Cide Hamete Benengeli y Avellaneda en el Quijote
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Cide Hamete Benengeli en el Quijote
Cervantes recurre a un segundo autor (Cide Hamete Benengeli) y lo continúa usando en la segunda parte, no solo para narrar la historia, sino también para contrastar sus opiniones sobre la verdad literaria, la veracidad y la verosimilitud. Aparece en los capítulos VIII y IX de la primera parte, interrumpiendo la acción para después de la explicación retomarla. Cervantes finge haber encontrado en el mercado de Toledo un manuscrito árabe que continúa la historia interrumpida en los anales de la Mancha, de donde lo había sacado originariamente. Como está en árabe, se la hace traducir a un morisco, por lo cual, el texto que le llega al lector ha sufrido dos mediaciones. La función que cumple es la de la posibilidad que Cervantes pueda hacer observaciones a la historia y añadir inverosimilitud a una hipotética crónica fiel y detallista, guardando para sí mismo otros posibles recursos. Este elemento curioso debe ser considerado también como una parodia a las novelas de caballerías, en las que los autores a veces fingen que las traducen de otras lenguas o que han encontrado un original en misteriosas circunstancias.
Avellaneda en el Quijote
A mediados de 1614 y con la intención transparente de darle en la cabeza a Cervantes, salió el Segundo tomo del ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, que contiene su tercera salida y es la quinta parte de sus aventuras, ese libro que hoy conocemos como el Quijote de Avellaneda. La publicación de esta obra apócrifa (falsa) poco antes de que Cervantes acabase la redacción de su 2a parte le hizo plantearse de qué manera vengarse de la actitud del falso autor. Así, encontramos desde burlas al Quijote de Avellaneda hasta la introducción de personajes de este en su segunda parte. No obstante, los dos grandes cambios que produjo el Quijote de Avellaneda en el de Cervantes tienen mucha más entidad en referencia a su trama. Así, DQ y Sancho abandonarán su intención de dirigirse a Zaragoza, a participar en unas justas, y lo harán a Barcelona, originando así una de las partes más felices de la novela.
Sancho Panza en el Quijote
Si el verdadero protagonista de las dos partes del Quijote es el hidalgo Alonso Quijano, junto a él destaca la figura entrañable de su escudero Sancho Panza. Fue creado como el complemento que necesitaba don Quijote, proyectado inicialmente como un loco. Al principio de la obra, en la segunda salida de Don Quijote, Sancho se convierte en su escudero y lo acompaña hasta el final, aunque se separan en algunos capítulos. Este lo acompaña ante la promesa de que le hará gobernador de una ínsula. De las pocas descripciones que nos da Cervantes sobre él, podemos deducir que tiene un comportamiento tranquilo, que era bebedor, glotón, pequeño y gordo. El escudero es una mezcla de ingenuidad, tontería y agudeza, esto le da verosimilitud y originalidad al personaje. Es un hombre realista y práctico que lo seguirá fielmente, a pesar de que no entiende sus idealismos. Durante la segunda salida mientras Don Quijote se dedica a deshacer imaginarios entuertos en su camino; Sancho, sencillo y bonachón, tratará de disuadirle para que no se meta en complicaciones. Sancho va demostrando a lo largo de la novela su cordura y se va enriqueciendo humanamente hasta que su personalidad adquiere un peso comparable a la del caballero. A medida que avanza, se produce la llamada quijotización, que implica un Sancho cada vez más alocado y envuelto en las aventuras de Don Quijote.
Amor cortés en el Quijote
Don Quijote encarna a la perfección el papel del caballero enamorado cortés. Cuando decide hacerse caballero, una de las primeras cosas que hace es buscar una dama superior, de quien enamorarse y a quien servir y encomendarse: Dulcinea del Toboso, que sublima atribuyéndole un cúmulo de perfecciones y todos los requisitos que debía tener una dama, aunque la realidad es muy distinta. Como buen amante cortés, Don Quijote se lamenta de la indiferencia y el desdén de Dulcinea, se encomienda a ella antes de una batalla (ya sea contra arrieros o contra molinos-gigantes) y, siempre que vence, pretende que su rival se presente ante Dulcinea, reconozca su hermosura y le refiera las hazañas que por ella acomete. Por lo mismo, don Quijote ha de defender la hermosura y superioridad de su dama ante todas las demás; por ello, por ejemplo, se enfurece con Sancho Panza cuando éste le insta a casarse con la princesa Micomicona, alegando que supera en gracia y hermosura a Dulcinea. También sufre, como buen amante cortés, la penitencia amorosa, imitando a Amadís de Gaula, se adentra en lo más profundo de Sierra Morena donde llora, grita, se azota y se lamenta.
Parodia de las novelas de caballerías en el Quijote
La obra es una parodia de los libros de caballerías, género que Cervantes conocía muy bien. La parodia del mundo caballeresco se desarrolla ya desde la primera página: Frente a los habituales príncipes, caballeros y alta nobleza que protagonizan los libros caballerescos, Cervantes presenta a un noble, pero que pertenece a la capa más baja de la sociedad nobiliaria: un hidalgo de un pueblo perdido de la Mancha. Frente a los lugares fabulosos (reales o imaginados) de los sobrenombres caballerescos (Gaula, Grecia, Hircania, Tracia...), don Quijote (Alonso Quijano) es señor de La Mancha, la zona más árida y desértica de la Península Ibérica. El personaje en sí es paródico. Frente a los héroes jóvenes y apuestos de las novelas de caballerías, tenemos a un anciano loco que va acompañado de un campesino de poca sal en la mollera (Sancho Panza) que va en burro. Su amada no es una bella princesa, sino una mujer de aldea (Aldonza Lorenzo) a la que ve por primera vez persiguiendo un cerdo. Orlando Furioso (caballero de otro libro) enloquece por el desdén de Angélica mientras que Don Q enloquece por leer tantas novelas de caballerías. Su locura produce dos consecuencias inmediatas: cree que todo lo que ha leído en los libros de caballerías es cierto y piensa en la posibilidad de resucitar la orden caballeresca. Una vez convertido, en su mente, por causa de la locura, por causa de la locura, en caballero andante, necesita hacerse con los elementos indispensables: armadura, caballo, nombre y amada; todos ellos contribuyen a crear una figura ridícula: la armadura es de sus bisabuelos, por lo que irá vestido anacrónicamente, siguiendo un estilo que estaría de moda un siglo antes; Rocinante es todo piel y huesos... Cuando termina el primer capítulo, Cervantes ha delineado un personaje absolutamente ridículo. También es paródico el recurso del manuscrito encontrado. En los libros de caballerías encontramos el recurso del autor que dice haber encontrado un manuscrito y que él es simple transmisor. Cervantes en su novela dice haber encontrado un manuscrito de un tal Cide Hamete Benengeli (un morisco).
Evolución de los personajes en el Quijote
Las dos partes del Quijote guardan una innegable relación con el género del libro de caballerías. La diferencia básica de la segunda parte respecto a la primera es que existe una evolución clara de los personajes y de los acontecimientos, en relación con el conocimiento que tienen los propios personajes de la primera parte del Quijote, e incluso, del Quijote de Avellaneda. La locura de Don Q sufrirá una evolución en la segunda parte del libro. Mientras que en la primera parte Don Q padece innumerables alucinaciones, relacionadas con el mundo de la caballería; en la segunda parte, los personajes conocedores del comportamiento de don Quijote le quieren hacer creer situaciones inexistentes, basándose en la experiencia de la primera parte del libro. En la segunda parte Don Quijote se presenta como un personaje conocido, incluso por él mismo, al igual que su escudero. Innovación narrativa que da credibilidad y realismo a la obra. Así, mientras el espíritu de Sancho asciende de la realidad a la ilusión, declina el de don Quijote de la ilusión a la realidad. Y el cruce de las dos curvas tiene lugar en aquella tristísima aventura, una de las más crueles del libro, en que Sancho encanta a Dulcinea.