El auge del nacionalismo y el socialismo en el País Vasco
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El Auge del Socialismo en el País Vasco
La industrialización y la llegada masiva de inmigrantes trastocaron la estructura socioeconómica vasca, poniendo fin a la relación paternalista entre obreros y patronos, tradicional del período preindustrial. Sin embargo, los trabajadores tardaron algún tiempo en organizarse para responder a la nueva situación. En 1886, Facundo Perezagua fundó la primera asociación socialista con un grupo de tipógrafos de Bilbao.
Con el tiempo, las difíciles condiciones de vida y de trabajo del proletariado aumentaron la conflictividad laboral, que se fue adueñando de la zona minera, al mismo tiempo que el socialismo se convertía en una fuerza política capaz de movilizar a miles de obreros. Bizkaia tuvo una gran importancia, porque se convirtió en el distrito electoral con más posibilidades reales de conseguir un diputado socialista. En 1891, Manuel Orte fue el primer concejal del PSOE en salir elegido por Bilbao.
La primera huelga minera de importancia fue en 1890 y se saldó con resultados positivos para los obreros, pero la de 1892 resultó un fracaso. El sindicalismo estaba inmaduro y aunque se fue radicalizando, no se consolidó hasta 1911. Sin embargo, a finales del siglo XIX, el sindicalismo socialista se había introducido en San Sebastián y especialmente en Eibar, localidad con una gran industria de armamento, donde el socialismo se convirtió en heredero de la tradición liberal anticlerical de la población armera.
A inicios del siglo XX, la conflictividad aumentó debido al radicalismo de Perezagua. No obstante, la huelga minera de 1910 fue un éxito, porque el gobierno de Canalejas necesitaba el apoyo de toda la izquierda para respaldar su política contra la Iglesia. Sin embargo, estos hechos producirán reacción en el nacionalismo vasco, que formó su propio sindicato, Solidaridad de Trabajadores Vascos, para reunir a los obreros étnicamente vascos bajo el ideal nacionalista y la enseñanza social de la Iglesia. Para los nacionalistas, el socialismo era una ideología extraña y arraigada entre el proletariado inmigrante.
Aunque el socialismo vasco recogía su fuerza principal del elemento inmigrante, también contó con la presencia de vascos autóctonos, como Tomás Meabe, tránsfuga del nacionalismo, que se convirtió en el fundador de las Juventudes Socialistas de España y del semanario La Lucha de clases. En 1915, el socialismo vasco cambió del radicalismo de Perezagua a un moderantismo más político, dirigido por Indalecio Prieto, un asturiano residente en Bilbao desde los seis años. El triunfo de este último significó el reforzamiento de la alianza socialista con los republicanos, que haría posible la elección de Prieto como diputado en las Cortes durante veinte años. La lucha electoral sustituía al sabotaje huelguístico.
A pesar de todo, en 1917 se convocó una huelga para hacer tambalear al Gobierno. Sin embargo, su fracaso convenció a Prieto de que no era conveniente comprometer la estructura sindical en los enfrentamientos políticos. Además, la inflación, el triunfo bolchevique y los aires revolucionarios que recorrían Europa, fueron acicates para un tremendo desarrollo de los sindicatos obreros con independencia de su línea política. Socialistas, anarquistas, católicos y nacionalistas crecieron a costa de los no sindicados.
En el País Vasco, el anarquismo tuvo una presencia marginal, al contrario que en Cataluña. En 1919, intentó, sin éxito, organizar una huelga, aprovechando el moderantismo de los socialistas. Sin embargo, quienes consiguieron alinear a los radicales en sus filas fueron los comunistas recién escindidos del socialismo y encabezados por Perezagua, a quien siguieron algunos militantes significativos como Pérez Solís y Dolores Ibarruri. Pero el resto de la directiva se mantuvo fiel a las órdenes de Prieto y de la II Internacional.
La crisis de 1921 deterioró las condiciones laborales al poner fin a la época de prosperidad, conseguida mediante el comercio sin competencia gracias a la neutralidad española en la Primera Guerra Mundial. Las reducciones salariales se convirtieron en algo habitual para impedir una mayor reducción del empleo. Sin embargo, los comunistas no fueron capaces de aprovechar un momento en que los socialistas estaban debilitados por su reciente división.
La instauración de la dictadura de Primo de Rivera trajo el aniquilamiento e ilegalización del anarquismo y una mayor preponderancia del sindicalismo libre y católico. No obstante, el colaboracionismo de la UGT permitió el control de los comités paritarios y el nombramiento del socialista Largo Caballero para un cargo oficial. Todos estos acontecimientos ayudaron a los socialistas a consolidarse y poner las bases que le permitieron convertirse en uno de los partidos fundamentales de la izquierda durante la Segunda República.
El Nacionalismo Vasco
El nacionalismo del País Vasco, aunque surgió en un clima compartido de defensa de los fueros, no se formó desde una burguesía supuestamente moderna. La ley que derogaba sus fueros históricos, en 1876, aportó dos tipos de reacciones:
- La de los que, transigiendo, supieron rentabilizar la situación para transformar la pérdida en conciertos económicos con Madrid.
- La de los que, apelando al tradicionalismo, defendieron la recuperación íntegra de los fueros (corriente fuerista).
Estos últimos no eran los burgueses industriales transigentes, sino los perdedores de la guerra carlista. Eran los que se aferraban a un País Vasco tradicionalmente agrario, contrario al fenómeno urbano y su industria, para quienes la defensa de los fueros totales equivalía a defender la esencia de lo vasco. La ley abolitoria se convirtió en el agravio por antonomasia por parte del gobierno central.
Historiadores e ideólogos afines llevaron a cabo una idealización del pasado. La industrialización y la masiva llegada de inmigrantes eran señaladas como enemigas de la sociedad tradicional vasca, junto con el gobierno liberal español (corriente tradicionalista).
El propulsor del nacionalismo vasco, Sabino Arana, desde una perspectiva fuerista tradicional, recogió y dio coherencia a estas ideas. Para un pueblo diferente, de raza y, sobre todo, de lenguas distintas, recuperar los fueros totales era recuperar la plena soberanía, la cual significaba independencia. Alcanzarla no era sino volver a la libertad originaria, a la esencia histórica del pueblo vasco, a la Ley Vieja. El lema nacionalista vasco era "Dios y Ley Vieja", o sea, fueros y tradiciones.
El 31 de julio de 1895 se fundó el primer Partido Nacionalista Vasco (PNV), con una solemne declaración antiespañola y con una voluntad de restaurar el orden jurídico tradicional. Pero el partido no fue capaz de conseguir nada mientras se mantuvo en la órbita de los primeros seguidores de Arana (la pequeña burguesía bilbaína tradicionalista), por lo que se vio obligado a ampliar sus bases hacia una burguesía más moderna e industrial. Fue entonces cuando apareció la tensión entre los defensores de la independencia y los que buscaban la autonomía dentro del Estado español.
Estos últimos, urbanos, industriales, se impusieron en el control del PNV y entraron en una línea autonomista catalana, copiando la idea de “rehacer España” desde el País Vasco. Con la mezcla de ambas posturas, el partido encontró un relativo equilibrio: entre una dirección que presionaba a los gobiernos centrales y unas bases independentistas que aceptaban la política moderada de su dirección ante Madrid como una vía gradual que podía acabar en la independencia.
El Nacimiento del Nacionalismo Vasco
El nacionalismo vasco surgido a fines del siglo XIX se llamó bizkaitarrismo, porque comenzó como un partido vinculado exclusivamente a Bizkaia, aunque con posterioridad incluyó en su reivindicación todas las provincias con población vasca. Los elementos en que basaba la nacionalidad vasca se asentaban en la raza, la lengua, la ley, el carácter y las costumbres. Su aparición se produjo en plena crisis de identidad nacional producida en España por las guerras de Ultramar. La única defensa posible ante el mundo moderno era expresada por Sabino Arana mediante la ruptura de todo vínculo con España y la proclamación de la independencia. De esta forma, la independencia política preservaría la sociedad vasca de los males del mundo moderno, como el laicismo, los inmigrantes, la industrialización, etc. No obstante, el nacionalismo contribuyó a la afirmación del derecho de reconocimiento jurídico y constitucional de la personalidad política vasca.
Junto a este nacionalismo etnicista y ruralista de Arana, apareció también el de Ramón de la Sota, procedente del liberalismo fuerista. Este otro sector procedía del fuerismo acomodado en las libertades liberales e intentaba coordinar sus intereses económicos con los de un partido político. La burguesía librecambista y naviera, liderada por Ramón de la Sota, encontró en el nacionalismo vasco el perfecto vehículo para sus ansias autonomistas. De esta forma, la burguesía bilbaína fue durante bastante tiempo su única clientela, aunque intentó hacerse un hueco en el electorado rural, dominado por el carlismo.
En diciembre de 1906, tres años después de la muerte de Sabino Arana, el PNV celebró su primera asamblea, en la cual el nacionalismo dio testimonio de sus avances, como la creación de las Juventudes Vascas, en 1904, y de los primeros batzokis. Sin embargo, las disidencias entre los nacionalistas no se pueden ocultar, y los sectores enfrentados serán arropados por diferentes revistas. Euskalduna será el órgano de los pragmáticos de Ramón de la Sota, mientras que Aberri servirá a los intereses de los independentistas liderados por Luis Arana, hermano del fundador y máximo defensor del nacionalismo agrarista y antimodernista. En 1910, el PNV sufrió una escisión entre sus elementos más progresistas, separándose el grupo Askatasuna, que era el más favorable a un nacionalismo laico y republicano. No obstante, esta escisión no pervivirá y no tendrá éxito hasta la Segunda República, cuando otro grupo con el mismo espíritu laicista funde Acción Nacionalista Vasca.
La Primera Presencia Social del Nacionalismo
En cuanto al crecimiento, hasta 1918, el nacionalismo fue un fenómeno vizcaíno únicamente; después, con la incorporación de un grupo procedente del integrismo (escisión del carlismo por su derecha), pudo formar el núcleo del nacionalismo guipuzcoano. En Álava, el nacionalismo no tuvo presencia relevante hasta la Segunda República.
A partir de 1907, se produce el primer auge del nacionalismo vasco, ya encabezado por Ángel Zabala. El fin independentista queda a la sombra de una reivindicación de la restauración total de los fueros. Sin embargo, los cambios se ven favorecidos cuando los intereses económicos vinculados al naviero Ramón de la Sota entran en el PNV, que, con el apoyo económico, empieza a tener posibilidades electorales.
La desarticulación del carlismo rural y el hundimiento de los partidos dinásticos favorecen al nacionalismo como única barrera frente al creciente socialismo. El PNV buscaba apoyo monetario, y la burguesía librecambista, colaboración con la monarquía. Fruto de esta colaboración será la designación del nacionalista Gregorio Ibarreche, perteneciente al sector de De la Sota, como alcalde de Bilbao y la visita de Alfonso XIII a los Astilleros “Euskalduna”.
En 1916, los nacionalistas de De la Sota consiguen apartar a Luis Arana de la directiva del PNV, que adopta el nombre de Comunión Nacionalista Vasca. El autonomismo es el principal argumento enarbolado por el nacionalismo, a partir de ahora, frente a un gobierno que no entiende los problemas de la periferia. Ello le reportaría un amplio triunfo en las elecciones municipales de 1917. Esta victoria se consolidará al año siguiente en las elecciones a Cortes, con un rotundo éxito en Bizkaia, aunque el apoyo en el resto de las provincias fue testimonial.
Los buenos negocios de los años de la Primera Guerra Mundial enriquecieron a la burguesía vasca y extraordinariamente a De la Sota, quien pasó a ser el líder del empresariado vasco. Estos hechos ayudaron a consolidar al nacionalismo vasco como un nacionalismo burgués, que, sin renunciar a las ideas de Sabino Arana, pretendía acomodarse a una autonomía descentralizada dentro del Estado. Este nacionalismo pragmático fomentó los valores modernos de la industrialización, se alejó del ruralismo e impulsó la cultura autóctona. De la Sota promocionó a nuevos valores en la revista Hermes, con independencia de sus opiniones políticas.
Sin embargo, esta vía moderada fue contestada por Eli Gallastegui, quien, desde el semanario Aberri, siguió manteniendo los valores etnicistas sabinianos y las proclamas independentistas. Esta actitud radical le llevaría a ser, en 1921, expulsado del partido con parte de las Juventudes. Gallastegui fue uno de los líderes nacionalistas que más se preocuparon por incorporar al nacionalismo a grupos extraños a su mundo como los trabajadores (vascos únicamente) y las mujeres. Este último colectivo había tenido una atención bastante distinta por parte del fundador. Los escindidos de Aberri, junto a Luis Arana, fundaron un partido político que retomaría el nombre de PNV y que se mostraría más radical que la CNV de Ramón de la Sota, Chalbaud y Horn.
El nacionalismo radical de Gallastegui y Arana protagonizaría una fuerte resistencia a la dictadura del general Primo de Rivera, mientras que el sector pragmático suspendería sus actividades. La caída del régimen propició, en 1930, la reconciliación de las dos ramas nacionalistas en un renovado PNV que tendría un gran protagonismo en la Segunda República.