César Vallejo: Dolor Existencial y Poesía en 'Los Heraldos Negros'
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La Experiencia Existencial y la Poesía: Reflexiones sobre el Ser y el Dolor
Porque está «limpio de rutinas y de caminos marcados», el texto adopta la forma de la confesión. Proclama la identidad personal («yo soy», «yo estoy aquí», «yo»), presentando una situación personal: el despertar a la conciencia dolorosa del existir, la voluntad de caer lúcidamente, la rebeldía frente a las limitaciones y la promesa de sobrepasar la condición humana a través de la poesía o la magia.
Temas Centrales del Canto I
Tres sentimientos cardinales fijan el temple doloroso del Canto I:
- La soledad
- El anhelo de eternidad
- La poesía
César Vallejo: Interpretación Profunda de "Los Heraldos Negros" (1918)
La obra de César Vallejo, Los Heraldos Negros (1918), aborda un tema universal: udarci na coveka tokom zivota (los golpes al hombre durante la vida). Hay pocos, pero son fuertes. Sin importar si el hombre es fuerte o blando, esto le afectará. El yo lírico parece hablarnos, hacernos vernos en esos golpes, hacernos reflexionar sobre ellos. Son los golpes de cualquier vida, de la cruz que cada hombre lleva por el simple hecho de existir.
La Antinomia Amor/Dios y Dolor/Hombre
La antinomia Amor/Dios y Dolor/Hombre es el tema central del poema. Surge la pregunta: «¿Cómo un Dios que es amor permite el dolor que parece partir del odio de Dios? Como si ese Dios se ensañara especialmente en el sufrimiento humano».
Los Mensajes Ineludibles de la Existencia
El yo lírico comienza el verso con una certeza y lo termina con una duda. Los heraldos negros que anuncian, no amores, sino muerte, son mensajes para el hombre y que tarde o temprano recibiremos. Son «tan fuertes» que desequilibran al hombre, lo desestabilizan. Esa es la única certeza palpable; lo demás es duda: ¿de dónde vienen?, ¿por qué suceden?, ¿cuál es el propósito?, ¿por qué se sufren?
En el segundo verso, el yo lírico aventura una posible respuesta a través de una comparación sugestiva: «golpes como del odio de Dios». Esa mano que golpea al hombre no puede venir de otro lado que no sea de Dios, pero este es un Dios que ha cambiado su condición. Si Dios es Amor, es imposible que odie, pero son tan fuertes esos golpes que así los siente el yo lírico.
Marcas Indelebles y la Imposibilidad de Recuperación
Estos golpes dejan marcas físicas y oscuras que son visibles para cualquiera que los vea; están en el rostro y no importa cuán fuerte sea la persona que los recibe. No existe la posibilidad de recuperación después de esos golpes, por eso termina concluyendo: «o los heraldos negros que nos manda la muerte».
La Caída de Cristo y la Profunda Desolación Humana
La tercera estrofa comienza, nuevamente con una certeza: la de existir, pero ahora asociada directamente a Cristo. Este, que debe estar en todo hombre, cae con esos golpes, y su caída es profunda; por eso es muy difícil reanimarlo. No son solo golpes oscuros, sino también sangrientos. Nuestra sangre, motor de la vida, es consecuencia de los golpes; en cada uno de ellos se nos va un poco de vida y pasión.
El pan, que es vida, que es metáfora del alimento divino, no llega al hombre; queda en la puerta, quemado, no cumple su propósito, porque esos golpes no permiten que el hombre confíe plenamente en este pan. El pan, hermoso, a punto de salir para alimentarnos, crocante y sabroso, se quema cuando se encuentra con el mundo. Esta es la imagen de una profunda desolación.
En la última estrofa, concluye en la desolación del hombre; este queda solo y desamparado frente a todo lo que ha recibido, a todo lo que ha vivido, a todo lo que ha sufrido. Por eso el yo lírico, haciendo nuevamente uso de la reticencia, reitera la expresión «pobre», porque nada es frente a estos golpes, nada es frente a esa mano que se los prodiga y que ni siquiera sabe de dónde viene.