De lo abstracto a lo concreto: evolución de la música en la Edad Media
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De lo abstracto a lo concreto
Si se recorren los numerosos tratados sobre la música aparecidos en el Medioevo, no puede dejar de advertirse un cierto sentimiento de tedio, a causa de la aparente uniformidad de los temas tratados, de las numerosas definiciones copiadas las unas de las otras y de la constante referencia a Boecio como el numen tutelar de la musicología. Su nombre aparece en todos los tratados musicales junto a su afortunada y famosa tripartición de la música en mundana, humana e instrumental. No obstante, más allá de esta monotonía y repetición, una lectura más atenta revela que, aunque sin estrépitos o proclamas revolucionarias, nos encontramos también con cambios, incluso profundos, en el modo de considerar la música. Ciertamente aparece, si bien de una manera apenas esbozada y difícil de ser percibida con claridad, un cierta dialéctica entre posiciones diversas; no obstante, puede hablarse de una compleja línea de pensamiento que recorre la Edad Media cristiana y lleva, también desde el punto de vista de la evolución misma de la música, desde el canto gregoriano a la polifonía y el ars nova. Si esquematizamos las transformaciones acontecidas en estos siglos, diremos que la especulación sobre la música está desde el principio marcada por la abstracción, llevando a sus espaldas los signos de su propia escisión entre un pensamiento teórico y completamente alejado de la realidad musical concreta y una reflexión práctica. Lentamente, con frecuencia mediante pedantes disquisiciones sobre cuestiones prácticas, que hoy podrían parecer completamente marginales, podemos encontrarnos ante problemas más concretos, vinculados a la situación histórica de la música propiamente dicha. Paralelamente, puede decirse que fue disminuyendo el interés por la importancia religiosa de la música bajo el influjo de una tendencia hacia lo mundano y laico. Crece así el interés por los problemas de composición, ejecución y pedagogía referentes a la enseñanza de los cantores en las iglesias; se asiste a una toma de conciencia de las diferencias entre los distintos estilos musicales, entre el viejo y el nuevo, entre la tradición gregoriana y la nueva práctica polifónica, y surgen, después del año mil, las primeras y auténticas polémicas musicales, basadas no sólo sobre abstractas tomas de posición ideológicas o filosóficas, sino sobre la realidad musical de la época. Por tanto, será sólo a partir del año mil cuando aflore en el pensamiento musical esta nueva actitud por la que la especulación parta del mundo concreto de la música; y la exigencia de educar a los cantores representará, con frecuencia, el punto de arranque para una reflexión sobre la música ligada a los problemas reales de su existencia. Guido de Arezzo, uno de los más grandes teóricos medievales, que vivió después del año mil, se encuentra entre los primeros que dirige su atención a los problemas técnicos de la música y la pedagogía musical. Es cierto que sigue la ya secular tradición según la cual quien escucha música debe ser considerado en un nivel muy inferior a quien especula sobre la misma. De hecho, es capaz de afirmar que «es inmensa la distancia entre el cantor y el músico: los primeros cantan, los segundos conocen aquello que constituye la música. Aquel que hace lo que no sabe puede ser definido como una bestia». Y añade: «en nuestros tiempos, es entre los cantores donde se encuentran los hombres más estúpidos». Esta postura, que se explica tomando como fundamento la antigua actitud de desprecio hacia el oficio de músico, se verá, en cualquier caso, superada por el vivo y acuciante interés que Guido de Arezzo demuestre en muchas de sus obras por los problemas técnicos concretos de la música y por sus implicaciones de orden pedagógico. No debe olvidarse que, precisamente en torno al año mil, comienzan a desarrollarse las primeras y embrionarias tentativas polifónicas: los problemas del ritmo y la grafía musical vendrán, por tanto, a cobrar una importancia totalmente nueva. Guido de Arezzo dirige así su atención hacia estos nuevos aspectos de la música, consciente de su recién adquirida relevancia en el plano de lo didáctico. Si bien en numerosos fragmentos de su obra definía, como se ha visto, a los cantores con el poco encomiástico apelativo de «bestias», que hacen cosas que no entienden, a los que contrapone los auténticos «músicos», los teóricos, también es cierto que en otros parece, en cambio, invertir los términos de la cuestión. En la parte final de su Epistola de ignoto cantu invita a aquellos que deseen aprender música a leer su Micrologus, obra claramente didáctica, y se jacta de no haber seguido a Boecio, «cuyos libros son útiles sólo a los filósofos y no a los cantores». No puede dejar de advertirse una sombra de desconfianza, por parte de quien conoce por experiencia directa la música, hacia esos otros tratados «útiles sólo a filósofos», es decir, hacia las meras elucubraciones teóricas sin anclaje alguno con la realidad musical. No es por casualidad que Arezzo haga referencia a la práctica musical y a la importancia del factor didáctico justamente en esta Epistola de ignoto cantu, en la que formula su sencillo sistema mnemònico para recordar la entonación exacta de las notas. Los tratados de Guido de Arezzo se han ido convirtiendo en los siglos sucesivos en un importante punto de referencia, a la par que ha crecido el interés de los teóricos por las cuestiones didácticas.
El «ars antiqua» y el «ars nova» en la conciencia crítica de los contemporáneos
El debate entre partidarios del ars antiqua y seguidores del ars nuova constituye, quizá, la primera querelle musical en la que categorías estéticas y filosóficas son usadas por una y otra partes para defender y justificar la validez de un determinado estilo musical. La famosa bula con la que Juan XXII condenaba el ars nova y las tendencias modernistas en música es, con toda probabilidad, uno de los documentos más significativos de la época desde el punto de vista del nuevo pensamiento musical. A partir de esta condena se hacen visibles, ciertamente, de modo inequívoco las razones de ambas partes no sólo en el ámbito del gusto, sino también en el de dos ideologías contrapuestas, de dos diversos modos de concebir la música misma. La bula papal, al describir los defectos de la nueva música, define inconscientemente la estética de los nuevos tiempos. Frente a la mayor complejidad del ars nova, en la que el cruce polifónico de las voces se convierte en motivo de un goce autosuficiente para quien escucha, he aquí la preocupación de Juan XXII Después del ars nova, las razones de la música se harán algo cada vez más potentes y tenderán a afirmarse prescindiendo cada vez de modo más claro de motivaciones y justificaciones de tipo teológico, cosmológico y moral. Los ecos y consecuencias de la polémica entre partidarios de cada estilo no se extinguirán durante mucho tiempo: Johannes de Muris, Philippe de Vitry, Jacob de Liegi y aún otros más continuaron su batalla ideológica al servicio de una u otra parte, contribuyendo, por tanto, a matizar en un plano estético y filosófico los términos de la polémica.