, que celaba algún secreto, que andaba desconfiado y que salía mucho de la casa. Y a fuerza de paciente astucia logró sorprender las miradas de conocimiento íntimo entre Ramiro y la criada de la casa, Manuela, una joven huérfana de 19 años. Un día Tula descubríó a la muchacha saliendo de la habitación de Ramiro y en ese momento fue a pedirle que se casara con ella. Ramiro no comprendía lo que le pedía Gertrudis e incluso le récordó que su hermana Rosa había pedido que los niños no tuvieran madrastra, no obstante, Tula fue firme en su petición porque Manuela estaba encinta y aclaró que ella continuaría criando a los niños y seguiría siendo como su madre, pero ahora Ramiro debía cumplir con el deber, pese a que fuera una criada, pues debíó haber pensado bien sus actos antes de embarazarla.
Manuela y Ramiro se casaron, pero en la casa parecía ella más la criada y Gertrudis más el ama de casa. Pese a la vergüenza que sentía Manuela, Gertrudis solicitaba que ella se sentara en la mesa con todos para que los niños comprendieran que eran familia y que no debían seguirse ocultando, pues ello impulsaba pensamientos impuros. El embarazo de Manuela fue muy incómodo y difícil y Gertrudis hizo lo mismo que en los embarazos de su hermana, tomó al niño y se lo presentó a su padre, quien lo veía con lástima.
De nuevo, la pobre Manuela, la hospiciana, se hallaba preñada y Ramiro muy malhumorado con ello. El doctor, don Juan, auguraba que la madre no sobreviviría mucho tiempo después de dar a luz. Gertrudis también lo veía en el aspecto de Manuela. Don Juan parecía dedicarle un cortejo platónico a Tula, a quien admiraba y consideraba una mujer especial, fuerte, sagaz y con hermoso cuerpo.
Cuando en la casa temían por Manuela y todos los cuidados eran para ella, de pronto cayó Ramiro en cama por una pulmónía. Una tarde en que la fiebre lo dejó más tranquilo llamó a Gertrudis a solas y le dijo que él la amaba desde el principio, cuando Tula insistíó en casarlo con su hermana, era a ella a quien admiraba y veía una vez estando cerca. A Gertrudis se le llenaron los ojos de lágrimas, confesó que ella lo había rechazado por temor a los hombres y juntaron sus bocas para besarse.
Al siguiente día llevó a los niños al lecho de su padre ya moribundo y sacramentado. Luego fue Manuela y de poco se muere de la congoja que le dio sobre el enfermo. Ramiro rindió su espíritu despidiéndose de su Tula. Y ella, la tía, vació su corazón en sollozos de congoja sobre el cuerpo exánime del padre de sus hijos, de su pobre Ramiro.
Hubo abatimiento en aquel hogar, pues los niños eran incapaces de darse cuenta de los que había pasado y la pobre viuda luchaba por mantener vivo al ser que llevaba adentro, más como estaba previsto, fallecíó en cuanto nacíó la pequeña niña, sola y huérfana, tal como había venido al mundo. Y fue esta muerte la que más ahondó el ánimo de Gertrudis, que ya había asistido a otras tres ya. Era como si esta muerte recordara las otras tres y las iluminará más. Tula se sentía culpable por la muerte de Manuela, creía que había matado aquella pobre hospiciana huérfana, se le figuraba que era como Eva, quien también murió sin madre. Y ahora se quedaba Gertrudis con sus cinco crías, cuidando en especial la última y considerándolas a todas sus hijos. El mayor, Ramirín era la viva imagen de su padre, en figura y en gestos, y su tía se propónía a evitar en él los malos hábitos que tenía su padre.
Gertrudis, molesta por las insinuaciones de don Juan, el médico, le anunció un día estar dispuesta a cambiar de médico. Don Juan le confesó que él deseaba casarse con ella y adoptar a los niños, que tanto le gustan, pero Gertrudis se negó rotundamente, lo llamó puerco y así se despidieron para siempre.
Tula cuestionaba el papel del hombre en el cristianismo, como éste siempre ha estado fundado en el hombre y no en la mujer, la Virgen, la madre, Magdalena. El cristianismo, se decía Gertrudis, al final es religión de hombres.
Corrieron unos años apacibles y serenos. La orfandad daba a ese hogar una luz de serena calma. La tía Tula procuraba tratar a todos sus hijos sin distinciones, pero tenía preferencias por Ramirín y por la más pequeña, la hija de la muerte, Manuelita, por quien se sentía mucho más responsable.
A todos los educó récordándoles a sus padres, pero le preocupaba pensar en la diferencia que podían sentir entre ellos al saber que son medios hermanos, así que les inculcó que todos son sus hijos y su única madre ahora era ella.
Mientras educaba a los niños, descubríó que le gustaba la geometría porque le inspiraba pureza y perfección, por el otro lado, no quería saber de anatomía o fisiología.
Gertrudis iba a confesarse con el mismo padre que iba Ramirín, pues de esta forma, también podía controlar y guiar sus pasos. Cuando una vez creyó observar en el muchacho inclinaciones ascéticas y místicas, acudíó alarmada al padre Álvarez y reveló la culpa que sentía al haber hecho caer, en dos ocasiones, al pobre Ramiro con su hermana y con la otra, por soberbia y por amor propio.
Logró sacar a su sobrino de aquellas inclinaciones ascéticas y lo fue guiando para unirse con una mujer que ella ya había escogido para él, Caridad.
Tula y Caridad se hicieron muy amigas, platicaban mucho y juntas se encargaban del hogar. Gertrudis le pedía a Caridad que cuidara de Manolita, tan débil, inocente y enfermiza. Caridad creía que Manolita tenía los mismos ojos que Tula.
Gertrudis empezó a enfermar, sufría mareos y desmayos constantes y su salud decayó. Poco después Manolita también se enfermó, así que la tía sacó fuerzas y se recuperó para cuidar a su pequeña, quien no tenía deseos de seguir viviendo si su madre Tula moría. La salud de Manolita mejoró notoriamente y Gertrudis contrajo una bronconeumonía. Caridad quería cuidarla, pero Tula le pedía que se encargara del hijo que llevaba dentro y que con la ayuda de Manolita, quien revitalizada cuidaba de su madre, Rosa y Elvira, cuidarían bien de ella.
La tía Tula no podía ya más con su cuerpo. Comenzó por despedirse de Manolita, a quien le pidió que no volviera a temer a la vida, que cuidara de sus hermanos, así como ella lo había hecho. Antes de morir, Tula les aconsejaba a sus hijos que no hicieran cosas de las cuales se arrepentirían y menos de no haber hecho algo y les pidió que rezaran por sus padres y por ella, asimismo, empezó a hablar del purgatorio y del fango ardiente con el que son lavados los que pasan por allí.
La tía Tula murió finalmente, pero siempre permanecíó en la casa viva eternamente con la familiaridad inmortal, ya no como la madre, ni como la tía Tula, sino sólo Tía, una especie de reverencia santificada.
Manolita adoptó la actitud de la Tía, era quien manténía la familia unida y se preocupaba por sus hermanos. Pronto se hicieron bandos entre hermanos y se formaron dos grupos: de un lado, Rosita, la hija mayor de Rosa, aliada con Caridad, su cuñada y no con su hermano. De otro, Elvira, la segunda hija de Rosa, con Enrique, su hermanastro, el hijo de la hospiciana, y quedaban fuera Ramiro y Manolita. Ramiro vivía atento a su hijo y a sus negocios y Manolita atenta a mantener el culto de la tía y la tradición del hogar. Manolita se preparaba a ser el lazo entre cuatro probables familias venideras.
Abel Sánchez
Esta es la historia de dos hombres que se conocían desde que tenían uso de razón. Siempre fueron los mejores amigos, o tan siquiera eso querían creer. El protagonista es Joaquín Monegro, el cual toda su vida estuvo viviendo bajo la sombra de su amigo Abel Sánchez, éste era en el colegio el tipo más agradable de todos, que aunque no tuviera un muy buen promedio, el carisma y aquella fama natural que poseía eran suficientes para ser considerado como el chico más querido, apreciado y popular de la entera escuela. Por otro lado, Joaquín, era serio y se le reconocía por la gran inteligencia y el alto rendimiento escolar que poseía, sin embargo, carecía de amigos y popularidad, por lo tanto trató de ser como Abel, cosa que le salíó mal, ya que más que nada se veía mal, aislándolo aún más de lo que ya estaba, cosa que Joaquín sufríó durante todo el largo periodo de sus estudios, siempre opacado y envidiado a Abel.
Cuando los dos terminaron la universidad, Joaquín se recibíó de médico, mientras que Abel de pintor. Seguían siendo buenos amigos y aquella gran e inmensa relación no dejó de estar presente. Sin embargo, aquella envidia que Joaquín sentía desde niño por su casi hermano Abel, continuaba. Mientras veía cómo triunfaba Abel con sus excelentes pinturas, se retorcía como un gusano en el anzuelo por ver la fama y la gloria que estaba obteniendo como novato. Él, por otro lado, era un maestro en la medicina, pero aún no conseguía la suficiente clientela como para hacerle ver a la comunidad su gran talento.
En otro tema, Joaquín estaba enamorado profundamente de Helena, la cual era una chica vanidosa y materialista que no le hacía ni el menor caso. Joaquín le contaba de esto a su gran amigo Abel, el cual para conseguir que ella se enamorara de su amigo, se ofrecíó en ir a conocerla para hacer un retrato, Joaquín aceptó aunque dudoso. Desde el día en que empezaron las sesiones para el retrato, Helena y Abel empezaron a conocerse, y terminaron enamorados y siendo novios, cosa que en un principio Abel se encargó de mantenerlo en secreto a su amigo. Pero como se sabe: todas las mentiras con el tiempo salen a la luz, por lo que Joaquín no tardó en saber que su gran amada y su mejor amigo llevaban una relación de noviazgo, lo cual no pudo soportar... ¿cómo podía ser que su mejor a sabiendas de que quería a Helena, anduviera con ella? Infame. Lo tomó de esa forma: una infamia, un arrebato de lo que le pertenecía. Aún así, se tragó su coraje e hipócritamente le decía a Abel que no se preocupara, que se resignaría. Por consiguiente, Abel y Helena se casaron y, naturalmente, invitaron a Joaquín, el cual aceptó de una manera, al parecer, franca y sincera, pero en realidad estaba disfrazada de envidia y gran rencor. Por otra parte, el retrato de Helena tuvo un gran éxito y todos lo vanagloriaban y con esto, en Joaquín empezó a crecer un gran y profunda envidia que se relacionaba íntimamente y se remontaba a aquellos años de infancia cuando todo empezó. Por lo tanto, Joaquín decidíó vengarse de su amigo y su gran amada, que tal vez, más que amor, ya era obsesión sobre ella. Se propuso a ganar fama como médico y quitarle la reputación a Abel de alguna forma y así, Helena se daría cuenta de que quien realmente valía la pena para ella era Joaquín y no Abel, ya que según Joaquín, ella se había ido con su amigo por su fama, gloria y gran reputación.
Pero también decidíó conseguirse una esposa, para salvarse de la terrible envidia que corría por sus venas y porque requería de un amparo a su pasión, por lo que se casó con Antonia, una mujer llena de ternura, dulzura, amor y compasión, que más que casarse por amor, se casó porque escuchó el grito de auxilio de Joaquín. Pero además, en el momento en el que se enteró de que Helena estaba encinta, decidíó él también tener hijos. Los dos profesionistas se encontraban en un gran momento de reputación y fama, auque a Joaquín se le habían muerto algunos pacientes... Y no porque no pudiera curarlos, sino porque aquella furia, aquel odio no lo dejaba concentrarse, veía a Helena en todo momento, y así se dio cuenta también de que ese amor que antes sentía por su amada, se había convertido en un odio porque sabía que tanto Abel como Helena se habían casado para fregarlo a él porque lo despreciaban, que era lo que realmente le llenaba de coraje y enojo.
Después de que el hijo de Abel nacíó, empezó a pintar un cuadro acerca de Caín y Abel, y mientras Joaquín y el pintor hablaban de aquel nuevo cuadro, el médico se empezó a identificar bastante con la gran leyenda de estos dos hermanos y leyó entonces Caín de Lord Byron, con el cual descubríó grandes cosas de él mismo. Se dio cuenta que verdaderamente envidiaba muchísimo al amigo de toda su vida, mientras éste no hacía más que alabarlo y quererlo de la manera más honesta.
Se presentó la oportunidad entonces de que Joaquín diera un banquete por el gran éxito que obtuvo la obra de su amigo. En el banquete, Joaquín dio un impactante y profundo discurso acerca de la pintura de Abel. Todos los presentes quedaron impresionados y gratamente identificados por lo que al terminar dieron un bárbaro aplauso que dejó sorda la habitación. Abel en lo personal, se sintió muy conmovido y las palabras de Joaquín le llegaron al alma, y al parecer, fue la primera vez que Abel Sánchez realmente sintió lo que significaba uno de sus cuadros. Con esto, la reputación y la fama de Joaquín se fueron a la cima. Sin embargo, éste se sentía pésimo porque fue hipócrita y no tuvo el valor de expresar lo que realmente encontró en su autodescubrimiento al leer a Byron. Y contrariamente Abel se sentía alabado y realmente conmovido y no cesaba de llorar. Helena no aceptaba que Joaquín se la pasara alabando a su esposo, estaba segura de que lo realmente sentía era envidia.
Joaquín decidíó entonces empezara a creer en Dios, en quien nunca antes había creído. Comenzó por ir a confesarse desalmándose completamente con el padre, y desde ese entonces lo agarró de costumbre.
Los años habían pasado ya, y el hijo de Abel, Abelín estudiaba medicina. Abel seguía triunfando con sus magníficas obras, mientras que Joaquín seguía con la envidia en las entrañas, sufriendo más que nunca y tratando de encontrar consuelo en el alcohol yéndose todos los días al Casino. Cuando Abekín concluyó la carrera de medicina, se fue con Joaquín como ayudante. Éste le comenzó a tomar un gran cariño e incluso ideó un plan para vengarse de su gran amigo, ya que pensaba en arrebatarle al hijo y hacer que éste le quisiera más que a su propio padre. Dio resultado, Abelín llegó a confesarle a su maestro lo mucho que lo quería y hasta le dijo verdades que nunca supo de Abel, quien resultó que admiraba muchísimo a su amigo de toda la vida y que realmente carecía de afecto hacía cualquier persona y era un egoísta ególatra que simplemente tenía cabeza para él. Luego, sucedíó que Joaquinita, hija de Joaquín quería irse al convento, por lo que éste tuvo una larga disputa con la muchacha, quien sabía perfectamente bien que su padre no se encontraba bien, por lo que quería entrara al convento para rezar por su alma. Sin embargo, Joaquín la sacó de esa idea y la convencíó de que se casara con Abelín. Así, los dos muchachos quedaron comprometidos y al poco tiempo se casaron y tuvieron un hijo. Joaquín nunca se había sentido mejor, y trataba ya de abstenerse a lo que había sido su vida tan dolorosa. No quería recordar para nada el pasado, para él sólo existía el futuro. Un futuro glorioso en el su venganza sobre Abel, Helena y todas aquellas personas que quitan el amor a los demás sería por fin realizada.
Sin embargo sus sueños se vieron frustrados y volvíó a padecer aquella temible y devastadora envidia que le recorría todo su cuerpo, cuando se enteró de que su nieto quería más a Abel que a él. Esto simplemente no lo aguanto más y fue a hablar claramente con Abel, diciéndole exactamente cómo se sentía y acabando por matarlo, cosa que lo dejó en una gran depresión y tristeza al enterarse que el realmente malo de la historia era él... Se arrepentía infinitamente sin creer poder llegar al perdón de Dios. Finalmente, Joaquín murió sin antes rebelar su secreto a los demás y sin pedir perdón a todos los que amaba.
Personajes
Joaquín Monegro: Es el protagonista y apenas se le describe físicamente, ya que el autor se concentra sobre todo en el aspecto psicológico. Conoce a Abel desde pequeño, ya mostrando desde entonces una gran rivalidad y viéndose a la perfección las diferencias existentes entre ellos. Mientras que Abel cae bien a todo el mundo sin hacer nada, él cae mal, sin saber porqué. Este hecho le sume en la tristeza, diciéndose que en realidad lo que quiere Abel es muy popular y hacerse famoso y acaparar la atención para acabar con él. Durante una temporada muy larga, Joaquín se muestra muy desesperado, que es la que coincide con el hecho de que Abel y Helena se hagan novios. Así permanece Joaquín, hasta que tiene una hija, que le proporciona una cosa por la que preocuparse, alguien a quien amar y por quien sentirse amado. Este periodo se ve acrecentado por el echo de que Abelín, se muestra también muy adverso a su propio padre. Pero cuando nace el nieto de ambos, Joaquín vuelve a caer en una fuerte depresión debido a que su nieto no le hace caso. Y permanece desesperado hasta que Abel muere, siente remordimientos y se da cuenta de que ha perdido toda su vida odiando a Abel.
Joaquín es el personaje más importante de la historia y sobre el que gira todo el argumento. Nos muestra como se puede llegar a envidiar alguien y el malestar que puede producir eso en una persona.
Abel Sánchez: es objetivo de todas las iras de Joaquín. Joaquín siempre le acusa de intentar acaparar fama, pero él lo desmiente, alegando que él no pretende llamar la atención y que a él no le importa lo más mínimo, pero al final de la novela, desvela que en realidad siempre ha pretendido ser famoso y llamar la atención y que por eso nunca le enseñó a su hijo el oficio de pintor, para que no llegara a eclipsarle. Es un personaje que aunque es un poco egocéntrico, también se preocupa por Joaquín, envidiándole a veces.
Helena: es la prima de Joaquín y de la que se enamora éste, pero ella le desprecia, sin ninguna razón aparente. Es un personaje importante porque ella es sobre todo el comienzo de la rivalidad entre Joaquín y Abel, pero según transcurre la historia, va perdiendo importancia y pasa a ser un personaje secundario.
Antonia: es la mujer de Joaquín. Aunque no interviene mucho en la historia, es bastante importante. Es una mujer muy religiosa, y es la que le indica a Joaquín que intente encontrar solución a sus problemas en la religión, pero no le vale para nada. Antonia se enamora de Joaquín, por que le parece una víctima, fruto de la soberbia de otro hombre y por eso trata por todos los medios que Joaquín se olvide de Abel y sea feliz viviendo su propia vida.
Abelín: es el hijo de Abel y comparte la misma opinión que Joaquín sobre su padre. Él piensa que su padre nunca le enseñó el oficio de pintor, por miedo a que fuese mejor que él, y aunque esas sospechas parecen infundadas, al final de la novela se revela que es así, ya que Abel era un poco egoísta, no quería que nadie le hiciera sombra. Pero no solo se lleva bien con Joaquín por eso, sino que ambos son médicos y comparten intereses similares.
Joaquina: es la hija de Joaquín, y fuente de felicidad para él, ya que al dedicarse al cuidarla, se empieza a olvidar de Abel y ser un poco más feliz. Joaquina ama muchísimo a su padre, y puede soportar que éste sufra, por eso, al igual que su madre, siempre está intentando que su padre sea feliz.