Al-Andalus: Evolución Política y Social en la España Medieval

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Desde el siglo VIII hasta el siglo XV, una parte significativa del territorio peninsular estuvo bajo dominio musulmán, cuya extensión fue disminuyendo progresivamente. La historia política de Al-Andalus, en función de su forma de organización, se divide en los siguientes periodos:

  • Emirato Dependiente
  • Emirato Independiente
  • Califato de Córdoba
  • Reinos de Taifas
  • Reino de Granada

Razones de la Llegada de los Musulmanes

La expansión militar del Islam, que ya había dominado el norte de África, aunada a la profunda crisis política del reino visigodo, fueron los factores que impulsaron a los musulmanes a cruzar el Estrecho de Gibraltar.

Fueron los nobles visigodos, enfrentados por la corona a Don Rodrigo (Roderico), quienes pidieron ayuda a los musulmanes para hacerse con el poder. Un ejército bereber, dirigido por Tariq, fue enviado para tal fin. La fácil victoria sobre Don Rodrigo en Guadalete (711) y la escasa resistencia abrieron la penetración musulmana. Un segundo ejército, dirigido por el gobernador del norte de África, Musa ibn Nusair, entró en el 712, derrotando definitivamente en Mérida a los hispanogodos. Para el 713, ya habían ocupado gran parte del territorio. En el 719, solo quedaba fuera de su control la franja cantábrica y el oeste pirenaico. Contribuyó a esta rápida ocupación tanto la indiferencia de la población como la firma de pactos con nobles visigodos a quienes se les garantizaba la salvaguarda de sus bienes y de su fe (ejemplo: Pacto de Teodomiro, 713). Los musulmanes, como se puede apreciar en las primeras monedas, tenían conciencia de que habían conquistado el Regnum Hispaniarum.

Emirato Dependiente (714-756)

Los territorios conquistados quedaron bajo la dirección de un emir nombrado por Damasco, estableciéndose la capital en Córdoba. La base del poder del emir era el ejército. Tras el intento de expansión más allá de los Pirineos, con la derrota de Poitiers (732) y las dificultades para ocupar el norte peninsular, la frontera de Al-Andalus quedó prácticamente situada unos kilómetros al norte de la línea del Duero, estableciéndose más allá una tierra de nadie. En el Este, prácticamente llegaba a los Pirineos.

Políticamente, el emirato se caracterizó por la inestabilidad política (en 32 años hubo 20 emires distintos) y los conflictos internos derivados de la multiplicidad de etnias. La minoría árabe-siria se quedó con las mejores tierras (valles del Ebro y del Guadalquivir), mientras que los soldados bereberes recibieron las tierras más pobres del interior, lo que provocó disturbios. Los enfrentamientos obligaron a Damasco a enviar un nuevo ejército sirio (741) para pacificar el territorio.

Emirato Independiente de Córdoba (756-929)

La eliminación de los Omeyas en Damasco y su sustitución por los Abbasíes tuvo inesperadas consecuencias en Al-Andalus. Quien sería Abd-al-Rahman I, el Justo, que sobrevivió a la matanza, consiguió llegar hasta la Península Ibérica, donde tenía numerosos partidarios. Se proclamó emir independiente políticamente de Bagdad en el 756. A Al-Andalus llegaron muchos partidarios de los Omeyas que constituirían la base del nuevo poder administrativo, político y militar.

Durante el emirato independiente se sentaron las bases de lo que sería el estado musulmán hispano. La organización administrativa siguió el modelo centralista; se reorganizó el sistema de impuestos y se creó un ejército mercenario permanente. Abd-al-Rahman II iniciaría el desarrollo de la burocracia. Con respecto a la política exterior, tras la victoria de los ejércitos de Abd-al-Rahman I sobre los francos de Carlomagno (Zaragoza 777 y Roncesvalles 778), todos los emires buscaron evitar la expansión de los nacientes reinos cristianos mediante la realización de aceifas. No estuvo el emirato exento de revueltas internas, como la Revuelta del Arrabal (818), siendo emir Al-Hakam. Los conflictos fueron aumentando por el descontento de los muladíes y los mozárabes, derivado del progresivo deterioro de la convivencia y de la presión fiscal durante el gobierno de Abd-al-Rahman II. A lo largo del siglo IX, los enfrentamientos internos entre el poder central y las marcas, junto con el primer avance cristiano, sumieron el emirato en una profunda crisis.

El Califato de Córdoba (929-1031)

Cuando Abd-al-Rahman III subió al poder, su autoridad no iba más allá de Córdoba y se enfrentaba a la revuelta de Umar Ibn Haísun, que dominaba Málaga; al descontento por los ataques vikingos en el Guadalquivir y en la costa portuguesa; a la amenaza de los fatimíes; y al avance cristiano. Al frente del ejército, pacificó el territorio y, aprovechando la disgregación del califato abasí, se proclamó califa (máxima autoridad política y religiosa) en el año 929.

Al-Andalus adquirió su forma de estado con Abd-al-Rahman III, quien impuso un modelo centralizado de gobierno al modo oriental. Dio preeminencia a una aristocracia palatina y reforzó un ejército mercenario (bereber y eslavo) absolutamente leal al Califato, desarrollando además la marina. El califa dirigía el gobierno y la administración (cancillería), aunque contaba con un primer ministro (hachib) y varios ministerios (divanes) dirigidos por visires. Se reformó el sistema tributario: impuestos ordinarios (zakat, tasa personal y de bienes); extraordinarios (parias cristianas y especiales para campañas militares). El califa era la autoridad judicial suprema, pero la justicia estaba en manos de los cadíes. Las provincias (coras) estaban dirigidas por un walí y las ciudades eran gobernadas por los prefectos.

El Califato pasó a ser el reino más importante del Mediterráneo occidental, con un fuerte desarrollo económico. Para asegurar su frontera en el sur, se inició la penetración en el norte de África (Ceuta, Melilla, Tánger). Córdoba se convirtió en una de las ciudades más importantes de Occidente. Tanto Al-Hakam II como la dictadura militar de Almanzor (reinado de Hixam II) mantuvieron el poder del Califato (expediciones a Barcelona 985 y Santiago 997). Tras la muerte de Almanzor (1002) y el corto reinado de Abd-al-Malik (1008), se abrió la crisis que iría debilitando el poder central (en 22 años hubo 13 califas) en medio de diversas guerras civiles hasta la caída del último califa (Hixam III) y la disgregación que daría lugar a los reinos de taifas (1031). La debilidad de los califas y la división étnico-política de la población fueron las causas principales de la caída del Califato y la fragmentación de Al-Andalus.

Sociedad y Economía en Al-Andalus

Sociedad

La sociedad se dividía en función de las creencias religiosas: musulmanes (aristocracia árabe-siria, bereberes y muladíes), no musulmanes (mozárabes y judíos) y esclavos. Los musulmanes daban un estatus especial a las "gentes del libro", por lo que la diferenciación residía en los impuestos especiales que pagaban cristianos y judíos. Tanto durante el emirato como en el califato se mantuvo la tolerancia religiosa. Una segunda división venía determinada por la posición social y la riqueza (aristocracia terrateniente y altos funcionarios en la cúspide, y población de artesanos, campesinos y jornaleros).

Economía

El asentamiento de Al-Andalus conllevó importantes cambios económicos. La agricultura, base de la economía, se mejoró con:

  • Sistemas de regadío avanzados.
  • Nuevos cultivos: caña de azúcar, morera, algodón, agrios, arroz.

Las ciudades volvieron a adquirir importancia económica como centros de intercambio con la alcaicería, zocos y alhóndigas. La artesanía desarrolló la producción de artículos de lujo, produciéndose la expansión del textil; también fueron importantes la cerámica, el vidrio y el papel. Al-Andalus se convirtió en una gran exportadora de aceite. Durante el Califato se alcanzó la gran expansión económica, impulsando las exportaciones que llegaban hasta Bagdad y, al mismo tiempo, tuvo una función reexportadora hacia los reinos cristianos de Europa.

Los Reinos de Taifas (1031-1492)

Las taifas se formaron sobre los territorios de las antiguas coras, aunque fueron habituales las guerras entre ellas y las conquistas. Las más importantes fueron las de Toledo, Zaragoza, Sevilla, Badajoz y Valencia. La debilidad de las taifas propició el avance cristiano del siglo XI (caída de Toledo, 1085), por lo que pidieron ayuda al sultán almorávide del norte de África. Los almorávides, bajo el mando de Yusuf ibn Tashfin, derrotaron a los cristianos en Sagrajas (1086) y en Uclés (1108). Unificaron el territorio (1090), aunque perdieron Zaragoza. Los conflictos internos propiciaron una nueva disgregación y la aparición de las segundas taifas (1145). En este período, Ibn Mardanis, el rey Lobo, se declaró emir independiente de Mursiyya y Balansiyya. Los almohades, que desembarcaron en la península en torno a 1170, fueron conquistando las taifas (hasta la muerte del rey Lobo no conquistaron la de Murcia), acabando con la tolerancia religiosa (expulsión de judíos y mozárabes), estableciendo la capital en Sevilla y derrotando a los castellanos en Alarcos (1195). La amenaza que suponía el nuevo imperio almohade conllevó la unión de la mayor parte de los reyes cristianos en la batalla de las Navas de Tolosa (1212). La derrota, para un gobierno sostenido por el ejército y sin apoyo social, supuso la disgregación y la aparición de las terceras Taifas (Murcia, Valencia y Granada), pero el rápido avance cristiano las redujo al reino nazarí de Granada (1237), que se mantendría como el último reino musulmán hasta que en 1492 los Reyes Católicos completaran su ocupación.

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