Antología de Poesía Griega Clásica: Píndaro, Safo y Arquíloco

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Antología de Poesía Griega Clásica

Píndaro: Olímpica XIV (1-12)

Las aguas del Céfiro os corresponden a vosotros que habitáis sede de hermosos corceles, celebradas princesas de la ilustre Orcómeno, las Gracias, protectoras de la antigua raza Minia. Escuchad mi súplica, pues con vuestra ayuda los mortales alcanzan aquello que les produce gozo y dulzura: que un hombre sea diestro en el canto, bello e ilustre. Ni siquiera los dioses presiden danzas o banquetes sin la presencia de las venerables Gracias. Cualquier acto en el cielo goza de su ministerio, disponen los tronos junto al de aúreo arco, Pitio Apolo, y veneran la gloria eterna de su padre olímpico. Señor Aglaya, Eufrósine que la música aprecias, hijas del dios más poderoso, oídme ahora y tú también, Talía, que la música amas, mientras contemplas este cortejo que da pasos ligeros en honor de un propicio triunfo. He venido a cantar a Asopico al modo lidio y con mi trabajado verso, ya que la ciudad Minia es vencedora Olímpica gracias a ti. Acude ahora, Eco, a la morada de negras paredes de Perséfone con este glorioso mensaje para tu padre, para que al ver a Cleodamo, le digas que su hijo junto al seno famoso de Pisa coronó su joven cabellera con las alas de ilustres triunfos.


Safo: 211

Y muerta yacerás, y no habrá un día ni un recuerdo de ti ni nunca en el futuro: porque no participas de las rosas de Pieria; pero invisible incluso en la mansión del Hades irás errante entre apagados muertos, caída de tu vuelo.


Arquíloco 31

Oh, Zeus, padre Zeus, tuyo es el poder de los cielos y tú observas los hechos de los hombres, criminales o justos, y a ti incluso te atañe la desmesura y la justicia entre los héroes.


Píndaro: Olímpica III 1-10

Ser grato a los Tindáridas hospitalarios y a Helena, la de hermosas trenzas, a la vez que honro a la ilustre Agragante, tal es mi deseo, erigiendo un himno por la victoria olímpica de Terón, flor exquisita para sus caballos de infatigables patas. La Musa así me asistió cuando hallé un modo, con brillo nuevo, de ajustar a la sandalia doria la voz que adorna el festejo.

Pues, en efecto, las coronas uncidas sobre los cabellos me exigen esta deuda de divino origen, conseguir una mixtura adecuada al hijo de Enesidamo de la forminge de variadas voces, el grito de las flautas y la disposición de las palabras. Y Pisa me obliga a proclamarlo: de allí llegan a los hombres cantos de los dioses dedicados a quien, cumpliendo las antiguas leyes de Heracles, el infalible Helanódica etolio le coloque por encima de sus ojos, alrededor de sus cabellos, el adorno del olivo, de piel dorada que antaño de las sombrías fuentes de Ismo trajo el hijo de Anfitrión, la más bella memoria de los certámenes olímpicos, pues convenció con sus palabras al pueblo de los Hiperbóreos, servidor de Apolo. Con fidedignas intenciones les pidió para el santuario de Zeus, que a todos acoge, el árbol cuya sombra comparten los que van allí y que es corona de sus virtudes. Yo para él, es cierto, cuando hubo consagrado a su padre los altares, la luna llena, el aúreo carro, había encendido todo su ojo vespertino y él había instituido a un tiempo sobre las gargantas divinas del Alfeo el santo juicio de los grandes certámenes y la fiesta cuatrienal. Pero no daba hermosos árboles la tierra de Pélope en los valles del Cronio. Desprovisto de éstos, aquel vergel le pareció estar esclavizado por los rayos penetrantes del sol. Entonces su ánimo le empujó a emprender el camino hacia la tierra de Istro, allí la ecuestre hija de Leto le había acogido al venir de las gargantas de Arcadia, y de sus curvos repliegues, cuando a las órdenes de Euristeo le forzó paterna obligación a llevarse el ciervo de aúrea cornamenta que antaño Taígeta había dedicado con la inscripción ‘’consagrado a Ortosia’’En su persecución llegó incluso a ver aquella tierra allende las ráfagas del Bóreas helado: allí se detuvo asombrado ante los árboles. Dulce deseo le poseyó de plantarlos alrededor de la meta en que doce veces da vueltas la carrera de caballos.

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