El Ascenso del Absolutismo: Poder y Soberanía en la Europa Moderna Temprana
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El Surgimiento del Estado Absolutista
El proceso de concentración de poder en la Edad Media tardía culminó en el Absolutismo, marcando un cambio profundo en las estructuras políticas y sociales. Este período se caracterizó por la formación de Estados soberanos, centralizando el poder político y rivalizando con instituciones tradicionales como la Iglesia y el Imperio medieval.
Concepto de Soberanía
La soberanía, entendida como el monopolio de la fuerza militar y fiscal, implicó también el control total sobre aspectos cruciales como:
- La legislación
- La jurisdicción
- La acuñación de moneda
- La definición del idioma oficial (según la fórmula de Jean Bodin)
Fundamentos Teóricos del Absolutismo
El Absolutismo se fundamentaba en la teoría descendente del poder, donde el monarca era visto como el receptor directo del poder divino. Esto contrastaba con teorías que asignaban el origen del poder al pueblo, considerado por algunos como cotitular por derecho divino de la plenitudo potestatis (plenitud de poder).
Esta concepción favorecía a las Casas Reales para consolidar sus dinastías bajo el derecho divino, aumentando el poder del monarca sobre otros estamentos como la nobleza y las instituciones académicas, y promoviendo la centralización y la eliminación de los poderes intermedios.
Impacto del Protestantismo y Nuevas Fronteras
La aparición del Protestantismo desafiaba la autoridad universal de la Iglesia Católica y alteraba el equilibrio tradicional entre el trono y el altar, generalmente favoreciendo al trono en los nuevos Estados confesionales. Las fronteras nacionales emergieron, redefiniendo no solo la geografía política sino también aspectos culturales y económicos, como el idioma, la economía (a menudo proteccionista) y las relaciones específicas entre la Iglesia y el Estado en cada territorio.
Transformación del Derecho y la Sociedad
Este centralismo estatal transformó el derecho. Se pasó del derecho común medieval, con sus diversas fuentes y fueros, a un derecho cada vez más dependiente del Estado soberano y sus leyes. Esto condujo a una politización general de la cultura y la vida social.
El poder estatal, cada vez más autónomo y despersonalizado, representaba no solo el centro de la vida política sino también un incipiente despotismo legal que permeaba la sociedad, promoviendo la homogeneización cultural y social dentro de las nuevas fronteras estatales.