Aristóteles - Análisis - Ética Nicomáquea - La prudencia

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El texto analizado corresponde al capítulo 5 del libro VI de “Ética a Nicómaco”, del filósofo griego Aristóteles.  Este capítulo y sus anteriores tratan sobre las diversas virtudes dianoéticas o intelectivas que son propias del hombre.

Para Aristóteles, una virtud se define como un hábito o modo de ser, que sólo se logra con el aprendizaje y la práctica, y que nos acercan al bien y a la perfección en nuestras acciones y nuestra forma de pensar. Según su teoría teleológica, por la que todo  tiende a un fin u objetivo, las virtudes del hombre lo acercan a su objetivo supremo, la felicidad.

Aristóteles clasifica  las virtudes en dos tipos: las relacionadas con la razón humana y el intelecto, virtudes dianoéticas o intelectuales; y las relacionadas con la voluntad y la acción, las virtudes éticas o morales.

Éstas últimas se refieren a la manera de actuar en el mundo, a la disposición humana de controlar los vicios y las pasiones de manera racional y buena, buscando siempre un término medio que se aleje de los extremos, evitando así el exceso y el defecto.

Por otro lado, las virtudes dianoéticas son aquellas que perfeccionan al hombre en relación al conocimiento y la verdad. Dentro de estas virtudes, distingue a su vez varios tipos, relacionadas cada una con un tipo de conocimiento:

·         Relacionadas con el conocimiento teórico, es decir, con el conocimiento científico e improductivo de la realidad: la ciencia, la sabiduría y la inteligencia.

·         Relacionada con el conocimiento técnico, dedicado al estudio de las producciones humanas: la virtud del arte, la capacidad para producir de manera racional.

·         Relacionadas con el  conocimiento práctico, aquel destinado a guiar la acción y el comportamiento: la prudencia.

Es sobre ésta última virtud dianoética, la prudencia, en la que se basa el fragmento analizado. Según Aristóteles, se considera prudente “al hombre capaz de deliberar rectamente sobre lo que es bueno y conveniente”, esto es, la prudencia permite al hombre decidir racional y correctamente sobre lo que es mejor para él o para su comunidad. Esta virtud es la base de las virtudes éticas, un ser humano no puede adquirir virtudes éticas sin poseer la virtud de la prudencia.

Aristóteles afirma que la prudencia no se puede ejercitar sobre las cosas que no pueden ser de otra manera ni sobre las cosas que no se pueden realizar, es decir, no se puede ser prudente sobre un objeto que es estudio de la ciencia ni sobre objetos que nuestro arte no es capaz de realizar. Afirma, por tanto, que “la prudencia es un modo de ser racional verdadero y práctico, respecto a lo que es bueno y malo para el hombre”.

El autor también defiende que la prudencia debe  ser cualidad de administradores y políticos. Esto demuestra la estrecha relación entre ética y política de la Grecia clásica. Las teorías sobre política aristotélicas definen al ser humano como un ser social, y que debe organizarse en Estados basados en la moderación, y dirigidos por gente que destaque en la virtud de la prudencia.

Es esta idea de moderación la que indica Aristóteles que salvaguarda y beneficia a la prudencia, que nos permite evitar los extremos de la acción, es decir, nos permite mantenernos alejados de los vicios. Por último, el filósofo  afirma que la prudencia, a diferencia de otras virtudes, nunca se olvida, un hombre que es prudente siempre será capaz de distinguir la moderación y la decisión más correcta dentro de su abanico de posibilidades.

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