Las Aventuras de Don Quijote: El Engaño de Maese Pedro y la Sabiduría de Sancho en Barataria

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Capítulo 8: Maese Pedro, Ginés de Pasamonte y el Escuadrón del Rebuzno

En realidad, Maese Pedro era Ginés de Pasamonte, uno de los galeotes a los que Don Quijote había liberado en Sierra Morena. Ginés se había hecho titiritero y se ganaba la vida yendo por los pueblos y fingiendo que el mono era adivino.

El Conflicto con el Escuadrón del Rebuzno

Cuando Don Quijote se marchó de la venta, se encontró al Escuadrón del Rebuzno, que iba armado en busca de sus burladores. Don Quijote, para evitar una batalla, les dijo a los del rebuzno que en este mundo solo había que coger las armas por:

  • En defensa de la fe católica.
  • En defensa de su propia vida.
  • En defensa de la honra, la familia y la hacienda.
  • En servicio de su rey.

Sancho dijo que tampoco se debían enfadar por un rebuzno porque él, cuando era pequeño, rebuznaba tan bien que todos los asnos de su pueblo le respondían. Y Sancho hizo un fuerte rebuzno. Uno de los del pueblo, pensando que se estaba burlando, le tiró del asno y apedrearon a Sancho. Don Quijote salió corriendo con Rocinante, y los del pueblo, al darles pena Sancho, lo pusieron encima de Rucio, que siguió a Rocinante.

Reproches y Despedida Temporal

Cuando Don Quijote y Sancho se dieron cuenta de que no les seguían, se pararon. Don Quijote le reprochó a Sancho que se hubiera puesto a rebuznar. Sancho, a su vez, le reprochó a Don Quijote que se hubiera ido viendo cómo le apaleaban.

Continuaron su camino y más tarde se pararon en una alameda a pasar la noche. Por el camino, Sancho le dijo a Don Quijote que sería mejor irse a su casa, ya que no cobraba nada. Don Quijote, al oír esto, insultó a Sancho diciéndole que era un asno y que nunca podría hacer nada para remediarlo. Y que cogiera todo el dinero que llevaba y se marchara, ya que prefería ser pobre a tener un mal escudero. Sancho, al oír esto, se echó a llorar, admitiendo que era un asno sin remedio.

Entraron en la alameda y pasaron allí la noche. Al día siguiente, fueron a las riberas del río Ebro.

Capítulo 14: Sancho Panza, Gobernador de la Ínsula Barataria

Cuando Sancho llegó a su ínsula, Barataria, le recibieron con mucho cariño y afecto. Al verle, le llevaron a la iglesia y allí le dieron las llaves de la ciudad y le admitieron como gobernador perpetuo. Le llevaron al juzgado, donde comenzó a ejercer como gobernador en unos juicios de los habitantes de la ínsula.

Los Juicios de Sancho en Barataria

Sancho demostró su ingenio y sabiduría natural al resolver tres casos complejos:

1. El Juicio del Sastre y la Caperuza

En el primer juicio, un señor le fue a pedir a un sastre que le hiciera una caperuza con un tipo de tela que él le llevaba. Como era tan desconfiado y temía que el sastre se quedara con un trozo de tela, le dijo que le hiciera las máximas caperuzas posibles. Al final, el sastre le dijo que le podía hacer cinco caperuzas. El problema estaba en que el sastre había hecho unas caperuzas diminutas, haciendo caso a que el hombre quería cinco. Entonces, el sastre le exigía al hombre el dinero que se había ganado haciendo esas caperuzas, mientras que el hombre le exigía al sastre el trozo de tela que le había dado. Sancho, al ver esto, decidió que ninguno de los dos tuviera lo que pedía, ya que ambos habían sido muy desconfiados con el otro.

2. El Juicio de la Deuda y el Bastón

La segunda historia trataba de un hombre que había recibido prestados diez escudos de oro y no se los quería devolver a su dueño original porque decía que ya se los había devuelto. El primer hombre le dio al segundo un bastón de caña que tenía en la mano y juró ante todos que ya se los había devuelto. Sancho, al darse cuenta de esto, le mandó que le diese la caña al hombre que le había dejado los diez escudos y le dijo que con la caña ya estaba pagado. La sorpresa vino cuando el hombre rompió la caña y vio que dentro de ella estaban los diez escudos.

3. El Juicio de la Mujer Forzada y la Bolsa

En el tercer caso, una mujer llegó ante Sancho diciendo que un hombre la había forzado en mitad de un camino y le había quitado todo lo que tenía guardado. El hombre decía que la mujer se le había ofrecido y que ya le había pagado lo justo por esos trabajos. Sancho le dijo al hombre que le diese una bolsa que tenía llena de dinero, y cuando se fue la mujer, le mandó salir detrás de ella para recuperar la bolsa. Al cabo de un rato, regresaron el hombre y la mujer, solo que ambos unidos a la bolsa, ya que la mujer no la quería soltar por nada del mundo. Sancho, al ver esto, le dijo a la mujer que si se hubiera puesto tanto empeño en defenderse como lo estaba poniendo ahora en agarrar la bolsa, nadie la habría forzado en el campo. Les mandó que se fueran y le diera la bolsa al hombre.

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