Al-Ándalus: De la Conquista Islámica al Esplendor del Califato de Córdoba
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La Conquista Islámica y el Emirato Dependiente
Tras el triunfo de Guadalete, las tropas musulmanas de Táriq ibn Ziyad, acompañadas por otros 18.000 hombres que habían pasado a la Península al mando del propio Musa ibn Nusayr, avanzaron con rapidez por toda Andalucía. Lo cierto es que en numerosas ocasiones las ciudades no fueron ocupadas por las armas, sino tras las oportunas capitulaciones, como ocurrió en Mérida, Sevilla, Pamplona... En el 719, los musulmanes ya controlaban Huesca y Barcelona, es decir, ya se habían instalado en todo el territorio peninsular a excepción de las cordilleras cantábrica y pirenaica. Era el año 732.
Los gobernadores o emires, nombrados desde Siria, no pudieron evitar las disputas entre árabes y bereberes, dado que en el reparto de las tierras los norteafricanos recibieron las de peor calidad y, además, fueron alejados de los cargos de gobierno. Esta situación cambió a mediados del siglo VIII, con la llegada en el año 755 de Abderramán I.
Causas de la Conquista
- Debilidad de la monarquía visigoda.
- El sistema de pactos: las ciudades que se rendían recibían un trato mejor que las que se resistían a pactar y que acababan pagando un número mayor de tributos.
- La tolerancia religiosa de los musulmanes.
- El pago de tributos: los no musulmanes pagaban un impuesto territorial y personal.
El Emirato Independiente de Córdoba
Abderramán I, conocido como «El Inmigrado», era miembro de la familia omeya que había ocupado desde antiguo el Califato de Damasco. Este futuro gobernante de las tierras hispanas cruzó el norte de África, apoyado por un grupo de árabes, para desembarcar en Almuñécar en el 755 y entrar en Córdoba, ciudad que ocupó con el apoyo de sus clientes y mercenarios al año siguiente. Se proclamó emir de los creyentes, provocando la ruptura política entre Al-Ándalus y el califato abasí.
Sus sucesores, Hisham I, Alhakén I y Abderramán II, afianzaron la dinastía omeya en España y, en general, controlaron los avances de los reinos cristianos del norte peninsular. Hasta la llegada de Abderramán III en el 912 no acabaron las revueltas internas. Las revueltas fueron sofocadas en el 928.
El Califato de Córdoba
A imitación de sus antepasados omeyas, Abderramán III se proclamó «califa y príncipe de los creyentes» (Amir al-Mu'minin), autonombrándose califa de Córdoba en el 929. De esta manera, Al-Ándalus pasó a ser un territorio completamente independiente también en lo religioso del califato abasí de Bagdad.
El esplendor económico del siglo X se basó en los ingresos de las rutas comerciales norteafricanas, de los diversos impuestos y de los tributos (parias) cobrados a los reinos cristianos. Con estos ingresos, el Califato formó un excelente ejército mercenario y pudo financiar su extensa administración.
Con Hisham II surgieron las primeras contradicciones internas y comenzó la crisis del califato. Durante su minoría de edad y posterior gobierno nominal, los cristianos fueron derrotados en numerosas ocasiones por su todopoderoso primer ministro (hayib) Almanzor (Abu Amir Muhammad ibn Abdullah ibn Abi Amir). Este reforzó el ejército, dando entrada a numerosos contingentes bereberes y, aplicando el precepto musulmán de la guerra santa (yihad), llevó a cabo más de cincuenta campañas victoriosas contra los reinos cristianos, saqueando ciudades como Barcelona (985), León (988) y Santiago de Compostela (997) —donde destruyó la primitiva iglesia dedicada al Apóstol Santiago—. Finalmente, Almanzor fue derrotado por una coalición de reyes cristianos en la batalla de Calatañazor en el 1002, muriendo pocos días después, a causa de las heridas recibidas, en Medinaceli. El Califato de Córdoba desapareció oficialmente en el año 1031, fragmentándose en diversos reinos de taifas.