Nietzsche, Marx y Kant: Crítica a la Civilización, Sociedad y Ética

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Nietzsche: Crítica a la Civilización Occidental

La filosofía de Nietzsche representa una crítica a la civilización occidental en su totalidad, desde Grecia hasta su época. Considera que toda la cultura europea, desde sus comienzos, pasando por el cristianismo, la Ilustración, la Revolución Francesa o las democracias parlamentarias, es “un gigantesco error” porque desprecia la vida. Su crítica es radical, despiadada y total, y se dirige contra la moral, la religión y la filosofía, por su actitud de renuncia a la vida, por el triunfo de la razón frente a la vida, por la pérdida de los antiguos valores de la Grecia arcaica. Los sistemas democráticos, el socialismo, el judaísmo y el cristianismo son formas de decadencia a las que una cultura alemana ideal tendría que poner fin. Esta decadencia que Nietzsche denuncia no afecta sólo a Alemania, sino que es un fenómeno de degeneración global de la cultura occidental. Esta pérdida del sentido de la existencia, esta decadencia de los auténticos valores de la vida es lo que Nietzsche llama Nihilismo, que califica como un “veneno mortal para la humanidad” porque la lleva a la debilidad y a la mediocridad. Y acusa a la religión, en particular a la cristiana, como responsable de ello.

Críticas Fundamentales de Nietzsche

  • La crítica a la filosofía: Según Nietzsche, la decadencia y el error comenzaron con Sócrates, porque impuso la racionalidad frente a los impulsos vitales, y con Platón, que postuló la existencia de dos mundos separados: el sensible y el inteligible, desvalorizando el primero y afirmando la existencia de un mundo trascendente. Estos autores impusieron los elementos morales y racionales, asentando la cultura occidental en una concepción del mundo falsa y negadora de la vida.
  • La crítica a la religión: La labor crítico-destructiva de Nietzsche de los pilares de la cultura occidental encuentra su mayor expresión en el ataque a la religión, sobre todo la cristiana. Nietzsche califica el cristianismo como la religión de la compasión, aquello que debilita lo humano y niega la vida. El cristianismo representa todo lo que Nietzsche desprecia: una metafísica para pobres e ignorantes que promete un mundo ajeno a este; unos valores propios de individuos débiles y resentidos, angustiados por el pecado y la culpa, y un Dios que se representa como un perdedor, insultado, torturado y crucificado. En definitiva, el cristianismo representa el desprecio a la vida. Para sobrevivir a este engaño, es necesario asumir sin miedo la muerte de Dios. Muerto Dios, el hombre vivirá sin las ataduras que el Dios cristiano impone sobre él. La muerte de Dios trae consigo la libertad del ser humano.
  • La crítica a la moral: Nietzsche expone que existen dos tipos de moral que se encuentran mezcladas en toda cultura y que, a veces incluso pueden darse en un mismo individuo:
    • La moral de los señores: es la moral del fuerte, y es activa porque implanta los valores. El señor, el noble, vive de modo autónomo, porque confía en sí mismo, ya que se autoconsidera bueno y tiene voluntad de poder. Desde su altura, juzga con desprecio todo cuanto es débil, dependiente, racional y miedoso.
    • La moral de esclavos: es la moral del débil, del cobarde, y es pasiva porque no crea los valores morales, sino que los asume. El esclavo es débil y cobarde; siente el resentimiento ante el poderoso y defiende valores como la humildad, el perdón, el sacrificio y la paciencia.

Nietzsche contempla la historia de la cultura occidental como un triunfo de los valores plebeyos de la moral de los esclavos sobre los valores aristocráticos de la moral de los señores. Es “la rebelión de los esclavos”, el triunfo de la moral cristiana, que, según Nietzsche, es el fruto del resentimiento y conduce a la degradación de la vida humana. Para Nietzsche, la única solución que le queda a Occidente es amar realmente la vida, la vida tal y como es, y no como soñamos que sería en un mundo ideal. Porque la vida, efectivamente, conlleva dolor, sufrimiento, conflicto y muerte, pero también es la vida del placer, de la alegría y del querer seguir viviendo. Nietzsche defiende, pues, la voluntad que dice sí a la vida; pero para ello es necesario que surja un nuevo hombre, el superhombre, un ser superior que acometa una transmutación de valores, y a esta tarea dedicará su obra más importante: Así habló Zaratustra.

Marx: Crítica a la Sociedad Capitalista del Siglo XIX

La situación social, económica, política e ideológica del siglo XIX ejerció un indudable influjo en la vida y obra de Marx. El pensamiento de Marx se origina a partir de una actitud crítica con una realidad que, a mediados del siglo XIX, se estaba consolidando, y que estaba asentada en:

  • Un sistema económico: el capitalismo industrial.
  • Un sistema político: el liberalismo.
  • Un sistema social: el antagonismo entre la burguesía y el proletariado.

La estructura de la sociedad del siglo XIX incluye dos grandes clases sociales muy diferentes: burgueses y proletarios. Esta diferencia genera una desigualdad social que explica, según Marx, la dialéctica de las clases sociales:

  • Los burgueses capitalistas son los propietarios de los medios de producción.
  • Los proletarios no poseen nada excepto su capacidad de trabajo, que deben vender a los capitalistas a cambio de un salario para sobrevivir.

Así, en la sociedad capitalista, el hombre es, sobre todo, un “ser económico”, un ser mercancía. La relación que se tenga con el trabajo va a marcar el lugar que se ocupa en la sociedad, y esa relación depende de si se posee o no la propiedad de los medios necesarios para la producción.

La Alienación en el Capitalismo

La Revolución Industrial desplazó el centro de la economía de las zonas rurales agrarias a las ciudades, y originó un nuevo concepto del trabajo, que es entendido como una actividad de producción de mercancías. El trabajo debería ser el medio por el cual el ser humano se humaniza y se asegura su supervivencia. Sin embargo, en el sistema de producción industrial capitalista, según es descrito por Marx, el trabajo humano pierde su propio sentido, se convierte en trabajo asalariado que aliena al trabajador y lo esclaviza, al reducirlo a una mercancía más. El trabajo, pues, deja de ser libre y creativo para convertirse en trabajo forzado y repetitivo. En estas condiciones, el obrero ve el trabajo como una fuerza extraña que se le opone, que le es ajena y en la cual no se realiza en absoluto como ser humano, porque su trabajo y el producto del mismo son para otro, y por lo tanto no le producen ni beneficio ni satisfacción.

En el sistema de producción industrial capitalista, el trabajador:

  • Pierde su fuerza de trabajo en unas jornadas interminables.
  • Pierde el producto de su trabajo que pasa a manos del capitalista.
  • Se pierde a sí mismo, porque se ve transformado en una mercancía a cambio de un salario.
  • Pierde su vida en una actividad agotadora, que sólo se mantiene para seguir en el trabajo.

En estas condiciones laborales, que incluían largas jornadas, con escasos salarios, y sin ningún beneficio social, el obrero ve el trabajo como una fuerza extraña que se le opone, que le es ajena y en la cual no se realiza en absoluto, por lo que Marx mantiene que la sociedad burguesa capitalista aliena al trabajador, lo “cosifica” al tratarlo como un objeto más.

La Ideología como Herramienta de Dominación

La ideología es el conjunto de ideas que un ser humano o una clase social tienen sobre sí mismos, sobre el lugar que ocupan en el mundo o en la historia. Es el modo de identificarse con un grupo social determinado. En este sentido es necesaria para la vida humana. Sin embargo, la ideología pierde este sentido positivo cuando, en manos de los que tienen el poder, ofrece una imagen falseada de la realidad y de las condiciones en las que se desarrolla la vida de los seres humanos, ocultando la alienación. Porque la ideología es el mecanismo de poder con el que cuenta la clase social dominante, que la genera y la impone, para asegurar su dominio y sus intereses particulares.

La alienación que sufre el hombre es el resultado de:

  1. Una alienación filosófica, cuando la filosofía se hace cómplice de las injusticias.
  2. Una alienación jurídico-política, cuando el estado liberal utiliza las leyes y la política interesadamente.
  3. Una alienación socio-económica, cuando el sistema capitalista admite la desigualdad.
  4. Una alienación religiosa, cuando la religión se pone al servicio del poder.

Marx considera que las religiones son un medio para mantener oprimida a la clase más desfavorecida. La promesa de “un más allá” mejor, provoca la resignación ante las injusticias: “la religión es el opio del pueblo”, porque adormece sus reivindicaciones. Contra todo ello, piensa Marx, se debe luchar. Por ello es partidario de la acción revolucionaria para acabar con la alienación del ser humano. Piensa que el filósofo no puede ni debe permanecer pasivo ante esta situación: “Los filósofos no han hecho otra cosa que interpretar el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo”.

Kant: Ética y Conocimiento

Kant sintetizó los intereses fundamentales de la filosofía en tres preguntas: “qué puedo saber”, “qué debo conocer”, “qué me cabe esperar”, que se resumen en una cuarta: “qué es el hombre”. Además de enfrentarse a los problemas del conocimiento en la Crítica de la razón pura (respondiendo a la primera pregunta), Kant afronta la cuestión de la ética en la Crítica de la razón práctica y en la Fundamentación de la metafísica de las costumbres (respondiendo a “qué debo hacer” y “qué me cabe esperar”).

Si en la Crítica de la razón pura se preguntaba cuáles eran las condiciones que hacían posible el conocimiento, partiendo del hecho de que había conocimiento (la física newtoniana era el “hecho” de la razón pura), en la Crítica de la razón práctica se va a preguntar cuáles son las condiciones que hacen posible el deber, partiendo del hecho de que hay deber. Así, el “hecho de la razón práctica” es, para Kant, la existencia de una ley moral universal (el deber), expresión de la razón humana, que trata de analizar en su naturaleza íntima.

La Ética Kantiana: Autonomía y Universalidad

En la ética kantiana, la dimensión moral de las acciones depende de la intención de la voluntad al actuar, por lo que estamos ante una moral formal: si el hombre, al actuar, posee una motivación distinta del puro cumplimiento del deber, su actuación no será moralmente buena, por no ser racional (aunque de hecho cumpla la ley, si su intención no era obrar por deber está obrando por imperativo hipotético). De este modo, la moral kantiana es una moral formal en la que lo importante no es tanto “lo que” se hace, el contenido, sino la intención, la “forma”, el cómo se actúa.

La ley moral posee, para Kant, carácter de imperativo categórico. Existen dos tipos de imperativos: los hipotéticos, que son mandatos que obligan a los que quieren conseguir el fin que en ellos se propone, y los categóricos, que son mandatos incondicionados que obligan a la voluntad en cuanto voluntad. Pues bien, la ley moral sólo puede tener carácter de imperativo categórico, ya que sólo los mandatos de este tipo afectan y obligan a todos los hombres: sólo mediante el imperativo categórico se puede establecer una ética universal; por el contrario, los imperativos hipotéticos sólo poseen un valor subjetivo y condicionado. Y por su carácter de imperativo categórico, la ley moral sólo puede provenir de la razón; si no fuera así, sus mandatos serían hipotéticos, y por tanto no universales y necesarios. La ley moral entendida como imperativo categórico obliga a toda voluntad.

Así pues, dos características de la ética kantiana son la autonomía y la universalidad. En una ética en la que el hombre obra bien cuando sigue los mandatos de la razón autolegisladora, el hombre es completamente autónomo (se obedece a sí mismo al cumplir la ley); y, para Kant, esta ética es la única compatible con la dignidad humana (en esta apreciación kantiana se advierte especialmente su gran valoración de la razón, típica de la Ilustración). Al mismo tiempo, al provenir de la razón y ser ésta patrimonio de todos los seres humanos, la ética kantiana es una ética universal.

Una formulación de este imperativo categórico es la siguiente: “obra de tal modo que la máxima de tu voluntad pueda valer siempre al mismo tiempo como legislación universal”. En otra célebre formulación del imperativo categórico, Kant señala que el hombre debe ser tratado como fin en sí mismo, y no como medio: “obra de tal manera que tomes a la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin y nunca meramente como un medio”. Entendido de este modo, en el imperativo hipotético los objetos (cosas) aparecen como medios para alcanzar nuestras inclinaciones, con un valor condicionado y por tanto relativo. Sin embargo, desde el imperativo categórico, desde el cumplimiento del deber y no desde la inclinación, se reconoce el valor absoluto de las personas que, así entendidas, no aparecen como medios, sino fines en sí mismos. Esta formulación del imperativo categórico kantiano, que resalta la idea del hombre como fin en sí mismo, enlaza perfectamente con la dignidad personal reconocida en las actuales legislaciones constitucionales y las Declaraciones de Derechos Humanos.

Los Postulados de la Razón Práctica

Una vez que Kant ha contestado a la pregunta de qué es lo que el hombre debe hacer, reintroduce los problemas que en la dialéctica trascendental había considerado como no susceptibles de conocimiento científico. Así, la libertad, la inmortalidad y Dios aparecen como postulados del hecho moral. Los postulados son las condiciones indispensables para la existencia de un hecho; la ley moral universal, el “hecho de la razón práctica”, conduce a tres postulados:

  • La libertad: el “deber” presupone el “poder”. No tendría sentido una norma que impusiera un deber si el hombre no tuviera dominio sobre sus actos.
  • La inmortalidad: un deber que no pudiera realizarse carecería de sentido. Sin embargo, la realización absoluta del deber es imposible en esta vida. Es, pues, necesario postular la existencia de otra vida donde se alcance la perfección del cumplimiento del deber sólo por ser deber.
  • Dios: no tendría sentido una vida virtuosa que quedara sin recompensa. No obstante, el cumplimiento del deber no está armonizado con la felicidad. Dios aparece postulado de este modo como un ser que garantiza que la virtud será coronada con la felicidad.

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