La dictadura franquista (1939-1975)

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TEMA 17: LA DICTADURA FRANQUISTA (1939-1975).

 1.-  La creación del estado franquista: fundamentos ideológicos y apoyos sociales.

 Tras la victoria, los franquistas se enfrentan al arduo problema de la construcción del Nuevo Estado y de una paz sin reconciliación nacional, como se puso en evidencia desde el principio: decenas de miles de fusilados, 270.000 detenidos, batallones de castigo, 300.000 exiliados (entre los cuales los principales intelectuales, científicos, escritores, artistas, profesores...), 7000 maestros presos... son datos que demuestran que los rebeldes triunfantes no pretendían construir una nueva España con los españoles sino asegurarse el poder y el control total mediante el terror y el exterminio sistemático de sus adversarios. Así es como la victoria permite al bloque tradicionalmente dominante la reconquista del poder político y económico y el control social: oligarquías terratenientes y financieras, grandes industriales y comerciantes, el ejército, la Iglesia y la población sometida a su influencia, son las bases sociales que apoyan al franquismo desde sus inicios hasta el final, encuadrados todos en el llamado Movimiento Nacional bajo la jefatura suprema del Caudillo (que según los estatutos de la Falange, responde sólo ante Dios y ante la Historia). Esta amalgama de clases dominantes tradicionales, partido único y jefe supremo dibuja el modelo que los vencedores querían para España: un modelo de fascismo rural y católico que toma de Alemania e Italia muchos de sus ritos, lenguajes y símbolos. La promulgación del Fuero del Trabajo en marzo de 1938 sentaba ya las bases de un Estado Corporativo al estilo de la Italia fascista, donde los sindicatos verticales debían jugar un papel de vertebración social fundamental.

             En esta primera etapa, el franquismo adopta básicamente los puntos programáticos de Falange con toda su parafernalia y simbología (himnos, saludo brazo en alto, el yugo y las flechas, etc.) y ensalza al jefe carismático, como en el caso de Hitler y de Mussolini. Era la época en que los franquistas aún pensaban en el triunfo nazi en la guerra mundial. Pero desde 1942 la guerra da un giro a favor de los aliados, defensores de la democracia liberal, lo que impulsó un cambio significativo en el régimen español; esta segunda etapa se caracteriza por la "desfalangización", y se inaugura con la promulgación de la Ley de Constitución de las Cortes (7-VII-42), que venía en cierta manera a imitar los sistemas parlamentarios democráticos sin por ello menoscabar el poder total del dictador. En septiembre del mismo 1942 el filogermano Serrano Suñer es destituido de sus cargos. El triunfo aliado en 1945 provocó nuevos cambios de fachada del régimen con el fin de hacerlo más digerible a los aliados; así es como se aprueban leyes fundamentales que, como el Fuero de los Españoles, la Ley Municipal o la Ley de Referéndum, pretendían aparentar que el franquismo evolucionaba hacia fórmulas democráticas (sin conseguir con ello engañar a nadie).

             En realidad, el Nuevo Estado venía a ser la condensación de los intereses de las viejas clases dominantes, con el Ejército y la Iglesia Católica como aliados fundamentales. De hecho, la dictadura militar fue totalmente arropada por la Iglesia católica desde sus inicios (Pastoral colectiva de los obispos convirtiendo una rebelión militar en guerra santa, en santa Cruzada para salvar la fe, justificando así todos los crímenes; actitud de Pío XII, entusiasmado con la victoria franquista), de modo que algunos autores califican esta etapa de nacional-catolicismo; y es que, en efecto, la Asociación Nacional de Propagandistas Católicos, dirigida por el Cardenal Herrera Oria (un ultra que venía apoyando soluciones violentas desde hacía años), y otras asociaciones del mismo tenor nutrieron al franquismo de sus cuadros dirigentes, especialmente desde 1945. Y todo ello sin menoscabo de la persistente y sistemática persecución de los "rojos" y de sus familias, amigos y allegados (Ley de Responsabilidades Políticas de 1939; Ley de Represión de la Masonería y del Comunismo de 1940, Ley de la Seguridad del Estado de 1941...); la policía política y la Guardia Civil, tristemente célebres por sus crímenes y torturas, y los tribunales especiales siguieron sembrando el terror en España a pesar de la caridad cristiana de que hablaban, cínicamente, los Propagandistas y los obispos.

             A partir de 1951, con el Régimen ya consolidado, se va a iniciar una nueva etapa caracterizada por la aceptación internacional, la superación de lo más duro de la postguerra, el inicio de la recuperación económica y el resurgir de nuevas fuerzas sociales. La sustitución de falangistas por católicos conservadores culmina en los años 1957-1959 con el ascenso al gobierno de los llamados tecnócratas del Opus Dei (Navarro Rubio, Ullastres, López Rodó), que fueron protagonistas de una nueva etapa política: la modernización económica, la apertura al exterior y el desarrollismo sin tocar para nada los intereses de las clases dominantes ni el poder omnímodo del dictador. Todo ello permitió que en los años sesenta, en pleno avance económico, el Régimen tratara de adaptar sus estructuras a la nueva situación mediante señuelos liberalizadores, como el que llevó adelante el ministro franquista Fraga Iribarne con la Ley de Prensa o el intento de abrir algo los sindicatos verticales, tarea en la que fracasó Solís Ruiz (Ley Sindical). Así se llega a los años setenta con una España muy diferente a la de 1939, con una sociedad dinámica que cada vez acepta menos la dictadura y va exigiendo (pagando con sangre y con cárcel: miles de detenidos, torturados y encarcelados por el Tribunal de Orden Público, numerosos muertos y heridos por la policía en las manifestaciones...) los derechos y libertades fundamentales negados en España; una crecida oposición política y sindical, liderada especialmente por el PCE y CCOO, ponía cerco a una dictadura que sólo sabía reaccionar con brutalidad a las demandas de libertad. Pero aunque la suerte ya estaba echada, hubo que esperar a la muerte del dictador para que sus seguidores se vieran acorralados y España recuperara la libertad.

2.- Evolución política y coyuntura exterior.

 Como hemos visto, la historia del franquismo pone de relieve que el régimen político surgido de la guerra civil ha ido evolucionando a lo largo del tiempo de modo que, sin perder su esencia dictatorial, se fue adaptando, mediante una serie de leyes fundamentales y un proceso de institucionalización, tanto a las circunstancias internacionales como a la evolución de la sociedad española. Se pueden distinguir las siguientes etapas:

 1) La primera abarca desde la guerra hasta 1951 y se caracteriza por el surgimiento y posterior organización del Nuevo Estado, una política económica autárquica, el aislamiento internacional y el mantenimiento de un clima social de guerra civil al continuar los vencedores con su política de "limpieza" sobre los vencidos. En esta etapa aparecen las siguientes leyes fundamentales: Fuero del Trabajo (de 9-III-38, regula las relaciones laborales y es el embrión de la legislación social del franquismo); Ley de Cortes y del Consejo Nacional del Movimiento(de 17-VII-42, regula los órganos de participación del régimen, prácticamente decorativos al no haber división de poderes); el Fuero de los Españoles (de 17-VII-45, promulgado de cara a los aliados, pues recoge derechos y deberes de los españoles a modo de una constitución, y desde luego no reconoce ningún derecho político); la Ley de Referéndum (de 22-X-45, que complementa la anterior y quiere hacer creer que el pueblo español puede participar libremente en las decisiones esenciales); y Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado (de 6-VII-47, aprobada en referéndum: establece que España es una Monarquía Católica, social y representativa aunque el Jefe del Estado es vitaliciamente el dictador, quien elegirá a su sucesor, y se crea el Consejo de Regencia y el Consejo del Reino).

 2) La segunda etapa se extiende de 1951 a 1959; en ella se consolida el Régimen, se produce una paulatina integración internacional y se abandona la autarquía económica. En esta etapa se promulga la Ley de Principios Fundamentales del Movimiento Nacional (de 17-V-58, declara inmutables las ideas del régimen, establece el Movimiento como único instrumento político, negando las libertades democráticas básicas, y obliga a aceptarlas a todo aquel que desee ocupar un puesto de trabajo público).

 3) De 1959 a 1973 se desarrolla una tercera etapa caracterizada por el desarrollo económico y las profundas transformaciones que experimenta la sociedad. La industrialización acelerada y desequilibrada, la emigración al extranjero, el intenso éxodo rural y la consiguiente urbanización y el "boom" turístico que pone en contacto a los españoles con culturas, mentalidades y formas de vida europeas, son las notas más destacadas. Se promulga la última de las Leyes Fundamentales, la denominada Ley Orgánica del Estado (aprobada por referéndum de 14-XII-66, que trata de disimular el carácter totalitario del régimen separando la Jefatura del Estado de la Jefatura del Gobierno y permitiendo asociaciones dentro del Movimiento Nacional).

 4) La última etapa se desarrolla desde la crisis económica internacional de 1973 hasta la muerte del dictador en noviembre de 1975. Se caracteriza por la descomposición del Régimen, incapaz ya de hacer frente a las nuevas demandas que la sociedad planteaba, el gran desarrollo de la oposición democrática, el abandono (a tiempo) del régimen por parte de algunas instituciones clave, como la Iglesia, y el surgimiento de alternativas políticas sólidas. Tras la muerte del dictador, sin embargo, todavía deberán pasar unos años, conocidos como la Transición Democrática, para que España conquistara las libertades y derechos básicos y se normalizara la vida política con la aprobación de la Constitución de 1978.

2.- Las transformaciones económicas y sociales. De la autarquía al desarrollismo.

La evolución económica y social de la España franquista puede dividirse en tres etapas: autarquía (hasta 1959), estabilización (hasta 1963) y desarrollismo (hasta 1975).

a) Aislamiento y autarquía.

Al finalizar la guerra civil la situación económica era catastrófica; las pérdidas causadas por la contienda y el estallido de la guerra mundial son causas importantes, a las que se debe añadir la política de autarquía y de rígido intervencionismo que por razones ideológicas establecieron los vencedores y que se prolongan durante el primer franquismo (de 1939 a 1959) con resultados muy negativos para los españoles, que vieron reducido su nivel de vida de manera considerable durante muchos años. Y es que a pesar de las proclamas políticas que hacían de España un país capaz de vivir por sí mismo, la realidad es que la carencia de materias primas básicas y la inestabilidad de las cosechas hacen inviable la autarquía.

            En política agraria se desarrolló un programa muy conservador tras la devolución de las tierras afectadas por la reforma republicana: un plan de mejora de explotaciones agrarias, algunos asentamientos de campesinos o la intervención del mercado del trigo (creación del Servicio Nacional del Trigo) no lograron solventar los problemas de abastecimiento en los años cuarenta. El hambre, además, alimentaba un mercado negro en el que se enriquecieron muchos jerarcas y adictos al Régimen.

             En política industrial, el proteccionismo y la autarquía se plasman en decisiones tendentes al fomento de industrias de interés nacional, tarea encomendada desde 1941 al Instituto Nacional de Industria (INI), cuya tarea, importante en algunos sectores, se rigió más por criterios políticos que económicos, por lo que sus resultados no fueron los esperados. A la vez, la industria privada carecía de materias primas y de energía, por lo que su desarrollo fue muy lento y poco eficaz, de modo que habrá que esperar a bien entrados los años cincuenta para recuperar el nivel de producción de los años treinta. A ello contribuyó de manera decisiva el control estricto del comercio, tanto interior como exterior, por parte de organismos burocráticos y políticos, frecuentemente corrompidos. En resumidas cuentas, se puede afirmar que el balance económico del primer franquismo es realmente negativo: la renta per capita de la preguerra se había reducido a un tercio en 1945 y los niveles macroeconómicos no se recuperan hasta 1954-1955. Sin embargo, en este periodo se toman algunas medidas tendentes a ampliar la seguridad social (seguro de enfermedad y de vejez en 1943) y otras para regular las relaciones laborales (Magistraturas de Trabajo) impulsadas por el ministro falangista Girón.

             Esta etapa de autarquía, de graves problemas económicos, coincide con el aislamiento exterior del régimen: la victoria de los aliados en la guerra mundial había dejado al descubierto una dictadura que no podía disimular su parentesco con los fascismos derrotados, por lo que se negó al régimen su entrada en la ONU y muchos países retiraron sus embajadores (condena de la ONU en 1946). Este aislamiento empezó a ceder en 1953 gracias a los acuerdos con el Vaticano y con USA, que veían a España, a pesar de todo, como un aliado en su política anticomunista.

 b) Una etapa de transición: la estabilización.

 A fines de los años cuarenta y principios de los cincuenta el modelo de autarquía muestra su inviabilidad y su ineficacia: el racionamiento de productos básicos continuaba en una España que veía cómo Europa se recuperaba de la crisis de postguerra y alcanzaba en libertad niveles muy altos de crecimiento económico. Por tanto, desde 1951 el régimen inicia un cambio tendente a estabilizar la economía, para lo que necesita ayuda exterior y abrirse, por ello, al mundo. Al abandonar la autarquía, el franquismo trata de romper su aislamiento y procura integrarse en el mundo occidental, lo que se vio favorecido por el recrudecimiento de la Guerra Fría (guerra de Corea): España aparece como un firme aliado contra el comunismo. De este modo, en 1953 se suscriben unos acuerdos con el Vaticano –aliado del franquismo desde el primer  momento- y con Estados Unidos (de carácter económico y militar), que simbolizan la aceptación del franquismo por los países occidentales: en 1955 España ingresa en la ONU y en 1958 en la OECE. Todo ello prepara el camino para las importantes reformas económicas emprendidas desde 1957 y que en conjunto, fraguan en lo que se ha llamado el Plan de Estabilización de 1959; las principales fueron la devaluación de la peseta para fomentar las exportaciones y frenar las importaciones, la congelación salarial de los funcionarios públicos, una reforma fiscal y un plan de inversiones en sectores clave. Los objetivos básicos fueron sentar las bases para el desarrollo económico y favorecer la integración de la economía española con la internacional. Reformas monetarias y fiscales y financiación exterior fueron las claves del éxito de este Plan que, sin embargo, tuvo un fuerte coste social, ya que los recortes de salarios para contener la inflación y la falta de compensaciones sociales hizo recaer todos los sacrificios sobre las espaldas de las clases populares.

 c) El desarrollismo.

 Tras la estabilización económica, el control de la inflación y la progresiva integración con las economías capitalistas, se puso en marcha una nueva etapa caracterizada por los Planes de Desarrollo, conjunto de medidas económicas y sociales tomadas por el Gobierno para planificar el desarrollo, a las que podía sumarse el sector privado; se trata, pues, de una "planificación indicativa", aunque muchos sectores no hubieran podido sobrevivir al margen de las medidas del Plan. El primero se desarrolló de 1964 a 1967 con notable éxito en las cifras macroeconómicas: el ritmo de crecimiento anual se acercó al 6% del PIB, cifra ligeramente superior a la de los países europeos. A partir de allí se elaboraron dos planes más: el II, de 1968 a 1971, y el III, de 1972 a 1975.

             En conjunto, los Planes de Desarrollo propiciaron un fuerte crecimiento económico basado en la industrialización y la modernización agrícola, pero este crecimiento fue muy desequilibrado tanto desde el punto de vista territorial como desde la perspectiva social; a la vez que algunas zonas(polos de desarrollo, zonas preferentes etc.) acumulaban inversiones y desarrollaban sectores industriales (Cataluña, País Vasco, Asturias, o ciudades como Zaragoza y Valladolid) el resto del país fue abandonado a su suerte y sufrió un duro proceso de reconversión que expulsó hacia las ciudades a centenares de miles de familias campesinas arruinadas (lo que provocó chabolismo, miseria y conflictos) y a otros tantos a la emigración exterior, europea especialmente. Precisamente las divisas que los emigrantes enviaban a sus familias y el creciente turismo aportaron recursos para la importación masiva de bienes de capital y financiaron el desarrollo.

 3.- Los cambios sociales y culturales.

En cuanto a la evolución social, en los primeros años de la postguerra se asiste a un retorno al campo de parte de la población y, por consiguiente, a un decrecimiento de la población urbana y de la población activa industrial; así es como el sector agrario vuelve a ser mayoritario, con más del 50%, como veinte años antes. Esta tendencia se irá invirtiendo poco a poco y ya en los años cuarenta se reavivará el éxodo rural, dirigido a las grandes ciudades, lo que provocará la proliferación de chabolismo y unas condiciones de vida realmente miserables por la falta de abastecimiento, de infraestructuras y de servicios, y por los salarios de hambre que contrastan con los beneficios crecientes de la banca. Militares, falangistas y nacional-católicos, a cuyo frente se sitúa una Iglesia católica prepotente que ha recuperado todos sus privilegios gracias a la victoria, forman las élites que ocupan los principales cargos públicos y se benefician de una situación que resulta nefasta para la mayoría de los españoles.

             Más adelante el crecimiento económico propició fuertes transformaciones sociales, entre las que destaca el gran impulso a la urbanización del país, el crecimiento de una moderna clase obrera reivindicativa, el surgimiento de una clase media que mejoraba rápidamente su nivel de vida y su nivel educativo (reformas universitarias y de la enseñanza general) y el surgimiento de una intelectualidad democrática, poco proclive a colaborar con un franquismo que entraba, así, en su última fase. La crisis económica internacional desde 1973 agudizó las contradicciones internas y dio fuerza a una oposición que, con importante apoyo internacional, iba preparando ya ese proceso político y social que se conoce con el nombre de la Transición. España se encarrilaba hacia su definitiva normalización como país occidental.

 4.- La oposición al régimen.

Si dejamos de lado las fricciones más o menos sonoras que se provocaron en el bando rebelde a propósito del decreto de unificación, o las rivalidades entre carlistas y falangistas, los deseos de los monárquicos de Don Juan (activo participante en la conspiración antidemocrática y que pensaba que iba a ser nombrado rey de inmediato) o las disidencias falangistas al ver que su programa político no era tenido en cuenta a la hora de los hechos, la verdadera oposición al franquismo estuvo encabezada por el Partido Comunista de España, que organizó una guerrilla, el Maquis, que operaba en montañas del norte y que en los años cuarenta tuvo una incidencia no desdeñable, aunque ya en 1952 se desarticula el núcleo asturiano y los demás salen al exterior. Por su parte, el PSOE y los republicanos organizan una llamada Alianza Nacional tratando de llegar a acuerdos con los partidarios de Don Juan, acuerdos inviables cuando en 1947 el heredero de la Corona llegaba a un acuerdo con Franco; el anticomunismo de socialistas y republicanos impidió la unidad de acción, a la vez que el PSOE perdía influencia y la ganaba el PCE, como se demostró en las huelgas de 1951 en Barcelona, Bilbao y Madrid, mientras los anarquistas entraban en un declive que los hizo inactivos durante más de treinta años.

             El año 1956 marca un hito en la historia de la oposición al franquismo: las movilizaciones estudiantiles y obreras pusieron de manifiesto el fracaso de las estructuras del Movimiento para encauzar toda la actividad política a la vez que potenciaron claramente al PCE en su papel de cabeza de la oposición democrática contra la dictadura con sus propuestas de reconciliación nacional y de huelga general. A la vez fueron surgiendo grupos de oposición, como el FLP (Frente de Liberación Popular, "felipe") o el Partido Socialista del Interior, que representaba a los socialistas que seguían en España frente a la dirección del partido en el exterior, y otros grupos a la izquierda del PCE, con lo que la oposición se fragmenta y se hace difícil sumar fuerzas frente a la dictadura. También desde 1956 aparecen más o menos organizados, aunque con una incidencia popular nula, grupos de oposición cristiano-demócratas ligados a algunas organizaciones de la Iglesia, como la HOAC, y que llegaron a reunirse en Munich en 1962 para acordar una alternativa conservadora al franquismo (por ejemplo, en Munich estaban el líder de la derecha golpista en la etapa republicana, Gil Robles, y los viejos partidarios de Don Juan, que apoyaron con entusiasmo a los sublevados). En el ámbito sindical, las luchas obreras fueron especialmente dirigidas por CCOO, nueva organización surgida en los núcleos industriales del Norte, a las que más adelante se sumará una reorganizada UGT. Los nacionalismos, singularmente el catalán y el vasco, actuaron también como una oposición constante a la dictadura, que negaba cualquier principio de autonomía; en este contexto de lucha nacionalista contra la dictadura surge en los años sesenta ETA, organización que utiliza la lucha armada y el terrorismo; entre sus acciones más significativas figura el asesinato del Presidente del Gobierno, almirante Carrero Blanco, en diciembre 1973, personaje de suma importancia llamado a garantizar la continuidad del franquismo tras la muerte de Franco. 

             En los años finales del franquismo el PCE organizó la Junta Democrática y el PSOE la Plataforma Democrática, que preconizaban en nombre de toda la oposición y de una gran parte de la sociedad española una ruptura democrática con el régimen franquista, la liquidación de la dictadura y sus instituciones y la implantación de un régimen político similar al existente en los demás países europeos. El acuerdo entre ambas organizaciones (la llamada "platajunta") evidenció la gran fuerza de la oposición democrática y el apoyo masivo de los ciudadanos españoles contra cualquier intento de continuidad de la dictadura tras la muerte del dictador. Así es como, tras arduas negociaciones y presiones, con el pueblo español en las calles por la libertad, el gobierno de Juan Carlos I, presidido por Adolfo Suárez, se decide a impulsar la transición a la democracia para evitar la ruptura que la oposición planeaba. Se iniciaba con ello el camino para la recuperación de las libertades, la llamada Transición Democrática.

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