La Ciudad de Dios de San Agustín: Sociedad, Política e Historia
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En cuanto a la sociedad y la política, San Agustín expone sus reflexiones en La ciudad de Dios, obra escrita para defender al cristianismo de la acusación formulada por los paganos de que la religión cristiana era la principal responsable de la decadencia y desaparición del Imperio Romano. En esa obra, San Agustín intenta explicar tales hechos mediante la lucha de dos ciudades: la del Bien (Ciudad de Dios) y la del Mal (Ciudad terrenal). Al igual que Platón, San Agustín comienza con un análisis de la naturaleza humana: el ser humano está compuesto de cuerpo y alma; en consecuencia, hay en el hombre unos intereses terrenales y materiales, unidos al cuerpo, y unos intereses espirituales y sobrenaturales, propios del alma. La historia de la humanidad, sus sucesivas civilizaciones y Estados, siempre ha estado dominada por este conflicto de intereses que San Agustín expresa con la metáfora de las dos ciudades:
La Ciudad Terrena, basada en el predominio de los intereses mundanos, formada por aquellos hombres que se aman exclusivamente a sí mismos y llegan hasta el desprecio de Dios. Por otro lado, La Ciudad de Dios, basada en el predominio de los intereses espirituales, formada por aquellos hombres que aman a Dios por encima de sí mismos. Está representada por la Iglesia visible (jerarquía eclesiástica) e invisible (comunidad de fieles) y, por último, como culminación, por el imperio cristiano. La lucha entre las dos ciudades continuará hasta el final de los tiempos, en que la Ciudad de Dios triunfará sobre la terrenal, apoyándose San Agustín en los textos sagrados del Apocalipsis. Se trata de una historia universal constituida por una serie de eventos sucesivos que avanzan hacia un fin mediante la providencia divina.
Asimismo, describe los diferentes momentos de la historia: en primer lugar, la creación, seguida por la caída provocada por el pecado original, en el que el demonio introduce la degradación en el mundo: Dios ofrece el paraíso, pero el individuo escoge hacer un mal uso de su libertad, desobedeciéndolo. Le sigue el anuncio de la revelación, y la encarnación del hijo de Dios. La última etapa se logra por la redención del individuo por la Iglesia, que es la sexta de las edades del ser humano.
Agustín ve la historia como un camino lineal y con un propósito final, a diferencia de la filosofía griega que la veía como un ciclo repetitivo. La historia ha tenido un inicio y tendrá un fin en el Juicio Final, y se divide en seis edades, inspirándose en los seis días que usó Dios para realizar la creación: las Seis edades del mundo, delimitadas por la creación del mundo, el diluvio universal, la vida de Abraham, el reinado de David (o la construcción del templo de Jerusalén, por Salomón), la cautividad en Babilonia y, por último, el nacimiento de Cristo. Esta última se prolonga hasta la segunda venida del Mesías para juzgar a los hombres en el final de los tiempos. La humanidad ha comenzado una nueva etapa, en la que el Mesías ha venido, y ha dado la esperanza de la resurrección. La consumación de la historia sería llegar al fin sin fin: la vida eterna, en el que reinará la paz, y no habrá ya más lucha. Nadie mandará sobre nadie, y se acabarán las luchas internas. Su tesis es que desde la venida de Cristo se vive en la última edad, pero la duración de esta solo Dios la conoce.
Finalmente, el providencialismo es la tesis que entiende el desarrollo de la historia como un proceso lineal en el que el hombre es movido por Dios para la consecución del bien universal. La providencia divina lo abarca todo, la existencia del bien que Dios quiere, y la presencia del mal que Dios permite para que se obtenga de él beneficios mayores.