Ciudadanía: Origen, Evolución Histórica y Desarrollo Moderno

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1. Génesis y Evolución Histórica de la Ciudadanía

La ciudadanía es la cualidad de quienes, por medio de la participación y la comunicación pública, se hacen a sí mismos y, en ese hacerse, se reconocen como sujetos activos. Filosóficamente hablando, la ciudadanía es el instrumento político por medio del cual los seres humanos conviven y tratan de organizar responsablemente las contradicciones que puedan darse entre la libertad y la igualdad.

La construcción filosófica de la ciudadanía nos enseña que esta es un reflejo de la aceptación, por parte de los seres humanos, de su propia condición histórica. Es decir que, con la evolución social, también ha ido evolucionando y mejorando el concepto de ciudadanía. El carácter de ciudadanía de los humanos expresa también la decisión de vivir autónomamente, o sea, de auto legislarse y de auto hacerse.

1.1. La Ciudadanía en la Antigua Grecia y Roma

En las sociedades antiguas, basadas en una economía agrícola, la guerra fue un factor muy importante en su proceso de estructuración. De la misma forma, la situación geográfica de Grecia y Roma, el curso de la moneda y el aumento del comercio propiciaron una serie de transformaciones que afectaron globalmente a sus modos de vida.

Condiciones de la ciudadanía

La división social entre los grandes propietarios de la tierra, la nobleza militar, y el resto de la población formada por campesinos, artesanos, comerciantes y esclavos, es característica de esta etapa. De hecho, las luchas producidas entre dichos grupos sociales por el reconocimiento de derechos serán las que posibiliten la formación de una ciudadanía basada en la igualdad ante la ley y en el uso de la palabra.

La Antigüedad, por otra parte, se caracteriza por mantener una confusión entre la organización política y la organización social en la medida en que no diferencia entre la vida pública y la vida privada. La ciudad o comunidad política determina la totalidad de la vida de sus miembros: un ser humano lo es por ser miembro de una determinada comunidad cívica. El ser humano lo es por ser un ciudadano, es decir, por ser alguien que participa en la vida de la ciudad.

Dominios de participación:

La participación ciudadana se extiende a tres dominios:

  • El institucional, como miembro de las asambleas, consejos, tribunales, etcétera.
  • El militar en el que los soldados asumen el deber de defender a la ciudad en caso de guerras internas o externas.
  • El religioso, donde se debe mostrar respeto a los dioses de la ciudad al tomar parte en las festividades y ceremonias oficiales.

El ciudadano pertenece a la polis, su vida privada es ampliamente regulada y la educación es considerada una actividad propia de la comunidad. El interés personal y la existencia individual están supeditados al interés y a la vida común; la libertad individual no es tal, pues ser libre significa pertenecer a una ciudad y obedecer la ley.

La polis griega: la ciudadanía restringida

En la Atenas del siglo V a. C., donde acabó por imperar una constitución de tipo democrático, la ciudadanía, entendida como cualidad imprescindible de participación en los asuntos públicos de la ciudad, fue considerada cada vez más importante. Hasta tal punto que a aquellos miembros de la comunidad que contravenían ciertas obligaciones se les castigaba con la prohibición de aparecer en los lugares públicos y hasta con el exilio. Es decir, se les decretaba una verdadera muerte social.

Entre los derechos políticos del ciudadano ateniense, cabe señalar el de asistir a las sesiones de la Asamblea y el de votar las decisiones adoptadas. Asimismo, el ciudadano tenía la posibilidad de ser investido para el cargo de magistrado, legislador o jurado.

Respecto a las obligaciones, podemos resaltar las siguientes: pago de los impuestos, realización de un servicio militar, prohibición de casarse con los extranjeros, de malgastar el patrimonio económico o de olvidar los deberes para con sus familiares.

La ciudad romana: ciudadanía cosmopolita

El alcance de la ciudadanía en Roma fue variando en función de la forma de gobierno imperante en cada momento histórico:

En el período republicano, la ciudadanía fue adquiriendo ciertos derechos políticos que, aunque limitados, permitieron que los plebeyos se reuniesen en comicios para elegir ciertos magistrados de entre los representantes de la oligarquía y votar algunas leyes que, excepcionalmente, tenían carácter revolucionario.

No obstante, las votaciones no se realizaban según la regla de «un individuo, un voto», con lo que la consecución de la mayoría, en muchas situaciones, carecía de eficacia.

En la época imperial, sin embargo, la ciudadanía se entendió, fundamentalmente, como una condición imprescindible para lograr el ascenso social, por lo que tendía a ser considerada como una situación personal propiciada por privilegios e inmunidades.

1.2. La Ciudadanía en la Edad Media

Tras la desaparición del Imperio romano de Occidente (siglo V d. C.), en Europa hubo un largo período de fragmentaciones e intentos de reunificación política. Aunque estos trataban de mantener el ideal de una comunidad unida, el surgimiento de los distintos reinos cristianos fue la base principal del posterior nacimiento de los Estados modernos.

El sistema político-social medieval se estructura en un conjunto de instituciones ordenadas jerárquicamente en torno a un único centro. Dicho orden iba desde la familia, como base mínima de la organización, hasta la cabeza universal del papa y del emperador. Entre ambos extremos se encontraban las aldeas, las ciudades y los reinos.

La ciudadanía fragmentada

El fin del mundo antiguo trajo consigo una transformación profunda de la idea de ciudadanía. A partir de ese momento se hizo fuerte el orden de la filiación, pilar principal de la organización feudal, de la desigualdad estamental y de la tensa coexistencia del poder regio y del poder religioso.

La comunidad como un cuerpo

El lugar que cada individuo ocupaba en la sociedad medieval venía señalado por el nacimiento. Pero a diferencia de la ciudad antigua, en donde los jefes de familia participaban como ciudadanos iguales, en esta etapa los cabeza de familia no son iguales entre sí, sino que forman parte de un orden jerárquico que comienza en el campesino y culmina en el rey.

En este orden de filiación no cabe hablar de espacio público, a cuya pertenencia se debe el hecho de ser ciudadano, pues lo único realmente público es la persona del rey. La comunidad política es entendida como un cuerpo, cuya cabeza es el monarca, y donde el todo está presente en cada parte. De esta manera, se produce una doble subordinación: de unas partes respecto de otras, y de todas y cada una de ellas con respecto al todo, cuya representación se plasma en el rey.

Súbdito: problemática dualidad

Entre ser ciudadano y súbdito no se percibía ninguna contradicción, ya que un individuo podía ser, a la vez, miembro de una sociedad a la que pertenecía estamentalmente por nacimiento y súbdito sometido a la autoridad de un rey, cuya legitimidad le venía por herencia divina.

El súbdito medieval es, paradójicamente, un ser incorporado a una comunidad dual: la sociedad feudal y la Iglesia. El individuo no es aún valorado por su identidad propia y su autonomía personal, sino en función de su pertenencia a una comunidad concreta, bien como súbdito o bien como fiel.

Los albores medievales del sujeto político

El individuo comienza poco a poco a aparecer —de modo muy limitado— en la organización social y política de la Edad Media, a pesar de que su libertad y sus derechos corresponden al grupo al que pertenece.

Como signos de tal aparición cabe mencionar que la relación de vasallaje adopta cierta forma de contrato, lo cual implica un compromiso mutuo entre las partes, si bien la balanza entre derechos y obligaciones no se ajusta a criterios estrictos de igualdad. Asimismo, se promulgan ciertos decretos reales en los que, esporádicamente, se reconocen derechos y en los que se limitan parcialmente obligaciones de los particulares en relación con los reyes. Entre estos decretos destaca la Carta Magna inglesa (siglo XIII).

Por otra parte, los enfrentamientos habidos durante la Baja Edad Media entre el emperador y el papa dieron por finalizados los intentos de recrear una comunidad universal, bien por vía imperial o por vía eclesial.

1.3. La Ciudadanía en el Mundo Moderno

La quiebra de la unidad política y religiosa de Europa hizo aparecer la institución de los reinos. Se sentaron así las bases de la soberanía del Estado moderno, según la cual no se reconoce ninguna autoridad externa o interna, temporal o espiritual por encima del rey.

Con estas bases se iniciaba un largo proceso, en el que se fue forjando un concepto de ciudadanía claramente diferente al de épocas anteriores. El recorrido de este desarrollo puede dividirse en dos grandes etapas:

  • Etapa predemocrática: abarca hasta el siglo XVIII. Se caracteriza por el predominio del absolutismo.
  • Etapa democrática: se inicia con las revoluciones de finales del siglo XVIII en EE. UU. y Francia.

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