Éticas del Diálogo y la Perspectiva Moral de Nietzsche: Fundamentos y Transformaciones
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Las éticas dialógicas
Esta nueva ética, consciente de que los intereses de los diferentes individuos en la vida social no son los mismos y, en muchas ocasiones, son antagónicos y opuestos, sitúa los mandatos que constituyen el deber que los humanos debemos cumplir en las normas que resulten del acuerdo al que hayamos llegado después de haber argumentado racionalmente cada uno de nosotros en defensa de nuestra posición. Jürgen Habermas es uno de los pioneros de estas éticas.
El valor del diálogo se encuentra en la fuerza de los argumentos que en él se exponen, y estos son más valiosos en la medida en que siguen las siguientes normas:
- Los argumentos deben poseer pretensiones de universalidad porque lo que se defiende en ellos, aunque vaya dirigido a unos interlocutores concretos, en el fondo busca el reconocimiento universal, puesto que estamos convencidos de que cualquier sujeto racional que oyera esa argumentación tendría que asentir a ella.
- Para que los argumentos sean valiosos, es preciso que el que los defiende se olvide de su propio estatus, de las diferencias de poder, sexo o edad que mantiene con respecto a los demás, y exprese su posición apoyándola en las mejores razones que posee.
- Además, tiene que encontrarse dispuesto a aceptar los argumentos más convincentes, aunque no sean los suyos.
- A la hora de dialogar, todos los participantes del diálogo deben tener la posibilidad de exponer sus argumentos libremente, sin estar coaccionados y sin pretender coaccionar a nadie.
- Los argumentos de cada uno tienen la posibilidad de convencer a los demás, y los más convincentes de todos, los que poseen más fuerza argumental, son los que determinan el consenso.
En las éticas dialógicas, la persona moralmente buena es aquella que se halla dispuesta a resolver las situaciones de conflicto mediante un discurso argumentado, mediante un diálogo encaminado a lograr un consenso, y se halla dispuesta, asimismo, a comportarse como se haya decidido en ese consenso.
El consenso que decide las normas moralmente correctas es aquel en el que cada uno de los afectados por la norma se siente invitado a dar su consentimiento porque le han convencido plenamente las razones aducidas por los participantes en el diálogo, puesto que ha descubierto que satisfacen intereses generalizables.
La moral amoral de Nietzsche
Nietzsche, en sus obras Más allá del bien y del mal y Genealogía de la moral, rastrea los orígenes del significado de los términos «bueno» y «malo» en las distintas lenguas europeas, y descubre que estos términos habían surgido espontáneamente de las relaciones entre dominadores —los pueblos celtas conquistadores— y dominados —los primitivos habitantes autóctonos de Centroeuropa y el Mediterráneo—.
La dominación provocó la aparición de dos clases de moral, cada una de las cuales declaraba como buenas las características de la situación propia de cada uno de los pueblos, elevando a valor la forma de vida que llevaba cada uno de ellos. Una era la moral de los señores, para la que ser bueno era ser noble, poderoso, socialmente distinguido; mientras que, para la otra, la moral de los esclavos, eran buenas las cualidades que servían para aliviar y hacer más soportable la existencia de los esclavos, de los débiles, de los cobardes.
Con la aparición del cristianismo se produjo la rebelión de los esclavos y su moral se impuso sobre la de los señores; los auténticos valores morales fueron suplantados, invertidos.
Pero esta situación cambió al producirse la «muerte de Dios», el más grande de los acontecimientos recientes, que Nietzsche sitúa en el periodo de la Ilustración. Puesto que, al morir Dios, muere el creador de los valores, la máxima autoridad moral que era la que imponía las normas.
La muerte de Dios ha dejado al ser humano solo, sin valores, en la nada, y el ser humano lo que tiene que hacer es dejar actuar a la voluntad de poder, dejar que actúe su poder creador para superarse a sí mismo —para destruir al ser humano— y dar lugar al superhombre.
El superhombre será la nueva encarnación de aquel dios Dionisos desbordante de vida; será el que realmente cree los nuevos valores; será «el sentido de la tierra», el que da sentido, fin, dirección, a lo terrenal, a ese más acá que nos queda tras la muerte de Dios. Será quien por fin esté más allá del bien y del mal porque será él quien establezca el bien y el mal, como antes lo hiciera el Dios muerto.