La Armonía entre Fe y Razón: Perspectiva Tomista
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Relación entre Fe y Razón en la Filosofía Medieval
En el siglo XIII, el pensamiento aristotélico, adoptado en gran parte por Santo Tomás de Aquino, ofrece una interpretación del conocimiento radicalmente distinta de la platónica. Nuestro conocimiento tiene su origen en los datos que nos suministran las experiencias sensibles, de ahí que el objeto proporcionado a nuestro entendimiento es el ser de las realidades sensibles materiales, no el de las inmateriales. Es cierto que el entendimiento tiene por objeto lo real sin limitación alguna, pero en cuanto entendimiento humano, es decir, en cuanto entendimiento ligado a la experiencia sensible, su origen adecuado es precisamente la realidad sensible.
Consecuencias de la Concepción Aristotélica del Conocimiento
Esta concepción del conocimiento trae consigo una doble consecuencia:
- El edificio de la filosofía se ha de construir de abajo hacia arriba, a partir del conocimiento de las realidades sensibles.
- La noticia que sea posible alcanzar acerca de Dios ha de ser por fuerza imperfecta y analógica, es decir, basada en la analogía que quepa establecer entre las realidades limitadas e imperfectas que nos son conocidas y su causa infinita, cuyo ser es en sí mismo inaccesible a la razón humana.
La fe, en contraste, proporciona noticias, más allá de estos límites, sobre la naturaleza de Dios y el destino del hombre, no construidas desde la experiencia sensible. Estas noticias, en cuanto reveladas al hombre, resultan algo gratuitamente añadido a la razón humana, algo que no viene a suprimir a esta sino a perfeccionarla.
Armonía entre Fe y Razón
Se trata, pues, de dos órdenes que no sólo no tienen por qué entrar en conflicto, sino que incluso presentan una zona de verdades comunes cuya diversa fuente permite distinguir la teología revelada de la racional o filosófica: una y otra no divergen por sus contenidos (ya que alguno de ellos, al menos, es común a ambas), sino por la forma de conocerlos: una desde la fe (teología revelada), otra desde la razón (teología racional).
En efecto, aunque existen contenidos de la razón que no lo son en absoluto de la fe en cuanto que no han sido revelados, y contenidos de la fe que no pueden en absoluto ser conocidos por la razón (el misterio de la trinidad, por ejemplo), también existen verdades que pertenecen a ambos ámbitos: han sido reveladas, aunque al mismo tiempo pueden ser establecidas por la razón (por ejemplo, la afirmación de que el mundo es creado y la afirmación de que el alma humana es inmortal, verdades de conocimiento racional y también conocidas por la fe). En esa medida, la diferencia fundamental entre teología y filosofía no se encontraría en una diferencia de objetos considerados: en algunos casos, consideran las mismas verdades, pero las consideran de una manera diferente: el teólogo las considera como reveladas o como deducibles a partir de lo revelado, mientras que el filósofo las considera como conclusiones de un proceso humano argumentativo según principios conocidos por la razón natural sin la luz sobrenatural de la fe.
Así, para el filósofo, el conocimiento de Dios como creador se alcanza como conclusión de un argumento que parte del mundo de la experiencia y se remonta racionalmente a Dios, en la medida en que Éste puede ser conocido por medio de las criaturas, mientras que el teólogo acepta el hecho de que Dios es Creador porque está contenido en la revelación, de modo que Dios constituye para él una premisa para descender a las criaturas, más bien que una conclusión alcanzada a partir de ellas, premisa que no es hipotéticamente supuesta, sino revelada.
Para decirlo en lenguaje técnico, lo que constituye la diferencia entre una verdad de la teología y una verdad de la filosofía no es primariamente una diferencia de verdades consideradas «materialmente», o según su contenido, sino una diferencia de verdades consideradas «formalmente». La teología dogmática (revelada) y la natural o racional constituyen dominios que en cierta medida se superponen; pero ambas ciencias difieren genéricamente entre sí. La filosofía, y las restantes ciencias humanas, descansan simple y solamente en la luz natural de la razón. El filósofo saca conclusiones que son fruto del razonamiento humano. El teólogo, por el contrario, aunque utiliza ciertamente su razón, acepta sus principios de la autoridad, de la fe: los recibe como revelados.
El Apoyo Mutuo entre Fe y Razón
Así pues, fe y razón constituyen dos fuentes de conocimiento diferentes que, unas veces informan acerca de distintas parcelas de la verdad y otras veces informan de los mismos contenidos. Como fuentes de información, ambas son autónomas e independientes. Sin embargo, a juicio de Aquino, se prestan mutuo apoyo:
a) La razón al servicio de la fe
La razón puede prestar y presta, de hecho, una inestimable ayuda a la fe. Este servicio o ayuda se hace patente en la construcción de la Teología como ciencia. En efecto, la Teología toma sus principios de la fe, pero toma de la razón:
- Sus procedimientos de ordenación científica (de forma que la Teología pueda constituirse en un sistema organizado de proposiciones).
- Sus armas dialécticas (para enfrentarse adecuadamente a las afirmaciones de los filósofos que contradicen los artículos de fe).
- Cuantos datos científicos o aportaciones de la filosofía puedan ser útiles para el esclarecimiento de los artículos de fe.
La existencia misma de la Teología es, pues, la muestra más evidente de la ayuda que la razón puede prestar a la fe. Sin embargo, no se reducen una a la otra. La introducción de la dialéctica en la teología, la práctica de tomar como punto de partida una o varias premisas reveladas y proceder racionalmente a una conclusión, conduce al desarrollo de la teología escolástica, pero no convierte a la teología en filosofía, puesto que los principios, los datos, se aceptan como revelados. Por ejemplo, el teólogo puede intentar, con la ayuda de categorías y formas de razonamiento tomadas de la filosofía, entender un poco mejor el misterio de la Trinidad; pero no deja por ello de comportarse como un teólogo, puesto que acepta sin discusión y para siempre el dogma de la Trinidad de Personas en unidad de Sustancia, y lo acepta por la autoridad de la revelación divina: se trata para él de un dato o principio, de una premisa revelada aceptada por fe, no de la conclusión de un razonamiento filosófico.
b) La fe como criterio para la razón
Pero también la fe presta sus servicios como criterio extrínseco y negativo para la razón: extrínseco, porque se trata de una fuente de conocimiento distinta; negativo, porque el filósofo no puede apoyarse positivamente en los datos de la revelación ni utilizarlos como punto de partida para sus conclusiones.
En efecto, ya que no puede haber doble verdad y los artículos de la fe cristiana contienen afirmaciones indudables, en caso de que la razón llegara a conclusiones incompatibles con la fe, tales conclusiones serán necesariamente falsas y el filósofo habrá de revisar sus planteamientos, sus premisas y su consistencia lógica. Así, por ejemplo, los filósofos paganos han descubierto ciertamente la existencia de Dios, pero sus especulaciones comprendieron frecuentes errores, bien porque los filósofos no reconociesen adecuadamente la unidad de Dios, bien porque negasen la providencia divina, o bien porque no llegasen a ver que Dios es Creador. Si estuviéramos simplemente ante una cuestión de astronomía o de ciencia natural, los errores no importarían tanto, puesto que el hombre puede alcanzar su fin perfectamente bien aun cuando sostenga opiniones erróneas a propósito de astronomía o de ciencia natural; pero Dios es en Sí mismo el fin del hombre, y el conocimiento de Dios es esencial para que el hombre pueda dirigirse debidamente hacia su fin, de modo que la verdad referente a Dios es de gran importancia, y el error referente a Dios es desastroso. Concedido, pues, que Dios es el fin del hombre, podemos ver que es moralmente necesario que el descubrimiento de verdades tan importantes para la vida no se deje simplemente a las solas fuerzas de hombres que tengan la capacidad, el celo y el tiempo libre para meditar que pueden permitirles descubrirlas, sino al contrario, que aquellas verdades sean también reveladas.