Bernini y Caravaggio: Maestros del Barroco en Roma
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Piazza San Pedro: Bernini (1656-1667, Roma) Bernini planteó un primer espacio trapezoidal, "Piazza Retta", que quedaba delimitado por dos brazos rectos que tienden a cortarse. Estas prolongaciones acaban en otro espacio en forma elíptica, cuyo interior alberga dos fuentes y un obelisco. La zona elíptica está rodeada por un pórtico de columnas y pilastras de orden toscano, con una balaustrada en la que se colocan santos. Bernini la colocó para sorprender al espectador. Se usa como lugar de reunión de los fieles, y además se utiliza el desnivel para aumentar la visibilidad. Con la forma oval se conseguía que los brazos porticados envolvieran simbólicamente a los fieles. La plaza debía servir como antesala de la iglesia; además, se necesitaba un espacio amplio que acogiera a muchas personas, pero también que permitiera la visibilidad.
San Carlo alle Quattro Fontane: Borromini (1638-1641) Roma es una iglesia de convento muy pequeña, en la que en tan estrecho espacio obtuvo un extraordinario efecto de gracia. En la fachada, como se puede apreciar, juega con los espacios curvos con gran soltura, acentuando las cornisas y destacando las columnas de orden gigante y menor, que son exentas y unifican los dos pisos. La fachada queda convertida en una superficie ondulada cuya parte central avanza de forma convexa, y las laterales se retraen. Las columnas son gigantes y el entablamento se adapta fácilmente a la sinuosidad de la pared, que olvida todo el rigor clasicista. El interior tiene planta oval, pero también ondulante; 16 columnas rodean este óvalo, consiguiendo un efecto de movimiento en la pared. Tiene planta romboidal.
Baldaquino: Bernini (1624-1633) A medio camino entre la arquitectura y la escultura, el baldaquino diseñado por Bernini para situarlo justo en el crucero de la basílica de San Pedro del Vaticano, bajo la cúpula diseñada por Miguel Ángel y sobre la tumba del apóstol San Pedro, se trata de un enorme dosel que resalta el altar a la manera de los ciborios de las iglesias paleocristianas. Realizado en bronce negro, dorado y mármol, se levanta sobre cuatro enormes columnas salomónicas, esto es, de fustes helicoidales decorados con anillas y hojas que parecen trepar por los mismos, y se rematan en capiteles de orden compuestos. Sobre estos descansan unos entablamentos partidos que sostienen un techo del que penden, también en bronce, pendones con el emblema de la familia Borghese, a la que pertenece el papa Urbano VIII, mecenas de la obra. De las cuatro esquinas partes cuatro volutas ascendentes que se unen para rematar el conjunto con una bola del mundo dorada sobre la que se asienta una cruz. A los elementos puramente arquitectónicos se suman esculturas de ángeles en las cuatro esquinas, así como ángeles niños sobre los doseles que portan los atributos del poder papal, la tiara y las llaves. Los materiales empleados son mármol para las bases sobre las que se levanta el conjunto y bronce negro y dorado. Cabe destacar la búsqueda por parte del autor de los contrastes tan del gusto barroco; contrastes visibles tanto entre las líneas movidas y ascendentes de la columna salomónica frente a las pilastras clásicas de la basílica, de líneas rectas, como entre el color negro y dorado del bronce en contraposición al mármol blanco del edificio.
Apolo y Dafne: Bernini (1622-1625) Esta escultura es otra obra de la juventud de Bernini, pero ya magistral. La metamorfosis de la ninfa se realiza ante nuestros ojos, convirtiéndose los cabellos y las manos en hojas y la pierna en corteza, sin que haya nada que parezca forzado ni ridículo. Como se puede apreciar, la captación del movimiento es otra de las facetas de Bernini; Apolo, que corre tras Dafne, acaba de alcanzarla, y esta, en un retrógrado movimiento de cabeza, se transforma en el árbol de laurel, siguiendo las pautas que Ovidio describe en su Metamorfosis. La continuación de los temas mitológicos es otra de las herencias que el barroco prosigue del Renacimiento.
David: Realizada en 1623 para la Galería Borghese de Roma, es una obra perteneciente a su etapa de juventud. Bernini tenía 22 años cuando la realizó. Se destaca especialmente la representación que el artista hace del movimiento; el cuerpo del David se gira al tomar el impulso para lanzar la honda. El rostro presenta las cejas fruncidas, mordiéndose el labio inferior en señal de ira y mirando fijamente y con violencia a su adversario, con un aire que recuerda a la técnica de la terribilità. Se cuenta que el rostro es un autorretrato del escultor. El desequilibrio que muestra la figura o el rostro deformado por el esfuerzo nos indican que se trata principalmente de una obra barroca, así como la diagonal que se puede ver en la escultura, rasgo típico del barroco.
Baco: Caravaggio (1598) El modo de representar al dios del vino es un tanto irreverente; Caravaggio renuncia a las dos maneras típicas de pintar a Baco: como un viejo gordo y jovial o como un hermoso joven. Se pinta a sí mismo, con unos rasgos que distan mucho de la idealización de pinturas del siglo anterior. De este modo, parece como si el personaje tan solo se hubiera disfrazado de Baco, aunque no se trata de un mero disfraz: Caravaggio elige los emblemas de Baco para expresar su propia actitud sibarita. La imagen es de una excelente calidad técnica. Por su sensación de realidad, son prodigiosos los objetos representados; el cesto de frutas maduras recuerda otras composiciones del autor, como el Muchacho con cesto de frutas, o el Cesto de la Ambrosiana. A su habilidad para describir los materiales, que podemos apreciar en la magnífica jarra redonda de vino, Caravaggio añade ese toque de inestabilidad y espontaneidad que podíamos ver en su Muchacho mordido por un lagarto: el joven Baco nos ofrece una copa de vino, que casi se vuelca sobre nosotros, haciendo temblar y rizarse la superficie del líquido. Solo Caravaggio puede ofrecer tal grado de maestría a la hora de retratar la realidad.