Hedonismo

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En un sentido amplio, pueden considerarse estoicas todas las doctrinas éticas que defiendan la indiferencia hacia los placeres y dolores externos y la austeridad en los propios deseos. Ahora bien, en un sentido estricto se conoce por estoicismo tanto la corriente filosófica grecorromana, iniciada por Zenón de Citio, como la teoría ética mantenida por estos filósofos.
La ética estoicismo se basa en una particular concepción del mundo: éste se encuentra gobernado por una ley o razón universal que determina el destino de todo lo que en él acontece, lo mismo para la naturaleza que para el ser humano. Por lo tanto, el ser humano se halla limitado por un destino inexorable que no puede controlar y ante el que sólo puede resignarse.
Ësta es la razón de que la conducta correcta sólo sea posible en el seno de una vida tranquila, conseguida gracias a la imperturbabilidad del alma, es decir, mediante la insensibilidad hacia el placer y hacia el dolor. Esta imperturbabilidad sólo será alcanzable en el conocimiento y asunción de la razón universal, o destino que rige la naturaleza, y por tanto, en una vida de acuerdo con ella. UTILITARISMO
defiende que la finalidad humana es la felicidad o placer. Por ello, para los utilitaristas, las acciones normas deben ser juzgadas de acuerdo al principio de la utilidad o de máxima felicidad:
“Las acciones son buenas en cuanto tienden a promover la felicidad, malas en cuanto tienden a producir lo opuesto a la felicidad. Por felicidad se entiende el placer y la ausencia de dolor; por infelicidad, dolor y privación de placer” (Mill, J.S., Utilitarismo). Así pues, el utilitarismo, como el hedonismo y el eudemonismo, constituye una teoría ética teleológica, pues valora las acciones como medios para alcanzar un fin (felicidad o placer) y según las consecuencias que se desprenden de ellas. Una acción es buena cuando sus consecuencias son útiles (nos acercan a la felicidad) y es mala cuando sus consecuencias no lo son (nos alejan de ella).
La principal diferencia entre el utilitarismo y el hedonismo clásico (epicureista) es que el primero trasciende el ámbito personal. Cuando un utilitarista afirma que el fin de toda acción correcta es la felicidad, no entiende por felicidad el interés o placer personal, sino el máximo provecho para el mayor número de personas. De esta manera, el utilitarismo pretende vencer el carecer egoísta que muchos críticos habían atribuido a las éticas hedonistas clásicas.
Uno de los representantes más conocidos del utilitarismo es John Stuart Mill. Es interesante la distinción que hace este autor entre placeres inferiores y superiores: hay placeres más estimables que otros según promuevan o no el desarrollo moral propio del ser humano. Esto lleva a afirmar: “Es mejor ser una criatura humana insatisfecha que un cerdo satisfecho; es mejor ser Sócrates insatisfecho que un loco satisfecho

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